En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 29 de noviembre de 2021

El mal de Corcira – Lorenzo Silva

 


 

              Dentro de la saga de Rubén Bevilacqua, El mal de Corcira es, posiblemente, la novela más ambiciosa. En lo literario va más allá que las anteriores –de evolución casi siempre lineal- al confrontar presente y pasado de varios personajes junto a importantes saltos en el tiempo que no afectan al fondo; por otra parte, dentro del género negro supera la voluntaria limitación de otras novelas de la saga, que se ceñían al procedimiento policial para mostrar el máximo realismo; El mal de Corcira, en cambio, apuesta por mezclar equívocos –aunque también realistas- que implican pasos adelante y atrás de modo que la intriga crece con intensidad sin quedar reñida con el realismo; y, por fin, las circunstancias de la víctima le permite a Silva avanzar en otro frente, el más relevante y ambicioso en esta novela: el social. De modo tangencial pero importante se trata la homosexualidad de modo normalizado, pero, sobre todo, se aborda la existencia de ETA haciendo un repaso –a través de los recuerdos del protagonista- muy interesante de vivencias y procedimientos que muestran el grado de entrega y sacrificio que exige la lucha contra el terrorismo.

Este último aspecto es el que ha caracterizado la novela ante el público y casi con toda seguridad abordarlo era el objetivo de Lorenzo Silva. En algunos sitios se ha afirmado o insinuado que esta novela pretendió aprovechar el éxito de Patria, que habría abierto la veda del tema. No sé si es así, pero da igual porque no sería ningún crimen sino algo bastante lógico, comercialmente hablando, y dada la relevancia del tema tampoco puede decirse que sea propiedad de nadie. En cualquier caso, ambas obras solo tienen en común –además de ETA al fondo- que seguramente su publicación hubiera sido imposible, o al menos muy polémica, antes del fin de la violencia etarra.

Por lo demás, cualquier otro paralelismo resulta cuestionable o, directamente, absurdo. El mal de Corcira es deudor de su protagonista, por lo que no puede sino abordar la cuestión desde su óptica: la de un guardia civil directamente involucrado en la lucha contra el terrorismo que, además, cuenta la historia en primera persona. El resultado es muy interesante, pero, lógicamente, es más un retrato corporativo que social; cualquier visión, lo mismo la de la Guardia Civil que la de los terroristas o la sociedad, se hace a través de los ojos del protagonista.

¿Puede ser que Silva haya querido dar una visión más amplia que la que podía proporcionarle el personaje y haya expresado a través de él sus propias opiniones? Puede ser. Que la visión sea más la del escritor que la del personaje justificaría la sensación que he tenido de que Bevilacqua cuenta las cosas «desde fuera» y con cierta rigidez, con atrevimiento, pero con los recuerdos de 1992 encorsetados en la realidad de 2019 o 2020. Es la única crítica que se me ocurre hacer.

Yendo ya al argumento en sentido estricto, la cosa comienza con el asesinato en Formentera de un caballero que resulta ser un antiguo etarra, lo cual, por si las moscas, provoca la intervención de la unidad de Bevilacqua y desencadena los recuerdos que se van intercalando con el presente.

              Así vemos los procedimientos de investigación actuales frente a los procedimientos (de información) de los años 90. Dos mundos muy distintos detallados hasta producir una intensa sensación de realismo y que resultan apasionantes, sobre todo los segundos. El lector tiene ante sí en todo momento tres zanahorias: el interés que suscita el crimen concreto investigado, los modos de actuación en la lucha contra el terrorismo en los años 90 y, por fin, qué diablos le sucedió o dejó de suceder a Bevilacqua entonces, asunto pendiente desde el inicio de la saga. No defrauda.

              Como se ve, hay varias lecturas posibles de este libro, y todas compatibles. Por un lado, es una novela negra o policial y como tal puede leerse. Por otra, tiene un componente histórico muy atractivo para todos los que hemos vivido los años del terrorismo (de hecho, varios episodios y personajes son de inspiración claramente identificable) y, finalmente, tiene una lectura social (o política, pensarán algunos) por el posicionamiento de Bevilacqua o del autor a través de su personaje.

              Las dos primeras lecturas son interesantísimas y meritorias y la tercera, no siéndolo menos, es la que más división de opiniones ofrecerá. A mí me pareció valiente, pero un amigo «benemérito» me dijo que era un libro «demasiado equidistante». A saber. Lo que sí es, es una postura con sentido común y que intenta no dejarse llevar por las emociones. Quizá sea eso lo que lo hace más raro.

              Leedlo.


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sábado, 27 de noviembre de 2021

Damas y caballeros, pasen y lean. Selección de lecturas.

 

Damas y caballeros, pasen y lean:

 

Para lo que ustedes gusten, he aquí, de entre las reseñadas este año en este blog, una selección de diecisiete lecturas que me siento particularmente contento de haber hecho. Desde cada imagen puede accederse a la reseña.

 

Que ustedes lo lean bien.





















jueves, 25 de noviembre de 2021

Un hilo de humo – Andrea Camilleri

 



¡Gracias sean dadas a los dioses y a Booket por reeditar este libro publicado en España en Destino y descatalogado hasta el 17 de noviembre de este año!

Un hilo de humo fue la segunda novela publicada por Andrea Camilleri. Fue en 1980, cuando tenía 55 años. La tercera llegó en 1992, ya con 67. Ojalá la primera, El curso de las cosas (1978), vuelva a ver pronto la luz en español.

Para los devotos de Camilleri Un hilo de humo lanza un hilo de luz sobre los orígenes de su obra. En muchas de sus novelas posteriores reprodujo el planteamiento de ésta (una sucesión de escenas sobre varios personajes que crean una historia coral, o una historia de historias) si bien depurado y mejorado, pues en Un hilo de humo hay algunas escenas un poco confusas y la división entre «actos» es menos evidente que en obras posteriores del mismo tipo, como La desaparición de Patò, La concesión del teléfono, La ópera de Vigàta o El sobrino del emperador, todas reseñadas en este blog.

