En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Moscas – Agustín Pery

 


 

                En el grupo de amigos que de vez en cuando compartimos libros, alguien me ofreció esta novela estimulándome a leerla con la siguiente alabanza: «Es corta». Laconismo que, en nuestra jerga, significa: «Es una novela que ni fu, ni fa, pero con la que se puede ocupar un rato tonto». El rato llegó tras leer varias muy buenas novelas.

                La crítica era acertada. Y el contraste con esas lecturas anteriores no ha hecho sino acentuar la impresión.

                Dice la solapa que el autor fue director de El Mundo en Baleares hasta 2013, y que al frente de su equipo destapó varios casos de corrupción. Con esa presentación y a la vista de la sinopsis, que sitúa la acción en Mallorca en entornos corruptos, esperaba algo distinto a lo encontrado.

                Moscas, con el decorado de una sociedad pueblerina y caciquil, es un desfile de personajes estereotipados, comenzando por el protagonista, un inspector de policía grosero en todo momento y brutal cuando puede, que se regocija por ser tan cabestro y contagia su zafiedad al resto de personajes y, por extensión, al narrador cuando pone pensamiento indirecto a todos ellos, e incluso más allá. Mal andamos cuando la fuerza de los personajes nace casi exclusivamente del uso de términos soeces y su jerarquía literaria y hasta moral del ingenio con que los usan.

También son arquetipos las mujeres «tremendas» (en la terminología del narrador), por ejemplo, la jueza o la esposa de uno de los personajes; bellezones, todos, que no dudan en usar su palmito para nublar las entendederas del personal; bellezones, algunos, siempre dispuestas a usar la cama para convertirse en mantenidas de los también típicos malos malísimos, nuevos ricos sin escrúpulos obsesionados por el lujo y por esas señoras «tremendas». Aunque, como es tristemente previsible cuando reina el estereotipo, el malo más malo es además rico riquísimo pero no practica la ostentación, lo cual demuestra su «astucia».

Hay también, pero de nuevo solo de decorado, buenos buenísimos: los pobrecitos que ven cómo los trepas político-empresariales engordan a costa de su honradez mientras las autoridades miran hacia otro lado no sea que alguien les mueva el sillón aprovechando sus debilidades; sin embargo, afortunadamente, quedan ciertos funcionarios intachables e irreductibles: cuatro gatos que, a pesar de sus acomodaticios y débiles jefes, y con cierto punto de fervor heróico tan mal dibujado que rozan lo tonto, luchan, campeadores, contra los malos.

Para terminar, en el culmen de los estereotipos, ciertas alusiones no justificadas por la trama permiten adivinar al fondo los políticos chupasangres, que replican punto por punto a esos nuevos ricos, pero con las ínfulas que da el poder.

                Cierto es que la realidad patria nos ha deparado un ingente número de corruptos que, a fuerza de papanatismo e ignorancia han imitado los estereotipos con gran y patético éxito, pero no por eso la novela es original ni interesante para una historia que comienza con el asesinato de un periodista que investiga la corrupción balear sin que su muerte suponga ningún «misterio a resolver», pues casi de inmediato conocemos al responsable y la suerte que corre;  el centro de atención queda entonces en una especie de limbo, y en él se mantiene la acción, dando tumbos de una escena a otra, entre fresco y fresco, sin llegar ni a centrar el objeto de la historia ni a generar curiosidad, aunque si el lector se esfuerza advierte que la novela consiste en un recorrido museístico por personajes y prácticas que oscilan entre lo inmoral y lo ilegal, y en el crescendo sobre cuántos malos hay hasta en un pequeño y provinciano mundo y cuántas maldades comenten. Sin embargo, cuando se aclara de qué iba la novela se comprueba que el crescendo no era tal, y se desemboca en un final artificialmente sorprendente, pobre, infundado, irreal y falto de verosimilitud; todo se deshilacha, el meollo era un meollín porque no hace falta hilar fino cuando el final te lo vas a sacar de la chistera. Pese a lo sugerido por la sinopsis y los galones de la solapa, se deja en paz a los verdaderos protagonistas de la corrupción para limitar la novela a una poco ordenada exhibición de groserías y violencia truculenta, con algunos personajes secundarios cuya presencia y papel tiene menos que ver con la historia que con lo que a continuación voy a decir.

