En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 11 de agosto de 2025

Ávidas pretensiones – Fernando Aramburu

 


A los escritores famosos se les invita a todas partes. Al resto, a ninguna, por lo que deben mover el culo si desean verse en saraos literarios. Yo, viendo el percal que casi sin darme cuenta he llegado a conocer, jamás he movido un dedo. Por supuesto, quienes han contado conmigo eran conscientes de que doy más juego (poco o mucho) que renombre.

El percal al que me refiero hace justo lo contrario: allá donde divisa una «i» siente la acuciante necesidad de ser el punto. A esta tropa dedica Fernando Aramburu el aviso que abre esta divertidísima obra: «A fin de preservar su vida y la integridad de sus modestos bienes, el autor ha tenido la cautela de asignar nombres ficticios a los actores de la presente crónica. Lo mismo y por la misma razón ha hecho con algunos lugares que pudieran resultar fácilmente reconocibles. El resto es todo verdad».

De ahí, también, mi decisión de ilustrar esta reseña con una foto que mezcla la portada (evocadora de una ávida pretensión de sibaritismo, excelencia o distinción) con la cruda realidad: son legión quienes se sienten a sí mismos como perpetuamente vestidos de etiqueta y dando sorbitos de Krug, con el pescuezo estirado, en una estilizada copa de cristal de Baccarat, cuando en realidad andan en gayumbos y pantuflas con los dedos pringados del vulgar choricejo que suelen mordisquear. O, dicho de otra manera, el número de escritores mediocres con ínfulas es infinito.

    La fauna que en esta novela se congrega en una especie de centro de reuniones anejo al monasterio de monjas que lo regenta, no pretende aparentar nada en lo que a su aspecto se refiere (estéticamente son un desastre) pero, en cambio, no hay entre ellos cabecica sin el ego hambriento, la vanidad hiperventilando y los complejos alborotados. Se trata de una recua de poetas, que bien pudieran llamarse poetos, que acude por tercer año consecutivo a las jornadas poéticas de Casacristo. Así las llaman porque el presupuesto solo permite organizarlas «en casa Dios», como dicen por aquí, expresión no muy delicada, pero más poética que la más realista de «en el culo del mundo».

El programa de las jornadas no lo facilita Fernando Aramburu, pero os lo cuento yo. Primer día, llegada, apáñeselas usted para integrarse en algún «grupo de trabajo» en función de sus manías, filias, fobias y tribu; y, por la tarde, sesión para exponer los resultados improvisados/inventados/reciclados/regurgitados (táchese lo que no proceda). Luego, una chuchurrida cena muy temprana, que las monjas se van a dormir muy pronto. Tras ella la sesión continuará hasta que todos los grupos hayan tenido su minuto de gloria. A quienes no deban exponer se les ruega no roncar. A la conclusión de tamaño festival de erudición, lucidez y agudeza se abrirá la veda para dormir, emborracharse o follar como conejos, en función de lo que cada uno quiera y pueda. La segunda jornada está dedicada a que todo el personal lea alguna de sus obras. Cortitas, que el minuto de gloria no puede tener más de trescientos segundos. Luego, por votación, los distinguidos congresistas elegirán la obra ganadora de entre las declamadas/recitadas/leídas/croadas. Tras el fracaso de todos menos uno se dará por inaugurado un nuevo periodo de maledicencia, odio y rencillas y llegará el momento culminante: la cena con paella hecha por poeta-cocinero-congresista. Luego, mismo programa que la noche anterior. Último día: resurrección o taxidermia de quienes más a fondo se hayan empleado por la noche, atención a la apática prensa desplazada al lugarcillo para la ocasión, y pitando cada uno a su casa.

¿Y de qué trata la novela? De lo que sucede en estas jornadas entre las dos o tres docenas de asistentes, que ya se conocen de otros años. Todos han acudido a la convocatoria con un fin común y otros espolvoreados al azar. El objetivo compartido es estar allí de cuerpo presente para poder decir que son poetas insignes que se codean con otros poetas insignes (no tan insignes como ellos, por supuesto, pero quizá con más e injusta fama). Luego, unos aspiran a jugar a las cartas, otros coger una tajada monumental, otros cuantos a llevarse a la cama a quien se ponga a tiro y alguno hay que solo aspira a dormir. En suma, egregios mendicantes que, vistos con los ojos de Aramburu, tienen más de lo segundo que de lo primero.

Entre los personajes a seguir está el organizador de las jornadas, un tipo sensato y práctico con maña para pastorear el rebaño porque conoce las debilidades de cada borrego. Como además en el grupo hay confianza tanto en la amistad como en el odio, y ninguno le debe nada a nadie porque todos niegan sin disimulo los mismos favores literarios que reclaman para sí como un acto de justicia, le es sencillo decir las cosas claras.

Hay también varias parejas homosexuales. La que más juego da es la de dos poetas lesbianas lanzadas y gamberras sin malicia. Son a un tiempo sensatas, inconscientes, tiernas y gruñonas. Hay también una diminuta tribu de poetas cuyo mayor problema es que a uno de ellos, que no tiene el cerebro en su mejor momento, le ha dado por tripear algo bastante indigesto (aquí lo dejo). También hay una poeta que se siente agraviada porque otro no la ha incluido en una antología. Está el de la antología. Y otro que sabe abrir puertas. Y un viudo timorato. Y una poeta ancianísima (¡57 años!) con fama de lunática y pesada. También acude un vejestorio (¡más de sesenta años!) ciego, soberbio, egocéntrico y celoso, asistido por una preciosidad de veintipocos que pone en celo al resto con su sola presencia y… Vanessa Rincón, que así se llama la tentación andante (iba a llamarla «pastelito», pero me he salido a tiempo de la mente de los personajes) juega un papel relevante no solo por lo que es y demuestra su relación con su anciano «protegido/protector», sino porque es primeriza en ese tipo de aquelarres, y llega a él con ojos inocentes, pero no ingenuos ni faltos de ambición.

    Hay también una mesa donde se exponen y venden los libros de los asistentes. Unos desean la gloria de vender muchos, y todos la gloria secundaria de que algún ejemplar de sus obras sea robado. Ni que decir tiene que puesto de venta es un páramo. 

Volviendo a los asistentes, ninguno ha escrito un verso digno de ser recordado, pero todos están de acuerdo con esta idea: «Los demás son una mierda de poetas». Y también con esta otra: «Merezco mejor suerte de la que tengo, y también la merezco mejor que los demás». De resultas de ambas los comportamientos ruines, tanto que a menudo devienen crueles e infantiloides, conviven con las andanzas de quienes están en celo (¡ay, Vanessa, cómo los alborota) o tienen algún desaguisado que arreglar o cuentas que ajustar, que ya se sabe que quien tiene solo un garbanzo para comer envidia al que tiene dos. Así surgen camarillas y versos sueltos, y así es como transcurren las jornadas, a un tiempo ordenadas y caóticas, a las que todos llegaron con la esperanza, más bien el anhelo, de llegar a ser un poquito más importantes y se marchan con el alivio de saber que siguen siendo la misma asendereada mierdecilla, pero con el ego y la vanidad todavía vivos porque la razón del aquelarre era, precisamente, la de envolver de regalo el truñín para hacerlo refulgir como un diamante ante quienes no estén al cabo de cómo funciona este mundillo.. 

