La
novela, un clásico de la literatura portuguesa del siglo XIX publicada en 1875, transcurre
en un entorno (la vida del clero en una pequeña ciudad portuguesa en la época)
que poco tiene que ver con la película mexicana que inspiró (que transcurre en
el México actual con toda la corrupción el narcotráfico como telón de fondo).
Amaro es
un niño muerto de hambre, con una infancia repleta de soledad y sinsabores, al
que la caridad de una familia noble conduce, sin pedirle opinión, al
sacerdocio. Una vez ordenado y tras un primer destino angustiosamente solitario
y apartado, los contactos de sus protectores lo convierten en el joven párroco
de Leiría. Allí se encuentra con dos cosas: un clero aposentado en sus
privilegios y solo preocupado por mantener el mínimo disimulo para ocultar la
ruptura total de casi todos sus votos (en especial, el del celibato) y la joven
hija de su casera: Amélia, que le hace tilín, tolón, ding-dong y
ringgggggggggg.
Aunque la
obra está dividida en largos capítulos, se pueden agrupar en cuatro partes:
La
primera, breve, nos cuenta la vida de Amaro y cómo llega a ser párroco de
Leiría.
La
segunda despierta la simpatía del lector por el amor imposible. Narra el proceso de enamoramiento, de acercamiento entre Amaro y
Amélia, con las dudas de ambos, sus miedos y vacilaciones. Y además los separa un tercero, el joven que, con el beneplácito general, echa los tejos a Amélia, de quien se supone que pronto será esposo; un
joven que pronto irrita al lector, porque parece el obstáculo que impide una bella
historia de amor y porque -siendo este personaje el menos ciego de todos- acaba por ser víctima de los celos, lo que le hace adoptar alguna medida más que cuestionable.
En la
tercera parte ha triunfado un amor que solo puede vivirse en precario. Pero es precisamente esa precariedad la que acaba demostrando qué lleva de verdad cada uno
dentro, porque es en las dificultades cuando se ve quién escapa como una
miserable comadreja y quién asume los costes. Lo cual quiere decir que de la
precariedad pasamos a los problemas que conducen a la novela a su desenlace.
Y en la
cuarta y última parte, brevísima, el autor ofrece al lector en muy pocas
escenas una evidente conclusión acerca de cada uno de los personajes, de
modo que no es hasta ese momento cuando acabamos a saber quién es
cada uno y queda un poso de amargura e injusticia.
El crimen
del padre Amaro es una novela psicológicamente compleja. Amaro es primero un
niño desamparado, que jamás llega a conocer el cariño, y luego es un hombre
sometido a un destino que no ha elegido; pero como es también un adulto egoísta
y manipulador que abusa de su posición de superioridad moral, cabe preguntarse
hasta qué punto es así por simple egoísmo, o porque no le queda otro remedio al
no haber conocido jamás el cariño ni la generosidad que lo acompaña, o por
rebeldía ante el ineludible destino que le ha sido impuesto. La solución al
dilema, a elección del lector.
Hay otra
segunda complicación psicológica: el amor. O lo que los personajes y el lector
creen amor. ¿Es amor lo que siente Amaro por Amélia? ¿Lo es siempre o solo al
principio? ¿O es solo mera atracción? Sea lo que sea, ¿no evoluciona a
obsesión? ¿Y por qué termina como termina? Lo que comienza pareciendo un
enamorado termina siendo, simplemente, un cazador necesitado de cobrarse
constantemente su pieza para satisfacer su ego y escapar de la soledad. Amaro,
que parece comenzar amando a Amélia, termina teniendo como objetivo,
simplemente, su rendición.
Amélia,
el otro gran personaje de la novela, ofrece un perfil más puro y nítido. Es
víctima de un amor fundado en la atracción y la admiración y, a diferencia de
Amaro, tiene mucho que perder si se decide a vivirlo. Amaro puede temer el
escándalo, pero las consecuencias serían mucho peores para Amélia. Él no
piensa más que en sus miedos; ella, en cambio, elude pensar en los riesgos.
Si algo puede criticarse a Amélia es su inconsciencia e imprudencia más que su generosidad,
porque evitar pensar en lo que se está jugando. Sin embargo, y pese a que las
peripecias de Amélia ocupan buena parte de la novela, esta versa sobre Amaro,
al que desea reflejar. O desenmascarar.
La acción
transcurre entre la catedral, la casa de la madre de Amélia y un par de lugares más, entre reuniones
de clérigos y señoras piadosas que conversan sobre los chismes del lugar y los
enjuician moralmente con mayor rigidez ellas que ellos. En torno pululan
algunos personajes ajenos a ese mundo, críticos con él pero, en el fondo, más
opuestos que enfrentados.
La novela
siempre se ha tachado de anticlerical, porque, aunque muestra algún cura casi
lindante con la santidad, es la excepción en un mundillo donde todos se comportan
de modo distinto al que predican: están muy preocupados por su peculio, por
comer y beber bien, por eludir problemas y responsabilidades y, quien más y
quien menos, «conoce mujer». Un clero más epicúreo que sacrificado, más apegado al este mundo que al otro, que parece tener una confianza limitada en el más allá o que, cuando menos, considera que ese más allá va a ser tan indulgente con las debilidades humanas que resistirse a ellas solo puede conducir al sufrimiento inútil y a la ansiedad enloquecedora. Dicho todo
esto, es normal que la novela recibiera el calificativo de «anticlerical», pero este término debe ser entendido en sentido estricto: se crítica a las personas, no a lo que representan.
Sin
embargo, El crimen del padre Amaro es, sobre todo, una novela sobre el egoísmo,
sobre el modo en que unas personas manipulan a otras, sobre la inconsciencia e
injusticia de perseguir pequeñas victorias personales a costa de imponer a
otros gigantescos costes. Es una invitación a reflexionar sobre el modo en que
satisfacer nuestros caprichos puede sembrar la desgracia a nuestro alrededor.
Por
último, El crimen del padre Amaro es también una novela adelantada a su tiempo
por lo que tiene de reivindicación del papel de la mujer. Y eso que Amélia no
es ninguna heroína, sino una mujer con los valores de su época que se deja
arrastran a una pasión estimulada por quien puede manipularla y lo hace hasta
el abuso. Visto desde el simplismo de creer que una novela es lo que escenifica,
podría decirse que es una novela machista, lo cual no sería extraño en la época
en la que se escribió. Pero no lo es porque, precisamente, el autor utiliza a
una mujer, Amélia, para dejar claro quién es el padre Amaro. Dicho de otro
modo, la censura al padre Amaro, lo que justifica el «crimen» que da título al
libro, es la dignidad de Amélia. Si el autor hubiera considerado a la mujer un
ser de segunda, ¿qué sentido tendría hablar de «crimen»? El crimen del padre
Amaro es, en realidad, doble: sus actos lo envilecen por oponerse a lo que representa; pero si
hubiera compartido con Amélia los costes de su aventura lo hubieran reconducido a su
condición humana. Es el abuso, el trasladarle a ella los costes que él contribuye decisivamente a provocar, lo que constituye el verdadero crimen.
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