En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 28 de febrero de 2013

El martirio del obeso - Henri Béraud




          Más de noventa añitos tiene ya “el buen gordo” que protagoniza esta novela, porque fue publicada en 1922. Y va camino de hacerse centenario.

          El argumento es simple, pero útil para los propósitos de la novela: “el gordo” es amigo de un matrimonio; el marido es sorprendido en plena infidelidad, y la esposa lo abandona. ¿Cómo? Escapando junto con su amigo, “el gordo”; pero como el marido les sigue la pista, se ven obligados a trotar de un país a otro. Sin embargo, no es la fuga de una pareja de enamorados, porque para la mujer el gordo solo es un acompañante, mientras que él aspira a convertirse en su amante. En resumen, la típica relación entre “el feo” prendado de “la guapa” y “la guapa” que no repara en “el feo” más que “como amigo”.

          Narrado como una conversación entre el gordo y el lector donde el primero no para de hablar, las peripecias de la pareja y su perseguidor son enfocadas desde la perspectiva de un obeso que ve en su panza la causa de todas sus virtudes y la fuente de todos sus problemas. Los gordos, como raza singular, son dibujados como el colmo de las esencias, pero también como seres incomprendidos en un mundo de flacos, raquíticos y descarnados resentidos. El desdén con que describe a los delgados mueve en numerosas ocasiones a la risa, dando lugar pasajes buenísimos en los que no se sabe qué es mejor, si la forma en que presenta como censurable algo tan normal como no estar hecho una vaca, o el ingenio agresivo cuajado de imágenes grotescas.

          El tono de la narración lo da la perspectiva de superioridad moral  “del gordo”, unida a una labia tan cortés y educada que a veces es amanerada y grandilocuente. Porque el gordo de esta historia no es un vulgar glotón, es un tipo selecto y satisfecho de sí mismo, y por eso considera barriga y lorzas más un logro que una consecuencia. Resulta complicado leerlo sin pensar en otro excelso gordo: Ignatius J. Reilly, de La conjura de los necios (1962). Pero si Ignatius es un loco que anda preocupado de las cuestiones estéticas (hasta el punto de confundir estética y moral) que intenta reconducir el mundo a sus estrafalarias teorías, el gordo de Béraud es un obseso de sí mismo que trata de encajar su propia condición en un mundo que lo ve como un bicho raro; su objetivo no es cambiar el mundo sino ser aceptado y respetado tal cual es, aunque comparte con Ignatius una excelente opinión sobre sí mismo. Por eso su elaborada teoría sobre las ventajas e inconvenientes de la obesidad podría aplicarla a la delgadez, si es que hubiera nacido  llamativamente escuchimizado, o a la alopecia, si es que hubiera sido calvo. Su teoría se resume en que los gordos atesoran una serie de cualidades invisibles al resto de los mortales, probablemente por quedar ocultas bajo una capa de grasa, y ahí nacen una serie de prejuicios que los hace propensos a ser víctimas del abuso, especialmente del abuso emocional, con lo cual queda redimido cuanto pueda achacárseles: todo en los gordos está bien y es digno de admiración, y lo que de malo les ocurre trae por causa la inquina, la envidia, la incomprensión y la ignorancia ajena, horrores todos ellos nacidos en el mundo de los escuálidos.

Henri Béraud (1885-1958)
          Como se aprecia por lo que llevo dicho, la historia es solo la excusa para que el elocuente gordo narrador regale algo más de un centenar de páginas de certeras reflexiones, breves casi todas, profundas algunas, ingeniosas muchas, hechas desde una superioridad tan desdeñosa que hace sonreír. Pero que El martirio del obeso pueda ser considerado un libro de humor, no impide, al rascar, encontrar la amarga queja de quienes son tratados de una forma u otra por el prejuicio que su físico, como tarjeta de presentación, supone para el resto. Poco habría que cambiar para que este libro pudiera ser “El martirio del bajito”, “El martirio del orejudo” o “El martirio del narizón”. Y esa queja queda de manifiesto en el desarrollo de la novela (la superioridad que adopta el innominado gordo no deja de ser una estrategia de defensa) y, sobre todo, en el final, donde el orgullo prevalece.

