En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

miércoles, 29 de julio de 2020

El día que se perdió el amor - Javier Castillo





                El día que se perdió la paciencia fue el día en que comencé a leer esta novela. ¿Por qué lo hice, si sobre su predecesora dije que era entretenida pero sin un nivel mínimamente digno de calidad?

                Pues porque el amigo que me prestó la cordura me trajo luego el amor. No muy animado por la experiencia de perder la cordura, fui aplazando la lectura del amor pensando que antes o después devolvería el libro sin leer, pero ocurrió que me picó la curiosidad. Un buen día, de improviso, me dio por averiguar la evolución de un autoeditado devenido al sistema: ¿sería su primera novela en él más cuidada y trabajada que la anterior, inicialmente autoeditada con todo lo que eso implica? ¿Se notaría en algo el cambio o, simplemente, la editorial se limitaría a fusilar lo que quiera que el autor le hubiera entregado? ¿Aprovecharía el autor la ocasión para dar lo mejor de sí, mejorar e ir más allá de su primera novela o se conformaría con hacer más de lo mismo?

                El día que se perdió el amor se perdió también la paciencia, la moral y la esperanza en que el éxito de ventas sea utilizado por alguien para mejorar algo que no sea su cuenta corriente. El libro es un lamentable calco del primero: del título a los personajes y hasta la historia, un refrito que solo sirve para aclarar el confuso final de la primera novela (El día que se perdió la cordura). Y como uno ya sabe por dónde van a ir los tiros, los deja ir tan pancho.

                Evidentemente escrita para quien ha leído antes la primera entrega, el autor usa con cierta habilidad recursos poco meritorios para provocar que el lector siga leyendo, recursos facilones, propios del mundo audiovisual, como terminar sus cortos capítulos con el horroroso susto de Fulatina cuando, jugándose quién sabe qué horribles consecuencias por estar de extranjis en tal o cual delicado lugar, la puerta se abre de sopetón, con gran ruido, dejando tenebroso y enfurecido paso a… A quien el lector sabrá cuando haya leído un par de capítulos más. Me dio la impresión de que la primera novela usaba mejor estos recursos simples pero siempre efectivos, y que ahora más parecen solo simples.

                El argumento gira en torno a un rebaño de locatis, eficaces como unos robocops cualquiera, que apiolan al personal femenino no sin antes anunciarlo con notitas firmadas con dibujitos; y como igual nadie se entera, echan mano de una peculiar repartidora para dar a conocer los papelitos, pero los papelitos nada más, que tampoco hay que pasarse de dar pistas. Los locatis –una secta muy misteriosa y muy peligrosa y muy misteriosa otra vez, pero muy pero que muy misteriosa- se la tienen jurada a una de las protagonistas de la primera novela, sufrida dama cuyas cuitas causaron horrendos soponcios a su empalagoso amado y dramáticas consecuencias a su asendereado papá, amén de la chifladura de su mamá y de la «deslocalización» de la renacuaja de la familia, devenida ahora diablesa en busca de la luz… o no. La historia, evidentemente increíble –lo cual no es un pecado literario-, carece de toda verosimilitud –lo cual sí lo es, y mortal- como consecuencia de unos personajes sobreactuados que, posiblemente por falta de recursos expresivos, se pasan la novela apretando el culo y jurando en plan Scarlett O´Hara de saldo contra su particular plaga bíblica. Especialmente exasperantes y ridículos son los pobrísimos superlativos del Romeo; podría pensarse que el autor quiso crear un personaje aborrecible de simple, cursi y pasteloso, un agonías que ve el Apocalipsis a cada paso y sublima el dolor solo para seguir sublimando el dolor; un inmenso tonto que confía en la fuerza de su amor para que los balazos que le entren por la sien no le impidan rescatar a su amada media hora más tarde; podría pensarse eso, digo, pero la lectura demuestra que no, que es que la cosa no da para más.

                Y esta reseña, tampoco.

                Inexplicablemente, el mercado, sí. Incluso la historia va para serie televisiva.