Y es que ego y vanidad no mueren ni a palos. Con esta idea juega Aramburu, que sin duda conoce bien el percal. «Ávidas pretensiones» está fenomenalmente escrita. Clara, dentro de la complejidad derivada de la abundancia de personajes, bien estructurada, divertida y expuesta con un punto de cariño, otro de cinismo y siempre con humor. El tono es también bromista, porque acaricia la solemnidad y pompa que los personajes creen merecer, como para no ofenderles y respetar los aires que se dan, pero lo hace para contar sus ridículas vicisitudes. El contraste entre el tono y lo narrado es una de las principales fuentes de humor. Un humor trabajado e inteligente, cervantino, que surge del enfrentamiento de las aspiraciones a la realidad. 

    Una novela que es una cura de humildad para todo el que se crea algo.

    Buena lectura, sin duda, pero no original, porque ¡cuánto debe la buena literatura de humor al inabarcable mundo de los cretinos!


jueves, 12 de diciembre de 2024

Antonio Muñoz Molina – El jinete polaco

 


Muchos empezarían a leer a Antonio Muñoz Molina por Beatus Ille (1986), El invierno en Lisboa (1987), Beltenebros (1989) o El jinete polaco, que publicó en 1991 con solo 35 años. Menudo carrerón, ¿eh? Yo, en cambio, he tenido la suerte de conocerlo y apreciarlo por obras posteriores (además de Beltenebros) para acabar dándome primero un banquetazo con El invierno en Lisboa y ahora otro, mucho mayor y aún más y deseado, con la obra que ahora reseño. Para la mayoría El jinete polaco es la mejor novela de su autor. No tengo tan claro que el camino lector inverso permita engolosinarse así, porque esta obra y El invierno en Lisboa son difícilmente superables.

De un modo confuso solo en apariencia, este libro de autoficción mezcla, como ya avisa el autor en el prólogo, los proyectos de tres novelas distintas, que se funden en una gracias a que los personajes de todas se entrecruzan por los avatares de la vida y el parentesco. 

El jinete polaco que da título a esta obra es un cuadro de Rembrandt un tanto misterioso: ¿Quién es ese jinete armado que no se sabe si viene o si va, ni de dónde ni a dónde, ni si al anochecer o al amanecer, ni si contento por llegar, por marchar, por ir a guerrear o por haber terminado de hacerlo, con una edad indefinida...?

Algo así, alguien que no acaba de conocer su posición en el mundo, es el personaje principal de esta obra, el narrador, trasunto del autor, que desde su memoria de niño y adulto cuenta la historia de varias generaciones en Mágina (Úbeda, su localidad natal), con alusiones a personajes de novelas que al menos ya debían bullir en la cabeza del autor, como Lorencito Quesada, el protagonista de la humorística Los misterios de Madrid (1992).

Llama la atención que el detonante de la escritura fuera la repentina idea de qué profesión dar al protagonista. Muñoz Molina lo cuenta en el prólogo, y es cierto que la profesión es clave en el devenir de la obra no por su contenido, sino por el tipo de vida que permite.

El jinete polaco nos habla de un pueblo anclado en el pasado, donde todos trabajan hasta la extenuación sin salir de la pobreza. Manos y bestias de carga. Nada más hay para ganarse la vida en la huerta y los olivares. Calor en verano. Frío en inviernos con olor a humo, que es el olor del pobre, dice Muñoz Molina. En esa sociedad paupérrima sobresalen algunos personajes, como el médico o la misteriosa familia de la opulenta Casa de las Torres, donde se dice que apareció, emparedada y momificada, una bella mujer. Una sociedad herida por una guerra cuya razón de ser escapa a las entendederas de la mayoría. Una sociedad, también, herida de muerte por un progreso tecnológico que arruina el futuro que durante generaciones habían aguardado a los hijos de Mágina.

Pero el protagonista, marcado por su adolescencia relativamente solitaria y un amor no correspondido, reducido su pequeño mundo más a su barrio que a la entera localidad, no ve el momento de largarse de allí. Los cambios sociales se lo ponen fácil. Deja de haber trabajo en el pueblo, pero también es posible estudiar y comienza a extenderse la clase media: quien más y quien menos de los que se quedan, tras casi tres décadas de penurias empiezan a tener acceso a lujos: la luz eléctrica, la radio, la tele...

Deambulando en el tiempo y en el espacio vamos conociendo la vida de diferentes personajes, unos emparentados y otros no, cuyo nexo común es Mágina. La excusa para la narración es la súbita historia de amor que ha irrumpido en Nueva York, casi en en tiempo presente (esto es, los años 80), en la vida el protagonista, hasta ese momento un adulto no muy entusiasmado con la vida, por no decir que decepcionado, a pesar de que sus ambiciones de adolescente se han cumplido. La necesidad de darse a conocer ante esa mujer y también de conocerse a sí mismo para saber por qué en ella siente haber alcanzado su destino es lo que le impulsa a recordar. Y así es, a través de los recuerdos propios y prestados por quienes le precedieron y de alguna actuación inquisitiva, como se va desenmarañando todo, su propia vida, la de quienes le rodearon, la de algunos personajes sorprendentes tras su apariencia de mediocridad, alguna existencia trágica pero digna como consecuencia de la guerra que destruyó y paralizó vidas y personalidades, y hasta misterios que durante una buena parte de la novela más habían parecido leyenda que realidad.

Un paseo detallado por una época de cambios convulsos, el fin del campo y el auge de la ciudad, la revolución en los modos de vida, el tránsito de la libertad a la dictadura y de la dictadura a la libertad, aunque la dictadura fue tan larga que quienes perdieron la libertad en 1936 no eran ya quienes la lograron en 1976. La libertad llegó para unos adultos que no tenían ocasión de recordarla porque nunca la habían vivido; el resto, o ya no estaban o eran ya demasiado viejos como para disfrutarla en plenitud.

Estructura compleja, pero magistralmente ensamblada, lenguaje rico, potente, poderoso, pero sin grandilocuencias; al contrario, todo está escrito desde la reflexión sosegada que no por eso es clemente; tono sereno, reflexivo, tranquilo y constante. Una delicia para cualquier lector que aprecie la buena literatura.


jueves, 31 de agosto de 2023

El caballero invisible – Valerio Massimo Manfredi

 


Se puede escribir una novela histórica sumamente breve y en la que el autor no ejerza, además de como novelista, como exhibicionista de saberes y guía de lectores a quienes supone ignorantes. Manfredi lo consigue en esta obra, aunque también hay que decir que no se mató para escribirla.

La razón de la última afirmación es que el argumento, de puro simple, más parece un fragmento de una obra mayor. Estamos en la Edad Media. En el norte de España un misterioso caballero hace a otro, que iba camino de reunirse con el rey para pelear en defensa de los reinos cristianos y de la fe, un encargo no menos intrigante: llevar un paquete, cuyo contenido no puede examinar, a un lugar que solo el encargado conoce. Es su escudero el que nos cuenta la historia del peregrinar a ese destino, peregrinar salpicado por la presencia de un cura guerrero con poca pinta de religioso que se ofrece a acompañarlos (he ahí un toquecito de intriga facilón, por cuáles serán las verdaderas intenciones del caballero) y por los diferentes asaltos y tretas con que los musulmanes intentan apresarlos incluso en territorio cristiano para hacerse con el paquetito.

Relato lineal, sin sobresaltos ni por parte del argumento ni del lenguaje. Un argumento más sencillo imposible: una «misión-huida» sorteando problemas. Millones de veces visto en el cine. Obviamente, al final se sabe dónde iba el caballero, quién es quién y qué contenía el paquetito. Pero eso, lógicamente, no lo voy a contar aquí.

Una lectura poco exigente para leer de una sentada y entretenerse. 


jueves, 27 de abril de 2023

Dioses menores – Terry Pratchett

 



No hay dios sin creyentes. O, si lo hay, su influencia en la conducta humana es tan minúscula que bien cabría calificarlo de «dios menor».

