En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 31 de agosto de 2020

El Rey - Sandrone Dazieri





(Colomba Caselli y Dante Torre, y 3)



                Final de la trilogía protagonizada por Colomba Caselli y Dante Torre, y menos mal, porque aunque El Rey se lee rápido y bien y es entretenido, el caso de fondo que sirve de enlace entre las tres novelas (No está solo, El Ángel y El Rey) se le ha ido un poco de las manos a Sandrone Dazieri, como a esos guionistas (Dazieri lo es) a los que exprimir el éxito les lleva a retorcer las historias en un constante «más difícil todavía» a cada instante hasta acabar desvirtuando el espíritu original de la historia. Es lo sucede con El Rey, donde el «factor sorpresa» que dio buenos réditos en No está solo e implicó un final abierto clara y desdichadamente comercial en El Ángel, está llevado al límite.

                ¿Y quién es ese rey? Obviamente, el nuevo malo malísimo que algo tiene que ver con la figura del Padre, que se arrastra desde la primera de las novelas.

                Dazieri juega mucho en esta ocasión con los sentimientos del lector (al que presupone fiel, pues para eso ha llegado a la tercera entrega), y quizá por eso se esfuerza menos en dar verosimilitud a lo irreal, confiando en que las desventuras de los protagonistas oculten esa dejadez provocando la angustia del lector; craso error, porque el lector ya sabe que de los protagonistas no se puede prescindir, así que, soponcios, los justos.

                Colomba, tras el desaguisado del final de El Ángel, está recluida en un pueblecito de montaña, curando sus tripas heridas y su espíritu maltrecho. Lógicamente, tiene clavada la espina de la desaparición de Dante. Pero, antes de reaparecer el mencionado personaje-espantajo de mente tan brillante como extravagante, aparece por ahí perdido un joven autista. Y junto a él, un crimen. Y junto al crimen, las fuerzas del orden locales. A partir de aquí, todo el mundo creado por Dazieri en esta trilogía comienza a converger en el pueblecito, sin que llegue a quedar del todo claro un motivo distinto a las «exigencias del guión». Desde ese refugio Colomba va y viene donde haga falta, hasta conseguir su objetivo (de un modo y en unas circunstancias mejorables) y, a partir de él, ambos se ven arrastrados por los hechos -algunos de ellos verdaderamente exagerados- hasta dar por zanjado por fin, o al menos eso se supone, el asunto del Padre. Menos mal (para Colomba), que en esta ocasión Dazieri le concede un recurso poco usado en la novela negra: ser la protegida de esos servicios secretos tan ajenos a las normas como puede suponerse.

                Un final, más que un colofón, que, si la trilogía da de sí comercialmente lo suficiente, no es descartable que lo sea solamente «del caso del Padre», lo cual permitiría cumplir lo de la trilogía y resucitar, en nuevos casos, a la pareja de investigadores. Sin son fieles a los orígenes, merecerá la pena. Si lo son a esta última entrega...



lunes, 24 de agosto de 2020

Lluvia fina – Luis Landero





                Novela de inmensa calidad, escrita con lenguaje sobriamente elegante y eficaz, que nos traslada una doble historia: la de las disputas familiares entre tres hermanos (dos mujeres y un hombre) y su madre, y la de Aurora, la esposa del hombre y confidente de toda su familia política merced a su capacidad de escucha.

                Dos historias que son una, porque los egoísmos de quienes solo quieren explicarse y hacerse comprender como modo de justificar su vida y su actitud se desarrollan a costa de quien soporta sus peroratas sin que nadie le pregunte por su vida.

                Dos historias que son una porque ambas tienen algo en común: la desagradable sorpresa de que, antes o después, hasta los más cercanos nos acaben pareciendo completos desconocidos en cuya cabeza nunca hemos sido capaces de entrar (o nunca nos han dejado hacerlo), y la no menos inquietante sensación de que, en realidad, ni siquiera nadie llega a conocerse a sí mismo en ningún momento de su vida.

