Un
clásico al año no hace daño, ni veinte, salvo que te caiga en el pie, porque
las 1027 páginas de la edición de Austral de Ana Karenina pesan más de un kilo.
Hecha esta, ejem, sabia observación para prevenir lesiones y accidentes, me
queda el papelón, inconsciente que es uno, de intentar contar algo sobre un
clásico entre los clásicos que yo simplemente he leído y disfrutado, pero no
estudiado.
El
argumento es conocido: Una chica casadera de la buena sociedad, aunque con
pocos posibles, Kitty, tiene un pretendiente, Levin, un joven culto y con
veleidades intelectuales, pero algo raro, obsesionado con lo trascendente y
apegado al terruño y a la tradición mucho más que a la vida urbana en sociedad.
Pero Kitty se enamora de Vronsky, un oficial guapetón y bien posicionado, que
no le hace ni caso porque cae rendido ante Ana Karenina, y Ana ante él. Para
Kitty queda el soponcio del amor no correspondido. Para Levin, cuando se entera
de las preferencias de su amada, queda soponcio y medio: el del amor no
correspondido y el del orgullo herido, porque había llegado a declararse con el resultado de unas dolorosas calabazas. Para
Ana y Vronsky queda el ser felices y comer perdices, con el problemilla, no
menor, de que Ana está casada. A partir de aquí se cuenta la historia de los
amantes, que terminan por dejarlo todo para vivir juntos en una sociedad que
condena esa conducta, especialmente en el caso de la mujer, pero también se nos cuentan la historia de
Levin y Kitty y la de un montón de secundarios.
Dos
historias que tienen un mismo objetivo: contrastar, porque si la de Ana es la
historia de una mujer perdida, la de Kitty es la de una mujer ejemplar. Y es
que Tolstói se posiciona moralmente, de ahí que Ana esté lejos de ser una
heroína por más que le dedicara el título. Más bien Ana es lo contrario, y de
ahí su trágico y simbólico final. Para Tolstói, Ana no es la víctima de una
sociedad injusta y poco abierta a los nuevos aires de libertad del siglo XIX,
que en Rusia llegaban algo retrasados, sino alguien que, dejándose arrastrar por
ellos, ha trastocado un orden tradicional que, cuando no se le fuerza, funciona razonablemente
bien en opinión de Tolstói. Ana es una enamorada del amor que, dejándose llevar
por su egoísmo e ingenuidad, acaba viendo que el amor solo no funciona. Y
Tolstói ofrece otra alternativa: no fuercen ustedes los ritmos sociales y
culturales, y ya verán como el amor surge solo del mismo modo que tras la
siembra llega la cosecha (y el paralelismo no es inocente: Tolstoi da mucha
importancia al campo como inspiración para la razón, y en esta novela es
evidente). Dicho todo esto, lo cierto es que con el paso del tiempo y el cambio
de valores probablemente cada generación de lectores vea a Ana de una manera
distinta y más comprensiva, hasta el punto de que ya hay quien ve en ella
valores feministas que a Tolstói ni se le pasó por la cabeza plantear o
defender. Ana, en la concepción del autor, es el ejemplo de lo que te pasa
cuando haces lo que no debes y eres como no debes ser; en la actualidad, en
cambio, Ana Karenina comienza a ser interpretada por unos pocos como una
heroína que reafirmó sus convicciones y anhelos llevando la contraria a una
sociedad que marginaba a la mujer. Una mártir de la causa. Es lo que tienen las
grandes obras, que siempre están de actualidad porque siempre muestran la lucha
entre intereses y pasiones.
No hace
mucho alguien se quejaba, no recuerdo dónde, de la costumbre de miles de
autores de promocionar sus novelas proclamando lo fácil que resultará al
eventual lector identificarse con los personajes. Vaya tontería, decía con razón
ese alguien, porque, ¿quién desea que le cuenten su propia vida? ¿No es mejor
conocer personajes completamente distintos que te permitan ampliar miras y
conocer otras existencias y puntos de vista? Lo digo porque en Ana Karenina no
se salva ni el gato: resulta complicado empatizar con alguno de los personajes,
aunque sea sencillo sentir solidaridad ante casi todos ellos en momentos
concretos, cuando se ven en apuros o son víctimas de su propia debilidad; pero
todos tienen un punto irritante, algún defecto que en algunos casos va a más y en
otros a menos a medida que avanzan las páginas, algo que hace nacer en el lector del deseo de darles un buen
meneo al grito de «¡Espabila!».