          Termino señalando que el gordo hace partícipe de sus confidencias al lector, pero que este no pueda contestar no afecta a la comunicación entre ambos, pues tal es la verborrea del personaje que el lector no podría meter baza ni aun siendo posible; como quien está con un amigo parlanchín y sabelotodo, que siente respaldadas todas sus teorías solo porque estás a su lado.

          Un libro que gustará a casi todos los lectores, lo bastante bueno para ser mucho más que un entretenimiento, y que acomplejará a casi todos los escritores, pues Henri Béraud lo escribió en solo dos semanas.

          El martirio del obeso, premio Goncourt en 1922, ha visto un sinfín de ediciones. Más de doscientas, dice la publicidad. Y ahora renace en español en Tropo Editores.


lunes, 25 de febrero de 2013

Un trago antes de la guerra – Dennis Lehane



Boston. Años noventa... antes de que existieran teléfonos móviles. Un senador contrata al detective Patrick Kenzie para que localice a una empleada de la limpieza que ha desaparecido llevándose consigo ciertos documentos. Y aunque no le pagan para más, el hombre no deja de preguntarse qué demonios tendrán esos documentos para ser tan importantes. A partir de ahí, se abre una frenética aventura donde la rivalidad entre las bandas callejeras se mezcla con el racismo, los miedos de todos, la corrupción o la prostitución infantil.
No obstante, se trata más de una novela de acción que de intriga en sentido estricto, porque lo que puede haber en los “papeles” es relativamente sencillo de intuir (obviamente, algo comprometedor para quien lo busca, así que da igual lo que sea). Y acción tiene, y mucha.
Claro que un detective es algo limitado para desarrollar una novela. Un personaje da de sí lo que da: introspección. Por eso Patrick Kenzie tiene una ayudante (como es costumbre, guapa) para dar agilidad a la novela. Se llama Ángela Gennaro. Patrick le echa los tejos, como también es tradicional; ella, como también es esperable, duda y no cae en sus redes, y además está casada con un energúmeno que la maltrata.
Aunque el detective se supone que es de lo mejorcito de Boston, lo cierto es que no nada en la abundancia. Por eso tiene el despacho en un lugar insólito: en lo alto de un antiguo campanario, sobre una iglesia de barrio. Un barrio dividido por razas y esperanzas.
Es una novela que engaña. Al principio el protagonista no acaba de caer bien: demasiado fanfarrón, demasiado recrearse en reírse de sí mismo con suficiencia. Pero conforme pasan las páginas la cosa cambia y el caballero se sigue tomando con humor toda la serie de calamidades que protagoniza, y que lo tienen a cada momento con un pie en la tumba. No es que esa falta de preocupación sea realista, pero en cierta medida los problemas humanizan a los fanfarrones.
Fruto de esta forma de expresarse, entre irónica y exagerada, la novela, pese a la violencia de muchas de sus situaciones, a menudo nacida del racismo, se traslada al lector en un tono desenfadado, que sin llegar a hacerla humorística sí le quita buena parte del horror.
Una novela que va de menos a más, y que resulta muy entretenida. Con mucha violencia, pero sin perder el sentido el humor.


