En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 28 de mayo de 2012

La venganza de la Valquiria – Craig Russell



Quinta novela de la serie “Jan Fabel” y,  de las cinco, la mejor. Entre los motivos comienzo por  las cosas que, por suerte, faltan:
-Por fin el autor ha escrito una novela sin repetir una exhaustiva biografía de su personaje. La ha hecho breve, sin que resulte cargante y sin interferir en la novela.
-También se agradece la falta la alusión in extenso a las novelas precedentes. En especial no saca a pasear al fantasma de Vitrenko, lo cual da un aire nuevo a la novela, porque el asunto parecía el cuento de nunca acabar.
-Abandona la truculencia gratuita. Solo hay un crimen con mayúsculo ensañamiento, pero el autor no se recrea en él como en otras ocasiones.
Lo que no falta, cómo no, son los asesinos en serie. Y, en concreto, dos: unos asesinatos cometidos una década atrás que quedaron sin resolver, y unos nuevos asesinatos de quien dice ser el primer asesino, conocido popularmente como el Ángel de Sankt Pauli. ¿Alguien da más? Jan Fabel en disposición de aclarar el presente y el pasado. Ni que decir tiene que los muertos son de diversas extracciones sociales aunque, y esto sí es novedad, parecen tener alguna cosilla en común. Como siempre las muertes son repartidas adecuadamente: el autor va dejando un reguero de cadáveres que el lector, cual Pulgarcito, sigue en busca de la solución final, pues la mera expectativa de un nuevo crimen opera como aliciente para seguir leyendo.
Repite el autor también la técnica de usar personajes “peliculeros”, en plan “asesino perfecto” al que el héroe Fabel deberá batir desde la honestidad y la tenacidad. No suele ser algo que me guste porque es un recurso facilón y que resta todo realismo. En este caso la cosa comienza con un antiguo proyecto de la Stasi, en la extinta República Democrática Alemana: “fabricar” una suerte de encantadoras asesinas sin alma; muchachas hermosas manipuladas para infiltrarse fácilmente en Occidente sin perder su adicción a la causa.
Y esto enlaza con otro recurso facilón que no utiliza el autor por primera vez ni es precisamente original: traer al presente misterios del pasado, para dar al caso resonancias “épicas”.
Encontramos además otras cosillas frecuentes en la novela negra y de acción: alguien del mundo de la prensa compitiendo con el protagonista por alcanzar la verdad (e interfiriendo), una chica guapa y distante acompañando al héroe de la novela , y una escena al final con mucha acción, a modo de momento culminante.
Por último, encontramos otra técnica repetida respecto a las anteriores novelas de la serie: tal superabundancia de personajes que obliga a leer con cierta premura para no perder el hilo y que, sobre todo, permite desorientar al lector y hacer el final lo más sorprendente posible: con tanta tropa dando vueltas alrededor del asunto, que vaya usted a saber quién es el asesino.
El conjunto, como se ve y ya he dicho al comentar las anteriores novelas de la saga, Russell echa mano de recursos muy manidos para captar la atención, recursos muchos de ellos de inspiración cinematográfica, como cortar escenas en momentos decisivos para hacer seguir leyendo, pero Craig Russell es un profesional del asunto y lo hace con maestría y solvencia, logrando despertar en la misma medida el interés del lector por la historia que por la suerte de los personajes, haciendo que Jan Fabel sea en realidad un instrumento para saciar la curiosidad del lector hacia un pasado y unas personas de las que sabe lo suficiente como para desear saber todo su presente.
Muy entretenido.


sábado, 26 de mayo de 2012

Un año vibrando



Hoy hace un año que salió a la venta La terrible historia de los vibradores asesinos (Mira Editores, colección Sueños de tinta). Entonces no tenía ni idea de si "la historia de la terrible historia" sería terrible o agradable. Hoy no me puedo quejar: fue uno de los libros más firmados en la Feria del Libro de Huesca el año pasado, según dijo la prensa, ha estado alrededor de diez meses (que se dice pronto) en la lista de los cinco libros más vendidos de la Librería Central de Zaragoza, alcanzó el segundo puesto en la lista de humor de FNAC, la prensa ha hablado muy bien de la novela, y además he tenido la ocasión de conocer a un montón de personas: la sensación cuando alguien desconocido se acerca a ti (en persona, en Facebook o de cualquier manera) para agradecerte el buen rato que le has hecho pasar, no tiene precio.