Sobre esta idea edifica Terry Pratchett una magnífica parodia de las religiones monoteístas partiendo de un dios, Om, cuyos muchos fieles han desvirtuado tanto su figura con el paso del tiempo que, en realidad, creen ya en otra cosa y, como ya nadie cree en el verdadero Om, el pobre lleva una existencia muy arrastrada. La casualidad le lleva a encontrar en un muchacho torpe y tonto pero de prodigiosa memoria (Brutha), la única esperanza para volver a ser, para no desaparecer disuelto en el olvido. O, lo que es lo mismo, si el pueblo debe conocer al verdadero Om -quien solo así recuperará su lozanía-, quien lo dé a conocer será su profeta. 

El principal problema al que se enfrenta Om –aparte las peculiaridades y limitaciones de Brutha y de que los profetas anteriores no estuvieron muy atinados- es el planteado por sus propios defensores. Los defensores de las esencias rara vez están abiertos a cambio alguno, y en esa cerrazón destaca Vorbis, parodia de gran inquisidor, un tipo astuto, cruel y ambicioso, pero a la vez austero y, a su modo, ascético.

Los equivocados seguidores de Om mantienen, contra toda lógica, que el mundo es una esfera, cuando ya se sabe cómo es el Mundodisco. Creer que el mundo es un disco colocado sobre cuatro elefantes que a su vez descansan sobre una tortuga gigante que nada en el espacio, es signo evidente de herejía y causa de apiole instantáneo. El recurso a Galileo es evidente, y le sirve al autor para diferenciar la fe de Omnia –el país donde ocurren los acontecimientos- de los países herejes, fundamentalmente Efebia, trasunto de la antigua Grecia, lugar plagado de filósofos que, sin que el lector se dé cuenta hasta que no se para a pensar, ofrecen un modo de estar en el mundo que supera en ventajas a las religiones, aunque solo sea porque la filosofía se sustenta en la duda y la conciencia de la duda conduce a la tolerancia, mientras que las fes inquebrantables a menudo acaban en el quebranto de pescuezos de distinta fe.

Todas estas cosillas se nos dejan caer con la excusa de la historia de Om, de Brutha, de Vorbis, de otros personajes secundarios y, sobre todo, de la especie de cruzada o de guerra santa emprendida por Omnia.

Como he dicho, la sátira de las religiones monoteístas es obvia, aunque las politeístas también acaben dado juego.

Un libro excelente, que he leído muy rápido, que hace pensar (sobre todo a partir de la idea que he citado al principio,  y también sobre el papel de la filosofía) y que, además, tiene la singularidad, dentro de la saga del Mundodisco, de que es el primero donde la magia no juega ningún papel.


jueves, 5 de enero de 2023

Brujas de viaje – Terry Pratchett

 



Saga Mundodisco, 12


Divertidísimo libro en el que Terry Pratchett juega con varios cuentos para niños: la Cenicienta, la Bella Durmiente, Hansel y Gretel, Rapunzel, Caperucita, el Gato con Botas, el Mago de Oz… Solo que en esta ocasión no se trata de que el príncipe bese a la dama para deshacer un hechizo, ni de que la dama bese a una rana asquerosa para transformarla en un príncipe guapetón, sino precisamente de todo lo contrario: se trata de evitar que a Brasas –un alter ego de la Cenincienta- se le ocurra casarse con un príncipe algo más feo que un vulgar batracio. 

          Quien debe velar por tan elevada misión es un personaje ya conocido por los lectores de Pratchett: Magrat Ajostiernos, un hada madrina sobrevenida, porque en realidad es una joven bruja más idealista que competente, cuya inexperiencia se ve acosada por dos colegas, también conocidas de los lectores: Yaya Ceravieja y Tata Ogg. La primera, una horrible gruñona que más sabe por vieja que por bruja; la segunda, una anciana más risueña. A las tres las conocemos por Brujerías, la parodia de Machbeth firmada por Pratchett, y a la primera de estas dos también por Ritos Iguales. Por supuesto, también está presente el hada rival (¿o la bruja rival?) que trata de hacer algo tan cruel como que la realidad se parezca a los cuentos.

          Y esa es la misión de la feorra hada madrina y sus dos amigas: que la realidad siga siendo la realidad sin contaminarse por la fantasía.

          Este planteamiento provoca un largo y divertidísimo peregrinar desde el país de las tres brujas hasta «el lugar de los hechos», peregrinar en el que se topan con muchos lugares y «cuentos» o retazos de ellos, en los que los personajes aparecen ante el lector parodiados de un modo tan inteligente e ingenioso que lejos de pensar que Pratchett se aprovecha de su fama la sensación es la de querer más y más. Por supuesto, también hace apariciones esporádicas uno de los personajes más celebrador de Pratchett, si no el que más: la Muerte.

          Tras ese viaje que justifica el título del libro llega un largo desenlace, el cual, en realidad, es como una segunda historia enlazada con la primera. También muy divertido, aunque en ocasiones un pelín confuso.

          Los recursos humorísticos son infinitos, y aunque no tengo capacidad para juzgar traducciones intuyo que el trabajo necesario para jugar con tanto doble sentido de las frases y con la fonética de las palabras es muy meritorio, y que el traductor debió de sudar tinta y de pasárselo en grande a la vez. 

          A modo de anécdota, las fantásticas portadas y contraportadas de la serie creo que son las mismas en todos los países. Quizá eso haya provocado un error en la editorial: en la sinopsis los personajes de la novela no se citan por el nombre por el que han sido traducidos al español, sino por el original en inglés.

          Lo que nunca acabo de entender es que Pratchett se recomiende como lectura «juvenil». No digo que no lo sea, pero para apreciar tantas parodias como hay en sus novelas hace falta algo más que un barniz cultural.


jueves, 8 de diciembre de 2022

El curso de las cosas – Andrea Camilleri

 


          El curso de las cosas es la primera novela que publicó Andrea Camilleri y que, como él mismo confiesa en el apéndice final, bien pudo ser la última, porque las peripecias de su publicación lo hicieron estar un montón de años sin escribir. ¡Menos mal que al final pudo ver la luz, aunque no en ninguna de las formas sucesivamente previstas!

          La novela, breve y de lectura fácil, fue publicada en España hace ya bastantes años, ha estado descatalogada casi desde entonces y acaba de ser reeditada ahora, en bolsillo, aprovechando el tirón del fin de la saga de Montalbano.

          El curso de las cosas es una novela corta, clara, bien escrita y de calidad, aunque puede defraudar las expectativas de los forofos de Camilleri porque -¿intencionadamente o fruto de que aún andaba buscando su estilo?- el tono no es exactamente el que ha dado tanta buena fama a las novelas «históricas» de Vigàta: tiene todo, menos el deje humorístico tan vinculado al cariño del autor a los personajes, que en esta ocasión no aparece quizá porque Camilleri –cosas de ser novato- no acabó de encontrarse a sí mismo. O sí, y esto es lo que quiso hacer. A saber. Tampoco recuerdo que aparezca mencionada Vigàta, aunque el escenario es reconocible. Lo único cierto es que si alguien tiene la expectativa que he señalado, no la satisfará.