Es decir, Un hilo de humo no es la mejor obra de Camilleri en la «Vigàta histórica», ni siquiera es una obra ambiciosa, pero sí es una historia fresca que ya luce las principales características de las mejores y más divertidas novelas del autor: el universo de Vigàta comienza a tomar forma, es el primer salto a un pasado no demasiado remoto (finales del siglo XIX) donde la ingenuidad de unos y las malas artes de otros comienzan a conformar la situación política y social derivada de los cambios políticos impuestos por la unificación de Italia y del auge de la mafia; descubrimos que el estilo breve, directo, telegráfico de Camilleri, con poca descripción, mucho dato relevante y siempre con un punto de sensualidad vinculado a atracciones irresistibles, venía ya de antiguo y, por encima de todo ello, vemos su fidelidad al constante pivotar de sus historias sobre las debilidades del ser humano.

Salvatore Barbabianca es un estafador ya de cierta edad que ha hecho fortuna a costa de todo el que se ha cruzado en su camino. Un tipo que solo tiene escrúpulos a la hora de dejar de estafar una lira. La historia comienza cuando está a punto de llegar a Vigàta un carguero ruso para llevarse un montón de toneladas de azufre, encargo que Barbabianca, por culpa del «inexplicable» retraso en un telegrama, no va a poder atender. Un desastre que lo va a conducir a la ruina.

Todo el mundo se entera de la inminente llegada del carguero con la misma velocidad con que corre la voz de que los almacenes de don Salvatore están vacíos y que nadie va a mover un dedo por ayudarle a llenarlos, Al contrario, las zancadillas se van a suceder primero con amabilidad –por prudente cobardía- y, pronto, cuando la cosa se da por hecha y la cobardía desaparece, con un desprecio no fundado en la valentía sino en una ruín sensación de impunidad. Vigàta en pleno, y en especial todo el que tiene cuentas pendientes con el estafador, se dispone a disfrutar la caída en desgracia de Salvatore Barbabianca, patrocinada por uno de sus rivales.

    No deja de ser una venganza vergonzante porque todos la disfrutan pero ninguno da la cara. Barbabianca y los suyos, por su parte, tienen que soportar el amago trago de la humillación.

El hilo de humo al que alude el título es el del carguero ruso al divisarse en el horizonte. Un hilo que para unos representa la esperanza y para otros el final. No es mal título como presentación de la obra entera de Camilleri, en la que las distintas miradas que admiten la realidad juegan siempre un papel fundamental.

Lo que he dicho hasta ahora más o menos lo explica la sinopsis. Si añadiera más datos destriparía la novela, así que me limitaré a decir que quien es mezquino acaba expresando su mezquindad de una manera o de la opuesta, según sean las circunstancias. Camilleri muestra que de la adulación a la traición el paso es tan pequeño como la dignidad de quien incurre en cualquiera de esos dos vicios. Una historia sobre la mezquindad, la vanidad y la cobardía que les es aneja y, también, con un final humano, porque queda claro que ya desde el principio de su obra Camilleri cuidó este extremo. Un toque final, el de Camilleri, que nos dice que aunque la realidad nunca cambia, a veces es posible escapar a ella gracias a eso que ahora se llama «justicia poética» y que en realidad a menudo consiste en dar una oportunidad a la casualidad para que traíga la suerte.

Encantado de haberlo leído.


Portada de la primera edición en España.
Destino. 1980.


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lunes, 22 de noviembre de 2021

Don Camilo. Un mundo pequeño – Giovanni Guareschi

 



Tanto y tan bien había oído hablar de Don Camilo que me ha sorprendido no encontrar lo que esperaba, sino algo muy por debajo y parecido a una secuencia de episodios, más o menos sin orden ni concierto, de Tom y Jerry, Pixie y Dixie o el Coyote y el Correcaminos.

    La obra comienza con una declaración de intenciones del autor expuesta con tres historias que nada tienen que ver con las de Don Camilo, donde se nos explica qué es ese mundo pequeño en torno a una parte de la ribera del Po y a su idiosincrasia. Y luego, principian estas.

No hay un argumento propiamente dicho, sino una serie de sucesos cronológicamente ordenados que transcurren en el valle del Po en Italia, a finales de los años cuarenta del siglo XX y cuyos protagonistas son dos machitos enfrentados, orgullosos, eternos rivales –a fin de cuentas, cada uno representa un tipo de poder y todo poder aspira a ser el único- fortachones y más brutos que un jabalí: el cura del lugar, don Camilo, y el alcalde comunista, Peppone. Dos individuos a un tiempo agudos en la valoración de otro y de la naturaleza humana, dispuestos a moler a palos a cualquiera y realizar todo tipo de barbaridades, pero con cierto sentido de la nobleza y del respeto al rival: se le puede moler a palos, pero no humillar; se puede machacar su ideología y a él como su representante, pero hay que respetar a la persona.


Sin embargo, Guareschi sitúa a don Camilo en un plano moralmente superior a Peppone, porque, aunque el sacerdote es un cabestro, tiene línea directa con Jesuscristo, que le habla desde el altar mayor. Obviamente, cuando tienes un jefe a un tiempo gran hermano y hábil guía acabas yendo con la docilidad de un corderito por el camino que te marca. Las correcciones divinas a don Camilo –muy parecidas a su conciencia- solo con cierto voluntarismo pueden tomarse como crítica a los excesos de la religión, porque el autor se cuida de elevar a Peppone solo lo necesario para que sostener el combate de egos y dignidades, ni un milímetro más, y la notable inteligencia que se le concede no es suficiente como para evitar, con el paso de las páginas, que sea reflejado como un forofo de ideales que mantiene más por la fe del fanatismo que por la razón, aunque se le otorgue un fondo noble.

Al final, dos fes enfrentadas de la que siempre sale mejor parada la de don Camilo, como si el mensaje subliminal del libro fuera «seas inteligente o más bestia que un arado, el verdadero listo es el que gana y aquí siempre gana el mismo, así que no seas tonto». O quizá, incluso, el mensaje puede ser «el más inteligente de los comunistas nunca estará por encima del más tonto de los curas». Tal es así que a menudo las «derrotas» de don Camilo consisten, simplemente, en renunciar a humillar a Peppone. Además, por si no quedara claro quién está en el lado «correcto», Guareschi hace desfilar una legión de «rojos» (en general presentados en forma de manada), que así los llama, que reniegan de Dios en público y acuden a él en privado.