A ver qué depara el futuro.

lunes, 21 de mayo de 2012

Sakamura, Corrales y los muertos rientes – Pablo Tusset



He aquí un libro que va mejorando conforme pasan las páginas, pero sin pasarse. Al principio el tipo de humor resulta demasiado simplón y repetitivo: los protagonistas son demasiado tópicos y las gracietas poco ingeniosas y reiterativas. Luego, como digo, la cosa mejora. Mejora cuando se avanza en los hechos. La primera aparición de la reina Eusebia, por ejemplo, es realmente divertida.

Tras Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, En el nombre del cerdo no fue lo que muchos deseábamos (más cruasán), sino una novela seria que conforme pasa el tiempo me va pareciendo mejor, que muestra la variedad de registros de un autor que, por desgracia, ha podido quedar encasillado por el éxito de su primera novela. Por tal éxito quizá se esperaba más "cruasán" con la segunda, y por eso quizá En el nombre del cerdo, siendo tan distinto, no tuvo la misma repercusión. Por eso también queda la duda de si este libro es lo que le apetecía escribir al autor o lo que le convenía a la editorial. Mal resultado, en cualquier caso, porque como humor está muy por debajo de Lo mejor que le puede pasar a un cruasán. Da la sensación de que el autor ha pensado que para ganarse la vida escribiendo precisa hacer lo que se le demanda: humor. El problema es que no se ha matado. Parece un libro "de trámite", en el que, por si acaso suela la flauta del éxito, deja abierta la puerta a una saga.

El humor del “cruasán” es mucho más inteligente. En este libro, en cambio, la trama tiene su punto de originalidad por lo disparatada, pero carece de toda complejidad. Los disparates son divertidos por lo exagerados más que por lo sibilinos. El humor es demasiado facilón, hasta el punto de apoyarse a menudo en todos y cada uno de los tópicos habidos y por haber. Por último, el apego a la realidad más inmediata (caricaturización de periodistas y políticos famosos) hará que pasado poco tiempo la historia resulte menos comprensible, muchas de las alusiones perderán actualidad y, por tanto, gracia.

En resumen: entretenido y nada más. Alguna pulla gorda (menos mal) y diez mil chorradillas inofensivas que al menos a veces hacen sonreír. Lo peor, la parte del principio: un evidente "remake" de Torrente hasta en el dibujo de la portada, lo cual produce una frustrante sensación de falta de imaginación. Nadie puede negarle, eso sí, la inspiración para determinados disparates concretos. Y eso, precisamente, es una de las pocas cosas que salvan el libro.


jueves, 17 de mayo de 2012

Con retraso, feliz cumpleaños



No me he dado cuenta, pero este mes, el día 7, este blog cumplió su primer añito. Jovenzuelo que es el chiquitín. Por alguna razón no son muchos los comentarios de quienes lo visitáis, pero el número de visitas y visitantes no ha dejado de crecer desde el primer día, aunque con sendos parones en el verano (julio) y Navidad. Sois muchos, y como digo cada día más, los que llegáis hasta aquí rastreando alguna de las novelas que han encontrado hueco en este blog, o alguno de los otros artículos. Un año comentando libros, con especial énfasis en los de humor, y un año dando cuenta de las peripecias de La terrible historia de los vibradores asesinos. Peripecias, estoy seguro, que todavía no han terminado.
Gracias a todos.

martes, 15 de mayo de 2012

Dos minutos de Carlos Fuentes


Acaba de salir la noticia de la muerte de uno de los grandes: Carlos Fuentes. En algo menos de tres minutos, algunas confidencias acerca de su posición ante la escritura de boca del propio autor de Gringo viejo.


Literatura de humor y libros de humor


Quienes de vez en cuando escribimos literatura de humor nos topamos con un problemilla desconocido para el resto de los mortales:  las clasificaciones de las librerías no distinguen entre literatura de humor y libros de humor. Y así, como cualquiera puede comprobar en Amazon, FNAC o donde se le antoje, ocurre que bajo el epígrafe “humor” Cervantes o Quevedo, u otros más recientes como Sharpe, Wodehouse o Mendoza, por citar autores consagrados, conviven con creaciones humorísticas que nada tienen que ver con la literatura, por más que estén impresas o puedan llegar a ser muy divertidas. Una mezcla comprensible por razones de exposición, pero que en nada beneficia al humor como género literario.


lunes, 14 de mayo de 2012

Ensayo sobre la ceguera – José Saramago



   Me leí este libro en cuatro días. Dadas sus dimensiones, eso significa que me gustó. Y mucho. Es una historia singular, de las que se recuerdan muchos años después de haberla leído.

