En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Ana Karenina – Liev N. Tostói

 



              Un clásico al año no hace daño, ni veinte, salvo que te caiga en el pie, porque las 1027 páginas de la edición de Austral de Ana Karenina pesan más de un kilo. Hecha esta, ejem, sabia observación para prevenir lesiones y accidentes, me queda el papelón, inconsciente que es uno, de intentar contar algo sobre un clásico entre los clásicos que yo simplemente he leído y disfrutado, pero no estudiado.

              El argumento es conocido: Una chica casadera de la buena sociedad, aunque con pocos posibles, Kitty, tiene un pretendiente, Levin, un joven culto y con veleidades intelectuales, pero algo raro, obsesionado con lo trascendente y apegado al terruño y a la tradición mucho más que a la vida urbana en sociedad. Pero Kitty se enamora de Vronsky, un oficial guapetón y bien posicionado, que no le hace ni caso porque cae rendido ante Ana Karenina, y Ana ante él. Para Kitty queda el soponcio del amor no correspondido. Para Levin, cuando se entera de las preferencias de su amada, queda soponcio y medio: el del amor no correspondido y el del orgullo herido, porque había llegado a declararse con el resultado de unas dolorosas calabazas. Para Ana y Vronsky queda el ser felices y comer perdices, con el problemilla, no menor, de que Ana está casada. A partir de aquí se cuenta la historia de los amantes, que terminan por dejarlo todo para vivir juntos en una sociedad que condena esa conducta, especialmente en el caso de la mujer, pero también se nos cuentan la historia de Levin y Kitty y la de un montón de secundarios.

              Dos historias que tienen un mismo objetivo: contrastar, porque si la de Ana es la historia de una mujer perdida, la de Kitty es la de una mujer ejemplar. Y es que Tolstói se posiciona moralmente, de ahí que Ana esté lejos de ser una heroína por más que le dedicara el título. Más bien Ana es lo contrario, y de ahí su trágico y simbólico final. Para Tolstói, Ana no es la víctima de una sociedad injusta y poco abierta a los nuevos aires de libertad del siglo XIX, que en Rusia llegaban algo retrasados, sino alguien que, dejándose arrastrar por ellos, ha trastocado un orden tradicional que, cuando no se le fuerza, funciona razonablemente bien en opinión de Tolstói. Ana es una enamorada del amor que, dejándose llevar por su egoísmo e ingenuidad, acaba viendo que el amor solo no funciona. Y Tolstói ofrece otra alternativa: no fuercen ustedes los ritmos sociales y culturales, y ya verán como el amor surge solo del mismo modo que tras la siembra llega la cosecha (y el paralelismo no es inocente: Tolstoi da mucha importancia al campo como inspiración para la razón, y en esta novela es evidente). Dicho todo esto, lo cierto es que con el paso del tiempo y el cambio de valores probablemente cada generación de lectores vea a Ana de una manera distinta y más comprensiva, hasta el punto de que ya hay quien ve en ella valores feministas que a Tolstói ni se le pasó por la cabeza plantear o defender. Ana, en la concepción del autor, es el ejemplo de lo que te pasa cuando haces lo que no debes y eres como no debes ser; en la actualidad, en cambio, Ana Karenina comienza a ser interpretada por unos pocos como una heroína que reafirmó sus convicciones y anhelos llevando la contraria a una sociedad que marginaba a la mujer. Una mártir de la causa. Es lo que tienen las grandes obras, que siempre están de actualidad porque siempre muestran la lucha entre intereses y pasiones.



              No hace mucho alguien se quejaba, no recuerdo dónde, de la costumbre de miles de autores de promocionar sus novelas proclamando lo fácil que resultará al eventual lector identificarse con los personajes. Vaya tontería, decía con razón ese alguien, porque, ¿quién desea que le cuenten su propia vida? ¿No es mejor conocer personajes completamente distintos que te permitan ampliar miras y conocer otras existencias y puntos de vista? Lo digo porque en Ana Karenina no se salva ni el gato: resulta complicado empatizar con alguno de los personajes, aunque sea sencillo sentir solidaridad ante casi todos ellos en momentos concretos, cuando se ven en apuros o son víctimas de su propia debilidad; pero todos tienen un punto irritante, algún defecto que en algunos casos va a más y en otros a menos a medida que avanzan las páginas, algo que hace nacer en el lector del deseo de darles un buen meneo al grito de «¡Espabila!».

