En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Los papeles póstumos del Club Pickwick – Charles Dickens

 



Una voz autorizada me dijo en Twitter que esta obra era un tostón, pero mi desautorizada voz os dice que me lo he pasado muy bien leyendo sus poco más de mil páginas, y eso a pesar de no pude leerlo en las mejores circunstancias.

Los papeles póstumos del Club Pickwick, publicada en la prensa por entregas cuando Dickens tenía tan solo veinticuatro años, es una delicia humorística que apenas cuenta nada, razón, quizá, por la que es tan agradable. 

Se trata de una obra que tiene mucho de quijotesca, porque su protagonista, el señor Samuel Pickwick, un rentista a las puertas de la vejez, demasiado rico como para confundirse con los pobres y demasiado pobre para ser alguien relevante socialmente, decide, por puro y desinteresado interés antropológico, viajar para dar cuenta a la posteridad de costumbres y datos de cualquier naturaleza acerca de sus congéneres. En su atrevida odisea –que en realidad consiste en ir a la vuelta de la esquina- se hace acompañar de tres jóvenes amigos cuya personalidad, a pesar de protagonizar algunos capítulos, queda pobremente reflejada.

La intención de Pickwick, sin embargo, dura poco. Apenas hay tiempo para sonreír viendo con el interés antropológico, limitado a las extravagancias o manías que principian y finalizan en el Perico el de los Palotes de turno. Pronto el señor Pickwick y sus amigos se olvidan de su magna tarea para transformarse -que da mucho mas juego- en un grupito de desocupados cuya máxima preocupación es pasarlo bien viajando de acá para allá, conociendo gente, enamorándose algunos, y comiendo y bebiendo todos con tal voracidad que, en aras del realismo, bien hubiera hecho Dickens en dejar constancia de su peso en la primera página y en la última. Las idas y venidas permiten, además, combinar el ambiente urbano londinense con los ambientes rurales.

Si Pickwick –un hombre honesto, bueno y con un elevado sentido de la ética y la justicia- es el don Quijote de esta historia, su Sancho Panza es su criado, Sam Weller, un hombre algo bruto, extraordinariamente práctico y todo lealtad, que opone a su amo un contrapunto de realismo, audacia y ramplonería.

¿Y de qué trata la obra? Pues, como he dicho, de las correrías del grupo. Algunas son independientes, unas enlazan con otras y, en conjunto, no puede decirse que cuentan nada concreto; pero entretienen y mantienen, ¡a lo largo de más de mil páginas!, un constante tono de humor, liviano y agradable, que permiten una lectura ligera que hace al lector olvidar la realidad sin complicarse la existencia con nuevos pensamientos.

Junto al protagonista y su corte de amigos y criado, un montón de secundarios curiosamente mejor dibujados que los amigos. Entre ellos, el señor Jingle, un caradura caracterizado por su lenguaje entrecortado que aparece y desaparece en lo que parece la promesa de un protagonismo que no acaba siendo tal. O el niño gordo que se queda dormido hasta de pie, o la solterona Wardle, o los estudiantes juerguistas e irreponsables, o las jóvenes damiselas que hacen tilín y tolón, tan simpáticas y decentes, aunque algunos malos entendidos puedan perturbar su intachable fama, o la pintoresca peripecia de sufrir voluntariamente, por cabezonería, una institución, la cárcel por deudas, que Dickens conoció a través de su padre y que siendo historia común y viva del siglo XIX hoy nos suena tan pintoresca que merece la pena conocerla a través de esta obra mejor que a través de cualquier novela histórica firmada hace dos días.

Y es que, como me dijo otra voz autorizada, «si quieres conocer el siglo XIX, lee a Dickens»

Un clásico diferente.



jueves, 22 de septiembre de 2022

La gran serpiente – Pierre Lemaitre

 



Pierre Lemaitre publicó su primer libro a la tierna edad de 55 años. Su éxito ha sido tan incontestable como originales sus argumentos e identificable su estilo. Un éxito que ha provocado que la última novela negra que va a publicar en su vida –según avisa en el prólogo- sea esta, que en realidad fue la primera que escribió, cuando andaba, creo recordar, por la treintena.