                Pero bueno, dicen, y es cierto, que como las editoriales viven de la cantidad, libros como este, que se venden hasta al gato, son los que permiten acometer proyectos de más provecho intelectual para el lector. Ojalá así sea.



lunes, 27 de julio de 2020

Yann Andréa Steiner – Marguerite Duras


 


                Pese a la extraordinaria calidad de su literatura, Marguerite Duras y yo estamos reñidos. No porque no me guste cuanto he leído de su obra, sino porque aproximarte a lo que pretende comunicar exige ciertos ejercicios previos de acercamiento para saber qué vas a encontrar y cómo lo debes afrontar; posiblemente se disfruta más en una segunda lectura que en la primera.

                Dice la sinopsis que el libro contiene tres historias: el reencuentro de una autora vieja con un autor joven, la relación entre un huérfano de seis años y su monitora en un campamento de verano que se transforma en una especie de relación de amor aplazada, y la historia de una muchacha que, en una estación, espera un tren a Auschwitz.

                Tres historias que el libro ni siquiera delimita, de modo que el lector –si no anda avisado por la sinopsis- pasa de una a otra sin saber si sigue en un plano distinto de la historia anterior o en una historia nueva. Aunque también es cierto que la autora juega a tender puentes entre todas ellas de modo que al final cabe plantearse si realmente estamos hablando de tres historias o de una sola en la que vemos diferentes momentos de la vida de unas mismas personas (confusión que en algún momento parece consolidarse y en otros desmentirse).



lunes, 20 de julio de 2020

Donde los escorpiones - Lorenzo Silva




        A quienes hemos leído todas las novelas anteriores de Bevilacqua y Chamorro, Donde los escorpiones tiene que parecernos, necesariamente, una obra de tránsito, porque ni puede ser un final ni un principio en la peripecia vital de ambos personajes. ¿El motivo? Lo ajeno del caso y del entorno a su trabajo cotidiano.

        Un militar español ha aparecido muerto en la base en Afganistán que las tropas españolas comparten con otros países. La Guardia Civil hace allí funciones de policía militar y también de policía judicial, y allá que mandan a Rubén y Virginia.

        Las posibilidades de investigación son limitadas por el estatus de quienes no son españoles y por las dificultades burocráticas y prácticas que la distancia del caso imponen. El entorno también implica una limitación añadida: todos, incluidos los protagonistas, están más o menos confinados en el recinto de una base que es un oasis de pequeñas comodidades en un territorio de clima extremo y recursos pobrísimos. También el lector queda confinado en la base, pues Silva sabe transmitir la incómoda mezcla de las sensaciones de encierro y seguridad frente al acuciante peligro de la libertad de movimientos. Sin embargo, hasta llegar a este escenario una parte significativa de la novela la constituyen los preliminares en España, y esta parte quizá se hace un poco larga porque es tan evidente para el lector dónde va a transcurrir el meollo que es difícil transmitir la impresión de que algo relevante puede suceder antes de emprender el viaje.

        Además de una novela policial, Donde los escorpiones es sobre todo una interesante mezcla entre el relato de un viaje peculiar y el testimonio de unas condiciones de vida –las de las bases militares multinacionales- que muy poco tienen que ver con lo cotidiano. Unamos a eso un entorno militar que quizá sorprenda, desconcierte o distancie –a saber- a los lectores poco familiarizados con el gremio y la suma de tanto alejamiento es la sensación, que ya he señalado al principio, de que esta novela es algo aparte en la serie.

        Pero la ruptura con los casos y el entorno nacional y social tradicionales no es un punto en contra de la novela, sino su principal virtud. El atractivo de Donde los escorpiones es, precisamente, lo que tiene de testimonio de un trabajo, el del ejército español fuera de nuestras fronteras, poco conocido y reconocido. Una novela que, solo por eso, enriquece más que otras de la serie que, por su trama, quizá puedan resultar más entretenidas y hasta divertidas.

