En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 5 de junio de 2023

Hijos de la fábula - Fernando Aramburu


Un éxito tan aplastante como Patria tiene un problema para su autor: para muchos lectores se convierte en la vara de medir el resto de tu obra. Probablemente por eso Fernando Aramburu, un tipo bastante listo, se apresuró a advertir algo que ha cumplido a rajatabla: le gusta cambiar de registro.

Digo esto porque comentar en las redes Hijos de la fábula y leer unas cuantas comparaciones con Patria ha sido inevitable. Y lógico, claro. En el fondo, ¿quién es capaz de no buscar paralelismos con la obra más famosa de un autor? 

De hecho, a pesar de ser consciente de las enormes diferencias entre esa obra e Hijos de la fábula, no he resistido la tentación de buscar puntos comunes, sobre todo porque hay uno que salta a la vista: Hijos de la fábula gira, también, en torno al final de ETA, lo cual implica, además, identidad temporal con Patria, al menos parcialmente. La otra para mí evidencia –pero creo que no tan evidente para muchos lectores- es que también contiene un elevado componente crítico, solo que en esta obra Aramburu usa el humor para intentar dar el descabello a cualquier tentación de resurrección del terrorismo. Es meridiano a través de las páginas, y llega al culmen cuando los dos asendereados protagonistas llegan como pueden a San Sebastián, lugar ocupado por el enemigo en su concepción del mundo, y se indignan porque, en lugar de a hacer la revolución, todo el mundo se dedica a vivir como Dios.

El humor de esta novela es corrosivo, porque ridiculiza sin ofender; no se hace con saña, pero sí con intencionalidad. Los protagonistas están tan fuera de la realidad que ingresan en ETA pocos días antes de que, a efectos prácticos, desaparezca. Enviados a una granja en Francia, cercana a Albí, permanecen más o menos ocultos a merced de la infinidad de pollos que allí se crían, del frío y del matrimonio que regenta el lugar; especialmente están en manos de la granjera; la única que chapurrea español y que a su condición de fortachona y no muy limpia une cierta querencia por el sexo. Allí se quedan los dos jovencísimos terroristas que nunca lo han sido, digo. Abandonados y olvidados por todos, a la espera de que alguien los reclame para iniciar su formación en la lucha armada. Si la situación resulta ridícula, aún lo es más verlos comportarse como fugitivos cuando nada tienen que temer, porque no han cometido crímenes ni colaborado en ellos. Podrían hacer lo que quisieran. Pero, en lugar de volver a la vida normal que han llevado hasta entonces, viven ocultándose como ratones temerosos y siempre sin un céntimo. Pronto, ante la evidencia de que nadie contacta con ellos, en lugar de volverse por donde han venido su quijotismo les hace convertirse en sus propios profesores e improvisan su formación terrorista usando medios que acentúan lo ridículo de su situación y lo patético de sus personas.

Ambos son jóvenes, unos diecinueve años al comenzar la novela. Uno de ellos, Asier, asume el papel de don Quijote: siempre está cantando las alabanzas de la revolución, forzando estériles sacrificios en interés de la patria y vigilando la estricta observación de las esencias, amén de regular los exiguos recursos económicos de que disponen. Tan voluntarioso como chapucero, Asier no ha conocido el afecto y lo necesita como un cachorro apaleado. El otro protagonista, Joseba, que poco después de marcharse de su casa para emprender la aventura habrá sido padre aún  no sabe si de un hijo o una hija, hace las veces de Sancho Panza: más grueso que Asier, más apegado a las comodidades, se deja arrastrar con el líder con un ojo puesto en todo lo que se está perdiendo. Para completar el cuadro, incluso aparece cierta Dulcinea del Toboso que, como la falsa Dulcinea de Cervantes, tiene más de labradora que de princesa, aunque al menos es guapetona; como parte del ridículo, no van a ser los caballeros andantes los que le resuelvan las cuitas, y el desenlace de la historia de los dos héroes con la heroína tiene también un elevadísimo componente grotesco y simbólico; esto último tanto por la identidad de los personajes que intervienen en ese momento como por el modo en que actúan, más próximos a la colleja que a otra cosa.

Dos muchachos transformados, por la ignorancia, en dos idiotas. Dos idiotas convertidos, por el ambiente en el que viven, en terroristas. Dos terroristas que no llegan a estrenarse como tales y que, además, acaban convertidos, por la realidad, en dos pobres mamarrachos. 

   Quieres ser terrorista y la realidad te convierte un hazmerreír. ¿Cabe crítica más contundente? Difícilmente. Otra cosa es que el tono humorístico disimule la dimensión del sopapo.

