En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 26 de julio de 2021

La tournée de Dios - Enrique Jardiel Poncela



         Que Dios venga hoy de visita a la tierra no es precisamente un tema original, pero sí audaz, porque el argumento abre posibilidades tan amplias y crea tan altas expectativas que acabar firmando una birria de novela es el resultado más probable. Sin embargo, Enrique Jardiel Poncela salió airoso en esta novela escrita en 1932, donde refleja muchos de los males que pocos años después se convirtieron en heridas que no acaban de cicatrizar. La habilidad de Jardiel reside en una mezcla de «realismo imaginado» y absurdo humorístico, y en la atribución al Dios cristiano (que al fin y al cabo «nos hizo a su imagen y semejanza») de la muy humana costumbre de ver a los seres distintos a él mismo como nosotros vemos al resto de especies.

        La novela comienza con la típica historia de amor jardeliana, con personajes también jardelianos: un escritor vanidoso y una guapa actriz de teatro; en un momento en que los roles tradicionales estaban cambiando, la tensión hombre-mujer facilita al autor el uso, entre otros recursos, de todos los tópicos humorísticos que las situaciones cambiantes provocan. Muchos de esos tópicos, referidos a la mujer, que entonces hacían gracia hoy son políticamente incorrectos, lo cual, por desgracia, hará que algún que otro guardián de las esencias considere obligado en pleno siglo XXI boicotear al Jardiel de hace casi cien años porque los lectores somos demasiado tontos, impresionables e influenciables como para distinguir entre los valores actuales y los pasados. Vamos, que hay que quien opina que si leemos una novela sobre cavernícolas lo siguiente que hacemos es irnos a vivir a una cueva y comer carne cruda. Jardiel incluye también otro tipo de ambiente que él conocía bien, el periodístico, a través de la figura del homosexual que dirige el periódico La Razón, lo cual no dejaba de ser otro gran atrevimiento.

        Continúa la novela con el anuncio de la llegada de Dios a España y los planes para su recibimiento. De algún modo son un precedente de Bienvenido Mr. Marshall, porque nadie sabe a qué viene Dios, pero todos creen tener algo que ganar (o que salvar) y cualquiera que se cree algo se ve en la tesitura de tener que demostrarlo. Las vanidades y sus encontronazos dan mucho juego, aunque aquí la vanidad de todos está condicionada por el miedo. A fin de cuentas, Dios es Dios y antes de presentarse ha demostrado serlo, de modo que si eres alguien debes saber hacerle la pelota para que nada cambie. También está muy bien llevado el temor de todos a «la verdad», un temor nada inocente en 1932, una apuesta arriesgada del autor en una sociedad donde la Iglesia tenía un poder inmenso que veía amenazado por el incipiente desarrollo de las teorías sociales surgidas en la segunda mitad del siglo XIX y donde las oligarquías dominantes se resistían a ceder poder y protagonismo a la burguesía surgida al calor de una industrialización incipiente. Estas dos posturas, a favor y en contra del cambio, son representadas en la novela por los «negros» y los «blancos»: los primeros, que niegan la existencia de Dios, deben tragarse sus tesis ante la evidencia de la visita de Dios, pero a cambio especulan con la esperanza de que el fondo de su ideología, la igualdad, no difiere en lo sustancial de «amaos los unos a los otros»; y los «blancos», por su parte, influenciados y apadrinados por las oligarquías y la Iglesia y con problemas de conciencia por cómo se aprovechan de la religión en la lucha por el poder, tienen los pelos de punta ante el temor de que Dios, en su visita, les enmiende la plana.