                A esa desazón ayuda no poco la confusión entre memoria, fantasía, deseos, temores, etc., confusión que nos hace reescribir el pasado otorgando importancia, cada uno, a hechos, grandes o pequeños a los que la memoria y la reelaboración van dotando de significados solo visibles y comprensibles para quienes los elaboran; cada cual rehace la historia y conforme pasan los años aumenta la distancia entre las historias de aquellos que compartieron una misma realidad. Un fenómeno que se produce poco a poco, pero sin descanso, hasta acabar calando. Como la lluvia fina.

                Con motivo del octogésimo cumpleaños de la madre, una viuda de temperamento seco y austero, su hijo Gabriel –al que sus hermanas consideran el preferido de la madre- tiene la idea de reunir a toda la familia para celebrar la ocasión y solventar rencillas. Sonia, la hermana mayor, no está muy entusiasmada con la idea: no quiere ver en la misma mesa a Horacio, su exmarido, que ha seguido teniendo contacto con la familia, y a Roberto, su nueva pareja; Andrea, la siguiente hermana, tiene tantos reproches como palabras para cada uno de sus hermanos y para su propia madre, debido al modo en que ha sublimado numerosos episodios de su niñez y pubertad; Gabriel trata de nadar entre las dos aguas de si fiesta sí o fiesta o no, y Aurora, su esposa y confidente de todos, soporta estoicamente el aluvión de dimes y diretes mientras reflexiona sobre su propia existencia y, del mismo modo en que comprueba que cada uno de los demás ve las mismas cosas a su propia manera, se pregunta hasta qué punto está ella distorsionando la visión de su propia existencia y la de su marido, que parece haber evolucionado a ser un completo desconocido posiblemente porque a los veinte o treinta años las personas intentamos parecernos a lo que queremos ser, y conforme pasan los años acabamos siendo bastante diferentes y debemos asumir la diferencia, cosa complicada porque a veces ni siquiera llegamos a darnos cuenta de que nunca hemos llegado a ser quienes creíamos ser.

          Y así, a medida que los recuerdos interpretados de una manera por cada uno van saliendo a la luz, afloran también los elementos más secretos y sórdidos que son, muchas veces, los que explican los puntos de inflexión entre las distintas versiones.

          Una gran novela, tras la cual no es preciso leer, pero ahí esta...


Antes de la lluvia – Luis Landero

                «Antes de la lluvia»es un opúsculo que se regalaba con Lluvia fina, una amabilidad para el lector a iniciativa de la editorial, según nos cuesta Luis Landero junto a la declaración, lógica, de que no se le ocurre qué decir sobre Lluvia fina porque si el autor debe complementar la obra dando explicaciones, mala obra es. De modo que Antes de la lluvia se limita a ser conjunto más o menos desordenado de anécdotas y lúcidas reflexiones que poco tienen que ver con la novela a la que acompañan, pero que no está de más leer.


lunes, 17 de agosto de 2020

Belleza roja – Arantza Portabales




                Me ha sorprendido que Belleza roja no sea una novela más conocida. Comparada con la media de lo que leo, es demasiado buena para que pase inadvertida, mérito fundado en un doble motivo: una trama interesante, meticulosamente organizada y trazada, y un amplio número de personajes de vigorosa verosimilitud pese a lo atípico de alguno de ellos.

                Cada personaje es, además, una novela dentro de la novela. A medida que las páginas pasan el lector se va topando con los secretos de cada uno de ellos, vinculados a errores, pasiones y traumas que siguen latiendo bajo la apariencia de la normalidad. Ni uno se libra de tener su propia historia: los sospechosos del crimen, los policías que lo investigan… hasta el psiquiatra que trata a una de las sospechosas.