Contrariamente a lo que pensaba, no hay motivo literario para resucitar este libro de humor simplón, aunque sí resulta interesante para viajar a otros tiempos y reflexionar sobre la razón de su viejo éxito: la necesidad de seguridad o, lo que es lo mismo, de sentirse en el bando correcto, necesidad acuciante en situaciones tan turbulentas como lo habían sido los treinta años anteriores en Italia; o como lo están siendo ahora, con revoluciones tecnológicas, geopolíticas, enormes mutaciones económicas y hasta pandemias. ¿Quizá por eso ha resucitado con Camilo? En época de dudas son tantos los que quieren sentirse en el bando de los buenos que el negocio de señalar buenos y malos siempre acaba por florecer.


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jueves, 4 de noviembre de 2021

Guía del autoestopista galáctico – Douglas Adams

 


 

              Publicada en 1979 (y en España en 1983), Guía del autoestopista galáctico es una muy buena novela de humor fundada en el previo serial radiofónico firmado por el propio Adams que tanto éxito tuvo que devino en novela.

              Y la novela, muchos años después, en 2005, devino en película, o más bien en peliculeja a la que esta edición de la novela dedica más de un tercio de las páginas, comenzando por un epílogo en tono de epopeya seguido de entrevistas a varios de los actores, como si la película hubiera sido «el» objetivo y, además, se hubiera alcanzado cum laude. No debido de ser el caso. No sé nada de cine, pero husmeando por ahí sospecho que nadie recuerda ya la película, que debió de ser una birria como cualquier otra. La novela, por suerte, sobrevivió, y el lector de esta edición puede, felizmente, ahorrarse el soporífero epílogo y el tostón siguiente.

              Douglas Adams escribió Guía del autoestopista galáctico a los veintitantos años, lo cual quizá explique lo osado de su humor, fundado en el absurdo y la extravagancia. La novela, tras un comienzo titubeante donde hay un exceso de gracias consistentes en dar demasiados nombres absurdos y pretendidamente ingeniosos, consigue encarrilar la historia mezclando lo normal, lo imposible, lo inverosímil y la extravagancia. El resultado (una mezcla con dos partes de humor inglés -que lo que menos toma en serio es lo solemne- y una de humor americano -basado en el exceso-, y es que Douglas Adams nació en Inglaterra pero trabajó en Estados Unidos) es de lo más entretenido y va ganando gracia y forma según avanzan las páginas, y lo que al principio no se sabe qué es termina siendo una novela de acción en un caricaturesco marco de ciencia ficción (conviene recordar que en 1977 se había estrenado La Guerra de las Galaxias, poniendo de moda el tema).

              ¿Cuál es el argumento?

              La Tierra, un planetita más en medio de un universo mucho más abarcable de lo que los ignorantes terrícolas creen, es demolida de modo rutinario para hacer una vía espacial. Uno de sus habitantes, Arthur Dent, un pelagatos cuya casa también estaba a punto de ser demolida, consigue salvarse gracias a un amigo que resulta no ser tan terrícola con él creía. A partir de aquí, y tras diversos problemillas debido al genio de ciertas razas de extraterrestres, acaban en contacto con un tipo que, además de ser el presidente del mundo intergaláctico a título de testaferro de fuerzas ocultas, es también un tipo con objetivos propios –y oscuros hasta para él mismo- en los cuales, y junto a otra terrícola llamada Trillian, se ven envueltos Arthur y su amigo hasta desembocar en un final movidito donde se plantean, caricaturescamente, las grandes cuestiones del ser humano: quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

              Un muy buen libro de humor del que, en esta edición y como ya he dicho antes, se puede prescindir del epílogo y de todo lo que innecesariamente sigue a este. Más que «se puede» yo diría «se debe», porque la novela vale bastante más de lo que debió de valer la peliculeja, y el epílogo solo habla de ésta última, como, insisto, si rodarla hubiera sido el gran objetivo del autor. Y no. Una cosa es que Adams estuviera dispuesto a llevar la obra al cine y otra que la película sea culminación de nada. De las motivaciones de Adams apenas se dice nada, y entre aprovechar y culminar hay una diferencia enorme que no debe contaminar la valoración de la novela. Además, Douglas Adams murió en 2001, bastante antes de que la película -sospecho que con más pretensiones de negocio que de arte- se hiciera.




lunes, 1 de noviembre de 2021

La anomalía – Hervé Le Tellier

 

 

                En el maremágnum de continuas novedades existe un riesgo más que probable de que La anomalía pase con mucha más pena de la gloria que merece. Es una magnífica novela no porque lenguaje sea así o asá, que es bien normalito, sino por cómo un planteamiento y un argumento sumamente originales consiguen atrapar la atención del lector de un modo casi violento.

                La anomalía comienza contando, en breves capítulos, primero la historia de un sicario tan eficaz como modélico en el resto de su facetas y luego la de un montón de gente que solo tienen una cosa en común: haber viajado de París a Nueva York en el vuelo 006 de American Airlines del 10 de marzo de 2021. Todos tienen vidas independientes, se dedican a cosas distintas, incluso viven o están cada uno en un continente. Desde un arquitecto de fama cuya pareja es mucho más joven a un cantante de rap, una abogada, el comandante el avión… Ahora bien, según van pasando las páginas el lector se da cuenta de que toda esa tropa comienza a tener algo más en común que no voy a desvelar para no destripar nada. Eso sí: el FBI anda por medio.

                Qué ha pasado, lo sabe el lector mediado el libro, y se queda tan perplejo como los personajes. Así que tampoco lo voy a destripar, pero sí voy a decir que las consecuencias de la anomalía son uno de los golpes de efecto más contundentes que recuerdo haber leído. Solo por él merece la pena el libro.