jueves, 21 de febrero de 2013

De ratones y hombres – John Steinbeck



     Merece la pena leer a Steinbeck solo por los finales. Es difícil saber hacerlos tan impactantes. Aunque, por suerte, también merece la pena por todo lo que hay antes.
     De ratones y hombres cuenta la historia de dos jornaleros que van de acá para allá buscando trabajo. Uno es un tipo grandullón, hercúleo, y con el cerebro de un mosquito; es incapaz de distinguir el bien del mal, y aunque es de naturaleza bondadosa, apenas tiene capacidad de recordar las cosas, y cualquier discusión bloquea su mente. El otro, su acompañante, es un tipo normal que lo cuida protegiéndolo de sí mismo. Así que es algo más que un tipo normal: es un hombre generoso, que ha sacrificado su vida por no abandonar a su suerte a un pobre diablo. La historia comienza cuando, huyendo del último problema, entran a trabajan en un rancho aislado, donde solo hay otros jornaleros, el dueño, su caprichoso hijo, y la peculiar y provocativa esposa de este.
      Ambos hombres solo desean una cosa: ahorrar un puñado de dólares para comprarse una casita donde vivir el resto de sus días criando conejos y cultivando lo que sea. Y para conseguirlo no les queda sino trabajar como asnos, pero el trabajo no es lo más duro. Lo peor, lo más difícil, es por una parte controlar al grandullón y, por otra, soportar la miseria renunciando al consuelo de gastarse el jornal en las juerguecillas que el resto de jornaleros se permiten, y en las que dilapidan cuanto tienen, haciendo de su vida un círculo vicioso de trabajo duro, pobreza y gastar en consolarse. En ese ambiente es fácil suponer que la presencia de la mujer resulta muy perturbadora. Y más si encima provoca.
     El lector se encariña pronto con los personajes, en una historia donde comparten protagonismo la generosidad, la esperanza, el miedo, la injusticia, la arbitrariedad, la debilidad en la que siempre está el pobre, y donde la tensión se percibe a cada página, porque cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento. Por eso, precisamente, el final es tan sorprendente. Porque cualquier cosa es cualquier cosa.


lunes, 18 de febrero de 2013

Brooklyn follies – Paul Auster



     He leído pocos libros de Auster y este (que vuelve a desenvolverse en Nueva York) es el que más me ha gustado.

     El protagonista, un agente de seguros jubilado y separado que acaba de superar un cáncer, regresa a Brooklyn, donde vivió de pequeño, y allí entabla contacto con un sobrino que, de prometedor cerebrillo, ha quedado en empleado de una librería de lance regentada por un pintoresco homosexual. Y en esas estamos cuando, además, aparece la sobrina de pocos años del sobrino, la cual, para colmo, se niega a articular palabra durante los primeros días. A partir de aquí transcurre la historia de toda esta tropa y de cierto número de familiares y seres que se van añadiendo y desapareciendo según pasan las páginas; transcurre en contar la extraña vida que han llevado todos, ninguno de los cuales llegó a ser lo que el resto esperaba, en aventurar lo que espera a unos y a otros (que puede acercarlos, o no, a eso que una vez pensaron que llegarían a ser), en cómo se pueden aprovechar (o no) las oportunidades que da la vida, en por qué las desaprovechamos (incluyendo el miedo al éxito), y en llegar a conocer la solución a los numerosos enigmas y enigmitas que pueblan la novela y que poco o nada tienen que ver entre sí, aunque el conjunto es, dentro de lo insólito de muchas de las vidas y situaciones, armonioso.

     Algo en común tienen todos los personajes: quien más y quien menos, todos han fracasado. O, al menos, no han llegado donde cada uno, o el resto, preveía. Todos, de una u otra forma, se enfrentan a una sensación de fracaso vital, aunque también todos han sabido adaptarse a su pequeñez y evitan los sueños, aunque a veces se hayan zambullido en la soledad necesaria para no dar explicaciones.

     Lo más curioso es que pese a la actividad que puebla la novela, pese a ocurrir una serie de hechos “movidos”, en Brooklyn follies, como en las otras novelas que he leído de Auster, el tono es íntimo, casi confidencial, como si el narrador estuviera haciendo una confesión en un bar oscuro, mirando a los ojos al lector. Es decir, el autor más hace del lector alguien que escucha que alguien que se informa, lo cual crea una sensación de complicidad que sin duda justifica en gran medida el éxito de Auster.


