En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 27 de abril de 2023

Dioses menores – Terry Pratchett

 



No hay dios sin creyentes. O, si lo hay, su influencia en la conducta humana es tan minúscula que bien cabría calificarlo de «dios menor».

Sobre esta idea edifica Terry Pratchett una magnífica parodia de las religiones monoteístas partiendo de un dios, Om, cuyos muchos fieles han desvirtuado tanto su figura con el paso del tiempo que, en realidad, creen ya en otra cosa y, como ya nadie cree en el verdadero Om, el pobre lleva una existencia muy arrastrada. La casualidad le lleva a encontrar en un muchacho torpe y tonto pero de prodigiosa memoria (Brutha), la única esperanza para volver a ser, para no desaparecer disuelto en el olvido. O, lo que es lo mismo, si el pueblo debe conocer al verdadero Om -quien solo así recuperará su lozanía-, quien lo dé a conocer será su profeta. 

El principal problema al que se enfrenta Om –aparte las peculiaridades y limitaciones de Brutha y de que los profetas anteriores no estuvieron muy atinados- es el planteado por sus propios defensores. Los defensores de las esencias rara vez están abiertos a cambio alguno, y en esa cerrazón destaca Vorbis, parodia de gran inquisidor, un tipo astuto, cruel y ambicioso, pero a la vez austero y, a su modo, ascético.

Los equivocados seguidores de Om mantienen, contra toda lógica, que el mundo es una esfera, cuando ya se sabe cómo es el Mundodisco. Creer que el mundo es un disco colocado sobre cuatro elefantes que a su vez descansan sobre una tortuga gigante que nada en el espacio, es signo evidente de herejía y causa de apiole instantáneo. El recurso a Galileo es evidente, y le sirve al autor para diferenciar la fe de Omnia –el país donde ocurren los acontecimientos- de los países herejes, fundamentalmente Efebia, trasunto de la antigua Grecia, lugar plagado de filósofos que, sin que el lector se dé cuenta hasta que no se para a pensar, ofrecen un modo de estar en el mundo que supera en ventajas a las religiones, aunque solo sea porque la filosofía se sustenta en la duda y la conciencia de la duda conduce a la tolerancia, mientras que las fes inquebrantables a menudo acaban en el quebranto de pescuezos de distinta fe.

Todas estas cosillas se nos dejan caer con la excusa de la historia de Om, de Brutha, de Vorbis, de otros personajes secundarios y, sobre todo, de la especie de cruzada o de guerra santa emprendida por Omnia.

Como he dicho, la sátira de las religiones monoteístas es obvia, aunque las politeístas también acaben dado juego.

Un libro excelente, que he leído muy rápido, que hace pensar (sobre todo a partir de la idea que he citado al principio,  y también sobre el papel de la filosofía) y que, además, tiene la singularidad, dentro de la saga del Mundodisco, de que es el primero donde la magia no juega ningún papel.


lunes, 24 de abril de 2023

Piedras labradas - Miguel Torga

 


              Pocos libros de relatos han conseguido captar tanto mi atención como Piedras labradas, del portugués Miguel Torga (1907-1995).

              ¿Por qué? No hay solo un motivo, pero al menos soy capaz de identificar los siguientes:

              Los relatos son muy breves.

              Son también intensos.

             Plantean situaciones realistas y hasta probables, pero complicadas, lo que fuerza el suspense.

              Le bastan muy pocas palabras para que la mente del lector cree el contexto.

              No juzga. Cuenta.

              La temática es siempre interesante y el lenguaje sobrio y elegante.

             El resultado es que los relatos de Piedras labradas se pueden administrar como pequeñas dosis de lectura con inmediato efecto vigorizante: puedes dejar de leer pronto, porque los relatos son cortos, pero sientes la apetencia de leer más.