Escrita con el mismo tono de liviano humor que la trilogía aquí ya reseñada de Los hijos del desastre, que tan atractivo nos resulta a tantos lectores, La gran serpiente –que transcurre en los años 80, sin ordenadores, internet y móviles- cuenta la historia de una mujer que en su juventud, durante la Segunda Guerra Mundial, formó parte de la Resistencia, y allí encontró su vocación: hacer picadillo al personal. Tan eficiente resultó que posteriormente fue reclutada –es de suponer que por los servicios secretos, aunque eso nunca llega a explicitarse- para hacer trabajillos delicados, teniendo por jefe a quien fue compañero en la Resistencia y con quien lleva décadas viviendo una amorosa relación (o no relación) de silencio basada en lo que pudo ser y no fue. El caso es que llegados los años ochenta del siglo XX, Mathilde, que así se llama la dama en cuestión, es una sesentona gorda, torpe, con algunos problemas de movilidad, viuda y que vive con un perro por toda compañía; una mujer de aspecto inofensivo, a la que casi dan ganas de ayudar cada vez que tiene que hacer algo, pero que oculta una implacable y eficientísima sicaria a la que… a la que empieza a fallar más la cabeza que las fuerzas.

La naturalidad con que efectúa su trabajo, con una profesionalidad que roza lo artístico, reduce la carga moral del mismo a ojos del lector, que a pesar de todos los fiambres no deja de sentir una inquietante simpatía por el personaje. Pero es que, además, la organización para la que ha trabajado la protagonista es tan implacable como Mathilde misma, y como cuando uno de sus miembros comienza a desvariar puede poner en peligro todo el tinglado, pronto Mathilde adquiere la doble condición de criminal y potencial víctima. O, dicho de otro modo: como en tantas películas, para hacer simpático a un malo solo hay que enfrentarlo a otro malvado aún peor.

Lectura entretenida, muy agradable, divertida, bien organizada, a la que pocas objeciones se pueden hacer, y cuyo nivel y lenguaje sorprenden por lo similares a las obras de madurez del autor. Por qué Lemaitre no publicó antes, lo ignoro. Si fue porque no quiso, estupendo. Si fue porque no tuvo ocasión, no lo entiendo.



martes, 20 de septiembre de 2022

Angelina o el honor de un brigadier (un drama en 1880) – Enrique Jardiel Poncela

 



Esta obra forma parte de un volumen publicado por Austral que incluye también otra obra, Un marido de ida y vuelta, ambas caracterizadas, como se avisa en la introducción, por figurar entre las mejores obras del autor, quien las consideró entre sus «obras sin corazón» y afirmó haberlas escrito sin someterse a los dictados del público, al poderse beneficiar ya de un estatus que le permitía escribir como le diera la gana. Y Jardiel, que fue muchas cosas, pero no modesto, no dudó en regalar los mejores elogios a ambas obras.

Escrita en verso octosílabo, que produce sensación de agilidad y gracia, Angelina o el honor de un brigadier puede ser considerada como una parodia de la figura de don Juan. Y, como tal, no deja en muy buen lugar a casi nadie, y menos a don Juan, un tipo que en defensa de su honor no atina ni a matar ni a suicidarse.  

El argumento es conocido: Angelina es la voluble hija del brigadier don Marcial. Se va a casar con el anodino y empalagoso Roberto, pero Germán –de deporte, cazador de damas- se prenda de ella y ambos se dan a la fuga, tras lo que se sabe que Germán, antes, también había seducido a la madre de Angelina y esposa de don Marcial, el cual, como puede suponerse, cuando se descubre el pastel queda tan contento como cualquiera en su lugar.

Los juegos de palabras afilados por la rima, los equívocos, la frivolidad de unos y el papanatismo de otros , transforman desde el comienzo el drama en comedia, hasta el punto de que no habrá espectador que no mantenga una sonrisa incluso en los momentos más luctuosos. Al mismo tiempo, los sentimientos excelsos propios del romanticismo y de los finales felices del teatro que combatió Jardiel, como el amor, quedan reducidos casi a la condición de capricho. Algo similar pasa con el honor, bastante flexible pese al momento en que se sitúa la obra (1880). Ahora bien, salir del enredo por cauces «normales» sin que el humor desembocara en un desenlace humorísticamente fallido que dejara mal sabor de boca, podía ser tan complicado que Jardiel buscó y encontró una «fantasmal» solución final con ambos pies fuera de la realidad, pero ingeniosa y efectiva.

Una obra para leer despacio y habiendo digerido bien la introducción, porque el teatro más que leerlo hay que imaginarlo o, mejor aún, verlo en una sala.




jueves, 15 de septiembre de 2022

La Casa de Dios – Samuel Shem

 


Explícita, dura, divertida, cínica novela publicada en 1978 por un autor que sabía de qué hablaba, porque es médico y esta novela transcurre casi íntegramente en un prestigioso hospital cuyo nombre da título a la novela: La Casa de Dios.