        Lo que no cambian son los protagonistas: siguen su lenta, resignada y algo gruñona evolución hacia la vejez. Como Lorenzo Silva optó desde el comienzo porque Bevilacqua y Chamorro se definieran por sus valores e ideas, sus diálogos, reflexiones y admoniciones no sorprenderán a ningún lector habitual, lo cual me hace pensar en esos otros personajes, como Salvo Montalbano, que, con un carácter más impulsivo que reflexivo acaba definiéndose por sus acciones, lo cual facilita al autor provocar acción y golpes de efecto, aunque también aboca a un tipo de planteamiento de la novela que no es el elegido por Lorenzo Silva, quien, a diferencia del ejemplo que he citado, cuida el realismo de las investigaciones en cuanto a los pasos a dar y al orden en que se dan. Bevilacqua y Chamorro solo suelen salirse del protocolo al final, y solo por exigencias del guion.




lunes, 13 de julio de 2020

La utilidad de lo inútil – Nuccio Ordine





                A lo largo de la historia, y nuestros tiempos no son precisamente una excepción, se ha primado el saber práctico, entendiendo por tal el que nos procura un beneficio inmediato -o al menos previsible- en términos económicos o de comodidad. Expresión actual de esa tendencia es la progresiva postergación de los estudios humanísticos o el modo en que ciertas expresiones artísticas -cuya apreciación exige un esfuerzo- sucumben ante el entretenimiento facilón.

                La utilidad de lo inútil es un breve ensayo, muy documentado, en el que apoyándose en las palabras y vida de un buen número de escritores y pensadores se defiende la utilidad del saber por el saber, del conocimiento por el conocimiento, como una práctica no solo genuinamente humana sino exclusivamente humana o, incluso, definitoria de lo humano. Una práctica, también, de la que acaban derivando, aunque no sean buscados, innumerables saberes prácticos. Es imposible leer sus páginas sin acabar con la emocionante sensación de que la vida solo tiene sentido -o, mejor dicho, solo tiene más sentido que la de un macaco- cuando dedicamos nuestros mejores esfuerzos al saber que no nos hace más ricos sino que nos hace mejores, a satisfacer la curiosidad desinteresada, a admirar la belleza. Solo comprendiéndolo podremos advertir lo cerca que estamos de poder dar sentido a nuestra existencia y de lo erróneo de nuestros desaforados esfuerzos para tener mucho más de lo necesario y para aparentar. La utilidad de lo inútil aboca a pensar en la la diferencia entre el tener o el parecer y el ser; la mayoría de los estudios y los trabajos que buscamos y hacemos están orientados, erróneamente, hacia ese utilitarismo del que solo salen tripas llenas, sofás calientes y la frustración de acumular bienes o experiencias sin evolucionar. Frente a la clarividencia de descubrir la utilidad de lo inútil actúan fuerzas descomunales, alimentadas por mayúsculos egoísmos que a su vez se aprovechan de los egoísmos más torpes, comodones o con más escrúpulos, fuerzas que promueven algo tan inútil -para todo lo que no sea su bolsillo o posición- como lo útil, sabedores de que con un anzuelo adecuado hay muchas personas decididas a entregar el tiempo de su vida a cambio de ser uno de los más ricos del cementerio de su ciudad, de su pueblo, de su vecindario o, simplemente, de su pequeño entorno social.

                Poco más de ciento cincuenta páginas donde podréis encontrar un modo de vivir que de un modo u otro a lo largo de los siglos han defendido personalidades como Keynes, Victor Hugo, Shakespeare, García Márquez, Dante, Petrarca, Tomás Moro, Robert Louis Stevenson, Marx, Aristóteles, Kant, Ovidio, Montaigne, Leopardi, Baudelaire, García Lorca, Cervantes, Dickens, Heidegger, Ionesco, Zhuang-Zi, Italo Calvino, Cioran, Einstein, Tocqueville, Herzen, Bataille, Euclides, Arquímedes, Poincaré, Séneca, Diderot, Rilke… y un breve y lúcido ensayo final de Abraham Flexner.



viernes, 10 de julio de 2020

Días de guardar – Carlos Pérez Merinero





                Carlos Pérez Merinero (1950-2012) es un ilustre desconocido pese a su intensa labor como escritor y guionista en películas como Amantes, de Vicente Aranda. Quien lo vea en alguna de las fotografías que es posible localizar en Internet no podrá encontrar una imagen más opuesta a la de Antonio Domínguez, el protagonista de Días de guardar, una novela negra narrada en primera persona sin otro protagonismo que el del delincuente y sus delitos, si bien lo que llama la atención es la desalmada crudeza con que los comete y la forma chulesca, socarrona e idiotizada que tiene de contarlo. El atractivo del mal.

