En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 4 de septiembre de 2025

Personas decentes – Leonardo Padura

 


Al ver el título cada lector evocará cómo es para él una persona decente. Sin embargo, creo que al terminar esta novela sus ideas al respecto habrán variado bastante.

Y es que algunas de las personas decentes que transitan por sus páginas lo son a pesar de sus delitos, e incluso gracias a ellos. También, lógicamente, el lector se plantea el frecuente dilema entre la decencia legal (actuar dentro de la ley y el orden, que son normas generales, comunes a todos y, por tanto, necesariamente limitadas e incapaces de recoger toda la realidad) y la decencia moral (actuar de acuerdo con la ética, que es una norma individual, propia de cada cual y presente en cada una de las realidades que cada persona afronta).

Y tras esta parrafada voy al grano.

De la serie  de Mario Conde había leído solo la primera novela, «Pasado perfecto», perfectamente pasada, porque no me entusiasmó. Desde ella, leída en 2019 y cuya acción transcurría en los años 80, he saltado a la última, «Personas decentes», que se desarrolla en 2016. Casi treinta años después. Entre una y otra el protagonista se ha transformado en un hombre 62 o 63 años que hace décadas dejó de ser policía para poner una librería de lance. El proceso de cambio me lo he perdido, aunque he podido constatar que el señor Conde tiene como pareja juntos-pero-no-revueltos a Tamara, amor platónico en aquella primera novela. La razón de no haber leído ninguna de las ocho que median entre ambas hay que buscarla en lo que acabo de decir de la primera y en lo bien que he oído hablar de esta última.

Y la fama es merecida. «Personas decentes» es un buen libro. Muy superior a casi toda la novela policial a la venta.

Padura utiliza en esta obra dos recursos bastante frecuentes. El primero consiste en contar dos historias paralelas, en apariencia independientes, que se desarrollan en capítulos alternos. Esto da agilidad a la lectura y permite al lector oxigenarse cada veinte o treinta páginas. En esta ocasión, la trama principal es la provocada por la muerte de un antiguo censor cultural del régimen cubano, un tipo cruel a quien nadie tiene motivos para recordar con cariño y sí con asco e inquina. De aclarar qué ocurrió se encarga el señor Conde, ya señor librero, cuando un antiguo colega reclama su ayuda porque los policías están hasta la gorra de trabajo a causa de la inminente llegada de Barack Obama a La Habana y, poco después, de la actuación de los Rolling Stones. La segunda historia transcurre un siglo antes, y se inspira (este es el segundo recurso muy común en la literatura actual) en una historia real. A ser posible, como es el caso, en historias de ilustres desconocidos. Gente relevante en su momento, pero no de primera fila. A veces ni de segunda ni de tercera. En esta ocasión se trata de la historia de Alberto Yarini (1882-1910), un lúcido joven de éxito, de buena familia, gran carisma, notorio proxeneta, que, cual flautista de Hamelin, encandilaba a todos con su sonrisa y su amable trato en pro de sus negocios y de sus aspiraciones políticas. Un adorable manipulador al que resultaba imposible no rendirse. ¿Qué tiene que ver una historia con otra? Nada. Solo que Conde, que protagoniza la primera, está escribiendo la segunda. El intento final de Padura de que ambas converjan es más voluntarista que efectivo, ya que la causa es un señor que pasaba por allí hace no sé cuántos años, forzada casualidad que le permite a Padura justificar el parto de mellizos. Pero ambas historias son interesantes.

La trama policial, la trama Conde, permite al autor dar su visión de la Cuba de 2016. Fidel Castro murió a finales de ese año. Había renunciado al poder en 2008, en favor de su hermano Raúl. La visita de Obama y la de los Rolling Stones prometía una apertura soñada por todos menos por los más engordados por el régimen. La novela se mueve entre esa esperanza y el desengañado escepticismo de Conde, que cuenta con la ventaja de ser la voz del Padura de 2022, que es cuando se publicó «Personas decentes». Además, Conde tiene repetidas ocasiones para pasmarse con la inexplicable aparición de nuevos ricos cubanos que gastan a manos llenas en establecimientos de hostelería donde la mayor parte de la población necesitaría el sueldo de una semana para tomarse un café.

La historia de Alberto Yarini nos conduce a la Cuba de un siglo atrás, casi recién lograda una independencia que no era tal por la influencia de Estados Unidos. Pero, así como en la trama Conde Padura es muy consciente de la diferencia de vida entre las élites y el pueblo, la de Yarini es una historia de élites en las que solo el policía que la cuenta representa, más mal que bien, al pueblo llano. Eso sí, la disoluta vida de Yarini transcurre entre prostitutas (simples instrumentos que no alcanzan a representar a casi nadie en la novela), hasta el punto de tener en su casa algo parecido a un harén. Es decir, el panorama de élites solo es matizado por el lumpen en que se mueven y al que explotan.

Ambas historias transcurren en Cuba, pero en tiempos y mundos diferentes. La de Yarini en una economía de mercado, capitalista, profundamente caciquil y fundamentada en atroces desigualdades (que apenas se mencionan) en el marco de una Habana en alegre y próspero crecimiento al servicio del dinero. La de Conde, en la Cuba de 2016, con La Habana ahora como decadente protagonista que intenta respirar gracias a una inexplicable oleada de progreso que solo beneficia a unos pocos, todo visto con la mirada nostálgica de quien conoció sus restos de brillantez; una Cuba con una dictadura aún contundente aunque suavizada en lo represor comparada con su propio pasado, pero incapaz de ofrecer a la población otra cosa que miseria. La prosperidad solo puede buscarse en la emigración o en engordar como parásito del régimen. La Habana, su esplendor a costa de la desigualdad, del abuso político; su decadencia, debida a la dictadura sustitutoria; y su ansiada y nunca llegada resurrección como metáfora de todo.

A este último respecto, llama la atención cómo todos los personajes hablan con el protagonista como si no formara parte, al menos por encargo, del aparato policial; como si todos dieran por hecha y compartieran su opinión crítica, aunque no virulenta, sobre el régimen. Nadie parece tener miedo de expresarse ante él. La visión que nos traslada Conde/Padura es crítica con el régimen cubano, aunque no se mencionan nombres, ni responsables, ni causas, como si se hablara de una fatalidad de la que, pase lo que pase, resulta imposible escapar y, por tanto, contra la que no merece la pena luchar. Como si Cuba fuera un país metido en un callejón sin salida y sin posibilidad de marcha atrás.

Cuento todo esto porque lo mejor de este libro son esos marcos en los que transcurre la acción. En algún sitio he leído la afirmación de Padura de que esta es su novela más policial. No puedo juzgarlo por haber leído solo otra de la serie. Cierto es que la trama Conde tiene su aquel como rompecabezas, como novela de salón, aunque las corazonadas del viejo exteniente permiten unos saltos mortales en la investigación que lo mismo depositan al lector ante una poeta fallecida cuatro décadas atrás que ante el mismísimo Napoleón. Como truquillo, el asunto de las corazonadas es demasiado facilón.

        No obstante, lo trabajado o no de estos truquillos es lo de menos. La trama pretende entretener, y el fondo social e histórico de los personajes es lo principal. O, al menos, lo que más que ha gustado

Volviendo al principio, casi todos lo que circulan en torno al malo malísimo finado pueden ser buenos o malos, pero unos y otros lo son influidos por achuchadas vivencias debidas a la situación política, económica y social cubana en cada una de las dos historias, lo cual causa que nunca sepamos hasta qué punto cada cual es, o no, una persona decente


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