Quizá lo más suave, o poético, sea el título: Hijos de la fábula parece aludir a quienes se dejar arrastran como ratones por cualquier flautista de Hamelin hasta acabar ahogados en el río de la realidad.



lunes, 29 de noviembre de 2021

El mal de Corcira – Lorenzo Silva

 


 

              Dentro de la saga de Rubén Bevilacqua, El mal de Corcira es, posiblemente, la novela más ambiciosa. En lo literario va más allá que las anteriores –de evolución casi siempre lineal- al confrontar presente y pasado de varios personajes junto a importantes saltos en el tiempo que no afectan al fondo; por otra parte, dentro del género negro supera la voluntaria limitación de otras novelas de la saga, que se ceñían al procedimiento policial para mostrar el máximo realismo; El mal de Corcira, en cambio, apuesta por mezclar equívocos –aunque también realistas- que implican pasos adelante y atrás de modo que la intriga crece con intensidad sin quedar reñida con el realismo; y, por fin, las circunstancias de la víctima le permite a Silva avanzar en otro frente, el más relevante y ambicioso en esta novela: el social. De modo tangencial pero importante se trata la homosexualidad de modo normalizado, pero, sobre todo, se aborda la existencia de ETA haciendo un repaso –a través de los recuerdos del protagonista- muy interesante de vivencias y procedimientos que muestran el grado de entrega y sacrificio que exige la lucha contra el terrorismo.

Este último aspecto es el que ha caracterizado la novela ante el público y casi con toda seguridad abordarlo era el objetivo de Lorenzo Silva. En algunos sitios se ha afirmado o insinuado que esta novela pretendió aprovechar el éxito de Patria, que habría abierto la veda del tema. No sé si es así, pero da igual porque no sería ningún crimen sino algo bastante lógico, comercialmente hablando, y dada la relevancia del tema tampoco puede decirse que sea propiedad de nadie. En cualquier caso, ambas obras solo tienen en común –además de ETA al fondo- que seguramente su publicación hubiera sido imposible, o al menos muy polémica, antes del fin de la violencia etarra.

Por lo demás, cualquier otro paralelismo resulta cuestionable o, directamente, absurdo. El mal de Corcira es deudor de su protagonista, por lo que no puede sino abordar la cuestión desde su óptica: la de un guardia civil directamente involucrado en la lucha contra el terrorismo que, además, cuenta la historia en primera persona. El resultado es muy interesante, pero, lógicamente, es más un retrato corporativo que social; cualquier visión, lo mismo la de la Guardia Civil que la de los terroristas o la sociedad, se hace a través de los ojos del protagonista.

¿Puede ser que Silva haya querido dar una visión más amplia que la que podía proporcionarle el personaje y haya expresado a través de él sus propias opiniones? Puede ser. Que la visión sea más la del escritor que la del personaje justificaría la sensación que he tenido de que Bevilacqua cuenta las cosas «desde fuera» y con cierta rigidez, con atrevimiento, pero con los recuerdos de 1992 encorsetados en la realidad de 2019 o 2020. Es la única crítica que se me ocurre hacer.

Yendo ya al argumento en sentido estricto, la cosa comienza con el asesinato en Formentera de un caballero que resulta ser un antiguo etarra, lo cual, por si las moscas, provoca la intervención de la unidad de Bevilacqua y desencadena los recuerdos que se van intercalando con el presente.

              Así vemos los procedimientos de investigación actuales frente a los procedimientos (de información) de los años 90. Dos mundos muy distintos detallados hasta producir una intensa sensación de realismo y que resultan apasionantes, sobre todo los segundos. El lector tiene ante sí en todo momento tres zanahorias: el interés que suscita el crimen concreto investigado, los modos de actuación en la lucha contra el terrorismo en los años 90 y, por fin, qué diablos le sucedió o dejó de suceder a Bevilacqua entonces, asunto pendiente desde el inicio de la saga. No defrauda.

              Como se ve, hay varias lecturas posibles de este libro, y todas compatibles. Por un lado, es una novela negra o policial y como tal puede leerse. Por otra, tiene un componente histórico muy atractivo para todos los que hemos vivido los años del terrorismo (de hecho, varios episodios y personajes son de inspiración claramente identificable) y, finalmente, tiene una lectura social (o política, pensarán algunos) por el posicionamiento de Bevilacqua o del autor a través de su personaje.

              Las dos primeras lecturas son interesantísimas y meritorias y la tercera, no siéndolo menos, es la que más división de opiniones ofrecerá. A mí me pareció valiente, pero un amigo «benemérito» me dijo que era un libro «demasiado equidistante». A saber. Lo que sí es, es una postura con sentido común y que intenta no dejarse llevar por las emociones. Quizá sea eso lo que lo hace más raro.

              Leedlo.


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