              Es una pena que este libro esté ya descatalogado.


jueves, 20 de abril de 2023

La experiencia de leer - C. S. Lewis

 


          Críticas, artículos, reseñas… Todos suelen hablar de buenos y malos libros o, lo que es lo mismo, del juicio que merece cada obra tras pasar por el tamiz del lector.

          ¿Pero no sería mejor juzgar las obras por cómo queda el lector tras pasar por el tamiz de la obra?

          Seguramente es el mejor criterio, y es el que propuso Clive Staples Lewis (1898 – 1963), el profesor de la Universidad de Oxford y crítico literario célebre por su saga Las crónicas de Narnia. Lo hizo en La experiencia de leer, un ensayo publicado en 1961 y convertido desde entonces en un clásico sobre la crítica literaria.

          La idea central ya la he apuntado. Para su desarrollo Lewis distingue constantemente entre los «lectores literarios» y los «lectores no literarios», una clasificación muy parecida a la de buenos y malos lectores, entendida la expresión no en sentido peyorativo, sino para distinguir aquellos lectores que pueden hacer bueno o malo un libro de los que no.

          El «lector no literario» es quien lee con algún objetivo: pasar el tiempo, entretenerse, divertirse, juzgar lo que está leyendo, contarlo… Al tener un objetivo, la lectura, el modo de leer, acaba adaptándose a él; el lector encuentra o no lo que desea encontrar (y en función de eso enjuicia), pero apenas ve lo que no busca. Es lo que ocurre con quien va al bosque pensando en buscar setas: encuentra setas o no, pero apenas repara en la vegetación o la fauna, y su juicio sobre el bosque queda mediatizado por la buena o mala recolección. De alguna manera, el «lector no literario» desea hacer suyo el libro. Es decir, que el libro encaje en él, en sus gustos, en sus objetivos, y lo juzga en función de ese resultado.

          En cambio, el «lector literario» solo pretende atravesar el libro. De resultas de la lectura, el lector se ve cambiado, aunque a priori ignora en qué sentido. Es lo que sucede con el arte cuando uno se aproxima a él sin objetivos: que nos cambia. El «lector literario» no busca nada, pero sigue todos los rastros que encuentra.

          Es por todo lo dicho por lo que el «lector no literario» puede encontrar fantástico o repugnante un libro horroroso o maravilloso, al tiempo que el «lector literario» puede dar con un libro fabuloso que otros consideran pésimo, o con otro lamentable que la mayoría elogia.

          Avisa Lewis que la mayoría de los lectores son «no literarios» y que, quien más y quien menos, todo el mundo lo es alguna vez. El corolario que me permito sacar, un poco a lo Juan Ramón Jiménez, es que lo verdaderamente bueno es asunto, casi siempre, de minorías. Aunque solo sea porque somos las personas, como sugiere Lewis refiriéndose a los libros, quienes hacemos bueno lo que tenemos alrededor; y hacer buenas las cosas es, también, un arte.



lunes, 17 de abril de 2023

Expediente Barcelona – Francisco González Ledesma

 



Barcelona, que en 1929 había llegado a ser, parafraseando a Eduardo Mendoza, «la ciudad de los prodigios», transitó poco después por la guerra para desembocar en la hambruna y la ruina de los años 40, y luego volver a rehacerse, muy poco a poco, gracias al sacrificio de quienes habían sobrevivido al caos y a la brutalidad de la nueva ley y de cuantos acudieron allí en busca de un futuro. A la paulatina disolución, a manos del egoísmo uniformador de la modernidad, del deseo de evitarse problemas y de la ambición de los poderosos, de esa Barcelona nacida de la desdicha y fundada en la esperanza del plato caliente en la mesa y otros éxitos, canta Francisco González Ledesma (1927-2015) en sus obras, especialmente en las protagonizadas por ese eterno viejo policía apellidado Méndez, que, felizmente para los lectores, se pasó 30 años al borde de la jubilación, como si el tiempo hubiera corrido más rápido para el mundo que para él, lo cual, por cierto, es la esencia de las novelas del autor, cuya mirada siempre se posa en los restos del pasado.