                Algo ajeno a la literatura ha reforzado la valoración que hasta ahora he hecho de esta novela: pasada la mitad de la lectura me topé con un personaje claramente inspirado en una persona que conozco y que ejerce una profesión que difícilmente yo podría conocer mejor. Ambas cosas me permiten decir que la figura y andanzas del personaje (bueno, buenísimo) evidentemente son fruto de una desinformación interesada a mayor gloria de sí mismo y, por tanto, en inevitable detrimento de otros. Si el autor fue consciente de esa desinformación o no, lo ignoro, pero me ha resultado imposible no sentir la impresión de que también otros personajes secundarios serán hasta algún punto trasuntos de personas reales y de que el maniqueísmo simplón con que todos son presentados es una forma de usar la ficción para ajustar cuentas no con los crímenes investigados, sino con aquellos a quienes un periodista tiene algo que agradecer o reprochar. Mira a quién trata bien un periodista, y conocerás sus fuentes.

                Aunque ajustar cuentas propinando o regalando estereotipos a la vez que se escatiman o regalan páginas al margen de que el fulano pinte o no algo en la trama, casi inspira ternura, y lo que claramente no inspira es interés alguno, ni siquiera a título de chismorreo.

                Seguramente otros lectores tendrán otra visión. Yo puedo haberme equivocado en mis apreciaciones, claro, pero son las que me ha producido esta novela, y uno lee para otra cosa.

Llegado a este punto, solo me queda volver al principio y disculparme: la crítica de mi amigo fue, sin duda, mucho más breve y mejor que la mía. 



jueves, 26 de noviembre de 2020

El club del crimen de los jueves – Richard Osman

 


 

                Richard Osman es uno de tantos escritores sobrevenidos a quienes la fama televisiva ha abierto fácilmente un hueco en la industria editorial, lo cual no significa necesariamente que como escritor sea un petardo, pues la novela ha llegado a países donde nadie sabe quién es Richard Osman. Otra cosa es si lo ha hecho por sus méritos literarios o comerciales, amparado en haber sido un best seller en otro sitio y sin especificar los motivos.

                Pese a que la trama es compleja y en lo inesperado de los giros se ve que ha sido intensamente trabajada, me ha parecido una novela ñoña, como esas películas que no sé si se siguen programando a las cuatro de la tarde en las televisiones. El club del crimen de los jueves está protagonizada por unos cuantos abueletes más o menos bonachones, a quienes, como recurso cómico, se les presenta unas veces como ingenuos y otras como intrépidos. ¿A que os suena? También, claro, hay uno algo gruñón. ¿A que también os suena? En consecuencia, así como la trama está bien estructurada (aunque la primera mitad de la novela sea demasiado lenta), los personajes parecen caricaturas y, salvo alguna excepción, carecen personalidad (o de algo distinto a la copia de personalidades de las peliculitas esas).

                ¿De qué trata El club del crimen de los jueves?

                De que en una especie de urbanización-centro asistencial donde viven más o menos tan ricamente un montón de jubilados, hay cuatro de ellos que, cada jueves, se dedican a recapacitar sobre crímenes no resueltos. Una afición como cualquier otra dirigida por una jubilada sobre cuyo pasado el lector hubiera agradecido saber algo más. Ocurre que un buen día es liquidado un empresario socio del dueño del tinglado, y esta buena gente comienza una investigación sui generis con cierto tira y afloja de intercambio de información con la pareja de policías que se encarga del caso. A partir de aquí, y con la intervención de unos cuantos secundarios no menos relevantes que alguno de los cuatro, se inicia una exposición de sospechosos y sus motivos, y la acción avanza descartando a unos e incluyendo a otros, al tiempo que aparecen más cosillas a investigar; todo jalonado con numerosas situaciones algo traídas por los pelos y con demasiadas concesiones a la sensiblería entre los años de todos, las defunciones de algunos y las graves enfermedades del resto, porque en semejante jardín de infancia nadie va a mejor.