   Posiblemente lo mejor es el principio, el primer tercio o la primera mitad; la historia es, hasta ese momento, tan dura que deprime. Luego no sé si porque hay un ligero cambio de tono, o porque ya estás acostumbrado, todo se hace más llevadero.

   Sin embargo, más que pensar en el libro en sí, me ha dado por hacerlo de este libro y de otros que he leído del mismo autor: Las intermitencias de la muerte y El evangelio según Jesucristo. Me centro en “la ceguera” y “la muerte” porque los paralelismos son mayores. En ambos casos hay cosas geniales y otras que me han dejado con la miel en los labios.

    Los dos casos parten de una estructura común: plantear un hecho insólito (la ausencia de muerte o una epidemia de ceguera) que afecta a alguno de los sentimientos básicos de las personas (el miedo a la muerte o el miedo a la ceguera); a continuación, a ese hecho insólito se le aplica la lógica más absoluta para construir un mundo “lógico” sustentado en un hecho ilógico. Con eso se consigue sacar a relucir los verdaderos valores del ser humano –buenos y malos, y, entre ellos, fundamentalmente, el afán de supervivencia-. Sin embargo, tanto con un libro como con el otro siempre he pensado que estos temas dan para más, que cualquiera de ellos podría justificar no “un libro excelente” sino “el libro” sobre el ser humano. Me viene a la cabeza ahora mismo –igual me estoy pasando- que Saramago, haciendo esto, no ha sido original (y hay más antecedentes): el Quijote es exactamente lo mismo: la razón enfrentada a lo irracional, con motivo de lo cual salen a flote cuanto de bueno y de malo hay en las personas (aunque el Quijote sea más divertido y a al vez profundo), si bien, obviamente, las sutilezas no pueden ser las mismas cuando a los personajes –como hace Saramago- se les enfrenta a situaciones tan extremas.

    Pero en ambos libros –“ceguera” y “muerte”- la historia pronto toma una deriva que la aleja de su origen para centrarse, poco a poco, en una especie de “trama” que a veces, por sus tintes casi cómicos –sobre todo en el caso de “la muerte”- da una impronta muy personal pero, a la vez, contradictoria con el comienzo... salvo que se tenga una visión del ser humano como un bicho esencialmente ridículo, obsesionado consigo mismo hasta el punto de no advertir su infinita pequeñez.

    En todo caso, que la historia apunta al ser humano queda demostrado porque ni aparece un solo nombre en toda la historia, ni de personas ni de lugares.

    En cuanto al final... sin duda era el más sencillo y el único no aterrador o no totalmente desesperanzador. Otro final, además, hubiera dado la impresión de dejar todo a medias, salvo que hubiera sido apocalíptico. 

   En todo caso, un clásico moderno.






viernes, 11 de mayo de 2012

Vargas Llosa, el ebook, y la literatura banal



          Mario Vargas Llosa ha expresado su temor de que el ebook conduzca a la banalización de la literatura. Entre las reacciones he visto la mesurada de algún escritor que afirma, y con razón, que lo importante es el contenido y no el formato (aunque sin entrar a analizar si están relacionados), y otras, como la de algún otro escritor que se autodefine más por el formato y los procedimientos de venta que por sus contenidos y que ha aprovechado la ocasión para mofarse de uno de los más importantes intelectuales vivos, revelando, de paso, su propia estatura intelectual.

          Al hilo de esto escribo este artículo, porque sin negar al formato electrónico su incuestionable futuro, Vargas Llosa no habla por hablar: la historia ha demostrado que el formato influye en lo que se publica. Y mucho.

          La idea es simple, y se basa en dos premisas: el formato no es una cuestión literaria, sino tecnológica y, por tanto, afecta a los usos empresariales. La segunda: cada nuevo formato ha supuesto un abaratamiento en los procesos de producción.