                Santiago de Compostela. En un magnífico chalet en una pequeña urbanización de lujo aparece muerta una adolescente en un «escenario» del que mejor no digo nada para no restar interés al futuro lector. Como ocurre en algunas novelas clásicas de intriga, el elenco de sospechosos, debido al momento en que el crimen se produce, es limitado y todos se conocen entre sí. La investigación va descubriendo los secretos de cada cual y cierto tejido de relaciones ocultas, de modo que ni está claro el móvil ni, por tanto, los candidatos a criminales. Un poco a lo Agatha Christie, pero en un entorno moderno y dibujado con maestría para desdibujar (con éxito) la asfixia del «modelo cerrado».

                Parte de ese efecto se logra trenzando con la historia principal las de los personajes que llegan al asunto desde fuera: los policías y el psiquiatra; otra parte se logra escapando del presente al pasado de todos los personajes y aún más allá. También la panoplia de posibles móviles despierta la curiosidad del lector. Unamos la vinculación entre el crimen y el arte y tenemos una novela original y tan verosímil por el modo en que aborda la psicología de los personajes que hasta, a pesar de lo insólito del modus operandi, parece realista.

                Una gran novela escrita en capítulos breves, de no más de cuatro, cinco o seis páginas, y la que se alternan el relato en tercera persona con las reflexiones, en primera, de una de las sospechosas. Una novela que me alegra mucho haber leído.

               
                

lunes, 10 de agosto de 2020

Aventuras de un cadáver - Robert Louis Stevenson





Casi cuarenta churumbeles ven como sus padres invierten una considerable cantidad de dinero en una tontina. Para quien lo ignore, el juego consiste en que toda esa pasta y sus rendimientos acumulados se la llevará quien sobreviva a los demás. Algo así como «¿apostamos a ver quién vive más?».

Una manera como cualquier otra de incentivar que el personal se cuide y, a la vez, de otorgar a cada uno cierto poco saludable interés en la suerte del resto. Esto último, claro, cuando los jugadores no alcanzan una edad tan provecta que ya les importe un pito cobrar o no la tontina, que es lo que sucede en esta novela breve y humorística de Robert Louis Stevenson publicada en 1888: los dos «finalistas» son dos hermanos tan entrados en años que, a diferencia de alguno de sus herederos, ya no están interesados en el vil metal.

¿Y quiénes son los herederos? Dos hermanos algo tontainas (y aspirantes a tontinos), sobrinos de ambos «finalistas», y el hijo de uno de estos. Mientras que este último es un abogado de prestigio, bien acomodado, bromista despendolado y al que la tontina también le importa poco, no sucede lo mismo con sus primos, que achacan al tío a cuyo cargo quedaron al quedar huérfanos haber dilapidado parte de su herencia, desaguisado que podría remediarse si este buen hombre, dueño de una empresa de negro futuro dirigida (hacia el abismo) por esos dos sobrinos, sobrevive al otro hermano vivo y cobra la tontina.

O, dicho de otro modo, a ojos de los dos hermanos –sobre todo del más lanzado de ellos- tanto interés tiene su primo en ocultar la muerte de su padre como ellos en ocultar la del tío bajo cuya tutela quedaron. El primero que se muera, pierde. Salvo que su cadáver no aparezca. Y como uno de los ancianos no aparece ni vivo ni muerto no es cuestión de que aparezca el otro cuando sus sobrinos lo dan por muerto. Es aquí cuando realmente comienzan las aventuras del cadáver al que alude el título, porque un cadáver cuya aparición implica la pérdida de un dineral, es un cadáver muy inconveniente. O muy conveniente, según quién mire.