                Una buena trama, pero una novela fallida por la falta de verosimilitud (que no es lo mismo que realismo) y por el abuso de situaciones y perfiles machaconamente exhibidos en las «películas de las cuatro de la tarde». Como novela de humor no llega, y como novela negra no acierta. Esperaba bastante más, aunque no sé por qué.



lunes, 23 de noviembre de 2020

Los niños del Borgo Vecchio – Giosuè Calaciura

 


 

                Se puede crear belleza con la prosa. Es lo que hace Giousè Calaciura con esta historia dura, melancólica y poética con trazas de realismo mágico que le sirven para iluminar los mitos de los pobres, como el mito de Totò, el ratero capaz de huir con la velocidad del viento y  a quien todos guardan una reverencial admiración porque, como el mundo sabe en el Borgo Vecchio, el paupérrimo barrio de Palermo, Totó siempre lleva una pistola oculta  en el calcetín.

                Totò, el ratero al que nadie le recrimina serlo, porque de algo hay que vivir, acaba enamorado de Carmela, una prostituta que trabaja en su piso del Borgo Vecchio, tan diminuto que, cuando vienen sus clientes, su hija Celeste debe quedarse en el balcón, así llueva o haga sol. ¿Y allí quién la contempla desde la calle? Un chaval de su edad, Mimmo, cuyo inseparable amigo, Cristofaro, sufre a diario las palizas de un padre borracho hasta que, como todo también el mundo sabe, llegue el día en que en una de ellas Cristofaro muera. Y allá van todos los personajes, con anhelos tan potentes como evitar una paliza, que alguien te haga caso o casarte pudiendo llevar unos zapatos nuevos.

                Dura, con alguna pincelada de humor tan tierna que se transforma en belleza, Los niños del Borgo Vecchio es una historia a la vez amarga y deliciosa, que se lee en poco tiempo y que, a su conclusión, demuestra con qué poco se construyen los mitos. Precisamente por eso es a la vez una denuncia y un canto a la fuerza de la ilusión.



viernes, 20 de noviembre de 2020

En compañía de extraños – Robert Wilson

 

 



                A pesar de estar publicado en la «Serie negra» de RBA, En compañía de extraños es una novela de espionaje, género del que nada puedo decir porque, si leí algo en un pasado remoto, se ha borrado de mi memoria. Sí puedo decir que no me extraña que haya amantes de ese género donde nada es lo que parece y todo el mundo anda engañando al resto, donde quien no es un simple espía es un agente doble, de modo que cuando todo son apariencias y nadie puede fiarse de nadie, hasta los más conocidos son extraños. De ahí el título.

                La novela, interesante y de buen ritmo, con tres o cuatro emocionantes acelerones en la acción, cuenta sucesivas historias para acabar contando solo una: la de los dos personajes protagonistas, la joven y bella inglesa Andrea Aspinall y el alemán Karl Voss, siempre fiel a la memoria de su familia.

                La primera es tan solo una muchacha recién entrada en la mayoría de edad cuando, tras una somera preparación, es enviada como espía, en 1944, a Portugal. Allí, entre un inmenso lío de agentes de todos los países que intentan captar información lo mismo sobre la carrera atómica que sobre cualquier cosa que afecte a la guerra, vive quince intensos y violentos días que cambian para siempre su vida, con el telón de fondo de la dictadura portuguesa. Una de las personas a las que conoce entonces es  a Karl Voss, un alemán que ha llegado a Lisboa gracias a la habilidad con que, en beneficio propio, ha sorteado algunos problemas en el entorno más directo de Hitler y que se siente deudor de todo lo que el nazismo ha provocado en su familia: un padre, militar, caído en desgracia, y un hermano enviado al frente ruso.

                El libro tiene tres partes. La primera es la más larga, y narra esa época en Portugal.

                La siguiente da un salto temporal hasta los años sesenta, en la que los protagonistas, ya cuarentones, han debido reciclarse en función de los avatares personales y profesionales de cada uno, para acabar ejerciendo su trabajo –por unas motivaciones u otras- en plena guerra fría. Cambia el entorno: Londres y Berlín Este, capital de una República Democrática Alemana en la que empezaban a pasar cosas, como ilustra el pintoresco mecanismo usado por Erich Honecker para sustituir a Walter Ulbritch al frente del Partido Socialista Unificado de Alemania. Un entorno, el de la Alemania del Este, asfixiante y peligrosísimo por el control de la Stasi y por el papel en la sombra del poder ruso en las intrigas por el poder.