          Cada nuevo adelanto (y abaratamiento) en el formato ha permitido sacar a la luz cosas en ese momento consideradas “menores” (por eso no se habían publicado), aunque algunas de ellas hayan acabado luego consagradas (lo cual espero que consuele a Vargas Llosa). Veamos un par de ejemplos.

          Uno de los efectos de las nuevas técnicas de encuadernación fue la aparición de libros de bolsillo, que permitieron literatura como la de Marcial Lafuente Estefanía o Corín Tellado. Da la razón a Vargas Llosa que esta literatura generalmente haya sido calificada de “menor” y sus autores hayan sido excluidos de la literatura “oficial”; aunque cuando Corín Tellado falleció, Vargas Llosa le dedicó un elogioso artículo, considerando injusto el tratamiento que se le había dispensado.

          El siguiente ejemplo es verificable en la web del INE: cuando los costes de impresión eran elevados (pensemos, por ejemplo, cuando había que componer el texto letra a letra) una edición requería un mínimo de ejemplares para ser rentable, o precios muy elevados. Con las nuevas técnicas ese mínimo se redujo. Por eso las tiradas medias no han dejado de descender en los últimos años, hasta situarse en poco más del millar de ejemplares en España. ¿Pero entonces se han vendido menos libros? No, porque por aquello de los usos empresariales que citaba, se ha ampliado hasta el infinito el número de títulos publicados, ya que resulta más fácil vender los primeros cien ejemplares de cualquier obra que el segundo centenar. A los datos me remito: hemos dejado atrás años con 24.000 novelas publicadas. ¡24.000! Casi 66 al día, casi 3 a la hora día y noche día tras día. Y 80.000 títulos en 12 meses, si tenemos en cuenta todas las publicaciones. Es razonable pensar que el listón para seleccionar 24.000 novelas está más bajo que cuando se publicaban 6.000. Luego la calidad media, seguramente, ha menguado, dando de nuevo la razón a Vargas Llosa.

          En consecuencia, ¿por qué el formato ebook no va a acentuar el proceso, dado que sus costes de producción son todavía más reducidos? Apenas hay costes variables porque el papel, la impresión, el almacenaje, el transporte y hasta buena parte de la distribución minorista desparecen. Solo quedan costes fijos, que son muy pocos: corrección (y no siempre), una mínima maquetación y alojo. Lo lógico, por tanto, es que se agudice el proceso: que se publiquen todavía más títulos (aunque va a ser mucho más complicado hacer las estadísticas, debido a la floreciente autoedición digital), que de cada uno se vendan cantidades irrisorias, y que el nivel medio de la literatura publicada caiga todavía más.

          Por último, a medida que el ebook vaya creciendo irán cayendo las librerías tradicionales. En consecuencia, la difusión masiva quedará reservada a las obras que decidan las empresas propietarias de los pocos escaparates virtuales relevantes. Las empresas, y no es criticable, se guían por criterios empresariales, entre los que imitar el éxito es el más eficaz, aunque eso estrangule la creatividad del escritor y silencie al que no se pliega a las modas. Esto ya ocurre, pero se va a acentuar. Un motivo más para dar la razón a Vargas Llosa.

          Ya sé que el tema levanta pasiones y muchas reacciones de todo blanco o negro. Sin embargo la realidad siempre combina distintos tonos de gris: por supuesto, seguirán existiendo obras maestras, por supuesto seguirán existiendo grandes autores, y, por supuesto, el ebook dará voz a magníficos escritores que de otra manera no la hubieran tenido. Vargas Llosa reconoce esta idea en su crítica a la cultura actual, e incluso da nombres (aunque sus más críticos lo omitan). Sin embargo, en general será más complicado localizar y difundir la calidad en el maremagnum que se avecina. En definitiva, Vargas Llosa, me temo, tiene razones para decir lo que dice.



jueves, 10 de mayo de 2012

The Blues Brothers


Hace mucho que no ponía nada en este apartado del blog. ¿A que esta música pone de buen humor? Todo el mundo necesita alguien a quien amar.


domingo, 6 de mayo de 2012

Un pequeño inconveniente – Mark Haddon



             Un pequeño inconveniente tiene un pequeño inconveniente: le sobran la mitad de sus casi seiscientas páginas. ¿La razón? Lo que cuenta es bien poco.