                Saramago, a veces, hacía un planteamiento inverosímil al inicio de un libro (la muerte deja de existir, todo el mundo se vuelve ciego…) y a partir de ahí elaboraba una historia que prometía más de lo que acababa dando y se acababa disolviendo en su propia imposibilidad de seguir adelante. Hervé Le Tellier de algún modo hace aquí algo parecido, pero mejorado: comienza escribiendo una historia normal, no se sabe si de misterio o negra, para llegar al punto donde la anomalía que le da título se manifiesta; pero a partir de aquí, a diferencia de Saramago, la novela no decae progresivamente, sino que cambia hacia el nuevo y necesario rumbo sin dejar de mostrar al lector un paisaje interesante y extremadamente sugerente.

                Una lectura muy buena, potente, de las que resulta complicado separarse hasta saber qué ha sucedido.






jueves, 28 de octubre de 2021

Ya sentarás la cabeza – Ignacio Peyró

 


 

              «Imita descaradamente a Pla, pero es muy bueno y te gustará», me dijo el amigo, forofo de la obra de Peyró, que me recomendó insistentemente leerlo. Peyró (1980), en los años que relata esta obra fue un joven periodista que, como tantos otros, fue dando tumbos de medio en medio, aunque en su caso los dio hacia arriba, lo cual tiene no poco mérito en tiempos de decadencia periodística. En general su labor se desarrolló en medios nítidamente significados en lo político; posteriormente fue redactor de discursos para diversos políticos de la derecha y miembro fundador de The Objetive; en estos momentos dirige el Instituto Cervantes en Londres. Lo cuento porque el subtítulo, «Cuando fuimos periodistas», deja claro uno de los temas del libro: los jugosos cotilleos, chismorreos, anécdotas e impresiones de quien tiene un compromiso intelectual consigo mismo que, a veces en conflicto con la sana costumbre de llegar a fin de mes, requiere de dosis de adaptación siempre disponibles para quien tiene cultura e inteligencia. Lo cuento, también, porque si en algún momento se es receptivo a la vida es en los inicios de cualquier actividad, en especial durante la juventud.

              Ya sentarás la cabeza es un conjunto de lúcidos recuerdos y reflexiones, ordenados cronológicamente por años, que abordan los primeros pasos del autor en el mundo del periodismo cultural y político. El humor, la ironía, el reírse de sí mismo, de las disputas internas en los medios –siempre en estado precario desde hace años-, del modo en que se manipula sabiendo que hay un público ansioso de tragarse lo que ni los mismos que lo cuentan se creen, las luchas de egos, la sumisión a los intereses del que pone la pasta, la fama de unos, de otros, las ambiciones de cada cual que no por modestas pueden ser menos poderosas (anda que no tira nada tener un empleíto)… todo esto, frecuentísimas visitas a bares y restaurantes con tintes legendarios –unos por lo que se cuece entre los clientes y otros por una sabrosa cocina más vinculada a la temporada y a la tradición que a las florituras- y vacaciones de reposo en Extremadura, todo esto, digo, se relata con una prosa con un deje hedonista, rica, precisa y elegante hasta para dar cuenta de cogorzas, digestiones dignas de una hormigonera y noches zascandileando.

              El humor cervantino, el humor como defensa que a través de la inteligencia convierte los sinsabores y las limitaciones en motivo de sonrisa, es uno de los dos pilares del texto. El otro es el lenguaje, tan amplio y bien usado que produce cierto rubor, cierta vergüenza ajena, por la inevitable comparación con lo que leemos habitualmente. Una obra que nos recuerda que el lenguaje es una fuente de belleza, riqueza y recursos expresivos y que empobrecerlo es empobrecer la comunicación. Comparados con Peyró, la mayoría de los escritores –en especial quienes tienen pretensiones de best sellers- se expresan con gruñidos.

              Debo dar las gracias al amigo al que he aludido al principio. Él me recomendó leer al menos un libro de Peyró. Luego el autor se ha recomendado a sí mismo, que es lo mejor que te puede pasar al leer. La prueba, que en estos momentos estoy leyendo Comimos y bebimos. Ya os contaré.



martes, 26 de octubre de 2021

La muerte en sus manos – Ottessa Moshfegh

 



Si quieres vivir una experiencia agotadora y agobiante en el interior del cerebro de una dama de setenta y dos años de lucidez más que dudosa, esta es tu novela. Aunque hay placeres mayores, claro, y sin salir de la literatura.

La protagonista de La muerte en sus manos es la dama en cuestión. Vive en un lugar apartado, en una caseta en medio de un porrón de hectáreas compradas a precio de saldo que incluyen bosques y un lago. Su única compañía es un chucho y su memoria, dedicada especialmente a su marido, un experto en algo que hace un tiempo murió de cáncer. A ese lugar se largó Vesta, que así se llama la dama, al quedar viuda. Las cenizas de marido en una urna se diría que constituyen el cien por cien de la decoración del nuevo y risueño hogar, donde Vesta lleva una vida metódica y solitaria.

La historia comienza cuando la buena mujer, paseando con su perro, encuentra en un bosque una nota que dice «Se llamaba Magda. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver.» Lo malo (o lo bueno, pensaríamos todos en su lugar) es que el cadáver no está por ninguna parte, pero la cocorota de Vesta no duda de su existencia y así, entre el miedo y la curiosidad, comienza a elucubrar y no se le ocurre mejor manera de «investigar» que suponer cosas sobre la tal Magda y sobre el autor de la nota. A fin de cuentas, siempre hay una posibilidad de acertar, y si esa eventualidad se da le será más fácil ir atando cabos.

Elucubrando, elucubrando, la historia tejida por la mente no muy sana de Vesta va formando una versión a un tiempo creíble e inquietante por la posibilidad de que sea cierta, lo cual se mezcla con los recuerdos de su difunto marido, que evoluciona de querubín a demonio a medida que cambia el humor o la angustia de su viuda.