          Lo que sí es muy propio del autor es el entorno de la trama: gente normal, perdedores o casi perdedores que se ven en una situación injusta a causa de su vulnerabilidad y de la falta de escrúpulos del poderoso. En este caso el protagonista, Vito, es un hombre joven que tiene una granja de gallinas, que vive en una vivienda cochambrosa porque no tiene para más, con una vecina de la que no sabe mucho, y que se acuesta regularmente con una mujer casada que tampoco le hace ascos a medio pueblo. Lo que le sucede al pobre Vito es que, un buen día, se sabe diana de la mafia y, lo que es peor, ignora el motivo.

          La angustia de poder morir en cualquier momento se mezcla con la inquietud por si será capaz o no averiguar el error que han cometido los mafiosos para sacarlos de él, y, también, con la inquietud por si ha hecho algo que no debería, aunque no se le ocurra qué. La mafia, además, habla a través de sus actos, e interpretarlos no siempre es sencillo; si encima interfiere el policía que anda investigando el asesinato de un pastor, las cosas se complican demasiado para Vito, hasta llegar a pensar que la realidad se corresponde con la más habitual tapadera de los crímenes mafiosos: el crimen pasional derivado de un ataque de cuernos.

Al final, como tantas veces ocurre en la vida, la explicación de todo está en los detalles. ¡Cuántas grandes cosas, buenas o malas, no ha provocado un detalle! ¿Cuál? Lo sabrá quien lea la historia.

          


jueves, 1 de septiembre de 2022

Carreteras secundarias – Ignacio Martínez de Pisón

 


Con cada libro que leo de Ignacio Martínez de Pisón se refuerza la idea de que es uno de los más grandes escritores de su generación. Y leyendo Carreteras secundarias, una de sus primeras obras, esta idea se refuerza. Publicada, si no me equivoco, en 1996, cuando el autor tenía solo 35 años, es una obra sólida, compacta, muy bien estructurada y muy bien escrita, con un lenguaje rico que no impide que la lectura sea liviana, y en la que demuestra su capacidad de penetración psicológica.

Escrita en primera persona, narra las desventuras, en la España de 1974, de un chaval, un adolescente huérfano de madre, que vive con su padre; el cual es un pobre desgraciado que se da aires de importancia para tratar de engañar a todos, comenzando por sí mismo y por su hijo, y ver si fingiendo ser lo que no es consigue llegar a serlo.

El padre, que es tan protagonista como el hijo, muestra la visión que tiene de sí mismo a través de su posesión más preciada: un Citroen Tiburón, un coche de postín que traslada una idea de lujo y modernidad, aunque el hecho de que sea de segunda mano ya indica que el propietario no es tan boyante como intenta aparentar. 

El modo de vida de la pareja es peculiar: van dando tumbos de acá para allá, viviendo en la costa en invierno porque los alquileres son baratos, y donde pueden en verano; el padre ha tenido algún que otro amorío, y ahora anda con una cantante lírica de tres al cuarto de la que es también representante; pero, como puede suponerse, esos trabajos improvisados que aspiran a ser un maná pronto alcanzan sus raquíticos límites, y padre e hijo se ven abocados a una picaresca que el padre intenta ocultar porque desea mantenerse digno a los ojos de su hijo. Cosa, claro, no muy sencilla.

Ese modo de vida aumenta poco a poco la desesperación del padre a medida que debe ir sacrificando su dignidad, y a medida, sobre todo, en que va siendo incapaz de ocultar a todos su creciente indignidad. En paralelo, su hijo, protagonista y narrador, va creciendo, comprendiendo, y distanciándose del padre.

Esta distancia muestra el fracaso vital del padre: toda la vida tratando de mantener las apariencias, de hacer creer a su hijo que tiene un padre brillante, de cometer ocultas indignidades en aras de mantener esa apariencia de dignidad que es lo único que tiene… Y claro -al final el hijo no es tonto-, cuando el padre de da cuenta de que su hijo se da cuenta de todo las cosas empeoran rápidamente porque ya no hay motivos para disimular.

Y, sin embargo, sí hay un motivo para la esperanza: que el hijo pueda llegar a comprender al padre, lo que, entre otras cosas, exige madurar. Y madurar exige que la vida te madure.

Una historia a un tiempo tierna, divertida, dramática, dura y con un final esperanzador en el que, más allá de lo feliz, el lector puede comprender que a veces la huida es una forma de recuperar la dignidad.


jueves, 27 de enero de 2022

Brujerías – Terry Pratchett

 



Serie Mundodisco, 8


Excelente versión plena de humor de Machbeth y de esos cuentos donde un usurpador se carga al rey (quien en este caso tampoco es precisamente una bella persona), crimen a consecuencia del cual el joven heredero, un bebé también en la lista del usurpador para ser pasado a cuchillo, es protegido en el último momento por un alma caritativa que lo birla y lo envía al quinto pino (o al sexto a ser posible) para que crezca en paz a la espera de que el destino haga efectivos los derechos sucesorios de la criatura.

La peculiaridad, en este caso, es que el niño queda al cuidado de unos actores que deambulan por el reino –una renacuajada que apenas sale en los mapas- formando una compañía ambulante. También ocurre que la guapísima hada madrina del bebé no es tal, sino, a modo de hadas madrinas sobrevenidas, una tríada de brujas bastante feorras que, por lo demás, son buena gente, aunque muy quisquillosas para cuanto tiene que ver con sus asuntillos, especialmente la más anciana (Yaya Ceravieja, ya conocida por Ritos Iguales), que desprecia la tradición por la que se pirra la más joven.

          El jovenzuelo, «bendecido» por los dones de sus madrinas, se convierte en un actor fabuloso. El usurpador, por su parte, tiene unos problemas de conciencia solo comparables al problema de estar casado con la harpía que tiene por esposa; de tantas penas no lo consuela su bufón, un tipo harto de su profesión y que, dada su soledad, es propenso a enamorarse de cualquiera que repare en su existencia, incluso aunque tenga la atractiva silueta de palo pocho de escoba, el pelo como el esparto y un aliento como para poner en fuga a un buitre.

Brujerías es una divertidísima parodia de todos los mitos sobre las brujas de cuento, al tiempo que se pitorrea sobre el sentimiento de culpa, el de venganza y hasta del amor. Una novela donde, además, no se ve por dónde va a salir el autor hasta bien avanzada la obra, cuando se inicia uno de esos largos y espectaculares finales en los que Terry Pratchett mete poco a poco al lector sin que éste se entere hasta que, de pronto, se da cuenta de que lleva ya un montón de páginas arrastrado por el desenlace.

          Merece la pena su lectura.


lunes, 17 de enero de 2022

Pirómides – Terry Pratchett

 


Serie Mundodisco, 7


Un motivo para leer un montón de libros de Terry Pratchett es que su Mundodisco siempre sorprende sin necesidad de forzar el relato. Para Pratchet el más difícil todavía siempre parece un más fácil aún, probablemente porque nunca renuncia a los orígenes más comunes de la afición a la lectura: los cuentos, leyendas e historias de fama universal, siempre de algún modo presentes. 

Si uno lee más o menos en orden estas obras, advierte que el papel de la magia, protagonista en las primeras, evoluciona a marco en las siguientes. Es lo que ocurre en Pirómides, donde lo sobrenatural juega un papel secundario tras un objetivo principal: el humor negro, porque si algo tiene esta novela es humor muy, muy bueno y muy, muy negro a cuenta del peculiar modo de morirse y no morirse de faraones, dioses y señores que pasaban por allí.