jueves, 14 de febrero de 2013

Los ladrones somos gente honrada – Enrique Jardiel Poncela



             Lo mejor de esta obra de teatro en la edición que he leído es la introducción del autor, contando cómo fue escrita; y, en especial, su versión de las aventuras que le tocó vivir en la Guerra Civil. Es una introducción curiosa, en la que Jardiel Poncela alardea del éxito que en su día tuvo la pieza hasta el punto de informar del dinero que ganó. Por una parte resulta divertida, aunque por otra repele la inmodestia. Esto, respecto a la introducción. La obra en sí es otra cosa, aunque ya se sabe que el teatro leído no tiene nada que ver con lo que se ve desde el patio de butacas.
            La obra comienza cuando una pandilla de ladrones se dispone a dar un golpe. Justo en el momento clave aparece la hija de las víctimas, y el jefe de la banda queda prendado. La operación se suspende, y la pareja pronto se casa.
            Pero el problema de este matrimonio es doble: por una parte, él ha ocultado su pasado delictivo; por otra, sus compinches se quieren vengar por aquel golpe fallido y por haberlos dejado después en la estacada, y se aprestan a robar en la casa del que fue su compañero, que mantiene a uno de la banda como hombre de confianza (“El pelirrojo”, nombre debido a que fue Fernando Fernán Gómez quien interpretó por primera vez al personaje). Sin embargo todo se complica, porque los personajes proliferan como champiñones en un escenario complicado de imaginar, con demasiadas puertas y recovecos, y todos tienen algo que ocultar.
            No hace falta decir mucho más: es una obra de enredo más que de absurdo, que la abundancia de personajes hace complicada de leer (qué remedio queda, sino leerla, cuando no se puede ver ya en ningún sitio), con un humor para mi gusto demasiado inocente, hecha para entretener más que para criticar o desahogarse.
            La satisfacción del autor con esta obra es, sin embargo, comprensible. Como él mismo dice, “Nunca es más difícil conseguir un éxito como después de haber padecido un fracaso”.  Concepto de éxito cuando menos curioso, que equipara éxito a ventas o audiencia, aunque el propio autor se refiere a Los ladrones somos gente honrada como una obra más comercial que meritoria. Sea como sea, sospecho que la posterior adaptación cinematográfica ha contribuido bastante a mantener el nombre de una obra que, de otra manera, hubiera caído tan en el olvido como otras del mismo autor; algunas mucho mejores e injustamente olvidadas.




lunes, 11 de febrero de 2013

Un mes con Montalbano – Andrea Camilleri



Un mes con Montalbano (Serie Montalbano, 5)


          Soy sincero si digo que cogí este libro con cierto repelús. Condicionado por las anteriores novelas de Montalbano, quería “más de lo mismo”, lo que me hacía dudar de que una secuencia de relatos breves pudiera ser comparable. Bueno, pues Un mes con Montalbano no es lo mismo pero está tan bien o mejor que los anteriores títulos de la serie.

          El “mes” se refiere a una treintena de historias, y nada más, porque no guardan un orden cronológico y transcurren en momentos muy diversos. Tampoco hay mucho que decir de las historias (demasiadas para hacer un análisis pormenorizado), excepto que todas tienen el sello del autor, y el sello del humor propio del personaje: un tipo que convive con los problemas y las amenazas como si la vida fuera una partida de ajedrez y uno jugara por el placer de jugar.  También hay que decir que las temáticas son de lo más variadas: desde el crimen hasta su apariencia, pasando por todo tipo de delincuentes y métodos de desenmascararlos (de la casualidad a la deducción). Lo mejor, sin duda, es que se lee de una forma rapidísima y amena, porque todos los relatos tienen la extensión justa para no hacerse largos, sin que parezcan breves (excepto, quizá, los primeros, que son los que menos me han gustado). Baste decir que es muy difícil acabar uno sin sentir el deseo de comenzar el siguiente.

          Los aficionados a Camilleri disfrutarán, además, de ir topando a lo largo de las páginas, ora en un sitio, ora en otro, con personajes procedentes de las anteriores novelas, lo que produce la curiosa sensación de reforzar no solo el relato concreto, sino la novela pasada, como si al ver al personaje llevando una vida fuera de aquello para lo que fue creado, adquiriera consistencia y realismo.

          Una última reflexión, referida al prólogo firmado por el ya fallecido Manuel Vázquez Montalbán: es muy interesante lo que indica sobre el oficio de escritor, habida cuenta del tardío éxito de Camilleri y de la prisa con que todos los escritores quieren prosperar. Solo un “pero” le pongo: no estoy de acuerdo en que Un mes con Montalbano sea la mejor manera de acercarse al personaje para quien no lo conozca; lo mejor, creo yo, es leer las diferentes novelas siguiendo el orden de aparición. 