Una lectura original, pero algo cansada por constituir el agotador seguimiento del pensamiento de una única persona sin apenas interferencias del exterior; un seguimiento además tortuoso, puesto que el lector debe acompañar la mente de la protagonista hasta determinar si es una mujer brillante o si tiene las entendederas así asá. Una lectura a medio camino entre la novela negra y el terror psicológico (bueno, terror, terror… dejémoslo en mareo incómodo con la advertencia de que el terror no es lo mío) cuyo final puede llegar a parecer tan desconcertante como el resto del texto.



martes, 19 de octubre de 2021

El método Catalanotti – Andrea Camilleri

 

 

(Serie Montalbano, 32)


              Al acercarse el final de esta fantástica saga, Andrea Camilleri ha tenido a bien terminar El método Catalanotti convirtiendo a Salvo Montalbano en el centro de interés de la siguiente novela. Un homenaje merecido para un personaje que ha compartido con el lector su vida desde la juventud hasta casi la jubilación. Justo es, para el personaje y los lectores, que Camilleri intente dar un final incontestable al comisario de Vigàta, enfrentándolo a sí mismo para dar respuesta a sus eternos temas pendientes, no sea que una caterva de advenedizos intente alguna vez resucitarlo con fines puramente mercantiles.

Pero no anticipemos nada, y menos elucubraciones, y centrémonos en El método Catalanotti, otra novela de la saga que a la vez que replica los tópicos de la anteriores –tan queridos por los lectores- vuelve a dar un ejemplo de imaginación. La capacidad de Camilleri para tejer historias aparentemente complejas y variadas es inmensa.

Catalanotti, permítanme que se lo presente, es el muerto. No es muy original encontrarse un fiambre en una novela negra, y quizá tampoco lo sean, por separado, los distintos ingredientes de esta, pero conseguir mezclarlos con éxito sí lo es. El título alude al modo de hacer las cosas del finado en una de sus aficiones: el teatro; lo cual, como anticipa el título, condiciona la investigación y sus resultados, además de permitir unas cuantas referencias cultas tan del gusto del autor. Por otra parte, un mozalbete es tiroteado al salir de la casa donde convive con su novia. Si ambos casos, en apariencia independientes, están relacionados o no lo sabrá quien lea la novela, y si al final piensa sobre el tema se preguntará lo mismo que yo: ¿ha jugado Camilleri a no ser Camilleri? Otro caso se mezcla: el «muerto no muerto», que descubre el subcomisario Augello al poner pies en polvorosa cuando aparece el marido de una de sus incontables amantes. Y, a todo esto, la investigación no corre mucha prisa y avanza a trompicones porque el comisario está bastante despistado por haberse cruzado en su camino una mujer por la que ha perdido su peculiar seso, que no el sexo, muy presente.

El método Catalanotti, ya lo he dicho, se diferencia en poco, en su estructura y modo de hacer, del resto de novelas de la saga, pero hay algunos aspectos que la empeoran: alguna relación entre situaciones evidente para el lector y no para los personajes produce una leve irritación, a lo que hay que añadir cierta sobreactuación «landiana» del comisario en temas amorosos, amén de que el modo de escribir «televisivo», sin duda heredero de la condición de guionista del autor, sufre en esta novela una excesiva aceleración que uno tiene la tentación de vincular al modo de escritura al dictado impuesto por las limitaciones de la edad, y es que cuando El método Catalanotti vio la luz en Italia Camilleri tenía ya 92 años. Más que dictar el libro que construía su mente, debió de dictar la película que veía en ella. El conjunto, siendo interesante y digna obra de la saga, da la impresión de haber descuidado un poco los detalles. Aunque para cuidarlos debía de estar Camilleri a esa edad. Bastante hizo con lo que hizo y con la dosis de humor extra un tanto payasete –quizá precisamente debido a la sobreactuación- que El método Catalanotti ofrece.


jueves, 14 de octubre de 2021

Volver a dónde – Antonio Muñoz Molina

 


 

              A mediados de marzo del 2020 el confinamiento estricto decretado para mitigar la propagación del covid-19 impuso a los más afortunados una nueva vida hecha de soledad, silencios, distancia y espacios vacíos. Aislamiento facilitado por la suspensión de toda obligación social. Para otros -los que más sacrificaron en beneficio de todos- impuso trabajo duro con permanente sensación de riesgo y en numerosos casos hacinamiento, nervios, degradación, paro, inseguridad y pobreza. Para los primeros fue también una oportunidad para la introspección, la reflexión, para la búsqueda de uno mismo a través del pensamiento, la lectura o la escritura, actividades que pudieron hacerse con una calma y continuidad imposibles hasta entonces. Sin embargo, en algún momento llegaría el momento de dejar ese mundo y volver. Pero volver a dónde. Primero, durante el confinamiento estricto y para huir de él, volver al pasado; a lo que fuimos y, sobre todo, a quienes nos acompañaron; y volver, tras el confinamiento, a la «normalidad» que, a la vista de la experiencia, ya no se vive igual ni inspira las mismas sensaciones y emociones.

              En esto transcurre esta especie de diario que es Volver a dónde, magnífica y enriquecedora obra que se lee con tanto sosiego como placer. Las anotaciones de algunos de los días del confinamiento estricto se alternan con las del momento posterior, verano y otoño de 2020, cuando se va recuperando una normalidad que ni es normal ni inspira los pensamientos del pasado; y todo esto se alterna, también, con los recuerdos de la infancia y las reflexiones que inspiran. ¿De qué habla Volver a dónde? De volver a donde no se puede volver: a un pasado, el de la generación del autor, cuyos recuerdos de infancia son los de unos modos de vida cuya memoria se extinguirá con quienes los vivieron, y volver a esa normalidad que costará volver a ver normal a la luz de tantas cosas buenas y malas como se vivieron durante los primeros meses de la pandemia: desde la solidaridad y el disfrute de los espacios recuperados para la vida de calidad, hasta la insolidaridad y la bárbara irresponsabilidad de quienes fueron capaces de mentir para aumentar el dolor y el sufrimiento y sacar tajada. Todo lo bueno y lo malo se hizo más evidente durante los peores meses de la pandemia, y la falta de anclaje derivado de la conciencia de lo irrecuperable del pasado provoca una intensa sensación de deriva que el autor intenta mitigar buscando certezas en su familia y sus costumbres, buscando arraigos en algo tan simple como sentarse en el balcón a ver y reflexionar sobre la vida con media copa de vino en la mano, rodeado de las plantas a las que no había hecho caso hasta marzo de 2020. Un gran viaje de ida y retorno hecho sin salir de un balcón en un lugar privilegiado de Madrid. ¿Volver a dónde? A uno mismo.