Pero el humor negro no es la única fuente de humor en Pirómides, donde la parodia del antiguo Egipto es constante. El heredero al trono es un buen chaval que ha cursado brillantemente estudios de asesino en esa bella y fragante ciudad que es, ejem, Ankh-Morpork. De vuelta a su reino se encuentra con que, tras el fallecimiento de su padre -el faraón-, el sumo sacerdote, llamado Dios (con un sospecho parecido al Dios cristiano) ha dispuesto enterrar al finado en una pirámide colosal que hay que construir a toda prisa. No obstante, hay varios problemillas: al difunto no le hace ninguna gracia que lo encierren en semejante celdón; los arquitectos no saben muy bien lo que llevan entre manos; las pirámides acumulan esas extrañas energías que se producen en el Mundodisco y que casi siempre acaban regulín y, para colmo, cuando el nuevo faraón dice «blanco», Dios, delante de sus barbas, indica que ha querido decir «negro», de modo que siempre se acaba imponiendo la voluntad de Dios.

El reino, además, es un churro interpuesto entre dos países que no se declaran la guerra precisamente por existir ese churro en medio. Pero los países y los churros geográficos, ya se sabe, aparecen, desaparecen, se envuelven sobre sí mismos… Todas esas cosillas raras que suceden cuando de modo que suena verdaderamente convincente (y que es uno de los rasgos de Pratchett) te cuentan un montón de tonterías con tal verosimilitud que los ajetreos del tiempo y el espacio te parecen tan normales como para disfrutar, sin ninguna reserva, hasta de las más disparatas consecuencias. ¡Lo que se divierte uno!

Otra magnífica obra plena de fantasía, ingenio, imaginación, humor negro y crítica a las relaciones de poder.





lunes, 3 de enero de 2022

La temporada de caza – Andrea Camilleri

 



En 2005 Booket publicó en edición de bolsillo La temporada de caza, de Andrea Camilleri, un autor tan desconocido en España entonces que en la breve biografía de la primera página ni siquiera se mencionaba al comisario Salvo Montalbano, del que ya se habían publicado en Italia más de una docena de novelas; tan desconocido era que el libro que veis en la foto aguantó en las estanterías de La Casa del Libro en Zaragoza hasta finales de 2007, cuando me topé con él y supe así de la existencia de su autor. Lo leí en 2008. Trece años después he leído más de cincuenta libros de Camilleri, algunos dos veces, como La temporada de caza, que releí los dos últimos días de noviembre de 2021 y que, felizmente, tras más de una década descatalogado vuelve a estar a la venta a partir del 16 de febrero, de nuevo en Booket. A ver si este reseña anima a algún lector a conocerla.

Fechada su escritura en 1990 y publicada en 1992, cuando el autor tenía 67 años, La temporada de caza es la novela con la que arrancó de verdad la historia literaria de Andrea Camilleri. Antes solo había publicado dos novelas –El curso de las cosas (1978) y Un hilo de luz (1980). En 1994 Camilleri publicó en Italia la primera novela de Salvo Montalbano. Y su éxito sigue hasta ahora, más allá de su muerte.

Si la lectura de La temporada de caza desembocó en la orgía lectora que he mencionado es porque contiene lo mejor de Camilleri: es una novela breve, ágil, divertida, con personajes humanos abiertamente apegados a sus vicios y defectos, a la pequeñez de la que ni el más elevado puede escapar, y en la que constantemente se aprecia el cariño del autor por sus personajes. Esto último es muy importante y atrayente. ¿Cómo no va a ser atractivo presenciar una genuina relación de amor? También tenemos todo el universo de Vigáta, todas las categorías sociales y morales de personajes –nobles, plebeyos, ricos, pobres, ambiciosos, generosos, honrados, malechores…- que posteriormente poblaron las novelas de Camilleri, y además nos traslada a una época –finales del siglo XIX- en la que las cosas aún eran como habían sido siempre pero comenzaban a ser de una manera más cercana a como son en la actualidad, un largo periodo de tránsito en la que unas cosas están muriendo y otras naciendo con un montón de personajes en cada  territorio intentando conservar unos y forzar el cambio otros. Tampoco falta la permanente constancia de la diferencia de oportunidades entre ricos y pobres, hasta el punto de que estos últimos, sabedores de que por defecto son sospechosos y casi culpables si alguna vez pueden escapar a su suerte, se vez forzados a crear mentiras que justifiquen realidades cuyo origen honrado es tan real como imposible de probar Y, como es natural, siempre, en todos los estamentos, encontramos a personas dispuestas a dejarse llevar por el corazón y el amor de todo tipo antes que por las conveniencias y las convenciones sociales. El conjunto, un relato a la vez tierno y humorístico incluso cuando el trasfondo es duro; un relato que, siempre, transmite alguna idea.



Vigáta. Finales del siglo XIX. El marqués Filippo, prohombre en Vigàta, vive entregado a sus dos aficiones: charlar con los amigos en el círculo de nobles (en el que, por falta de nobles, ya es admitida otra gente) y darle alegrías al cuerpo (alimenticias y de las otras). Estas últimas tienen horripilado al cura del lugar, que no sabe qué hacer ni qué tramar con ayuda de ciertas damas para que la realidad sea más pudorosa. El marqués tiene una hermosa hija y un hijo bastante tonto, por no decir inútil perdido; el chaval anda enamorado de una cabra, pero al ser varón al menos sirve como heredero; y más vale, porque engendrarlo fue un suplicio debido al escaso fervor, por así decir, que la marquesa ponía en el empeño. Pero el destino es cruel, y el pobre muchacho fallece de forma tan tonta como él, lo que pone al marqués en la tesitura de engendrar un nuevo hijo, lo cual procura hacer en las agradecidas carnes de Trisìna, una muchacha casada con un servidor del marqués al que el asuntillo de los cuernos no le importa demasiado. Pero las historias de Camilleri son historias corales, historias de historias, y además de la vida del marqués conocemos bastantes otras: las de sus servidores, la de Trisìna y su esposo, la de algunas damas de Vigàta, la de la hija del marqués, la de su esposa y, también, la de un caballero con cuya llegada a Vigàta da comienzo la historia, un tipo que llega y abre una farmacia.

Las historias de unos y otros se cruzan y entrecruzan y, sabedores de que así es la vida, hay personas que intentan dar sus puntadas en ese tejido para intentar que el resultado les favorezca. Lo más extraño de toda la novela es el final: previsible en cuanto a las razones de ciertos sucesos, e imprevisible en cuanto a sus motivaciones. 

Leí esta novela cuando de nada conocía a Camilleri y, después, cincuenta suyas más. Y lo que me queda. Juzgad si recomiendo leerla o no.



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lunes, 29 de noviembre de 2021

El mal de Corcira – Lorenzo Silva

 


 

              Dentro de la saga de Rubén Bevilacqua, El mal de Corcira es, posiblemente, la novela más ambiciosa. En lo literario va más allá que las anteriores –de evolución casi siempre lineal- al confrontar presente y pasado de varios personajes junto a importantes saltos en el tiempo que no afectan al fondo; por otra parte, dentro del género negro supera la voluntaria limitación de otras novelas de la saga, que se ceñían al procedimiento policial para mostrar el máximo realismo; El mal de Corcira, en cambio, apuesta por mezclar equívocos –aunque también realistas- que implican pasos adelante y atrás de modo que la intriga crece con intensidad sin quedar reñida con el realismo; y, por fin, las circunstancias de la víctima le permite a Silva avanzar en otro frente, el más relevante y ambicioso en esta novela: el social. De modo tangencial pero importante se trata la homosexualidad de modo normalizado, pero, sobre todo, se aborda la existencia de ETA haciendo un repaso –a través de los recuerdos del protagonista- muy interesante de vivencias y procedimientos que muestran el grado de entrega y sacrificio que exige la lucha contra el terrorismo.