Stevenson construye un enredo en el que las triquiñuelas de unos se complican con hechos imprevistos provocando resultados cómicos, cercanos al humor negro, apoyándose en un elenco de secundarios que le permiten sortear las limitaciones derivadas de la simpleza de algunos de los protagonistas; entre estos secundarios, «la chica de la película»¸ el vecino que queda prendado de ella y, también, un buen señor y mal «artista» que pasaba por allí y se ve sorprendido con cierto regalito non sancto cuando esperaba otro tampoco mucho más decente. Una historia, como muchas veces ocurre en el enredo, en la que las casualidades juegan un papel importante y jocoso. Una comedia cercana a la novela juvenil, pero divertida a cualquier edad, muy clara pese a lo complejo de algunas de las cuestiones mercantiles que se apuntan, y que, a pesar de parecer un mero divertimento poco o nada ambicioso en lo literario, muestra la variedad de registros de autor que forma parte de la historia de la Literatura.

Una breve, interesante y sorprendente novela de humor.


miércoles, 5 de agosto de 2020

A propósito de nada – Woody Allen





              Con razón se habla muy bien de este libro, una autobiografía que se lee como una novela escrita en primera persona, y en la que encontramos muchos puntos de interés: cómo se forma un genio, anécdotas y opiniones sobre muchos de los grandes del Hollywood clásico y de Broadway -con los que Allen coincidió en sus primeros años, cuando ellos ya estaban consagrados-, algunas curiosidades sobre películas míticas -Annie Hall, Manhattan y algunas otras-, la inmensa suerte de poder trabajar con personas brillantes en sus profesiones, un balance vital hecho cuando corresponde (Allen ha escrito esta obra con 84 años) y, además, es de interés leer esta obra en un momento en el que sigue en debate (en absurdo debate) si Allen es un genio al que hay que boicotear porque es culpable (estupidez superlativa, porque si no distinguimos a las personas de su obra, para perder lo que de bueno puedan darnos -buen suicidio cultural- debiéramos cerrar todos los museos, librerías, bibliotecas, filmotecas, cines y televisiones) o es un inocente a quien ha arruinado la existencia una mezcla de manipulación mediática y fundamentalismo; como digo, un debate absurdo: si se considerara que el mérito de una obra es independiente de la conducta de su autor ningún debate habría: las obras quedarían a disposición del público y las peripecias de los autores a disposición de su conciencia o de los jueces, ¿o es que alguien va a renunciar a ir al Prado hasta comprobar la intachable existencia de todos los pintores allí expuestos? Sobre este tema, y por lo que a Allen respecta, las cosas parecen estar más claras de lo que las tiene la opinión pública, según indica Allen con profusión de fuentes y transcripciones. Y, lo mejor de todo, esta obra está escrita con permanente buen humor fundado en cierto nivel de autocrítica y autodistanciamiento: si de alguien se ríe Woddy Allen es de sí mismo. Y lo hace, en gran medida, relativizando.

              Su humor, sin embargo, casi se desvanece cuando narra sus problemas con Mia Farrow –con la que nunca llegó a convivir bajo el mismo techo- tras enamorarse de la hija adoptiva y veinteañera de ésta (que, contrariamente a lo que muchos creen, nunca fue hija adoptiva de Allen). Es en el tono serio y riguroso de esas páginas donde se advierte cómo los peores fracasos cinematográficos han sido para él una minucia comparados con el impacto de este asunto. Estos episodios son, además, los más documentados con enorme diferencia (posiblemente para prevenir eventuales demandas no ha dicho nada que no pueda probar) y son también, en el fondo, el grito de un hombre que se siente inocente y linchado y al que, como nadie da voz por miedo a «contaminarse» (o sea, por miedo a las represalias de los más fundamentalistas), hasta el punto de que sus películas –su modo de hablar y de expresarse- han dejado de distribuirse en Estados Unidos y pocos quieren trabajar con él, no ha tenido más remedio que escribir una autobiografía para que en algún sitio conste su versión, a pesar de lo cual tampoco para este libro ha sido fácil ver la luz.

              De hecho, esta autobiografía es pura contradicción con el modo en que Allen ha defendido su intimidad durante años. Cabe preguntarse si hubiera sido escrita de no haber sufrido las consecuencias de estos follones.

              A propósito de nada es una historia más o menos cronológica, con un ordenadísimo caos, en la solo que encontraríamos, escalón a escalón, la vida previsible de un humorista devenido en guionista, actor y, sobre todo, director de cine. Pero esta obra, por culpa del dichoso lío de los últimos años, es en realidad una obra sobre la justicia, la injusticia, sobre el naufragio del éxito aparentemente consolidado. A propósito de nada es la historia de cómo alcanzar el éxito personal a base de trabajo y fidelidad a los propios principios, de cómo a veces eso permite lograr el reconocimiento universal (por más inexplicable que resulte para el propio afectado) y de cómo, al final de la vida, todo puede venirse abajo por cuestiones por completo ajenas a ese trabajo y que, para colmo, ni siquiera precisan ser verdad. No es necesario tomar partido por Allen para sacar la conclusión de que ninguna verdad oscura es necesaria para hundir a alguien: en tiempos de redes sociales y medios de masa, basta el ruido, basta un señuelo para que jauría te triture.

              Las muestras de ingenio son constantes, aunque en mi caso siempre me cuesta un poco situarme en el humor de Allen, mucho más propenso a comparaciones absurdas o insólitas –que desorientan entre su ya confuso navegar entre la seriedad y la ironía- que a juegos de palabras y de ideas. Sin embargo, lo que más me ha interesado, y lo que creo que tiene más valor, es la constante defensa de su postura ante la creación artística, la defensa del arte por el arte sin plegarse a exigencias mercantiles, la defensa del goce de crear sin someterlo al ansia de reconocimiento.  Muchas veces he pensado en ese tema, al ver escritores que pierden el oremus por publicar hasta su lista de la compra, escritores dispuestos a escribir lo que haga falta y como sea con tal de vender o de poder considerarse famosos, mientras que otros podemos no menear algo del cajón en toda la vida porque el objetivo era, simplemente, disfrutar creándolo. Me interesa mucho esa postura ante el arte, porque la contraria solo da lo que el público quiere y, por tanto, difícilmente aporta nada novedoso o de interés.

              Al hilo de lo anterior el libro ofrece una gran ocasión para reflexionar sobre el sentido del éxito y, también, sobre significado de dormirse o no en los laureles. Queda claro, al menos a mi juicio, que Allen es un artista en el sentido más noble de la palabra; al menos, de espíritu; de habilidad, según deduzco de sus palabras, no tanto. Sin duda, esta defensa del «arte» frente a la «industria», de lo personal frente a lo clonado, de la intuición frente a la estadística, es lo mejor del libro.

              Relacionado con lo anterior, está el desorganizado modo de rodar de Allen: bajos presupuestos, poca repetición, bastante improvisación… pero todo, paradójicamente, siendo fiel a la idea original. Como en varias ocasiones dice, el éxito o el fracaso de una película no se mide ni por la taquilla ni por las críticas de los expertos, sino por lo cerca o no que se sitúa el resultado final de lo que el director veía en su cabeza. El criterio es válido para todas las artes. También resulta interesante, para los ignorantes como yo, husmear en las tripas de cómo se hace una película, en la importancia de unas cosas y otras, de la selección de actores, del montaje, de la iluminación, de la música, de mil cosas.

              Pese a que toda autobiografía tiende a ser complaciente con los propios pecadillos, Allen no escatima críticas a sus obras –y tampoco a algunas personas, aunque en general a los terceros priman los elogios-; reconoce sus fracasos y, en especial, el de no haber logrado hacer una película que fuera la película. Tampoco justifica sus manías, fobias y comportamientos, simplemente expone sus actos dando por supuesto su derecho a ser como es mientras no haga daño a nadie (sacrificar ese modo de ser en favor de alguien, pocas veces admite haberlo hecho). Que no es una obra autocomplaciente queda claro cuando el lector siente que Allen no ha sido un angelito, sino alguien que en general ha tenido como guía de comportamiento sus propios objetivos y apetencias individuales, y, como límite, sus fobias, manías y costumbres, a las que incluso ha sometido el modo de rodar. Al leer A propósito de nada queda claro todo lo que Woody Allen ha hecho en esta vida, pero no tanto lo que ha sacrificado por terceros, posiblemente porque no haya habido mucho. Allen ha vivido su vida, y al contárnosla haciendo balance nos ha dicho que nos hablaba A propósito de nada.