Expediente Barcelona es la única novela que me quedaba por leer de la saga, aunque fue la primera que se publicó (en 1983; la última, Peores manera de morir, lo fue en 2013), si bien hay que advertir que, aunque en el modo de narrar y de mirar a esa Barcelona en disolución Expediente Barcelona es en todo digna de pertenecer a la serie, realmente Méndez no pinta nada en la novela. Hace solo una aparición fugaz y prescindible, y después se le menciona un par de veces. Nada más. Es un figurante que ni siquiera aspira a personaje secundario.

La novela tampoco sigue el esquema de las que luego formaron la saga (que incluyó un Premio Planeta: Crónica sentimental en rojo). No hay una investigación propiamente dicha, sino una secuencia de escenas en la que unas veces se dirige al lector un pobre abogado acuciado por la penuria que recibe una insólita encomienda por persona interpuesta, para a continuación toparnos con las cartas del hijo de un empresario catalán que poco a poco le va contando su vida a una señorita, sin escatimar confesiones y detalles sórdidos; e incluso también se ofrecen al lector las cartas que no llegan a informes informes que desde la prisión envía un preso a un comisario.

El título no podía estar mejor elegido, porque la novela trata de esa Barcelona que transita de la posguerra a la incipiente democracia, desde la que se «envía» la obra al lector; si uno tuviera de preguntarse cuál es el crimen o qué diablos se está tratando de desentrañar, no lo sabría hasta el final y entonces se daría cuenta de que las cosas podían haber sido así o de otra manera, pero que lo importante ha sido el viaje.

Hijos sin filiación, burguesía empresarial que trata de mantener su estatus con un sentido flexible de la ética, revolucionarios con los que hay que lidiar, o compadrear o aprovechar, atentados reales, supuestos y temidos, estafas, la dificultad para distinguir entre «buenos y malos» porque casi todo el mundo es, según el momento y las circunstancias, una u otra cosa, son el marco en el que se desarrolla una acción que consiste en recrear ante el lector una ciudad, una época, y la vida de algunos de sus habitantes. Unos, con posibles; el resto, la mayoría, con imposibles.

El modo de escribir es fantástico, capaz de mezclar constantemente amargura, melancolía y humor, poéticamente duro, con un permanente reírnos de nosotros mismos, de nuestras miserias, de nuestras torpes ambiciones, del modo en que la prosaica realidad y lo acomodaticio del ser humano vence siempre a los ideales, que suelen acabar siendo la tumba de quienes los defienden por encima de su propia conveniencia. En las novelas de la serie, los grandes ideales son siempre  la excusa que encuentran los más avispados para medrar a costa de quienes de verdad creen en ellos.  

Una muy buena novela que, además, he tenido la suerte de leer en una vieja edición (la de Júcar, la editorial creada por Caballero Bonald) con lo que me podido leerla, ¡cómo le hubiera gustado a Méndez!, disfrutando en todo momento del aroma del papel y la tinta viejos.


jueves, 13 de abril de 2023

Bestias – Joyce Carol Oates

 


Joyce Carol Oates (1938) compite en la división de los candidatos al Premio Nobel de Literatura.

Bestias es la segunda obra suya que leo, arrastrado por la calidad e interés de Violación, que leí el año pasado, también fenomenalmente editada por Contraseña.

Ambas obras tienen puntos en común: en su estructura, porque son narraciones breves con capítulos también cortos; en la forma, porque el modo de escribir es similar: claro, un tanto cortante, siempre directo a las ideas significativas, sin apenas paja pero logrando una rápida y vívida ambientación; y en el fondo: en las dos obras la interacción entre jóvenes y adultos crea un conflicto de orden moral (y legal, aunque esto sea lo de menos para la autora) que provoca un «ajuste» de similar naturaleza y de sentido inverso planteando el dilema de hasta qué punto es comprensible y justificable que la impunidad origine ajustes de cuentas censurables.

