En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 16 de mayo de 2024

El malogrado – Thomas Bernhard

 



Primer libro que leo de Thomas Bernhard. No creo que sea el último, pero, por si acaso te contagia algo, tampoco es un autor como para zamparse todos sus libros seguidos.

La razón es lo denso de su escritura, que más tiene que ver con la obsesión que con la complejidad. Lo más complejo, quizá, es el modo en que organiza la obsesión de modo que envuelva al lector, en un intento de fundir la mente del lector con la del narrador. El malogrado cuenta la historia de Wertheimer, pianista que podría haber sido uno de los mejores del mundo de no haber coincidido en el Mozarteum de Salzburgo con el narrador (con muchas cosas en común con el autor) y, sobre todo, con un prodigio como Glenn Gould (1932-1982), devenido personaje de esta novela. Todos tienen otra cosa en común: carecen de problemas monetarios, por no decir que les sobra el dinero.

Wertheimer es una figura malograda no solo porque se suicida (hecho que motiva la reflexión que constituye la obra, así que nada descubro), sino porque su carrera musical se ve truncada al toparse con Glenn Gould tocando las variaciones Goldberg. En ese instante Wertheimer comprende que nunca será el mejor, que jamás podrá tocar como él y… Y la cosa, la verdad, también parece haberse contagiado al narrador, también un virtuoso del piano, aunque, en su caso, tiene más excusas para abandonar la música.

En torno a esta idea, el trauma de no poder dar el último paso hasta esa cumbre donde solo hay sitio para uno, Thomas Bernhard escribe una obra de 146 páginas sin un solo punto y aparte, que en gran medida discurre mientras el protagonista espera en un mesón vacío a que alguien vaya a atenderle. Este modo de escribir crea un clima opresivo, reforzado por dos elementos: el primero, la repetición de palabras y expresiones que en ocasiones chapotean en la cacofonía, como la miríada de veces que termina las frases con el «decía, pensé» referido a que el narrador está pensando en lo que decía Wertheimer; semejante atentado tiene recompensa en forma de credibilidad, porque a quien está embebido en sus propias reflexiones le importa un pepino el estilo en que las hace. El otro elemento es el modo en que avanzan los recuerdos. Dados los primeros cuatro o cinco pasos, la historia avanza a un ritmo de cuatro pasos hacia detrás, cuatro adelante, cuatro atrás y cinco adelante, y vuelta a empezar en un girar y girar sobre las mismas ideas.

La impresión final, angustiosa, es que la vida termina sin que hayamos hecho nada con ella, salvo revolcarnos en nuestras obsesiones.

Una historia claustrofóbica.


jueves, 9 de mayo de 2024

Tiempo de venganza – Francisco González Ledesma


Francisco González Ledesma (1927-2015), sin ser Juan Marsé, a quien contempla a bastante distancia, es memoria de la posguerra en Barcelona. Y también memoria literaria de calidad, siempre, eso sí, a través de ese «género menor» que es la novela negra y con el mérito y demérito simultáneos de que su doliente tono melancólico y su estilo es casi idéntico en todas sus novelas, sean cuales sean las tramas y los personajes.

Tiempo de venganza fue publicada en 2003, y transcurre, en parte, en el presente, lo cual señalo por ser unos años de «transición tecnológica» donde había móviles, pero no tantos como ahora, y los que había no tenían conexión a internet, y… Toda una serie de cosillas que han alterado las costumbres de un tiempo muy cercano con un rotundo antes y después; tan cercano y tan distinto que varias escenas transcurridas en la actualidad hubieran podido reescribirse poco después, aunque esto es anecdótico. Porque lo importante, como es habitual en el autor, es ese presente que mira al pasado con una mezcla de impotencia, nostalgia y rabia por la paulatina y casi definitiva evaporación de personas y lugares, de la ciudad entera que fue y nunca volverá a ser, como si la Barcelona de los años cuarenta y cincuenta (en la que fue joven el autor) fuera el compendio de todas las esencias.

Dos abogados ya jubilados y razonablemente adinerados andan, a comienzos del siglo XXI, decididos, por fin, a hacer justicia con un viejo crimen de posguerra: el cometido por un antiguo compañero de facultad, falangista y bien relacionado con el régimen (y, por tanto, impune), cuya víctima fue la joven universitaria de la que, quien más y quién menos, todos andaban enamoriscados. Queda clara la razón del título, ¿verdad?

Ciertamente, los caballeros se han tomado con calma su venganza, pero el plan que han diseñado para ejecutarla parece, a priori, inatacable. Las cosas, no obstante, se complican por varios motivos: por el suicidio de cierto caballero, por los problemillas del hijo de uno de los «vengadores», por… Por mil motivos que permiten ir viajando entre el presente y el pasado, entre la explicación de qué sucedió, de qué puede suceder y jugando, sin cesar, con una doble idea de justicia: si habrá o no justicia por el pasado hasta ahora impune, y si habrá o no justicia, o si lo será lo que haya, por el ajuste de cuentas del presente. 

Todo se complica un poco más, si cabe, porque la información de todos es fragmentaria. En unos casos, porque no se conocen todos los detalles y, en otros, porque alguien ha jugado al despiste, ya que una de las características del mundo que refleja González Ledesma es el papel que juegan las diferencias entre lo que los de abajo son y lo que quieren aparentar ser los de arriba. No olvidemos, tampoco, que de lo que cree el personal a lo que es o fue, suelen mediar trechos que son mundos.

El resultado de este cóctel lo sabrá quien lea la novela, que me ha gustado mucho, salvo por la resolución final, demasiado peliculera a mi juicio, pero no me resisto a recordar el papel que en la obra de González Ledesma juega la justicia poética y, también, esa otra justicia implacable que es la decadencia y la decrepitud; una justicia que alcanza a todos. Hasta a los impunes. Hasta a los que se pasan la vida eludiendo algo, evitando mostrarse como son, para toparse un día con la muerte y quedarse con la cara de idiota que se le queda a todo el que, en el instante en que ya nada tiene remedio, se da cuenta de que ha dejado pasar su existencia fingiendo ser otro.