              Aunque, en mi opinión, dado lo descorazonador que tiene que ser no poder exhibir tus películas en tu país, que casi nadie quiera trabajar contigo o publicar tus libros, el «nada» bien puede interpretarse como «el silencio que me ha sido impuesto». Una nada que es bastante más que nada.



lunes, 3 de agosto de 2020

Un asesino en tu sombra - Ana Lena Rivera




           Un amigo me dejó este libro diciéndome que la profesión de la protagonista me interesaría, pues algo sabía yo del tema. En realidad no me interesó tanto, porque la investigadora financiera que Gracia San Sebastián dice ser, es, en realidad, una simple detective privada.

          Por culpa de esa advertencia no leí como debía el comienzo del libro: evalué demasiado el realismo (unas veces jurídico, otras práctico) de determinadas actuaciones de la protagonista (qué información podía tener, cuál no; qué podía hacer según con quién, qué no; qué debía hacer para comprobar una de las cosillas que investiga, qué no...) y por este motivo esas primera páginas más que una lectura fue una suerte de examen ajeno a la literatura. Mal hecho por mi parte. Pero lo cierto es que el interés de la novela se impuso y conforme avanzaron las páginas me olvidé de todo lo anterior y me centré en la historia, o en las historias, pues son tres: la del caso o casito que investiga para la Seguridad Social, la del caso o casazo en la que se envuelta sin pensar (la muerte, en las vías del tren, de la esposa de un artificiero de la Guardia Civil), y la historia que es también la vida de la protagonista.

          Las tres historias avanzan a la vez, y sobre si las dos primeras -aparentemente independientes- acaban convergiendo o no, como suele ser habitual en muchas novelas, no voy a decir nada para no chafar las sorpresas a nadie, pero sí diré que mientras en la primera lo fundamental se ve venir con demasiada antelación y la explicación final es mejorable, la segunda, el meollo del libro, está bien llevada y logra el objetivo de atraer sin altibajos al lector. De marco, la historia personal de la protagonista permite una suerte de mezcla de géneros entre la novela negra y policíaca y algo que no sé definir, pero que se sitúa en un punto intermedio entre el costumbrismo y el romance: me refiero a las peripecias matrimoniales, laborales, amorosas y de amistad que se suceden de un modo natural y realista (con alguna escasa excepción), con personajes y situaciones bastante humanos pero no estereotipados, y todo en un entorno, la ciudad de Oviedo, que por ser bastante conocido para muchos lectores y, además, pequeño y acogedor, produce en el lector una agradable sensación de cercanía.

          Ni siquiera en los episodios de la novela que transcurren en el extranjero se pierde ese efecto, toda vez que la protagonista nos los describe con ojos de turista, o cuando menos de extraña en esos lugares, por lo que el lector no deja de sentirse en su pellejo.

          Los capítulos son breves, lo que agiliza la lectura, y utiliza un recursos que ayuda a cuadrar fácilmente la historia: la mayoría está narrada en primera persona por la protagonista, pero se intercalan brevísimos capítulos en los que un narrador omnisciente va resituando la acción, lo que permite a la autora dosificar el nivel de intriga permitiendo saber al lector, con mucha más antelación que a la protagonista, a qué se enfrenta ésta. El lector es así a la vez confidente de Gracia San Sebastián y espectador de su suerte.

          El balance es positivo. La prueba, que quiero leer el primer libro de la saga, Lo que callan los muertos, que fue premio Torrente Ballester de novela.