Publicada
en 1979 (y en España en 1983), Guía del autoestopista galáctico es una muy
buena novela de humor fundada en el previo serial radiofónico firmado por el
propio Adams que tanto éxito tuvo que devino en novela.
Y la
novela, muchos años después, en 2005, devino en película, o más bien en
peliculeja a la que esta edición de la novela dedica más de un tercio de las
páginas, comenzando por un epílogo en tono de epopeya seguido de entrevistas a
varios de los actores, como si la película hubiera sido «el» objetivo y,
además, se hubiera alcanzado cum laude.
No debido de ser el caso. No sé nada de cine, pero husmeando por ahí sospecho
que nadie recuerda ya la película, que debió de ser una birria como cualquier
otra. La novela, por suerte, sobrevivió, y el lector de esta edición puede,
felizmente, ahorrarse el soporífero epílogo y el tostón siguiente.
Douglas
Adams escribió Guía del autoestopista galáctico a los veintitantos años, lo
cual quizá explique lo osado de su humor, fundado en el absurdo y la
extravagancia. La novela, tras un comienzo titubeante donde hay un exceso de
gracias consistentes en dar demasiados nombres absurdos y pretendidamente
ingeniosos, consigue encarrilar la historia mezclando lo normal, lo imposible,
lo inverosímil y la extravagancia. El resultado (una mezcla con dos partes de
humor inglés -que lo que menos toma en serio es lo solemne- y una de humor
americano -basado en el exceso-, y es que Douglas Adams nació en Inglaterra
pero trabajó en Estados Unidos) es de lo más entretenido y va ganando gracia y
forma según avanzan las páginas, y lo que al principio no se sabe qué es termina
siendo una novela de acción en un caricaturesco marco de ciencia ficción
(conviene recordar que en 1977 se había estrenado La Guerra de las Galaxias,
poniendo de moda el tema).
¿Cuál es
el argumento?
La
Tierra, un planetita más en medio de un universo mucho más abarcable de lo que
los ignorantes terrícolas creen, es demolida de modo rutinario para hacer una
vía espacial. Uno de sus habitantes, Arthur Dent, un pelagatos cuya casa
también estaba a punto de ser demolida, consigue salvarse gracias a un amigo
que resulta no ser tan terrícola con él creía. A partir de aquí, y tras
diversos problemillas debido al genio de ciertas razas de extraterrestres,
acaban en contacto con un tipo que, además de ser el presidente del mundo
intergaláctico a título de testaferro de fuerzas ocultas, es también
un tipo con objetivos propios –y oscuros hasta para él mismo- en los cuales,
y junto a otra terrícola llamada Trillian, se ven envueltos Arthur y su amigo
hasta desembocar en un final movidito donde se plantean, caricaturescamente,
las grandes cuestiones del ser humano: quiénes somos, de dónde venimos y a
dónde vamos.
Un muy
buen libro de humor del que, en esta edición y como ya he dicho antes, se puede
prescindir del epílogo y de todo lo que innecesariamente sigue a este. Más que
«se puede» yo diría «se debe», porque la novela vale bastante más de lo que
debió de valer la peliculeja, y el epílogo solo habla de ésta última, como,
insisto, si rodarla hubiera sido el gran objetivo del autor. Y no. Una cosa es que Adams estuviera dispuesto a llevar la obra al cine y otra que la película sea culminación de nada.
De las motivaciones de Adams apenas se dice nada, y entre aprovechar y culminar
hay una diferencia enorme que no debe contaminar la valoración de la novela. Además,
Douglas Adams murió en 2001, bastante antes de que la película -sospecho que con más pretensiones de negocio que de arte- se hiciera.
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