              Una escritura serena, limpia, profunda, contundente, más dolida que esperanzada y a la vez molesta y resignada por la influencia decisiva que sobre el porvenir tienen los peores vicios del ser humano: desde la ambición irresponsable de los políticos sin ética a la mortal irresponsabilidad de las cataratas de imbéciles incapaces de perderse una juerga.

              Si admitís un consejo, leedlo cuanto antes: cuanto más fresco tengáis el recuerdo de esos momentos que año y medio después parece ya tan lejanos, mejor.



lunes, 4 de octubre de 2021

Autodefensa de Caín – Andrea Camilleri

 

 

              Brevísima obra destinada a ser representada a modo de monólogo, que el propio Camilleri iba a interpretar –dice el prólogo- en las termas de Caracalla unos días antes de su muerte. El acto se suspendió debido al estado de salud de Camilleri. Una pena, porque además esos días estaba yo por allí, y también acudí a una representación en ese lugar maravilloso. Si Camilleri hubiera estado, no me lo hubiera perdido.

              Como toda obra destinada a la representación, la lectura puede dejar un sabor u otro en función de en qué tono se lea, del mismo modo que ese monólogo, puesto es escena, gana o pierde enteros en función del actor que lo realiza.

              Pero el fondo, que al final es de lo que se trata, es una reflexión sobre los orígenes del mal –no exenta de ironía y retranca- al hilo de su «fundador». O al menos de su fundador en la tierra, Caín, porque antes de que liquidara a su hermano Abel el monopolio del mal lo tenía Lucifer, pero el asunto no era de este mundo.

              Lo mismo las excusas que Caín pone sobre el comportamiento de Abel que las distintas versiones de su vida apoyadas en diversos textos y tradiciones, sirven al monologuista, Caín, para defenderse. ¿Y cómo se defiende? Como le resulta imposible el «yo no he sido» (es una lata que Dios lo vea todo) recurre a lo que todos los humanos: la «defensa propia» en el sentido más amplio de la expresión: la reacción a todo lo que nos hace hacer lo que hacemos.

              Una lectura brevísima y entretenida, de la que se puede sacar más jugo por las reflexiones que induce que por las que realiza.


lunes, 27 de septiembre de 2021

¡Guardias! ¡Guardias! – Terry Pratchett

 


               Divertidísima e intensa novela de acción que transcurre en el imaginario Mundodisco creado por Pratchett y en la que, a diferencia de en las anteriores, la magia juega un papel tan residual que bien puede afirmarse que ¡Guardias! ¡Guardias! es una novela «normal», pues casi todo transcurre con arreglo a las leyes naturales de nuestro mundo, al menos por lo que a los protagonistas más o menos humanos respecta; aunque el entorno, lógicamente, sigue siendo maravillosamente ilógico.

              Un grandullón criado en una comunidad de enanos es devuelto a su mundo enviado como guardia nocturno voluntario a Ankh-Morpork. La plantilla no es muy grande, con él cuatro personas, y el trabajo tampoco es complicado dado que el crimen está tan bien organizado que los guardias no llegan ni a elemento decorativo. Pero hete aquí que una organización secreta de las muchas que van por ahí tropezando entre ellas, los Hermanos Esclarecidos, o su jefecillo, algo anda tramando para hacerse con el poder en la ciudad. ¿Qué? Invocar a un bicho tan poderoso y terrible como extinguido. Un dragón.

              Zanahoria, que así se llama el protagonista, es un fortachón peligrosamente entregado a cumplir la ley tan al pie de la letra que es capaz de arrestar a un rayo por fulminar a un transeúnte (y es que está muy mal fulminar a nadie, aunque uno sea un rayo). Sus voluntariosos excesos y el modo en que sus compañeros tratan de apañarlos sirven para hacer una buena crítica a las prácticas del poder: desde sus pasadas de frenada a las razones de sus miradas hacia otro lado. Las peripecias de Zanahoria corren parejas a la de sus compañeros, entre los que destaca un capitán tan desengañado de todo que se ha dado a la bebida. Hay también una dama gigantesca, de la alta sociedad, entregada al noble arte de la cría de malolientes dragones de pantano. En medio, el flemático e inteligente mandamás depuesto, el aspirante a mandamás, un dragoncillo monumental y peligroso que se erige en mandamás y, de fondo, los cuentos del príncipe que se carga al ladrón y se casa con la princesa (siempre y cuando el dragón no se la haya papeado o la haya dejado irremediablemente mordisqueada).

              Una trama típica de lucha por el poder donde unos pelanas con los que nadie cuenta son llamados por la casualidad a solventar el desaguisado. Unos perfiles en el protagonista y sus compañeros, típicos también, en la que el voluntarismo del inexperto e ingenuo mocetón convive con la prevención de los gatos mil veces escaldados. Pero claro, estando en el Mundodisco, lo típico es solo una excusa para disfrutar de la fantasía y la imaginación aplicadas al humor. Esa es la esencia de Pratchett y en esta obra de disfruta de principio a fin de un modo muy constante y con una estructura de la narración muy ordenada, sin titubeos ni disertaciones que diluyan la acción.

              En ¡Guardias! ¡Guardias! apenas encontramos personajes de las novelas anteriores: solo el patricio, que así llama, en minúscula, al mandamás del lugar, el orangután bibliotecario de la Universidad Invisible y, también, encontramos alguna aparición fugaz de alguien que, desde Mort, se ha ganado del cariño de todos los lectores por su ironía y buena fe: la Muerte.

Una historia divertida por lo insólito de las situaciones, por las corrosivas críticas a las debilidades del ser humano y, en especial, a la pasión por el poder y a las relaciones de poder; una novela muy meritoria y divertida, también, por la naturalidad con la que Pratchett mezcla lo humano y lo fantástico y, también, los elementos medievales con los modernos: el lector no sabe donde está ni por qué las cosas son como son, pero no le extraña está donde está ni que pasen las cosas que pasan. Para quienes hayan leído otras novelas de la saga, una historia deliciosa.