              Ana, en su prisa por «vivir su vida», por vivir su «única vida», se deja llevar por la pasión sin importarle demasiado la suerte de los damnificados, incluyendo su propio hijo. La teoría de los «daños colaterales» tiene siglos. Un comportamiento con varios puntos de egoísmo que se acentúa a medida la realidad la va alejando de sus ensoñaciones; cuando alguien pretende volar propulsado por la pasión ciega, el aterrizaje en la prosaica realidad suele ser accidentado. Y como además la pasión dura menos que la realidad, los problemas aparecen y permanecen, y con ellos las dudas y los recelos, y con éstos lo peorcito del cada cual.

              Vronsky ofrece un perfil en parte opuesto: como Ana, se deja llevar por la pasión, aunque de inicio apenas sacrifica nada a ella; sin embargo, cuando la realidad se acaba imponiendo es capaz de adaptarse y aceptar los sacrificios derivados de su elección. Ana nunca llega a aceptar haber perdido la consideración social. Vronsky, que mantiene esa consideración porque hombres y mujeres no son tratados igual, sí asume, en cambio, las fuertes consecuencias para su posición social y su carrera.

              Levin, por su parte, es un agonías capaz de poner de los nervios al lector más paciente. Buen tipo, honesto, preocupado por los problemas morales, sociales y trascendentales, lleva una empanada endiablada entre un refrito de fisiocracia vs capitalismo, mezcla que a su vez intenta distanciar del comunismo; todo aderezado con lo poco que le deja dormir el asuntillo del «quién soy, de dónde vengo y a dónde voy», y con una suspicacia superlativa, unos celos enfermizos y una antológica capacidad para amargarse la vida en un instante con el vuelo de una mosca. No hay felicidad que le aguante cinco minutos, y todo se lo toma a la tremenda. Un tipo agotador.

              Kitty, mucho más sensata, tiene un perfil canónico. Es el modelo a seguir. Un espejo humilde, sí, pero ante el que salen espantadas todas las Kareninas del mundo. En consecuencia, es un personaje menos rico en matices porque, siguiendo el consejo aristotélico, no debe salirse del punto medio para alcanzar la virtud. Y, en general, es un punto medio absoluto: sensata, racional, amorosa pero no empalagosa y con una notable capacidad para controlar las emociones.

              Junto a los anteriores personajes encontramos al marido de Ana (un personaje rígido, pero, a su modo, noble; a medias generoso y miedoso, pero resuelto y tampoco tonto, alguien capaz de tragarse su orgullo mientras no se le atragante), a su hermano (un tipo afable, práctico y un poco viva la virgen) y a su cuñada (a su vez hermana de Kitty),  a los hermanos de Levin -dos hombres de caracteres, intereses y talante completamente opuestos- y a un montón de gente que sirve de apoyo para reflejar la personalidad de unos u otros.

              Un novelón impresionante, con capítulos cortos, que crea un mundo entero familiar y social, que constantemente desciende a detalles nimios que ayudan a definir a cada personaje, que cuenta una historia muy intensa emocionalmente, con numerosos momentos delicados cuyas consecuencias difieren notablemente en función de cómo se afronten. Un libro enriquecedor en el aspecto emocional porque el lector ha de ponerse en muchos pellejos y también, ahora, desde el punto de vista histórico, por la completa forma en que traslada el modo de vida de una época concreta. Un novelón, también, que me ha hecho dudar de por qué se titula como se titula, ya que Levin, personaje que al parecer mejor refleja a Tolstói, ocupa un papel tan central en la novela que la última parte es suya y hace pensar al lector que Ana Karenina tiene varios finales, en función de cuál sea el personaje al que el lector ha prestado su atención. Por quién se pronunció Tolstói, está claro. Pero la novela se titula Ana Karenina. Así que probablemente Tolstói pensó que los lectores decantarían su interés hacia ella. Si es así, acertó. Acaben como acaben, siempre llaman más la atención quienes se salen del camino, porque solo ellos pueden llegar a demostrar si el camino trillado tiene rutas alternativas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario