Dice la
faja del libro, citando La Repubblica: «Camilleri en estado de gracia».
Así es,
a pesar, incluso, de que en los «escritos» que cruzan las diversas autoridades
gubernamentales, administrativas y fascistas que componen esta historia se ha
sacrificado el realismo al efectismo.
El sobrino del emperador es una
novela que reproduce en gran medida la estructura de otras obras geniales del
autor, como La concesión del teléfono o La desaparición de Patò: un intercambio de informes, cartas, telegramas
y documentos de toda índole entre diversos personajes de la trama –casi todos
autoridades- que, hablando de alguna otra persona, nos permiten reconstruir una
historia donde cada cual vela por sus propios intereses al tiempo que trata de
mantener la posición y la compostura, lo que a menudo obliga a unos a practicar
la hipocresía y el eufemismo y, a otros, a demostrar el animalico que llevan
dentro. En estas relaciones juega también un papel interesante y divertido la
posición jerárquica de cada cual, lo que nos permite ver el modo en que una
misma persona se humilla ante el poderoso y vapulea al subordinado; el eterno
juego de poder de los acomplejados. Junto a estos escritos, se alternan dos
partes y una miscelánea donde leemos también divertidos fragmentos de
conversaciones.
Una forma de narrar ocurrente y
extremadamente ágil, en la que el lector nunca tiene empacho en leer el par de
páginas más que le van a deparar una sorpresa u otra sobre hechos o sobre
personas.
La acción se desarrolla en la imaginaria
Vigàta, Sicilia, en 1929. Se anuncia que a la escuela de minería local va a
acudir un alumno singular: el sobrino del emperador de Etiopía. Un muchacho de
19 años que, si por algo se distingue del resto de la población, además de por su
nacionalidad, es por ser negro. El único negro que conocen todos.
Las autoridades italianas,
comenzando por el mismísimo Mussolini, tan pronto como tienen noticia de que el
muchacho va a cursar esos estudios intentan utilizarlo en su favor. ¿Cómo?
Logrando que príncipe –que ese es su rango- dé a su tío una excelente visión del fascismo.
A ese objetivo se consagran todos los desvelos de los intervinientes, pero…
Pero se
enfrentan varios problemas, comenzando por el congénito racismo del fascismo (y
del nazismo, que también tiene en Vigàta algún representante). A este problema,
no menor, se unen otros tres: la importancia del sexo a los diecinueve años, la
cara dura que se tiene a esas edades en comparación con otras y, especialmente,
el modo en que el sobrino del emperador se las ingenia para aprovechar en su
favor las circunstancias que otros van creando en torno a él, llevándolos a
todos continuamente al límite.
El
resultado, una feroz crítica de los totalitarismos por reducción al ridículo
que suelen hacer -a mayor gloria del líder- la mezcla de fanáticos y papanatas
que de verdad creen que hay ideas y hombres superiores a otros y a esta falacia
dedican todos sus esfuerzos, miserias y crueldades. Solo unos pocos sensatos
hay en este libro, y su papel es relevante: provocar el contraste.
Acabo de leer el libro y la verdad es que me ha parecido muy divertido. Me he pegado unas buenas risas con él la verdad.
ResponderEliminarCamilleri era genial.
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