 

jueves, 23 de septiembre de 2021

La doble muerte de Unamuno – Luis García Jambrina y Manuel Menchón

 


 

              Miguel de Unamuno, posiblemente el escritor y pensador español más conocido e influyente de su tiempo dentro y fuera de nuestras fronteras, murió dos veces. Una, físicamente, la tarde del 31 de diciembre de 1936 en Salamanca. La otra muerte había comenzado antes, y aún, de algún modo, se sigue produciendo: me refiero al modo en que su legado intelectual, tan importante para él, ha sido silenciado y tergiversado a través de la manipulación de su figura y de la confusión intencionadamente creada en torno a ella. De esas dos muertes habla esta obra que no pretende ser un ensayo sino, simplemente, hacer pensar.

              Lo más llamativo parece, en teoría, lo primero: la muerte física, producida en la Salamanca dominada por los sublevados. La versión oficial, que nunca nadie se preocupó en contrastar, habló de una muerte repentina. Sin embargo, los autores bucean en las circunstancias de aquel día y de los meses anteriores no para dar una versión alternativa, sino para sembrar, eficazmente, la duda sobre la versión oficial. ¿Por qué dudar?

              -Porque Unamuno había dicho varias veces, incluso por escrito, que temía ser asesinado a manos de los sublevados.

              -Porque éstos, que vendían una imagen de él como afecto al régimen (ya que en los primeros momentos había considerado deseable un golpe de Estado) no querían que se conociera la opinión a la que pronto había mutado Unamuno y que no se hartaba de repetir allí donde le dejaban: que los sublevados eran una tragedia para España, que se estaban comportando como asesinos y aprendices del fascismo de Mussolini.

              -Que, debido a la repercusión mundial que había tenido el asesinato de Federico García Lorca, era razonable que los sublevados, si decidían asesinar a Unamuno, no quisieran que su muerte pudiera atribuírseles.

              -Porque Unanumo murió sin otra compañía que la de una extraña visita, la de un joven falangista al que no le unía ninguna relación y que, en esa fecha tan extraña, la tarde del 31 de diciembre, fue a verlo.

              -Porque las versiones de ese joven, Bartolomé Aragón, ofrecen puntos oscuros, contradictorios y visiblemente reelaborados que no acaban de encajar con algunas de las cosas que sostuvo la familia de Unamuno, la cual llegó enseguida.

              -Porque la causa de muerte que se señaló por el médico que intervino era imposible de determinar sin una autopsia, que nunca se llegó a realizar.

              -Porque no es posible saber si las evidentes contradicciones y reelaboraciones de Aragón tratan de enmascarar algo, son simple fruto de una memoria tan alterada por el shock que después hubo de reconstruir sus propios recuerdos o son consecuencia del miedo a ser sospechoso de algo plausible pero que en realidad no pasó.

              Pero es que, si pasó o no, nunca lo sabremos, aunque bueno es plasmar las dudas.

              La segunda muerte, es la más dolorosa. Como bien dicen los autores, Unamuno no fue un escritor que construyó una obra, sino que se construyó a sí mismo a través de su obra. Su obra, por tanto, estaba llamada a hacerlo perdurar más allá de la muerte física.

              ¿Cómo se produjo esa segunda muerte?

              Como ya he dicho, en un primer momento Unamuno fue partidario de la sublevación.  Esta opinión, sin embargo, le duró poco, y ya en el verano de 1936 no dudó en expresar por escrito opiniones de tal contundencia que no podían dejar lugar a dudas: calificativos como «asesinos» no las dejan; como tampoco las afirmaciones de que temía ser asesinado. Su voz, sin embargo, había sido acallada: vivía en una suerte de arresto domiciliario, no le dejaban conceder entrevistas, salvo supervisadas, y todo lo que salía en papel de su casa estaba sujeto a censura; y, sabiéndolo, aún tuvo arrestos llamar mentiroso por escrito al director del ABC de Sevilla –la versión sublevada del diario- o, sobre todo, de protagonizar el célebre encontronazo con Millán Astray el 12 de octubre de 1936, hecho sobre el que mucho se ha fabulado y sobre el que este texto permite hacer bastante luz.

              Dado el prestigio nacional e internacional de Unamuno, los sublevados airearon a diestro y siniestro su inicial apoyo al golpe, y por los mismos motivos silenciaron con igual celo su radical rectificación. De resultas, Unamuno quedó como un traidor para el resto de España y tampoco quedó como un héroe para los sublevados, porque las élites sublevadas, que habían llegado a conocer las brutales críticas de Unamuno porque se las había espetado en los bigotes, una vez cumplida la parafernalia –hasta en el funeral- de fingir que Unamuno era de los suyos, procuraron dejarlo en el olvido. Y las décadas comenzaron a pasar.

              De esta manera es como la figura de Unamuno quedó en la historia en una posición tan incómoda que, en una sociedad donde la división de la guerra civil aún es tema recurrente, no ha habido manera de respetar ni de dar conocer a fondo su inmenso legado intelectual: ni la izquierda ni la derecha se han puesto internamente de acuerdo en si Unamuno fue afín o traidor a sus planteamientos. Y (esto es cosecha mía), tal y como es la política actual se le considerará afín a una cosa u otra en función del fin que persiga quien esgrima cualquiera de sus argumentos.

              Una pena, habida cuenta de la inmensa talla intelectual de Unamuno. Un español que optó al premio Nobel de Literatura el único año que quedó desierto sin mediar una guerra. La causa, al parecer, fueron las presiones alemanas (el libro reproduce algún documento al respecto) pues Unamuno –con una clarividencia que ahora nadie duda- había calificado a Hitler de peligroso demente. 


lunes, 20 de septiembre de 2021

Sin plumas – Woody Allen

 


 

                Sin plumas, se titula el invento. Si el desplumado es el lector, alguno de los personajes o el propio autor, lo sabrá quien lea esta cosa.