                La última parte, con los protagonistas ya ancianos, trascurre en los años 80 y primeros 90 del siglo XX, cuando la caída del muro acaba con décadas de una situación a la que han dedicado lo mejor de su vida. Es momento de hacer balance, de comprobar si realmente se ha perseguido lo importante o si se ha errado al determinar qué lo era. Es, también, el momento de que la historia culmine. Y lo hace con un final contundente y amargo que redunda en la importancia de los motivos personales.

                Intensa, interesante y, para mí, novedosa por lo que al principio he señalado. Una novela que tiene mucho en común con otras tan ajenas al espionaje como Los puentes de Madison County, en la que «solo fueron cuatro días, pero valieron por toda una vida». En esta novela fueron quince, y ninguno completo, aunque también valieron por toda una vida. Una de esas historias que hace pensar que la vida no son años, sino unos pocos momentos, unos pocos días. Quizá unas pocas horas.



lunes, 16 de noviembre de 2020

Sobre los huesos de los muertos – Olga Tokarczuk

 


 

                Olga Tokarczuk (nacida en Polonia el 29 de enero de 1962), recibió en 2019 el Premio Nobel de Literatura correspondiente a 2018.

                Lo único que he leído de su obra ha sido Sobre los huesos de los muertos, novela que sorprende más tras el Nobel, premio más asociado a la narrativa que al género negro; novela que sorprende, también, porque su maestría y elegancia en el uso del lenguaje y de ciertos recursos expresivos proclaman la pobreza de la mayoría de la novelas del género, a las que por costumbre les perdonamos la sustitución de la falta de cuidado literario por la simple corrección formal, a cambio de que nos cuenten una historia entretenida.

                Janina Duszejko, que aborrece su nombre de pila, es una ingeniera retirada que da clases de inglés en un montañoso pueblecito polaco cerca de la frontera con Chequia; aunque, más bien, es una de las escasas habitantes de un puñado de casitas que solo se pueblan en los escasos meses en los que la nieve y el hielo no lo invaden todo.

                Janina, a medida que la novela avanza, parece una vieja loca: no cesa de escribir cartas a la policía y a todo el que se pone a tiro exigiendo medidas, entre extravagantes e imposibles, vinculadas al cuidado de la naturaleza, y, en lo que parece el colmo de su obsesión, envía varias misivas avisando de la sobrenatural explicación para ciertos accidentes producidos en la zona, que han tenido como víctimas, invariablemente, a personas poco respetuosas con el medio ambiente y, en especial, con esos animales para los que la frontera entre Polonia y Chequia simplemente no existe. Los animales, según ella, se están vengando del ser humano.

                Según pasan las páginas, sin que, a diferencia de las novelas legras convencionales, el lector tenga noticia de investigación alguna oficial o extraoficial, las rarezas de la protagonista, las idas y venidas de algunos secundarios –todos preocupados por la alarmante cantidad de muertes en un entorno tan pequeño- y lo que se va mostrando de las víctimas, conducen a un desenlace inesperado casi hasta el mismo instante en que se produce.

                Una novela que entretiene con calidad literaria y que, por exposición de extremos, invita a reflexionar sobre la relación con la naturaleza y sobre la naturaleza de la culpa.



viernes, 13 de noviembre de 2020

Un amor – Sara Mesa



 

                Una novela tan buena como agobiante, en la que todo sucede en la mente de la protagonista, hasta el punto de que la narradora nos cuenta la realidad a través de los ojos del personaje, siempre con un lenguaje certero, rico y claro.

                Nat, una joven traductora, llega a un diminuto y ficticio pueblo como consecuencia (al menos en apariencia) de lo que claramente parece una derrota personal: o ha abandonado su anterior mundo, o su anterior mundo la ha abandonado a ella; con pinta de no tener un céntimo, acaba de inquilina en una vivienda horrorosa a la que solo ha encontrado un atractivo: no ha encontrado otra más barata. Su inmediato interés en tener un perro proclama su soledad, pero el chucho que le regala el casero se parece demasiado a la propia Nat: un perro esquivo, al que nadie sabe muy bien qué le ha pasado ni cómo tratar, y con problemas para relacionarse con los demás.

