Dieciséis
meses me ha costado leer las casi 900 páginas que atesoran los cuentos
completos de un genio como Vladimir Nabokov. Lo dilatado del plazo no se ha
debido a que sean un tostón (aunque algún relato sí lo es un poco) sino a la
voluntad de no sufrir una sobredosis de calidad o, si ustedes lo prefieren, al
deseo de racionar, para saborear mejor, unos relatos escritos en su mayoría
entre 1920 y 1940 que si tienen algo en común es su altísimo nivel, sin apenas
altibajos.
Las
temáticas son variadas, pero en su mayoría los relatos muestran fragmentos
de la nueva y no muy sencilla vida de los exiliados rusos en Berlín (y también
en Francia), un submundo donde late –aunque rara vez se menciona expresamente-
la amargura por lo dejado atrás y en el que las estrecheces son la norma. Esto
provoca, además, que muchos de los personajes tengan ante sí un futuro incierto;
de hecho, ninguno se pronuncia sobre él casi ni en lo menos material de todo, como los amoríos; el
deseo de cambio también está inevitablemente latente, aunque como el cambio solo
es posible dejando todo atrás, también produce miedo y zozobra; inevitables
y manifiestas son también, en momentos clave, las miradas al pasado, al reencuentro con
lo que una vez uno fue o creyó ser. También son recurrentes las alusiones al ambiente literario –siempre precario- del exilio ruso. De hecho, la mayoría de
estos cuentos fueron publicados en revistas rusas publicadas en el exilio.
En este
contexto el lector encuentra historia de soledad, de reencuentros no siempre
deseados y situaciones más o menos insólitas que tienen mucho que ver con el
deseo de cada cual de refugiarse en su propio interior, en los recuerdos de su
vida o de sus aspiraciones fracasadas. No es infrecuente tampoco la adaptación
externa, a la nueva vida, al nuevo país, a las nuevas circunstancias, que no
impide que uno, en el fondo, siga siendo el que fue y viva en la esquizofrenia
de someter, con fortuna variable, su viejo yo fundacional a la tiranía del
nuevo yo pragmático.
La prosa
de Nabokov es, seguramente, de las mejores. Su dominio del lenguaje es
absoluto, lo mismo que su control de los tiempos. Es fascinante cómo puede crear
en mundo entero en apenas un párrafo. Su expresión es de una elegancia selecta
y en su tono hay siempre una desdeñosa mirada de soslayo hacia la vida y las personas, como si
no se la tomara muy en serio debido a la amargura que ciertas certezas, mucho más importantes que el propio relato, producen.
Uno de
esos libros que jamás me arrepentiré de haber leído.
No hay comentarios:
Publicar un comentario