                Sin plumas y, en esta ocasión, sin demasiada originalidad. O con excesiva, según se mire. Uno de los méritos y deméritos de Woody Allen es que jamás ha parado de trabajar, con lo que su producción es ingente, pero con frecuencia repetitiva. Es lo que sucede en esta «recopilación» que bien puede llamarse «refrito», donde el lector encuentra dos obras de teatro de un solo acto -que a mí se me han hecho pesadas- y un montón de cosas y cosillas inclasificables. Todas tienen en común un humor que más que basarse en el absurdo lo hace en el disparate, un humor buscado a base de traer a colación ideas que nada tienen que ver con el asunto central, y ya está; ideas e imágenes intencionadamente prosaicas en medio de un tema supuestamente trascendental. Apenas intenta uno elevarse a los temas trascendentales se le carga con el lastre de alguna estupidez terrena –cuanto más extravagante, mejor- para hacerlo regresar a la tierra con cara de tonto. Bien de vez en cuando; mal cuando el recurso se utiliza constantemente, como ocurre en este librito que solo puede publicar un autor consagrado, porque a cualquier novato que se pretendiera publicar un batiburrillo de sobras no habría editorial que no lo mandara al diablo; en cambio, a los famosos se aplica el mismo dicho que a los cerdos: de ellos se aprovecha todo, con plumas o desplumado.

                Allen, que en muchos puntos es genial y cuya autobiografía es un pedazo de libro que el año pasado recomendaba yo por aquí, exhibe en Sin plumas el humor que acabo de decir y que no sé si llamar «norteamericano», porque solo lo he visto usado por estadounidenses. La «gracia», además, no está en cómo de ingenioso es el disparate sino en cómo de estrambótica es la ocurrencia. Quizá los norteamericanos se rían mucho con ese tipo de cosas; a mí, en cambio, la primera vez me sorprende y las siguientes me producen la sensación de humor fallido.


jueves, 16 de septiembre de 2021

Bendita calamidad – Miguel Mena

 


 

                Publicada por primera vez en 1994 en Mira Editores, mi ejemplar es de la decimoquinta edición en Alba, lo cual da idea del modo en que ha perdurado esta novela breve escrita cuando en autor andaba en la treintena.

                La calidad literaria de Miguel Mena es indiscutible en obras como Alcohol de quemar. En Bendita calamidad se nota su juventud y que está dando sus primeros pasos literarios, porque la escritura es menos profunda, más informal, menos trabajada aunque con un lenguaje desenfadado y alegre, luego si por algo ha pervivido el libro es por la historia que narra y el tono: el divertido secuestro por error del obispo de Tarazona, la huida de secuestradores y secuestrado en una especie de «road movie» y la trama que se mezcla y acaba conduciendo al desenlace. En el fondo, es un planteamiento tan manido en el cine que no es extraño que la novela se transformara en película con facilidad, así que, ¿dónde está el mérito? ¿Cómo es posible que con un planteamiento más o menos tópico y con un modo de expresión aún lejos de las cotas que ha alcanzado posteriormente el autor, Bendita calamidad se sigua editando y leyendo? En mi opinión, la gracia de los diálogos, la naturalidad con que se expresan los personajes, dota de verosimilitud a una historia que no pretende ni puede ser realista. Ese es el gran mérito. Los cabreos y dudas de los secuestradores son una delicia, lo mismo que la mala sombra del obispo, un tipo listo que sabe meter cizaña y sacudir una y otra vez, con retranca y socarronería, en la línea de flotación de quienes pronto ha comprendido que son unos pobres diablos. Unamos a eso que la idea para dar fin a la huida es verdaderamente brillante, y el paseo que se da al lector por una zona poco conocida, pero de la que se dan detalles para descubrir lugares interesantísimos. El conjunto permite una lectura amena y rápida, donde se sonríe con frecuencia, y que deja el buen sabor de boca de las comedias trabajadas.

                El narrador, no imparcial, utiliza la ironía para situar al lector en la distancia correcta, de modo que resulta imposible, y se agradece, tomar la historia como algo distinto a lo que es: un divertimento en el que el lector se apresta a entretenerse con las peripecias de los protagonistas, y no a sufrir con ellas.

                Por último, no hay que perder de vista las numerosas collejas que se dan al oficio periodístico, en el que el autor ha destacado, aunque entonces todavía estaba empezando.



lunes, 13 de septiembre de 2021

Los amores difíciles – Italo Calvino

 

 

                Los amores difíciles no se cuentan entre las grandes obras de Calvino, lo cual no quiere decir que no merezca la pena leer este libro con un conjunto de relatos dividido en dos partes. La primera, titulada Los amores difíciles, contiene trece relatos breves donde los problemas en torno al establecimiento de la comunicación es lo esencial. La segunda, La vida difícil, contiene dos relatos que poco tienen que ver con los anteriores, aparte de implicar una «vida difícil» en convivencia; uno de ellos puede resultar particularmente asquerosete para algunas personas.

                La calidad salta a la vista por el rigor y eficacia con que se usa en lenguaje y la claridad de la exposición, sin titubeos, paja, ni saltos al vacío. Pero la intensa corrección formal no es lo que más llama la atención. La clave, aquello por lo que el lector recordará esta obra, es el nexo de unión entre los relatos: las dificultades de comunicación, la dificultad, a veces la imposibilidad, de tender puentes en el amor, bien para iniciar una relación, bien para mantenerla. En muchos de los relatos dos partes parecen dispuestas a encontrarse, pero son incapaces de hacerlo. Otras uno cree estar acercándose, pero equivoca el camino o, simplemente, la interpretación de la voluntad del otro. ¿Por qué? Eso es lo que el lector debe averiguar reflexionando sobre cada historia. A veces hay errores en la interpretación de las señales; a veces lo que falla son los tiempos; en otras parece existir una especie de «miedo o pereza de fondo» que hace dar un paso atrás en el momento clave, como si lo interesante no fuera llegar sino comprobar si uno es capaz de hacerlo.

                Una lectura para ratos perdidos que, aunque me ha gustado, seguramente lo hubiera hecho más de haber podido realizarla en momentos más favorables.