                Y en ese nuevo entorno, Nat se encuentra… con el entorno. En él unas cosas son más o menos hostiles (como el casero, un hombre avaro, prepotente e irrespetuoso), otras son amigables y otras van a su aire. Sin embargo, desde la perspectiva de Nat todas tienen algo en común: no hay manera de que alguien diga o calle algo, o haga u omita, sin que ella lo interprete de la peor forma posible. De ahí al agobio, el viaje es instantáneo. Nat es insegura, espera que sean los demás quienes la juzguen y no deja de ver juicios en todos los actos y omisiones de quienes la rodean; sin embargo, como es lógico, ellos están a otra cosa: a vivir su propia vida.

                Y, sin embargo, pese a la constante imagen de «pobrecilla», la situación de Nat tiene mucho de elección propia.

                Sobre la historia planea una duda: ¿hasta qué punto el modo de ser de la protagonista es particular del personaje y hasta cuál es fruto de los roles entre sexos? La pregunta es legítima, pues la mayoría de los secundarios son hombres y cada uno tiene un papel distinto, aunque, en conjunto, cubren un amplio abanico de conductas poco edificantes: el hombre abusón, el protector (y, por tanto, juez) y el simplemente egoísta. La interpretación que se dé sitúa la novela en planos muy distintos.

                Pero, sea cual sea la carga de denuncia que pueda atribuirse a la novela, Un amor es la historia de «autoenvenenamiento», porque según pasan las páginas es más evidente el deterioro de los pensamientos de Nat y hasta qué punto son ellos los causantes de su desazón. A fin de cuentas, nadie puede pensar por ti, y, al final, solo queda darse un buen tortazo, pues es así como a menudo se reacciona. Si es el caso de Nat, lo sabrá quien lea esta muy interesante novela.

                Una novela que pretende hacer Literatura, con mayúscula, y que en gran medida lo consigue. Una novela que cuenta mucho en pocas páginas, y que apunta alto. Es la primera obra que leo de Sara Mesa, que evidentemente es una gran escritora. No será la última.   



lunes, 9 de noviembre de 2020

Enterrad a los muertos – Louise Penny

 


 

                Como no todas las novelas protagonizadas por Armand Gamache están traducidas y no sé si todas transcurren o no en Three Pines, enterarse de por dónde va la saga puede ser complicadillo, pero si el lector sigue el orden de lectura derivado de las reseñas de este blog, que es también el de su publicación en España, saldrá con bien, al menos hasta esta novela, que solo podrán disfrutar plenamente quienes hayan leído Una revelación brutal. Leer las novelas en orden es necesario en esta ocasión.

                Enterrad a los muertos es una muy buena novela de intriga en la que se mezclan tres historias que oscilan entre lo interesante y lo apasionante.

                La primera, el inmenso desaguisado del que Gamache se siente responsable tras una fallida operación que vamos conociendo a través de los recuerdos del propio jefe del Departamento de Homicidios de la Sûreté du Québec y de los de su mano derecha, el joven inspector Jean Guy Beauvoir. La segunda, cómo las dudas que sobre sí mismo tiene ahora el protagonista le llevan a replantearse su actuación en el caso precedente, ocurrido en Three Pines. Y la tercera y mollar, que en Quebec, donde se ha refugiado en casa de su antiguo jefe para reponerse anímicamente del tozolón, Gamache acaba colaborando con la policía del lugar para desentrañar el extraño asesinato, en los sótanos de una venerable y trasnochada institución anglosajona, de un pintoresco francófono, con fama de arqueólogo loco, obsesionado con la búsqueda de la tumba de Samuel de Champlain, fundador de Quebec.


Samuel de Champlain

                En el acogedor ambiente, típico de esta saga, de frío, nieve y viento que azota las ventanas tras las que los personajes se acomodan en estupendos sillones frente a chimeneas encendidas, las tres historias se entrecruzan ofreciendo al lector una macedonia atractiva: misterios históricos; una interesante visión del enfrentamiento entre angloparlantes y francófonos, con sus odios, traumas e historia no exenta de violencia (con la siempre pendiente independencia de Quebec de fondo, por lo que al asunto Champlain toca); una historia violenta y actual, por lo que hace referencia al «desaguisado»; y, finalmente, una buena dosis de intriga no sobre hechos (como sucede en el asunto Champlain), sino sobre personas, con lo que ocurre en Three Pines. Todo con un esfuerzo evidente por trasladar el ambiente de la ciudad vieja de Quebec, con sus antiguas casas de piedra dentro de las murallas, y con más de una escena en el famoso Château Frontenac. Quebec, al borde del río San Lorenzo, que evoca una gran urbe pero que en realidad solo tiene unos 550.000 habitantes (lo que explica que en la novela tanta gente conozca a tanta gente), es una de las protagonistas de la novela, aunque las calles de su casco viejo no sean tan retorcidas, estrechas y caprichosas como Louise Penny nos cuenta.