jueves, 7 de febrero de 2013

La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria – José Donoso



          La marquesita en cuestión es la hija de un diplomático latinoamericano, que se casa en el Madrid de principios del siglo XX con un muchacho de posibles, marqués, cuya viuda madre todavía está de buen ver y tiene un amante con unos escrúpulos relativos. Pero el marido de la marquesita tiene un problema: el sexo no es lo suyo, y solo cierto exhibicionismo parece animar al muchacho.
          Este es el planteamiento que permite a la marquesita protagonizar, normalmente sin pretenderlo, una serie de aventuras amorosas desde lo lógico a lo insólito, pasando por lo inesperado, que constituyen su aprendizaje. Una historia que no deja de ser una de tantas de bellas e inocentes muchachas que, buscándose a sí mismas, acaban de cama en cama, partiendo de su perturbadora inocencia para llegar a conocer y dominar el poder de la seducción. Como en muchas de estas historias, lo que de sórdido o retador pueda haber (tomándolos como los dos extremos posibles) queda anulado por el tono irónico y burlón del narrador, que transforma así la historia en una comedia ligera con unos toques de fantasía que se adueñan de la novela al final, produciendo una sensación confusa, pero intensa y bienvenida.
          Lógicamente, el resto de personajes no desentona en ese marco de sutil humor: los hay de lo más normalitos, y los hay depravados sin maldad.
          Esta novela causa la sensación de estar ante un experimento, ante un capricho del autor, ante una de esas obras más escritas para sí mismo que para el público. Por lo demás, la frecuente calificación de “erótica” más se debe a que el único motor de la acción es la seducción que a la profusión de pormenores en las aventuras de la marquesita.

lunes, 4 de febrero de 2013

La isla inaudita - Eduardo Mendoza


Cuando cayó en mis manos en primer libro de Eduardo Mendoza, enseguida siguieron unos cuantos más. A día de hoy, son pocos los libros suyos que no he leído. Este era uno de ellos, aunque lo compré hace ya tiempo.

El argumento es sencillo y, a la vez, complicado: Fábregas es un empresario catalán cuya empresa hace aguas, pero él ha decidido escapar de ese problema y de todos los demás poniendo tierra por medio. Así es como llega a Venecia, un lugar tan bueno como cualquier otro para perder el tiempo escapando de sí mismo. Pero allí Fábregas conoce a una mujer, María Clara, que, sin que medie motivo aparente, se le une para enseñarle la ciudad, antes de largarse durante una temporada. Y esta ausencia de motivos da al personaje cierto halo de misterio. Animado por tener compañía, la estancia de Fábregas, que era solo temporal, se va prolongando. Y así ocurre que va conociendo algunos rincones de Venecia, que se va obsesionado y quizá enamorando, y, finalmente, conoce también a la peculiar familia de María Clara; familia en la que las apariencias (nótese que no digo cuáles) juegan un papel fundamental. Lo curioso es que esa familia cree haber escapado de lo que era, aunque nunca ha dejado de serlo, pero, dentro de lo que cabe, viven y dejan vivir. Fábregas, en cambio, está en pleno proceso de autodestrucción: si ha llegado a Venecia huyendo de sí mismo, termina medio loco por no ser capaz de saber qué quiere encontrar dentro de su propio pellejo. Quizá, incluso, necesita de Maria Clara para saber quién es él verdaderamente. ¿Y cómo termina la cosa? Lo sabrá quien lo lea.

El nivel literario es muy elevado. La isla inaudita está muy bien escrita. Es una de esas novelas solo al alcance de pocos escritores. Sin embargo hay algo que falla (no por la forma en que está escrito, sino por el contenido): el lector tiene la sensación, durante bastante tiempo, de estar deambulando tan sin rumbo como el protagonista (lo cual, según se mire, es un mérito), y eso hace que le cueste meterse en la historia e interesarse con unos personajes a los que nunca se sabe muy bien si les sucede algo o es que, sencillamente, están así de desequilibrados. Además, pocos hay que caigan simpáticos, porque todos son o demasiado misteriosos o demasiado egoístas.

En resumen: una muy buena novela de reflexión, no de acción, que hay que leer sin prisa.

Y termino con una anécdota: si inaudita es la isla del título, no menos lo han sido las circunstancias en que he leído este libro: en una semana, pero en cuatro lugares muy diferentes; y uno de ellos, durante una noche en blanco tan inaudita como cierta isla, mientras esperaba el desenlace de un rescate en la montaña.