En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 23 de septiembre de 2021

La doble muerte de Unamuno – Luis García Jambrina y Manuel Menchón

 


 

              Miguel de Unamuno, posiblemente el escritor y pensador español más conocido e influyente de su tiempo dentro y fuera de nuestras fronteras, murió dos veces. Una, físicamente, la tarde del 31 de diciembre de 1936 en Salamanca. La otra muerte había comenzado antes, y aún, de algún modo, se sigue produciendo: me refiero al modo en que su legado intelectual, tan importante para él, ha sido silenciado y tergiversado a través de la manipulación de su figura y de la confusión intencionadamente creada en torno a ella. De esas dos muertes habla esta obra que no pretende ser un ensayo sino, simplemente, hacer pensar.

              Lo más llamativo parece, en teoría, lo primero: la muerte física, producida en la Salamanca dominada por los sublevados. La versión oficial, que nunca nadie se preocupó en contrastar, habló de una muerte repentina. Sin embargo, los autores bucean en las circunstancias de aquel día y de los meses anteriores no para dar una versión alternativa, sino para sembrar, eficazmente, la duda sobre la versión oficial. ¿Por qué dudar?

              -Porque Unamuno había dicho varias veces, incluso por escrito, que temía ser asesinado a manos de los sublevados.

              -Porque éstos, que vendían una imagen de él como afecto al régimen (ya que en los primeros momentos había considerado deseable un golpe de Estado) no querían que se conociera la opinión a la que pronto había mutado Unamuno y que no se hartaba de repetir allí donde le dejaban: que los sublevados eran una tragedia para España, que se estaban comportando como asesinos y aprendices del fascismo de Mussolini.

              -Que, debido a la repercusión mundial que había tenido el asesinato de Federico García Lorca, era razonable que los sublevados, si decidían asesinar a Unamuno, no quisieran que su muerte pudiera atribuírseles.

              -Porque Unanumo murió sin otra compañía que la de una extraña visita, la de un joven falangista al que no le unía ninguna relación y que, en esa fecha tan extraña, la tarde del 31 de diciembre, fue a verlo.

              -Porque las versiones de ese joven, Bartolomé Aragón, ofrecen puntos oscuros, contradictorios y visiblemente reelaborados que no acaban de encajar con algunas de las cosas que sostuvo la familia de Unamuno, la cual llegó enseguida.

              -Porque la causa de muerte que se señaló por el médico que intervino era imposible de determinar sin una autopsia, que nunca se llegó a realizar.

              -Porque no es posible saber si las evidentes contradicciones y reelaboraciones de Aragón tratan de enmascarar algo, son simple fruto de una memoria tan alterada por el shock que después hubo de reconstruir sus propios recuerdos o son consecuencia del miedo a ser sospechoso de algo plausible pero que en realidad no pasó.

              Pero es que, si pasó o no, nunca lo sabremos, aunque bueno es plasmar las dudas.

              La segunda muerte, es la más dolorosa. Como bien dicen los autores, Unamuno no fue un escritor que construyó una obra, sino que se construyó a sí mismo a través de su obra. Su obra, por tanto, estaba llamada a hacerlo perdurar más allá de la muerte física.

              ¿Cómo se produjo esa segunda muerte?

              Como ya he dicho, en un primer momento Unamuno fue partidario de la sublevación.  Esta opinión, sin embargo, le duró poco, y ya en el verano de 1936 no dudó en expresar por escrito opiniones de tal contundencia que no podían dejar lugar a dudas: calificativos como «asesinos» no las dejan; como tampoco las afirmaciones de que temía ser asesinado. Su voz, sin embargo, había sido acallada: vivía en una suerte de arresto domiciliario, no le dejaban conceder entrevistas, salvo supervisadas, y todo lo que salía en papel de su casa estaba sujeto a censura; y, sabiéndolo, aún tuvo arrestos llamar mentiroso por escrito al director del ABC de Sevilla –la versión sublevada del diario- o, sobre todo, de protagonizar el célebre encontronazo con Millán Astray el 12 de octubre de 1936, hecho sobre el que mucho se ha fabulado y sobre el que este texto permite hacer bastante luz.

              Dado el prestigio nacional e internacional de Unamuno, los sublevados airearon a diestro y siniestro su inicial apoyo al golpe, y por los mismos motivos silenciaron con igual celo su radical rectificación. De resultas, Unamuno quedó como un traidor para el resto de España y tampoco quedó como un héroe para los sublevados, porque las élites sublevadas, que habían llegado a conocer las brutales críticas de Unamuno porque se las había espetado en los bigotes, una vez cumplida la parafernalia –hasta en el funeral- de fingir que Unamuno era de los suyos, procuraron dejarlo en el olvido. Y las décadas comenzaron a pasar.

              De esta manera es como la figura de Unamuno quedó en la historia en una posición tan incómoda que, en una sociedad donde la división de la guerra civil aún es tema recurrente, no ha habido manera de respetar ni de dar conocer a fondo su inmenso legado intelectual: ni la izquierda ni la derecha se han puesto internamente de acuerdo en si Unamuno fue afín o traidor a sus planteamientos. Y (esto es cosecha mía), tal y como es la política actual se le considerará afín a una cosa u otra en función del fin que persiga quien esgrima cualquiera de sus argumentos.

              Una pena, habida cuenta de la inmensa talla intelectual de Unamuno. Un español que optó al premio Nobel de Literatura el único año que quedó desierto sin mediar una guerra. La causa, al parecer, fueron las presiones alemanas (el libro reproduce algún documento al respecto) pues Unamuno –con una clarividencia que ahora nadie duda- había calificado a Hitler de peligroso demente. 


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