Que Dios venga hoy de visita a la tierra no es precisamente un tema original, pero sí audaz, porque el argumento abre posibilidades tan amplias y crea tan altas expectativas que acabar firmando una birria de novela es el resultado más probable. Sin embargo, Enrique Jardiel Poncela salió airoso en esta novela escrita en 1932, donde refleja muchos de los males que pocos años después se convirtieron en heridas que no acaban de cicatrizar. La habilidad de Jardiel reside en una mezcla de «realismo imaginado» y absurdo humorístico, y en la atribución al Dios cristiano (que al fin y al cabo «nos hizo a su imagen y semejanza») de la muy humana costumbre de ver a los seres distintos a él mismo como nosotros vemos al resto de especies.
La novela comienza con la típica historia de amor
jardeliana, con personajes también jardelianos: un escritor vanidoso y
una guapa actriz de teatro; en un momento en que los roles tradicionales
estaban cambiando, la tensión hombre-mujer facilita al autor el uso, entre
otros recursos, de todos los tópicos humorísticos que las situaciones cambiantes
provocan. Muchos de esos tópicos, referidos a la mujer, que entonces hacían
gracia hoy son políticamente incorrectos, lo cual, por desgracia, hará
que algún que otro guardián de las esencias considere obligado en pleno
siglo XXI boicotear al Jardiel de hace casi cien años porque los lectores
somos demasiado tontos, impresionables e influenciables como para distinguir
entre los valores actuales y los pasados. Vamos, que hay que quien opina
que si leemos una novela sobre cavernícolas lo siguiente que hacemos es
irnos a vivir a una cueva y comer carne cruda. Jardiel incluye también
otro tipo de ambiente que él conocía bien, el periodístico, a través de
la figura del homosexual que dirige el periódico La Razón, lo cual no dejaba
de ser otro gran atrevimiento.
Continúa la novela con el anuncio de la llegada de
Dios a España y los planes para su recibimiento. De algún modo son un precedente
de Bienvenido Mr. Marshall, porque nadie sabe a qué viene Dios, pero
todos creen tener algo que ganar (o que salvar) y cualquiera que se cree
algo se ve en la tesitura de tener que demostrarlo. Las vanidades y sus
encontronazos dan mucho juego, aunque aquí la vanidad de todos está condicionada
por el miedo. A fin de cuentas, Dios es Dios y antes de presentarse ha
demostrado serlo, de modo que si eres alguien debes saber hacerle la pelota
para que nada cambie. También está muy bien llevado el temor de todos a
«la verdad», un temor nada inocente en 1932, una apuesta arriesgada del
autor en una sociedad donde la Iglesia tenía un poder inmenso que veía
amenazado por el incipiente desarrollo de las teorías sociales surgidas
en la segunda mitad del siglo XIX y donde las oligarquías dominantes se
resistían a ceder poder y protagonismo a la burguesía surgida al calor
de una industrialización incipiente. Estas dos posturas,
a favor y en contra del cambio, son representadas en la novela por los
«negros» y los «blancos»: los primeros, que niegan la existencia de Dios,
deben tragarse sus tesis ante la evidencia de la visita de Dios, pero a cambio especulan con la esperanza de que
el fondo de su ideología, la igualdad, no difiere en lo sustancial de «amaos
los unos a los otros»; y los «blancos», por su parte, influenciados y apadrinados
por las oligarquías y la Iglesia y con problemas de conciencia por cómo
se aprovechan de la religión en la lucha por el poder, tienen los pelos
de punta ante el temor de que Dios, en su visita, les enmiende la plana.
En esta parte y la siguiente (donde ya Dios desarrolla
su tournée) primero juega un papel importante el humor negro; después,
el humor surge del modo en que las expectativas de unos y otros se deshinchan
y la vanidad les hace sentir despecho hacia Dios. Partiendo de la fatalidad
jardeliana de que cada uno es como es y es lo que es (en general, un bípedo
obtuso), el ser humano, por más religioso que diga ser, sigue siendo antropocéntrico,
por no decir infantilmente egoísta, mientras que Dios, ¿qué va a ser si
no?, es teocéntrico. La gente no quiere estar con Dios, sino que Dios esté
con él. Y Dios, lógicamente, quiere lo contrario. Esta parte culmina con
unos muy inteligentes alegatos divinos que ponen de manifiesto las paradojas
y contradicciones de las religiones, en especial de la religión cristiana
y sus tradiciones, lo cual fue sin duda otra osadía.
El final es más inteligente que sorprendente, y en
él la historia de amor inicial se mezcla con la tournée de Dios y ambas
se cierran.
La novela es representativa de su autor: constantemente
se pierde en pequeñas divagaciones de finalidad puramente humorística,
como pequeños cohetes o chispazos, que producen la impresión de que se
dispersa, aunque en realidad forman parte esencial de su estilo; con frecuencia
mezcla lo solemne y lo trivial para generar efectos divertidos a través
del contraste (por ejemplo, escenas de este tipo: Fulanito y Menganita,
juntos al anochecer en una solitaria, húmeda y neblinosa callejuela, con los
ojos arrasados en lágrimas, se juraron amor eterno delante de un letrero
donde se leía: «Carnicería Pérez. Las salchichas más gordas de todo Madrid»);
y también se agradece la ocurrencia, típica de Jardiel, de ilustrar la
novela con dibujitos y distintos tipos de grafías que provocan fuertes
efectos humorísticos y que, además, acercan al narrador al lector al tiempo
que tienden, intencionadamente, a revalorizar la originalidad del texto
con la excusa de «desvalorizarlo».
Una novela divertida e interesante, que pese a su
extensión se lee rápido y que fue publicada en Blackie
Books en 2019.
Gracias Miguel por compartir, me encanta. Y que sepas que me he reído con el comentario de "algún que otro guardián de las esencias considere obligado en pleno siglo XXI boicotear al Jardiel de hace casi cien años porque los lectores somos demasiado tontos, impresionables e influenciables como para distinguir entre los valores actuales y los pasados. Vamos, que hay que quien opina que si leemos una novela sobre cavernícolas lo siguiente que hacemos es irnos a vivir a una cueva y comer carne cruda"....muy bueno, sí señor.
ResponderEliminarSi es que es verdad!!!!
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