¿Alguna vez os habéis preguntado cómo son los primeros días de un médico en su trabajo, atenazado por la inexperiencia, la escasez de medios y la necesaria adaptación al entorno? Esta novela, que transcurre en los años 70, relata las correrías iniciáticas del narrador y protagonista y de unos cuantos de sus compañeros, al tiempo que de un modo ameno, divertido y descarnado ofrece una visión crítica de los hospitales y de la medicina, que es lo mismo que decir de los médicos.

La fauna en un centro hospitalario tiene una primera gran división: sanitarios y pacientes. Entre los sanitarios existe una jerarquía férrea pero no completamente estable; las enfermeras y el personal auxiliar tienen una vida más sana y alegre, en gran medida porque sus ambiciones laborales tienen un techo cercano; no ocurre lo mismo con los médicos, porque mientras unos piensan en curar, otros lo hacen en ascender, en ser «más que», propiciando un ambiente manifiestamente mejorable al tiempo que se preocupan de demostrar su posición jerárquica con quien quiera que esté debajo. El protagonista cae bajo la dirección de un médico, apodado «el Gordo», que comienza produciendo rechazo al lector por parecer monumentalmente cínico; sin embargo, conforme pasan las páginas se le llega a comprender mucho mejor y darle la razón. La influencia del Gordo –con las despectivas clasificaciones que hace de pacientes y su clarísimo objetivo de trabajar lo menos posible- planea durante toda la novela y condiciona la evolución del protagonista y sus compañeros novatos, evolución que implica el peregrinaje por varias secciones del hospital a lo largo de un año.

La visión del Gordo coindice con un dicho con el que bromea con frecuencia un amigo mío médico: la medicina es el arte de engañar al paciente mientras la naturaleza sigue su curso. De lo cual se deriva que, en opinión del Gordo, en la mayoría de los casos lo correcto, para un médico, es no hacer nada; lo cual se traduce en que hay que «largar» a otra parte a aquellos enfermos «inmortales» (ancianos capaces de aguantar casi cualquier cosa siempre que no se les someta a tratamientos médicos que acaban alterando su naturaleza) y, por otra parte, es inútil aplicar cualquier tratamiento a quienes van a morir sí o sí. Esto, unido a la utilización de una jerga chabacana para referirse a los pacientes y a los métodos para tratarlos produce inicialmente esa sensación de cinismo que, conforme avanza la historia y se detallan las cosas, evoluciona a sensación de sensatez, entre otros motivos porque hay cosas que o te las tomas con humor o son insoportables.

Y así, sin darme cuenta, he dejado apuntada la división del segundo grupo de la fauna hospitalaria: los pacientes. Divididos en «goomers» (inmortales mientras los médicos no se empeñen en curarlos) y quienes están sentenciados sea cual sea el tratamiento. Los primeros son crónicos y llegan a tener una relación larga y fluida con el personal sanitario; la relación con los segundos es más complicada, porque se les van de las manos incluso emocionalmente.

Entre medio, las relaciones entre médicos están marcadas por las ambiciones de unos cuantos de ellos, pero no así las de los médicos con las enfermeras, mucho más sana y libre, hasta el punto de que el sexo no es la menor ocupación entre ellos. Si lo es por apetencia o como liberación del estrés, cada lector tendrá su opinión, aunque yo diría que el autor considera ambas, y de modo secuencial: lo que comienza por la atracción acaba transformándose en un consuelo.

Una novela muy buena, larga, entretenida, original, con muchísimo humor necesariamente negro y no pocas veces desgarrado, y que traslada maravillosamente las actitudes ante la vida y los problemas –sobre todo el estrés- a los que deben hacer frente quienes están entre la espada de la salud de un paciente y la pared de sus propias capacidades y de un sistema con unos recursos materiales limitados y unos recursos humanos que además de limitados tienen todas las rarezas, manías, complejos y defectos posibles.