                La lectura es amena, interesante y, por lo que deja entrever de la historia de Canadá y, en particular, de Quebec, enriquecedora, y más para un país como España, con tensiones independentistas.

                Un libro, también, que para muchos lectores será más agradable leer en otoño o invierno que en primavera o verano.


jueves, 5 de noviembre de 2020

Nos vemos allá arriba – Pierre Lemaitre

 



Los hijos del desastre, 1

               

                Magnífica novela de Pierre Lemaitre, primera de la trilogía Los hijos del desastre, que aborda el periodo de entreguerras y comienza en los últimos días de la Primera Guerra Mundial.

Con los soldados de ambos bandos ya sin ganas de pelear y esperando el armisticio, un ambicioso teniente, Henri d´Aulnay-Pradelle, urde una criminal treta para que sus hombres se lancen a la conquista de «la cota 113», inútil triunfo para el país pero importante para él; una acción que, sin él saberlo, va a condicionar de modo insólito su propio destino y el de dos de sus hombres: el gris y apocado Albert Maillard y Édouard Péricourt, el simpático y alocado artista hijo de un millonario, que acaba sufriendo una horrible desfiguración.

                Tras la tragedia, Édouard no quiere saber nada de su familia y queda, de facto, al cuidado de Maillard, quien se siente en deuda con él. Pero para que Édouard pueda salirse con la suya es necesario fingir su muerte, hecho que va a volver a condicionar la existencia de los tres. Y es que, aunque lo ignoran, todo lo que hacen provoca que su vida vaya a seguir estrechamente entrelazada. 

            Pradelle, ascendido a capitán y tras un ventajoso matrimonio, ha decidido recuperar el viejo esplendor de su apellido, para lo que necesita hacerse rico de modo rápido. ¿Y qué más eficaz y accesible manera que a través de la corrupción? Sus tejemanejes en el tratamiento del entierro de los caídos por la patria –basado en hechos reales- no tienen nada que envidiar a los más groseros casos de corrupción conocidos, y en algún punto recuerdan al triste caso, mucho más actual, de la repatriación de los cadáveres del accidente del «Yak-42». Entre tanto, Édouard y Albert están en la ruina caracolera, hasta que el primero idea una delirante estafa (esta sí, fruto de la mente del autor) que juega con los mismos valores que utiliza Pradelle, aunque mientras que éste no tiene excusa moral, ¿quién puede decirle a Édouard que él no es una de las víctimas de la guerra, y no menor?

                La novela, que comienza lenta, va cogiendo ritmo según pasan las páginas; va de menos a más, siendo todo tan bien explicado que la trama, compleja, parece simple. En el recorrido, tan importante como las andanzas de los protagonistas es el paisaje: la Francia de la posguerra, la contradicción entre quienes quieren olvidar y mirar al futuro y quienes no quieren que nada se olvide (un tema eterno en toda época de violencia); entre la necesidad de reconocer a los caídos y el nulo deseo de dejarse caer con ellos –si quiera sea económicamente-. Todo, además, está tratado con una eficaz y elegante pátina de humor que hace que hasta los personajes más deleznables lleguen a inspirar cierto cariño. Y es que, además, en esta historia de caraduras (unos por devoción y otros por obligación) navegando entre gente decente, no hay espacio para personajes irreales: la fuerza de la acción es su verosimilitud; lo que no consigue el ingenio de unos lo consigue la desidia de otros, o la comodidad de todos, lo cual no impide que los errores se paguen.