Este último aspecto es el que ha caracterizado la novela ante el público y casi con toda seguridad abordarlo era el objetivo de Lorenzo Silva. En algunos sitios se ha afirmado o insinuado que esta novela pretendió aprovechar el éxito de Patria, que habría abierto la veda del tema. No sé si es así, pero da igual porque no sería ningún crimen sino algo bastante lógico, comercialmente hablando, y dada la relevancia del tema tampoco puede decirse que sea propiedad de nadie. En cualquier caso, ambas obras solo tienen en común –además de ETA al fondo- que seguramente su publicación hubiera sido imposible, o al menos muy polémica, antes del fin de la violencia etarra.

Por lo demás, cualquier otro paralelismo resulta cuestionable o, directamente, absurdo. El mal de Corcira es deudor de su protagonista, por lo que no puede sino abordar la cuestión desde su óptica: la de un guardia civil directamente involucrado en la lucha contra el terrorismo que, además, cuenta la historia en primera persona. El resultado es muy interesante, pero, lógicamente, es más un retrato corporativo que social; cualquier visión, lo mismo la de la Guardia Civil que la de los terroristas o la sociedad, se hace a través de los ojos del protagonista.

¿Puede ser que Silva haya querido dar una visión más amplia que la que podía proporcionarle el personaje y haya expresado a través de él sus propias opiniones? Puede ser. Que la visión sea más la del escritor que la del personaje justificaría la sensación que he tenido de que Bevilacqua cuenta las cosas «desde fuera» y con cierta rigidez, con atrevimiento, pero con los recuerdos de 1992 encorsetados en la realidad de 2019 o 2020. Es la única crítica que se me ocurre hacer.

Yendo ya al argumento en sentido estricto, la cosa comienza con el asesinato en Formentera de un caballero que resulta ser un antiguo etarra, lo cual, por si las moscas, provoca la intervención de la unidad de Bevilacqua y desencadena los recuerdos que se van intercalando con el presente.

              Así vemos los procedimientos de investigación actuales frente a los procedimientos (de información) de los años 90. Dos mundos muy distintos detallados hasta producir una intensa sensación de realismo y que resultan apasionantes, sobre todo los segundos. El lector tiene ante sí en todo momento tres zanahorias: el interés que suscita el crimen concreto investigado, los modos de actuación en la lucha contra el terrorismo en los años 90 y, por fin, qué diablos le sucedió o dejó de suceder a Bevilacqua entonces, asunto pendiente desde el inicio de la saga. No defrauda.

              Como se ve, hay varias lecturas posibles de este libro, y todas compatibles. Por un lado, es una novela negra o policial y como tal puede leerse. Por otra, tiene un componente histórico muy atractivo para todos los que hemos vivido los años del terrorismo (de hecho, varios episodios y personajes son de inspiración claramente identificable) y, finalmente, tiene una lectura social (o política, pensarán algunos) por el posicionamiento de Bevilacqua o del autor a través de su personaje.

              Las dos primeras lecturas son interesantísimas y meritorias y la tercera, no siéndolo menos, es la que más división de opiniones ofrecerá. A mí me pareció valiente, pero un amigo «benemérito» me dijo que era un libro «demasiado equidistante». A saber. Lo que sí es, es una postura con sentido común y que intenta no dejarse llevar por las emociones. Quizá sea eso lo que lo hace más raro.

              Leedlo.


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jueves, 25 de noviembre de 2021

Un hilo de humo – Andrea Camilleri

 



¡Gracias sean dadas a los dioses y a Booket por reeditar este libro publicado en España en Destino y descatalogado hasta el 17 de noviembre de este año!

Un hilo de humo fue la segunda novela publicada por Andrea Camilleri. Fue en 1980, cuando tenía 55 años. La tercera llegó en 1992, ya con 67. Ojalá la primera, El curso de las cosas (1978), vuelva a ver pronto la luz en español.

Para los devotos de Camilleri Un hilo de humo lanza un hilo de luz sobre los orígenes de su obra. En muchas de sus novelas posteriores reprodujo el planteamiento de ésta (una sucesión de escenas sobre varios personajes que crean una historia coral, o una historia de historias) si bien depurado y mejorado, pues en Un hilo de humo hay algunas escenas un poco confusas y la división entre «actos» es menos evidente que en obras posteriores del mismo tipo, como La desaparición de Patò, La concesión del teléfono, La ópera de Vigàta o El sobrino del emperador, todas reseñadas en este blog.

Es decir, Un hilo de humo no es la mejor obra de Camilleri en la «Vigàta histórica», ni siquiera es una obra ambiciosa, pero sí es una historia fresca que ya luce las principales características de las mejores y más divertidas novelas del autor: el universo de Vigàta comienza a tomar forma, es el primer salto a un pasado no demasiado remoto (finales del siglo XIX) donde la ingenuidad de unos y las malas artes de otros comienzan a conformar la situación política y social derivada de los cambios políticos impuestos por la unificación de Italia y del auge de la mafia; descubrimos que el estilo breve, directo, telegráfico de Camilleri, con poca descripción, mucho dato relevante y siempre con un punto de sensualidad vinculado a atracciones irresistibles, venía ya de antiguo y, por encima de todo ello, vemos su fidelidad al constante pivotar de sus historias sobre las debilidades del ser humano.

Salvatore Barbabianca es un estafador ya de cierta edad que ha hecho fortuna a costa de todo el que se ha cruzado en su camino. Un tipo que solo tiene escrúpulos a la hora de dejar de estafar una lira. La historia comienza cuando está a punto de llegar a Vigàta un carguero ruso para llevarse un montón de toneladas de azufre, encargo que Barbabianca, por culpa del «inexplicable» retraso en un telegrama, no va a poder atender. Un desastre que lo va a conducir a la ruina.

Todo el mundo se entera de la inminente llegada del carguero con la misma velocidad con que corre la voz de que los almacenes de don Salvatore están vacíos y que nadie va a mover un dedo por ayudarle a llenarlos, Al contrario, las zancadillas se van a suceder primero con amabilidad –por prudente cobardía- y, pronto, cuando la cosa se da por hecha y la cobardía desaparece, con un desprecio no fundado en la valentía sino en una ruín sensación de impunidad. Vigàta en pleno, y en especial todo el que tiene cuentas pendientes con el estafador, se dispone a disfrutar la caída en desgracia de Salvatore Barbabianca, patrocinada por uno de sus rivales.

    No deja de ser una venganza vergonzante porque todos la disfrutan pero ninguno da la cara. Barbabianca y los suyos, por su parte, tienen que soportar el amago trago de la humillación.

El hilo de humo al que alude el título es el del carguero ruso al divisarse en el horizonte. Un hilo que para unos representa la esperanza y para otros el final. No es mal título como presentación de la obra entera de Camilleri, en la que las distintas miradas que admiten la realidad juegan siempre un papel fundamental.

Lo que he dicho hasta ahora más o menos lo explica la sinopsis. Si añadiera más datos destriparía la novela, así que me limitaré a decir que quien es mezquino acaba expresando su mezquindad de una manera o de la opuesta, según sean las circunstancias. Camilleri muestra que de la adulación a la traición el paso es tan pequeño como la dignidad de quien incurre en cualquiera de esos dos vicios. Una historia sobre la mezquindad, la vanidad y la cobardía que les es aneja y, también, con un final humano, porque queda claro que ya desde el principio de su obra Camilleri cuidó este extremo. Un toque final, el de Camilleri, que nos dice que aunque la realidad nunca cambia, a veces es posible escapar a ella gracias a eso que ahora se llama «justicia poética» y que en realidad a menudo consiste en dar una oportunidad a la casualidad para que traíga la suerte.