Cuarenta y cuatro años después de su publicación sigue reeditándose y vendiéndose. Con razón. Lo que cuenta es casi intemporal.




miércoles, 7 de septiembre de 2022

Conversaciones sobre la escritura – Andrea Camilleri y Manuel Vázquez Montalbán

 



La fama mundial de Andrea Camilleri ha justificado que, tras su muerte, y por si pasa al olvido, esté aprovechándose cuanto antes cualquier cosa que lleve su firma. La editorial Altamarea lo ha hecho con algunos opúsculos que he reseñado aquí: Conversación sobre Tiresias y Autodefensa de Caín. Ambos tenían la virtud de haber sido firmados por Camilleri. No es el caso, o no exactamente, de Conversaciones sobre literatura, refrito que recoge tres o cuatro conversaciones entre Camilleri y Manuel Vázquez Montalbán ante la prensa o en algún festival literario, con el agravante de que la primera «conversación» -la más larga- no es tal sino una entrevista de Camilleri (entonces casi un don nadie en el ámbito literario) a Vázquez Montalbán (entonces una figura de relumbrón); no es una conversación sino un monólogo sobre Vázquez Montalbán y su obra; Camilleri adoptó la posición de entrevistador agradecido hacia el egregio entrevistado, y Vázquez Montalbán la de estrella entrevistada. En las siguientes «conversaciones» ya aparecen en pie de igualdad.

Dicho lo cual, este opúsculo no pasará a la historia. En la entrevista primera, Vázquez Montalbán se va por las ramas en numerosas ocasiones llenándose la boca con el nombre de tendencias, filosofías y teorías, sin que quepa sacar mucho en claro sobre su obra (y cero absoluto sobre la de Camilleri). Las siguientes, las verdaderas «conversaciones», producen la sensación de que fueron meros bolos apenas trabajados y, de hecho, hay muchas ideas repetitivas, deprimente circunstancia un libro tan corto. 

Un desaguisado imputable al editor.


jueves, 1 de septiembre de 2022

Carreteras secundarias – Ignacio Martínez de Pisón

 


Con cada libro que leo de Ignacio Martínez de Pisón se refuerza la idea de que es uno de los más grandes escritores de su generación. Y leyendo Carreteras secundarias, una de sus primeras obras, esta idea se refuerza. Publicada, si no me equivoco, en 1996, cuando el autor tenía solo 35 años, es una obra sólida, compacta, muy bien estructurada y muy bien escrita, con un lenguaje rico que no impide que la lectura sea liviana, y en la que demuestra su capacidad de penetración psicológica.

Escrita en primera persona, narra las desventuras, en la España de 1974, de un chaval, un adolescente huérfano de madre, que vive con su padre; el cual es un pobre desgraciado que se da aires de importancia para tratar de engañar a todos, comenzando por sí mismo y por su hijo, y ver si fingiendo ser lo que no es consigue llegar a serlo.

El padre, que es tan protagonista como el hijo, muestra la visión que tiene de sí mismo a través de su posesión más preciada: un Citroen Tiburón, un coche de postín que traslada una idea de lujo y modernidad, aunque el hecho de que sea de segunda mano ya indica que el propietario no es tan boyante como intenta aparentar. 

El modo de vida de la pareja es peculiar: van dando tumbos de acá para allá, viviendo en la costa en invierno porque los alquileres son baratos, y donde pueden en verano; el padre ha tenido algún que otro amorío, y ahora anda con una cantante lírica de tres al cuarto de la que es también representante; pero, como puede suponerse, esos trabajos improvisados que aspiran a ser un maná pronto alcanzan sus raquíticos límites, y padre e hijo se ven abocados a una picaresca que el padre intenta ocultar porque desea mantenerse digno a los ojos de su hijo. Cosa, claro, no muy sencilla.

Ese modo de vida aumenta poco a poco la desesperación del padre a medida que debe ir sacrificando su dignidad, y a medida, sobre todo, en que va siendo incapaz de ocultar a todos su creciente indignidad. En paralelo, su hijo, protagonista y narrador, va creciendo, comprendiendo, y distanciándose del padre.

Esta distancia muestra el fracaso vital del padre: toda la vida tratando de mantener las apariencias, de hacer creer a su hijo que tiene un padre brillante, de cometer ocultas indignidades en aras de mantener esa apariencia de dignidad que es lo único que tiene… Y claro -al final el hijo no es tonto-, cuando el padre de da cuenta de que su hijo se da cuenta de todo las cosas empeoran rápidamente porque ya no hay motivos para disimular.

Y, sin embargo, sí hay un motivo para la esperanza: que el hijo pueda llegar a comprender al padre, lo que, entre otras cosas, exige madurar. Y madurar exige que la vida te madure.

Una historia a un tiempo tierna, divertida, dramática, dura y con un final esperanzador en el que, más allá de lo feliz, el lector puede comprender que a veces la huida es una forma de recuperar la dignidad.