                Madrid. 1981. Antonio Domínguez tiene dos obsesiones: hacerse rápidamente rico para vivir sin pegar golpe y lograrlo del modo menos estresante posible: esto es, en una semana, para no perder tiempo dándole vueltas a la cabeza y agobiándose. Un tipo tan duro como práctico. ¿Cómo pretende conseguirlo? Atracando bancos, práctica muy en boga en la época. Pero tiene cuatro añadidos: la debilidad de su carne –cercana a la del pollino en celo-, su impaciencia, la ignorancia de los conceptos del bien y el mal y, también, un gatillo fácil. Unamos que no es capaz de decir menos de dos tacos por frase, ni de ciscarse en cuanto le molesta, ni de presentarse –mediante fórmulas recurrentes- como el hombre sensato y consecuente opuesto al troglodita que en realidad es, y tenemos una novela interesante, sumamente provocadora y que, pese a los pocos escrúpulos del protagonista, tiene un elevado punto de humor gracias a la forma que tiene de expresarse, de definirse y de exculparse.

                Una magnífica novela publicada inicialmente en la extinta Bruguera y que ahora puede leerse publicada por Reino de Cordelia.



domingo, 5 de julio de 2020

El corazón es un cazador solitario - Carson McCullers


Sin premeditación, las conmemoraciones combinaron bien: edición conmemorativa del centenario del
nacimiento de Carson McCullers y embotellado conmemorativo del 150 aniversario de Martini.




                Estados Unidos. Una pequeña localidad innominada. Años 30 del siglo XX. John Singer es un sordomudo que convive con otro sordomudo de origen griego. Son grandes amigos, o así lo siente, aunque conforme la novela avanza llegamos a preguntarnos si era amistad o enamoramiento. Su vida transcurre de modo rutinario. Como la del dueño de la taberna donde va a comer y cenar. O la del borracho que aparece en ella procedente de nadie sabe dónde y encuentra trabajo en un tiovivo mientras se lamenta del escaso eco que tienen sus soflamas en defensa de los trabajadores. Hay más vidas rutinarias, como la del doctor Copeland, un médico de color obsesionado por combatir el racismo, o la de Mick Kelly, una chica adolescente que despierta a la vida, y en cuya casa tiene alquilada una habitación John Singer.

                Personajes solitarios y marginales, acosados por la soledad, la pobreza y la discriminación. Todos intentan buscar su lugar en el mundo; unos ignoran cuál es; otros creen conocerlo, pero ignoran cómo alcanzarlo.

                Todos, además, se llevan bien con el sordomudo, porque todos se creen comprendidos por su silencio demostrando así su soledad y cómo lo que muchas veces necesita el ser humano no son soluciones, sino compañía.

                Escrito en capítulos no demasiado largos, la autora va cambiando el foco de un personaje a otro sin que ninguno pase a la completa oscuridad, pues sus vidas son interdependientes. Carson McCullers engarza estos pedazos de la vida de cada cual para crear un pedazo de la vida de un pequeño vecindario que es, a la vez, un pedazo de la vida de una pequeña ciudad que, por carecer de nombre, bien puede tenerse por representativa de una colectividad mayor. El efecto es ir de lo pequeño a lo grande, a la soledad de unas pocas personas a la del ser humano, de la injusticia que sufre personas concretas a la injusticia social. Sobre la vida así expuesta discurre la atmósfera de la época, que es a la vez causa y efecto de cuanto vemos: las ideas de la lucha de clases, del racismo, del nazismo y todos los prejuicios explican mucho de lo que sucede y son a la vez fruto de cuanto sucede.

                Con escenas y lenguaje mesurado Carson McCullers logra una contundencia comunicativa que solo se explica por la eficacia con que sabe exponer lo esencial y recrear atmósferas realistas. Una maravilla que me mejor leer sin prisa porque se cuenta sin prisa, una de esas novelas en las que el buen lector lee despacio, saboreando cada página, porque El corazón es un cazador solitario es una de esas obras que quedan en la historia de la Literatura.

Asombra que Carson McCullers escribiera esta obra maestra con tan solo 23 años.