        En esta parte y la siguiente (donde ya Dios desarrolla su tournée) primero juega un papel importante el humor negro; después, el humor surge del modo en que las expectativas de unos y otros se deshinchan y la vanidad les hace sentir despecho hacia Dios. Partiendo de la fatalidad jardeliana de que cada uno es como es y es lo que es (en general, un bípedo obtuso), el ser humano, por más religioso que diga ser, sigue siendo antropocéntrico, por no decir infantilmente egoísta, mientras que Dios, ¿qué va a ser si no?, es teocéntrico. La gente no quiere estar con Dios, sino que Dios esté con él. Y Dios, lógicamente, quiere lo contrario. Esta parte culmina con unos muy inteligentes alegatos divinos que ponen de manifiesto las paradojas y contradicciones de las religiones, en especial de la religión cristiana y sus tradiciones, lo cual fue sin duda otra osadía.

        El final es más inteligente que sorprendente, y en él la historia de amor inicial se mezcla con la tournée de Dios y ambas se cierran.

        La novela es representativa de su autor: constantemente se pierde en pequeñas divagaciones de finalidad puramente humorística, como pequeños cohetes o chispazos, que producen la impresión de que se dispersa, aunque en realidad forman parte esencial de su estilo; con frecuencia mezcla lo solemne y lo trivial para generar efectos divertidos a través del contraste (por ejemplo, escenas de este tipo: Fulanito y Menganita, juntos al anochecer en una solitaria, húmeda y neblinosa callejuela, con los ojos arrasados en lágrimas, se juraron amor eterno delante de un letrero donde se leía: «Carnicería Pérez. Las salchichas más gordas de todo Madrid»); y también se agradece la ocurrencia, típica de Jardiel, de ilustrar la novela con dibujitos y distintos tipos de grafías que provocan fuertes efectos humorísticos y que, además, acercan al narrador al lector al tiempo que tienden, intencionadamente, a revalorizar la originalidad del texto con la excusa de «desvalorizarlo».

        Una novela divertida e interesante, que pese a su extensión se lee rápido y que fue publicada en Blackie Books en 2019. 


martes, 20 de julio de 2021

Humor – Terry Eagleton

 



              Igual que nadie espera que un ensayo sobre el sueño le haga roncar, nadie debería suponer que uno sobre el humor le haga reír. Es lo que pasa con Humor, de Terry Eagleton, que pese elogio de la portada (The Guardian: «Una prosa rebosante de paradojas, vituperios y chistes absolutamente desternillantes.») solo hace sonreír con algunos chistes y anécdotas citados como ejemplos.

              Normal, claro, ya que el objetivo de este libro es otro: reflexionar sobre diversos aspectos del humor de modo más o menos sesudo (hay innumerables citas a las fuentes) y ligeramente desordenado.

              Desorganizado porque comienza hablando de la risa, cuya relación con el humor no es unívoca; porque luego no llega a definir claramente el humor pese a las idas y venidas por las distintas teorías sobre su naturaleza, con lo que el lector nunca llega a saber de qué está hablando exactamente el autor; porque el recorrido a la búsqueda del humor en la historia es interesante pero limitado; y porque el último capítulo, dedicado a los aspectos políticos del humor, aparte de ser un poco tostón no deja de ser simplemente llamativo por sus connotaciones, pero insuficiente habida cuenta de la variedad de funciones que el humor tiene para el ser humano y que para Eagleton no merecen ni un párrafo. Pese a ello, queda clara una idea que me ha parecido interesante: la tradicional idea de que el humor es políticamente subversivo, de que sirve para atacar el poder, es discutible, porque del mismo modo en que el humor sustenta la crítica, la crítica hecha con humor rebaja las tensiones que el ejercicio del poder provoca sobre los dominados. Dicho de otro modo: si el dominado alivia su peso a través de la crítica humorística, quizá sobrelleve mejor su carga y no se rebele.

              En cualquier caso, tenía mucho interés en leer Humor. Tras haber publicado con Mira Editores dos novelas de humor, en presentaciones y en algún evento literario tuve ocasión de exponer mi opinión sobre él, para lo que, lo confieso, primero tuve que detenerme a reflexionar qué era para mí el humor, por qué y cómo lo usaba, qué pensaba sobre él y un montón de cosas más.