                Un libro bueno de lectura aún más agradable, y con una dedicatoria sensacional cuya explicación podéis ver en esta secuencia de fotos título-dedicatoria-agradecimiento que hace ya días puse en Instagram.




lunes, 2 de noviembre de 2020

Las barbas del profeta - Eduardo Mendoza

 


 

                Hace ya años, publiqué en este mismo blog un artículo sobre la relación entre el humor y la solemnidad. Lo menciono porque este divertimento de Eduardo Mendoza tiene mucho que ver con ella. O con su ausencia.

                La Historia Sagrada (una selección de historias bíblicas realizada por vaya usted a saber quién) que estudió Mendoza en su niñez estaba plagada de imágenes poderosas, en especial procedentes del Antiguo Testamento. Muchas aluden a «mitos fundacionales», y todas, sin duda, influyeron de forma notable en la conformación de la fantasía y mitos de varias generaciones y, singularmente, en la imaginación de un chaval que acabó siendo escritor. En Las barbas del profeta, Mendoza hace un desenfadado recorrido por algunas de aquellas historias, ofreciéndonos una perspectiva a un tiempo culta y divertida. El efecto cómico lo consigue de un modo muy sencillo: despojando a las historias de la solemnidad de que las rodea la religión, para reducirlas a lo que de verdad impacta en la mente de un niño, y hallando, ahora, las inconsecuencias, incongruencias y excentricidades que a los mitos se les perdonan cuando se los tiene como a tales (a fin de cuentas, lo inexplicable forma parte de su ser), pero que, cuando son vistos despojados de significaciones sobrenaturales, devienen en historias chocantes, hilarantes y a veces absurdas. Mendoza, también, da respuesta (o más bien opinión) desde la lógica de un adulto descreído a muchas de las preguntas que cualquier niño se hacía al leer según qué cosas: ¿Cuarenta años deambulando por el desierto? ¡Pues qué mareo, qué paciencia con Moisés, qué poco sentido de la orientación y cuántas vueltas tuvieron que dar los pobres! ¡Razones hay para que Moisés no sea el patrón de los guías turísticos! Y el arca de Noé. ¿Qué me dicen ustedes del arca de Noé? Una pedazo de barca con una caseta encima, y a navegar, que para eso Dios le dio a Noé hasta las medidas. ¿Y también metieron parejas de insectos? ¿Y de dinosaurios? ¿Y cómo dio Noé de comer a tanto bicho durante tanto tiempo? ¿Cómo no se devoraron los unos a los otros? Y Jacob… ¡Vaya currículum! Y Dios… ¡Vaya por Dios! ¡Vaya genio! ¡Qué cosas le pide a Abraham! ¡Qué cabreos se pilla que lo mismo arrasa el planeta con un diluvio que se carga a Sodoma (y a Gomorra, por afinidad)!  Aunque también es cierto que otras veces echa pelillos a la mar. Y todo eso por no hablar de tipos, como Sansón (que, por cierto, fue un poco bruto), cuyo papel en el Biblia y su relación con la religión sigue siendo un tanto misterioso. Adán y Eva, Caín y Abel, Abraham e Isaac, Noé, la torre de Babel, Moisés, José, David y Goliath, Salomón... Muchas de sus figuras y avatares forman parte de nuestro acervo cultural, habiéndose infiltrado, incluso, en el lenguaje.

                Lógicamente, el humor que deriva de este peculiar análisis permite a Mendoza hacer toda una serie de comentarios, también muy divertidos, acerca de los motivos por los que tal o cual cosa ha destacado en el ámbito religioso o, por el contrario, ha sido ocultado o sorteado con melindrosas interpretaciones. También alude a los vacíos y rellenos que permiten pasar de la Historia Sagrada a la Biblia y viceversa, pues siendo la primera una selección de la segunda, contiene omisiones, pero también añadidos a los que Mendoza busca explicación a través de sus impresiones.

                No es un libro que vaya a contarse entre lo mejor de Eduardo Mendoza, pero sí son dos centenares de páginas muy bien escritas, claras, divertidas, que aportan conocimiento y enseñan, recuerdan y hacen reflexionar del mejor modo posible: entreteniendo. Las barbas del profeta es un mero divertimento sin ninguna finalidad ensayística, pero es el resultado de un juego, del entretenimiento intelectual de uno de los mejores escritores españoles. Solo por eso merece la pena.

                Eso sí: seguro que a alguien le ofende.