Ana, en
su prisa por «vivir su vida», por vivir su «única vida», se deja llevar por la
pasión sin importarle demasiado la suerte de los damnificados, incluyendo su
propio hijo. La teoría de los «daños colaterales» tiene siglos. Un
comportamiento con varios puntos de egoísmo que se acentúa a medida la realidad la
va alejando de sus ensoñaciones; cuando alguien pretende volar propulsado por la pasión ciega, el aterrizaje en la
prosaica realidad suele ser accidentado. Y como además la pasión dura menos que
la realidad, los problemas aparecen y permanecen, y con ellos las dudas y los
recelos, y con éstos lo peorcito del cada cual.
Vronsky
ofrece un perfil en parte opuesto: como Ana, se deja llevar por la pasión, aunque de inicio apenas sacrifica nada a ella; sin embargo, cuando la realidad se acaba
imponiendo es capaz de adaptarse y aceptar los sacrificios derivados de su elección.
Ana nunca llega a aceptar haber perdido la consideración social. Vronsky, que
mantiene esa consideración porque hombres y mujeres no son tratados igual, sí
asume, en cambio, las fuertes consecuencias para su posición social y su carrera.
Levin,
por su parte, es un agonías capaz de poner de los nervios al lector más
paciente. Buen tipo, honesto, preocupado por los problemas morales, sociales y
trascendentales, lleva una empanada endiablada entre un refrito de fisiocracia vs capitalismo, mezcla que a su vez intenta distanciar del comunismo; todo
aderezado con lo poco que le deja dormir el asuntillo del «quién soy, de dónde
vengo y a dónde voy», y con una suspicacia superlativa, unos celos enfermizos y
una antológica capacidad para amargarse la vida en un instante con el vuelo de
una mosca. No hay felicidad que le aguante cinco minutos, y todo se lo toma a
la tremenda. Un tipo agotador.
Kitty,
mucho más sensata, tiene un perfil canónico. Es el modelo a seguir. Un espejo humilde,
sí, pero ante el que salen espantadas todas las Kareninas del mundo. En
consecuencia, es un personaje menos rico en matices porque, siguiendo el
consejo aristotélico, no debe salirse del punto medio para alcanzar la virtud.
Y, en general, es un punto medio absoluto: sensata, racional, amorosa pero no
empalagosa y con una notable capacidad para controlar las emociones.
Junto a los anteriores personajes encontramos al marido de Ana (un personaje rígido, pero, a su modo, noble; a medias generoso y miedoso, pero resuelto y tampoco tonto, alguien capaz de tragarse su orgullo mientras no se le atragante), a su hermano (un tipo afable, práctico y un poco viva la virgen) y a su cuñada (a su vez hermana de Kitty), a los hermanos de Levin -dos hombres de caracteres, intereses y talante completamente opuestos- y a un montón de gente que sirve de apoyo para reflejar la personalidad de unos u otros.
Un
novelón impresionante, con capítulos cortos, que crea un mundo entero familiar
y social, que constantemente desciende a detalles nimios que ayudan a definir a cada
personaje, que cuenta una historia muy intensa emocionalmente, con numerosos
momentos delicados cuyas consecuencias difieren notablemente en función de cómo
se afronten. Un libro enriquecedor en el aspecto emocional porque el lector ha
de ponerse en muchos pellejos y también, ahora, desde el punto de vista
histórico, por la completa forma en que traslada el modo de vida de una época
concreta. Un novelón, también, que me ha hecho dudar de por qué se titula
como se titula, ya que Levin, personaje que al parecer mejor refleja a Tolstói,
ocupa un papel tan central en la novela que la última parte es suya y hace
pensar al lector que Ana Karenina tiene varios finales, en función de cuál sea
el personaje al que el lector ha prestado su atención. Por quién se pronunció Tolstói,
está claro. Pero la novela se titula Ana Karenina. Así que probablemente
Tolstói pensó que los lectores decantarían su interés hacia ella. Si es así, acertó.
Acaben como acaben, siempre llaman más la atención quienes se salen del camino,
porque solo ellos pueden llegar a demostrar si el camino trillado tiene rutas
alternativas.
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