              No sé si me ha alegrado (¿tan pito fui?) o me ha entristecido (¿tan poco estudiada está la cuestión?) comprobar que las conclusiones a las que llegué yo solico no difieren mucho de las diversas teorías sobre el humor que se exponen en este ensayo. A saber:

              Es complicado definir el humor, pues está relacionado con emociones muy dispares (alegría, sorpresa, satisfacción, alivio…), pero condición necesaria para que el humor se manifieste, pero no suficiente, es el error. O, dicho de otro modo, la diferencia entre nuestras expectativas (que incluyen pronósticos, esperanzas y miedos) y lo que encontramos en la situación concreta. Es lo que Eagleton llama la teoría de la incongruencia, si bien la cuestiona por lo que a mi juicio es un excesivo afán clasificatorio. ¿Qué más da lo que provoque la incongruencia?  ¿Qué más da que haya unos factores u otros tras nuestras expectativas? ¿Qué más da si la incongruencia es fruto del azar o del ingenio? Ocurre, además, que Eagleton a menudo da una explicación más descriptiva que causal: la liberación de las tensiones causadas por las expectativas, la relajación cuando uno puede dejar de esperar lo esperable, es más una descripción de lo que sentimos en ciertos momentos que una explicación de por qué lo sentimos.

              Ahora bien, la ruptura de las expectativas puede dar lugar al humor, pero también al dolor o a otro tipo de emociones. ¿Qué es lo que hace que una ruptura de las expectativas nos ponga de buen humor? Aquí entran en juego otras teorías que por sí solas tampoco son suficientes para explicar el humor, como la de la superioridad (nos reímos porque creemos dominar la situación o porque nos sentimos por encima de otras personas), teoría que falla porque también a veces nos reímos (¿de desesperación?) cuando la situación nos aplasta. Queda claro que el autor no apuesta por esta opción, pero no por qué otra opción lo hace. Por lo que a mí respecta, diría que lo determinante es la mezcla precisa de inteligencia y racionalidad, entendida como la capacidad de verse a uno mismo desde fuera, la capacidad de tomar distancia, de comprender y asumir sin dramas lo que no está bajo nuestro control. Un ejercicio de realismo cuya complicación guarda relación directa con el daño que cada situación implica. Pero tampoco me voy a poner a desarrollarlo aquí.

              Una obra interesante y corta, pero irregular, con capítulos enriquecedores (especialmente algunos puntos dedicados al papel del humor en la historia, que es tanto como decir en las relaciones sociales), otros soporíferos, y más destinada a ofrecer un muestrario de ideas sobre el humor que una tesis sobre él.

              Sí que es sencillo, a partir de esta lectura, pronunciarse acerca de las razones del escaso prestigio de la comedia, de las novelas de humor, del humor en general y, también, de su paradójico éxito. Durante casi toda la historia el humor ha estado reservado a la plebe; el poder político y religioso se rodeaba de solemnidad (aún hoy es complicado imaginarse a la reina de Inglaterra, al rey de Suecia o los jeques árabes partidos de risa, y, de hecho, si por algo se hizo famoso Juan Carlos I fue porque su carácter bromista desentonaba con su cargo y la actitud de sus colegas hasta el punto de ganarse el apodo de «el campechano»), y la solemnidad es enemiga del humor. Además, la risa hace perder el miedo y el poder a menudo se sustenta en él. Solo a partir del siglo XIX el humor comenzó a abrirse paso de la mano de las clases sociales en ascenso, que lo usaron para «rebajarse» y abrirse así, sin molestar demasiado, un hueco entre las clases dominantes. En mi opinión, esa función «lubricante» no es exclusiva de ese periodo ni de ese objetivo, y es la que explica que ese género denostado porque la risa cuestiona las relaciones de poder se haya encaramado, pese a la solemnidad de los poderosos, a la cúspide de las artes con obras como el Quijote.



lunes, 12 de julio de 2021

Cuentos completos – Vladimir Nabokov

 


 

              Dieciséis meses me ha costado leer las casi 900 páginas que atesoran los cuentos completos de un genio como Vladimir Nabokov. Lo dilatado del plazo no se ha debido a que sean un tostón (aunque algún relato sí lo es un poco) sino a la voluntad de no sufrir una sobredosis de calidad o, si ustedes lo prefieren, al deseo de racionar, para saborear mejor, unos relatos escritos en su mayoría entre 1920 y 1940 que si tienen algo en común es su altísimo nivel, sin apenas altibajos.