Encantado de haberlo leído.


Portada de la primera edición en España.
Destino. 1980.


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lunes, 21 de septiembre de 2020

El conde de Montecristo – Alejandro Dumas

 



            Deseaba leer esta novela, un clásico del folletín y la aventura, desde hacía años, pero sus 1450 páginas me habían intimidado reiteradamente. Un error, porque El conde de Montecristo resulta tan amena, entretenida, ágil y sencilla que se lee con tremenda rapidez.

            El argumento es tan conocido que casi apura recordarlo: Edmundo Dantés, joven marinero recién regresado Marsella y a punto de ser ascendido a capitán del mercante en el que navega, va a casarse con su novia, Mercedes. El día de la boda es víctima de una acusación falsa que, sin darle tiempo a comprender lo que sucede, lo sepulta catorce años en un calabozo subterráneo del castillo de If. Durante el encierro consigue contactar con otro prisionero, un anciano al que todos tienen por loco pero que a Dantés le procura una maravillosa formación y el secreto de un tesoro. Dantés logra escapar y, transformado personal, intelectual y económicamente se convierte en lo opuesto a lo que fue: en un excéntrico millonario rodeado de lujos exóticos y servidores de máxima eficacia que recorre Europa (en realidad, Italia y Francia) derrochando y haciendo gala de una generosidad que más parece prodigalidad; sin embargo, todo forma parte de su elaboradísimo e intrincado plan de venganza, porque si algo quiere Edmundo Dantés, reconvertido en el conde de Montecristo, es ayudar a quienes le ayudaron pero, sobre todo, hundir a quienes le hundieron. Como la mayor parte de ellos han devenido tipos importantes e influyentes, casi toda de la novela discurre entre las idas y venidas de unos y otros por las casas «de buen tono» de París –tras una larga incursión en Roma y alguna más corta en la isla de Montecristo- mostrando al lector cómo el conde va tejiendo poco a poco, a base de osadía y casualidades, la red en la que espera atrapar a quienes no saben que es su enemigo.

              Pero que el móvil de la novela sea la venganza no significa que el protagonista sea mezquino: Dumas se cuidó de adornarlo de la cualidad del agradecimiento para que más que vengativo pareciera justiciero, y de situar a Dantés, al final de la novela, ante la posibilidad de llevar al límite su venganza o de recapacitar sobre su utilidad y, sobre todo, sobre en quién se transforma quien se venga. Hasta qué punto llega la venganza de Dantes depende del personaje a nos atengamos, porque Dumas los utiliza, en función de su papel en la denuncia falsa original, para provocar el crescendo de la acción.

              La fabulosa intriga permite enfrentar dos mundos paralelos e incompatibles: el que dejó atrás el marinero Edmundo Dantés, basado en el amor a los suyos y al trabajo bien hecho, y el de la «alta sociedad» y adyacentes, que solo piensa en el dinero y en la posición social, lo cual justifica triquiñuelas, engaños, falsedades… produciéndose toda clase de mezclas extrañas con una única raíz común: el dinero. Hasta tal punto es así que ni siquiera los únicos personajes que pueden darse cuenta llegan a pensar explícitamente que la venganza de Montecristo podía haber desembocado, entre otras muchas desdichas, en un matrimonio incestuoso, sorpresa de la que –un desmayo aparte- solo se maravilla el lector.

              El marco histórico es doble. Por una parte, la Francia inmediatamente posterior a Napoleón, en la que ser bonapartista o estar a favor de la restauración monárquica puede separar la vida de la muerte aunque luego, pocos años después, quién haya estado en cada bando sea irrelevante. Por otra parte, tienen cierta influencia ciertas costumbres italianas. Y, junto a todo ellos, numerosas referencias a mundos entonces más o menos exóticos que no había que buscar fuera de Europa.

              Sin embargo, más que contar un argumento tan conocido o de ensalzar una novela que figura entre las más importantes de la historia de la literatura, la poca o mucha utilidad de esta reseña posiblemente se limita a hacer una reflexión sobre cuánto se puede disfrutar leyendo clásicos y sobre la negativa influencia de toda la parte del mundo literario que nos aparta de ellos: la tiranía de lo inmediato, de las últimas novedades colmadas de elogios mercenarios  pero que nacen y mueren en cuestión de meses, nos separan a menudo de autores magníficos cuyas obras, como en su tiempo, siguen siendo transgresoras; lecturas de las que son deudoras los millones de novelas que se han escrito con posterioridad.

              Una novela fantástica, entretenidísima, y que invita a reflexionar sobre pulsiones eternas: la injusticia, el sentido o sinsentido de la venganza, el amor, lo que dura el amor, la relación entre amor y amor propio, o la desgraciada relación del ser humano con el dinero.



lunes, 17 de febrero de 2020

El invierno en Lisboa – Antonio Muñoz Molina




              Dice un amigo que El invierno en Lisboa es lo mejor que ha escrito Antonio Muñoz Molina. Si no tiene razón, poco le faltará, porque esta novela es una joya donde el lenguaje y la profundidad de la mirada crean la belleza que transforma una historia de amor plagada de sentimientos y derrota, que es también una novela negra, en un todo melancólico y sublime a ritmo de blues. Está ambientada principalmente en España –en San Sebastián y Madrid- en un clima que parece arrancado a las entrañas de las mejores películas del cine negro clásico.

              El protagonista, Santiago Biralbo, es un pianista de jazz amigo de una figura de la trompeta, Billy Swann, personaje que, según he leído, es un homenaje a Chet Baker. Pero mientras Billy recorre Europa actuando al tiempo que destroza su salud, Santiago, aún siendo un músico nómada, sigue anclado a cualquier lugar por donde pueda pasar el amor de su vida, Lucrecia. Una mujer casada, misteriosa, y que actúa como movida por la fatalidad. Ambos se enamoraron cuando Biralbo tocaba en un club de San Sebastián, y desde entonces su vida ha sido una mezcla de huidas y despedidas continuas, un «alguna vez será lo que hoy no puede ser», una relación donde ambos, a la vez, se buscan esperándose, que no se esperan buscándose. A que la espera como modo de reencuentro tenga sentido contribuyen no poco Bruce Malcolm, marido de Lucrecia, un secuaz que vive del mundo del arte -Toussaints Morton-, y su secretaria Daphne, que amenazan y buscan  a Biralbo no se sabe si para impartir «justicia» vengándose de él por su relación con Lucrecia, para hallar a Lucrecia a través de Biralbo o por algún otro motivo. Leedlo y lo sabréis.

              La novela melancólica y de acción lenta y pausada pero potente, que discurre con un sutil telón de fondo: la idea de que la vida son momentos fugaces e intensos que duran siempre, y que el resto del tiempo es un vacío que hay que llenar con los anhelos, esperanzas y resignaciones nacidos de aquellos momentos.


lunes, 13 de enero de 2020

El hereje – Miguel Delibes


El Hereje, de Miguel Delibes. Una edición por 4,95 euros.
¡Qué caro es leer!

              
              Lo menos que se puede decir de El hereje es que el Ministerio de Cultura le concedió el Premio Nacional de Narrativa en 1999.

              Esta «novela histórica» no es tal. O, mejor dicho, es mucho más. Quiero decir que la mayoría de lo que se clasifica como «novela histórica» está más cerca de las historias de aventuras y acción, e incluso de intriga, que de la literatura en el sentido profundo de la palabra. Y esa literatura, la Literatura, se construye con novelas como esta, que transcurre en el siglo XVI solo porque es el escenario más adecuado para una intensa reflexión sobre la libertad de conciencia, que es de lo que trata el libro, y no sobre historia alguna ni del siglo tal ni del cual pese al magnífico retrato de la época que Delibes consigue hacer.