Bestias narra, en primera persona, la existencia de Gillian, que en 1975 es una estudiante en una pequeña universidad del noreste de los Estados Unidos. Allí vive en una residencia donde todas las inquilinas se conocen y alternan los sustos por diferentes alarmas de incendios en la zona con los estudios y la pasión por el profesor que dirige un selecto taller de poesía en el que las anima a desinhibirse para que cada una encuentre su propia voz. El buen señor está casado con una artista atractiva, de cierta fama e ideas más que claras, que se dedica a tallar una especie de tótems fecundantes de aspecto sexualmente turbador.

Sobre este matrimonio flota algo entre la leyenda y el comadreo: a veces admiten en su casa y en su vida a alguna estudiante. Imaginen ustedes para qué. Algo más completa la habladuría y el misterio: el silencio. Nadie que tenga o haya tenido algo que ver con el matrimonio lo ha reconocido. Por lo tanto, ¿alguien ha tenido algo que ver realmente con ellos o no?

Gillian, enamorada del profesor, va dando tumbos  a su alrededor, consciente de que ser correspondida es un sueño irrealizable. Sin embargo, como la sinopsis advierte, consigue entablar con el matrimonio una relación entre obsesiva e insana. Dos cosas se plantean entonces: la legitimidad de una relación desigual que conduce a la dependencia emocional y al progresivo deterioro de una de las partes, y cierto hecho que no voy a desvelar y que sabrá quien lea el libro. Cualquiera de las dos cosas, o las dos, están en el origen de la expeditiva decisión que pone fin a la historia.

Es un libro más que bueno al que, si algún «pero» he de poner, es que quizá le falte fuerza en la narración del deterioro mental de la protagonista, aunque de ser intencionada quizá sea para dejar una duda en la cabeza del lector: ¿De qué ha hablado el libro? ¿De justicia o de despecho? ¿O es el despecho una forma de justicia?


lunes, 10 de abril de 2023

Antonio Tabucchi - El barquito chiquitito

 


Quienes hayan leído Sostiene Pereira, la novela más famosa de Antonio Tabucchi, recordarán que la expresión «sostiene Pereira» se repetía algo así como mil millones de veces.

Algo similar ocurre en El barquito chiquitito, donde los nombres y circunstancias de cada personaje se reiteran cada vez que se les nombra, creando un efecto curioso: como todos son gente perfectamente olvidable (barquitos chiquititos en el océano de la vida) la «necesidad» de recordar constantemente por qué están en la historia contribuye a reforzar su pequeñez. Otra cosa es que a partir de cierto momento rete a la paciencia del lector.

Entre el lío de nombres y ciertos coqueteos con el «realismo mágico», a veces cuesta un poco saber quién demonios es quién, sobre todo respecto a los hombres que conforman la saga de Sestos. Y es que El barquito chiquitito es la confusa historia de una saga familiar a lo largo de tres generaciones, con origen en un pueblo pedregoso y desorientado final en Florencia. Encontramos personajes deformes, duplicados, obsesionados e incluso alguno un poco baronrampante no porque le dé por andar por los árboles, sino porque tiene la cabezonada de dejar de hablar. Hablo de la historia de una saga más que de la historia de sus miembros, porque de cada uno de ellos llegamos a saber relativamente poco: solo los hechos que los definen, que unas veces son su condición física, otras sus manías, sus obsesiones, y otras actos como enterrar una bocina en la niñez.

Cuesta un poco meterse en el modo de escribir de Tabucchi, pero pasadas las primeras páginas la mente del lector se adapta a la del autor y la obra se lee sin problemas, con lo cual el lector disfruta de un paisaje a un tiempo extraño y maravilloso por lo inaudito y, también, de un humor inteligente y sutil que hace sonreír más de una vez y que sirve de lubricante para digerir una historia cuya conclusión es que todos somos barquitos chiquititos forzados a navegar hasta que nos hundamos o embarranquemos.