              Las temáticas son variadas, pero en su mayoría los relatos muestran fragmentos de la nueva y no muy sencilla vida de los exiliados rusos en Berlín (y también en Francia), un submundo donde late –aunque rara vez se menciona expresamente- la amargura por lo dejado atrás y en el que las estrecheces son la norma. Esto provoca, además, que muchos de los personajes tengan ante sí un futuro incierto; de hecho, ninguno se pronuncia sobre él casi ni en lo menos material de todo, como los amoríos; el deseo de cambio también está inevitablemente latente, aunque como el cambio solo es posible dejando todo atrás, también produce miedo y zozobra; inevitables y manifiestas son también, en momentos clave, las miradas al pasado, al reencuentro con lo que una vez uno fue o creyó ser. También son recurrentes las alusiones al ambiente literario –siempre precario- del exilio ruso. De hecho, la mayoría de estos cuentos fueron publicados en revistas rusas publicadas en el exilio.

              En este contexto el lector encuentra historia de soledad, de reencuentros no siempre deseados y situaciones más o menos insólitas que tienen mucho que ver con el deseo de cada cual de refugiarse en su propio interior, en los recuerdos de su vida o de sus aspiraciones fracasadas. No es infrecuente tampoco la adaptación externa, a la nueva vida, al nuevo país, a las nuevas circunstancias, que no impide que uno, en el fondo, siga siendo el que fue y viva en la esquizofrenia de someter, con fortuna variable, su viejo yo fundacional a la tiranía del nuevo yo pragmático.

              La prosa de Nabokov es, seguramente, de las mejores. Su dominio del lenguaje es absoluto, lo mismo que su control de los tiempos. Es fascinante cómo puede crear en mundo entero en apenas un párrafo. Su expresión es de una elegancia selecta y en su tono hay siempre una desdeñosa mirada de soslayo hacia la vida y las personas, como si no se la tomara muy en serio debido a la amargura que ciertas certezas, mucho más importantes que el propio relato, producen.

              Uno de esos libros que jamás me arrepentiré de haber leído. 


jueves, 8 de julio de 2021

La hoguera de las vanidades – Tom Wolfe

 


             

              La vanidad nos hace creer mejor de lo que somos, luego la verdad es su enemiga.

              Tom Wolfe construyó esta larga y magistral historia a partir de lo que pudiera ser uno de esos casos de laboratorio que a veces se usan en los talleres sobre relaciones humanas; uno de esos casos en los que nadie es por completo culpable (o donde todos son casi inocentes), pero donde todos tienen algo que ocultar (a veces, simplemente, sus motivaciones) y es su conducta estratégica lo que determina la ética de su comportamiento y termina agravando el problema de partida.

              Y es que una o varias cosas ciertas no son una verdad. Son una mentira. La verdad surge del conjunto de todas las cosas ciertas que inciden en la situación evaluada. Basta una omisión para que la verdad escape por su hueco.

              Es lo que sucede con casi todos los personajes de esta apasionante novela: el protagonista quiere ocultar que tiene una amante; la amante también quiere ocultar que conducía; un tal reverendo Bacon camufla que solo persigue el dinero; Fallow, el periodista, esconde la falta de mérito de sus supuestos éxitos para vivir de ellos; el fiscal y el vicefiscal tratan de acomodar la «realidad» a sus ocultos intereses personales; otros tratan de esconder sus delitos... Y esto, unido al «orgullo social» de una ciudad que en los años 80 era la referencia mundial, hace que todos estén pendientes de desarrollar las apariencias para no sentirse menos que nadie.