              El protagonista, Cipriano Salcedo, es el hijo único de uno de los primeros burgueses de Valladolid. El negocio de su padre, como el de toda Castilla en la época, estaba relacionado con el comercio de lana. Para quien no lo sepa, durante siglos el comercio español fue un desastre que se dedicaba a exportar lana procedente los rebaños de la meseta y a importar productos textiles manufacturados. El productor de lana se enriquecía (pero solo más o menos, pues estaba a expensas de los monopolios de demanda derivados de la dificultad de enviar las expediciones de productos) y el resto de mortales pagaban las importaciones de sus atuendos. El abultado saldo final se marchaba fuera de nuestras fronteras.

              No lo cuento por contar. Para significar que el protagonista es un hombre reflexivo Delibes hace de él un avanzado a su tiempo, un hombre que ve más allá que su padre y se lanza a hacer algo tan distinto como pensar que en lugar de exportar tanta lana puede quedársela y, con ella, fabricar ropa y venderla haciéndola atractiva. Una concepción de la actividad económica revolucionaria en la época. De ser un simple comerciante más, a ser uno de los primeros industriales.

              Pero no corramos. Cipriano, un chico fuerte pero esmirriado, fue un hijo cuya llegada se hizo esperar y se llevó por delante a su madre, quedando al cuidado de una nodriza y enfrentado, sin que él llegara nunca a explicarse muy bien las razones, a su padre. Es un hombre disciplinado, honesto consigo mismo y relativamente culto, lo cual le lleva a tener inquietudes emocionales y espirituales.

              Las emocionales, mal que bien, las va satisfaciendo tras una educación despiadada y dura en una especie de orfanato que, pese a sus rigores, se transforma para él en el hogar que su padre, adinerado como es, no le da. Y es su hogar no por encontrar en él cariño o afecto, sino conocimiento y cultura. Es decir, a sí mismo. Además, en el hecho de satisfacer sus necesidades emocionales ya encuentra Cripriano muchos motivos para la reflexión, porque el instinto le enfrenta a la moral, y cuando esta no se impone la honestidad de Cipriano le hace intentar racionalizar su conducta. Es lo que sucede en su relación con su nodriza y casi madre, Minervina, un personaje maravilloso, pero también cuando cree sentir la llamada del amor hacia la mujerona grandota, poco agraciada y de temperamento difícil que terminará siendo su esposa, y no hablemos ya de la relación o no relación final con Ana Enríquez. Todo lo pasa Cipriano por el tamiz de una moral reflexiva, e intenta actuar en consecuencia: haciendo lo que cree que debe y, cuando no es capaz, asumiendo las consecuencias de sus actos y, lo que es más importante, haciendo lo posible por compensar los daños causados.

              Cipriano es un hombre que no quiere hacer daño a nadie. Al contrario. Es un hombre bondadoso y, a menudo, tan poco aferrado a lo material que lo que algunos considerarían generosidad para él no es más que un acto de justicia. Y cuando tiene dudas, acude a su tío, un hombre culto, ponderado y comprensivo, abierto de mente pero, paradójicamente, solo hacia su propio interior, pues es consciente del problema de pensar en una sociedad donde lo distinto se niega. Recalco la bondad de Cipriano porque es clave en la novela: si él hubiera pretendido imponerse a alguien o a algo, hubiera sido lógico que encontrara oponentes, pero él se limita a intentar ser consecuente con sus propios pensamientos sin causar ningún daño a nadie. O, dicho de otro modo, nada de lo que pasa por su cabeza tiene una aplicación práctica más allá de constituir sus propios pensamientos y creencias.

              Y en cuanto a las inquietudes espirituales, ¿dónde es posible satisfacerlas?

              Siempre en el mismo sitio: allí donde se cuestiona el orden establecido, legal o moral, pues no es posible ni razonar ni argumentar donde no se duda de nada, sea religión, como es el caso, o política. En la novela, la fortaleza de la Inquisición, obtenida por el ejercicio impune de la violencia, ha hecho que el común de los mortales prefiera no pensar. Sin embargo, algunas escasas mentes inquietas –y alguna ingenua e irreflexiva- han sido receptivas a las doctrinas de Lutero y, en particular, aceptan la conclusión de que no existe el purgatorio y de que el sacrificio de Cristo hace innecesario –otra cosa sería ningunear la acción del Salvador- la acción individual. Parece poco, pero es más que suficiente para ser exterminado por la Inquisición.

              He aquí también otro elemento para la reflexión: ¿por qué unos personajes cercanos a la doctrina luterana actúan con toda prudencia, sabiendo lo que arriesgan, y para otros en cambio es casi un juego? La respuesta está en lo que antes he dicho: como nada de lo que hacen o dicen implica un mal inmediato para nadie, a algunos les resulta imposible ser conscientes de estar haciendo algo mal, lo que sitúa la novela, por otra vía, en su objetivo: la libertad de pensamiento. Cuando el pensamiento en nada afecta a la vida cotidiana de quienes nos rodean, la única posibilidad de conflicto no deriva de la confrontación de intereses, sino de la tolerancia o intolerancia a las ideas. Un tema que sigue vigente.

              También induce a reflexión la distinta actitud de los herejes. Dejando a un lado a Cipriano, cuyas motivaciones conocemos, se intuye que no todos tienen las mismas. Como siempre que hay un cambio, siquiera sea leve, aparecen advenedizos que ven en el cambio la ocasión de ganar prestigio o influencia, de convertirse en pequeños líderes sometidos en realidad a su propia vanidad. Otros participan en los cambios por simple curiosidad o por el deseo de dejar atrás una realidad que se les queda pequeña. Alguno, también, se deja arrastrar por inconsciencia o debilidad.

              El hereje es la historia de Cipriano, un hombre enfrentado a un modo de vida cuyo rigor histórico –algún anacronismo aparte- no impide, como en todo buen libro, que lo que se muestra sea un trasunto de infinidad de situaciones que siguen dándose, aunque con condenas menos virulentas, pero bastante efectivas. ¿Alguien puede negar que pensar y tener opinión propia no es un vicio mal visto en una sociedad que tiende a clasificar a todo el mundo a partir del más pequeño signo? ¿Creemos que los grupos ideológicos a los que pertenecemos o en los que se nos clasifica nos van a perdonar no seguir sus doctrinas oficiales? ¿Creemos acaso que la tiranía de lo «políticamente correcto» o del «pensamiento único» son algo diametralmente distinto a aquello de lo que nos habla Delibes? Por supuesto que no. El hereje es un canto a la libertad de pensamiento, una reivindicación del individuo frente a la masa, y su trágico y durísimo final es el único posible para que ese canto llegue a oídos del lector.

              De ahí que, por ser este el objetivo de la novela, Delibes se demore intencionadamente en los pormenores de multitud de situaciones. Porque lo importante en El hereje, y vuelvo al principio, no es buscar una «acción que atrape al lector». Al lector no ha de atraparlo la acción descrita, sino su propio pensamiento, sus reflexiones. Y ellas crecen en paralelo a los procesos mentales de Cipriano, que, como los de cualquier ser humano, se desarrollan condicionados por infinidad de detalles. Esto explica la necesaria lentitud de la novela, que no es tal, pues al terminarla uno se da cuenta de que con este libro ha recorrido más distancia intelectual que «devorando», como suele decirse, centenares de novelas de esas que «enganchan». Que enganchan tu tiempo, pero no tu inteligencia.