Un gran escritor y una buena obra.


martes, 4 de abril de 2023

La ladrona de huesos – Manel Loureiro

 


     Dice la sinopsis: «Tras ser víctima de un salvaje atentado, Laura pierde completamente la memoria. Solo el cariño de Carlos, el hombre del que se ha enamorado, le ayuda a percibir destellos de su misterioso pasado. Pero ¿quién es Laura? ¿Qué le sucedió? Durante una cena romántica, Carlos desaparece de forma inexplicable y sin dejar rastro. Una llamada al móvil de la joven le anuncia que, si quiere volver a ver con vida a su pareja, tendrá que aceptar un peligroso reto de insospechadas consecuencias: robar las reliquias del Apóstol en la catedral de Santiago.» 

Y así es el inicio de la novela, cuyo desarrollo alterna los sucesos derivados de este comienzo con saltos en el tiempo y el espacio para conocer la historia de Laura; una historia peculiar, basada en una muy libre versión de ciertas historias sobre la extinta Unión Soviética que también han sido aprovechadas literariamente por autores como Sandrone Dazieri en su trilogía sobre Colomba Caselli y Dante Torre.

Aunque veo que la novela tiene muchas y muy altas valoraciones de los lectores, mi impresión se ha quedado en un «así, asá». Es cierto que el tercio final es trepidante (algo así como una película de acción llevada al papel, y hago esta comparación porque la influencia de ese tipo de cine en el autor es tan evidente que bien puede decirse que esta es una novela «peliculera»), pero también lo es que la primera mitad del libro es demasiado lenta.

El argumento no es realista, lo cual no es un problema cuando es verosímil. El problema es que para hacer creíble lo increíble la historia debe tener coherencia interna, y la actuación de cada personaje debe ajustarse al marco (real o irreal) que se ha dado. No es el caso: la coherencia interna se sacrifica constantemente al espectáculo del más difícil todavía. No pongo ejemplos para no chafar sorpresas.

Los ingredientes han sido cocinados como he dicho, pero además la mayoría resultan, de tan conocidos, tópicos: delincuentes infalibles porque «son los mejores», tipos omnipresentes y listísimos capaces de anticipar con siglos de antelación los más leves movimientos de docenas de personas interactuando, capaces de planificar al segundo las más rocambolescas reacciones del personal, capaces de realizar, sobrados, jugadas que exigen las más complicadas y retorcidas carambolas espacio-temporales-personales, malos malísimos obsesionados hasta la paranoia con liquidar a los buenos, traidores y, por todas partes, sorpresas respecto a la catadura de cada cual.

No son los únicos recursos tópicos. El camino de Santiago, la catedral… Un entorno conocido facilita la ambientación al lector, porque su memoria completa sin esfuerzo lo que los textos solo apuntan o mencionan. Y unamos que el robo de las reliquias del apóstol excita el morbo del personal por lo que tiene de sacrílego, de simbólico, de escandaloso, y veremos que todos estos factores, unidos a los anteriores, demuestran la voluntad del autor: atrapar al lector con muchos más anzuelos que lirismos.

El resultado es una historia que va de menos a más no en lo formal (está correctamente escrita, pero nada más, porque no busca hacer del lenguaje un elemento que inspire nada), una historia entretenida, para pasar el rato, que cumple su papel si lo que busca es ofrecer al lector unas horas de acción donde todo es posible porque, como digo, ni siquiera es fiel a la lógica interna del planteamiento, con lo cual todo puede suceder en cualquier momento y en cualquier situación y vete a saber quién es quién en realidad.

A muchos lectores les encantan estas cosas. A mí, qué le vamos a hacer, las historias que no respetan la lógica de su propio planteamiento me acaban pareciendo una exhibición de conejos en la chistera en la que el truco está a la vista de todos: muestra la imaginación del autor, pero evidencia claramente sus límites para trabajarla.

        Y, además, la imaginación tampoco ha sido tanta, dada la acumulación de situaciones tipo.