              El entorno no podía haber sido mejor escogido: en la época en la que se escribió y transcurre esta novela –los años 80 del siglo XX- la cúspide social estaba en los mercados financieros, como ahora lo está en las grandes multinacionales de nuevas tecnologías, y Wall Street representaba el cénit de ese ambiente. El summun, como ahora lo puede ser Silicon Valley. En consecuencia, Nueva York era también la referencia mundial de la vida social. Quien triunfaba en Nueva York había triunfado en el mundo. Buen lugar para cultivar vanidades y egos desmesurados.

              Sherman McCoy, el protagonista, va en su lujoso coche con su amante y al tomar una salida equivocada se pierden en el Bronx. Al huir de lo que creen un intento de atraco, con ella al volante, dudan de si han llegado a golpear a uno de los atracadores. A partir de aquí, y con el simbólico telón del fondo del único inocente completamente desactivado (Wolfe se cuida mucho de dejarlo en esa posición), los participantes en esta opereta se van retratando con las omisiones con las que tratan de provocar la confusión entre el resto de hechos ciertos y «la verdad». Pero como cada cual omite lo que le interesa, cada omisión genera una «verdad» distinta; y, claro, entonces las cosas no cuadran, se van complicando y en el intento de mantenerse a flote casi todos se ven arrastrados a pasar de mentir por omisión a mentir por acción. El resultado, como puede suponerse, nada tiene que ver con la justicia (con la verdad) y sí con la habilidad de cada cual y con su posición de partida.

              Pero si interesante es la trama y el juego de estrategias que la hace avanzar, lo que hace de esta novela una obra magnífica es la profundidad y crudeza (tan explícita que rezuma humor cínico) con que se exponen los miedos de cada cual, que no son otra cosa que el reverso de su vanidad, y los pasos y huidas que esos temores inducen. Pese a que los personajes son muchos, muy distintos y prácticamente todos muestran sus ambiciones vanas y sus defectos, raro será que el lector no logre sentir cierta simpatía –y antipatía- por todos ellos, porque gracias a la habilidad de Wolfe todo, desde los anhelos a las debilidades, se hacen comprensibles y, también, porque en un mundo físicamente violento todos ejercen la «violencia de la mentira», que parece menos peligrosa aunque en realidad puede tener consecuencias fatales. El mejor retratado es, lógicamente, el protagonista: Sherman McCoy. El «Amo del Universo» lo mismo nos parece un estúpido fatuo que un pobre adolescente de 38 años atormentado por haber transgredido, sin querer, normas que otros se saltan sin pestañear. Es un personaje peculiar: íntegro en lo que tiene que ver con el cumplimiento de las normas legales, pero con una moral relajada en las relaciones de pareja y completamente estropeada por el entorno en cuanto a los valores y al sentido de la vida se refiere.

              La historia se refuerza con el enorme contraste entre esa exigua cúspide social de personas adineradas y enamoradas de sí mismas y el desastre vital, la absoluta marginación que se vive en el Bronx. Blanco y vecino de Park Avenue es sinómino de honradez y éxito. Negro y vecino del Bronx, lo es de delincuente. El racismo, lo mismo el asumido por quien lo practica que el no asumido, enmarca la obra, lo que no quiere decir que Wolfe nos hable de buenos y malos. Más bien intenta ser descriptivo: hay blancos racistas que no saben que lo son y hay negros marginados que se resignan a seguir siéndolo; todos ellos son poco ruidosos; pero hay también blancos y negros que quieren prosperar fingiendo luchar contra el racismo y estos, en cambio, sí hacen ruido, y mucho. Mucho más que los poquísimos que sí emprenden honestamente esa lucha. ¿Qué sale de todo esto? Una serie de presunciones tenidas como «verdades» por la «vanidad» de cada grupo social, falsas verdades que arden también en la hoguera que relata Tom Wolfe y que acaban provocando el incendio en el que terminan ardiendo una parte de los protagonistas.