            George se acaba de jubilar, y descubre que su esposa le pone una buena cornamenta. La pareja tiene dos hijos, ambos independizados: Jamie, un homosexual inmaduro, y Katie, separada, con un hijo y con un pronto considerable, que acaba de anunciar que se casa con Ray, un tipo relativamente bien situado pero algo quisquilloso –aunque sin pasarse- al que no se sabe muy bien por qué todos ven con muy malos ojos.

Mark Haddon (1962)
            Sobre estos escuetos datos se monta toda la novela, al estilo de las malas comedias americanas donde hay algo que celebrar u organizar (en este caso la boda) y todo se tuerce y se retuerce para que el acontecimiento salga mal, o se dude si va a salir, o salga de forma ridícula o grotesca. Así nos encontramos desde porrazos hasta el típico perro que incordia, el caballero que pisa una plasta, el homosexual que sale del armario ante el temor de sus padres y la sorpresa de algunos “señores bien”, etc. De ahí que me permita calificarlo como libro “de humor”, aunque no me haya divertido con él.

            Parece, sin embargo, que todo debería ser una excusa para relatar el proceso de George, algo nada divertido, al menos en teoría: primero parece hipocondría, luego trauma por la cornamenta, y, más tarde, una clara demencia senil que, al final, se queda en lo que se queda, confirmando que la novela se limita a una sarta de situaciones más o menos típicas y tópicas salpicadas por alguna que otra idea expresada en frases aisladas que revelan una profundidad de pensamiento no usada en el conjunto del texto. Da la sensación de que los males de George solo han sido utilizados para conmover el corazoncito del lector.

            Con lo facilona que es de leer, con lo simplona que resulta esta novela, y lo que se me ha atragantado.


jueves, 3 de mayo de 2012

El niño del pijama de rayas – John Boyne



Si hubiera de apostar, diría que El niño del pijama de rayas es uno de esos superventas que puede sobrevivir en el tiempo. ¿Por qué?

-Por su sencillez. No hay nada difícil de entender. Está contado desde la perspectiva de un niño y, por tanto, sin dobleces. Consigue mantener además dos cosas muy complicadas: el mismo tono de principio a fin y la sencillez a la que me refería. El esfuerzo preciso para que una cosa se pueda leer sin trabajo puede ser nulo (como cuando uno escribe simplezas) o enorme. Creo que este libro está más cercano al segundo caso, porque es simple, pero se nota trabajado. A título de ejemplo, hay algunos detalles de psicología infantil bastante buenos, como la tendencia a referirse a las cosas importantes usando siempre, exactamente, las mismas palabras.

-Porque obliga al lector a participar. ¿Cómo? Identificando aquello que Bruno, el protagonista, no llega a captar más que en su envoltorio: desde personajes a lugares y contextos históricos. Es el lector quien acaba completando lo que Bruno ve sin comprender.

-Porque en torno al Holocausto hay muchas miradas –literariamente hablando- desde el punto de vista de las víctimas. Pero hay muchas menos desde el punto de vista de los alemanes de a pie que, sin comerlo ni beberlo, se encontraron con la tragedia a las puertas de su casa, y a menudo sin la posibilidad de elegir ser o no verdugos.

-Porque adoptar la visión de un niño es un acierto. La de un adulto no hubiera podido ser igual de limpia e imparcial: un adulto alemán si no era culpable por acción, se hubiera sentido culpable por omisión (y ahí está el origen de todos los problemas que a este respecto todavía arrastra Alemania).

-Porque demostrando la radical igualdad de las personas, muestra de forma inequívoca que el salvaje que todos llevamos dentro puede transformar cualquier cosa en un infierno.

-Porque demuestra que la violencia llega, incluso, a quienes la ejecutan. ¿O es que la vida de la familia del comandante, por más repugnante que se considere, era envidiable? Quien ejercita la violencia no está escapando a ella, por más atenuada que le llegue.

-Porque obliga a darse cuenta de que la violencia extrema no es algo que “les sucede a otros”. Las carnicerías parten siempre de cuatro mentes perturbadas, pero quienes las ejecutan –y tenemos muestras muy cercanas en el tiempo- son siempre cientos y miles de personas manipuladas que hasta entonces habían llevado una vida normal, respetable, vulgar... ¿Quién puede decir que nunca será manipulado y utilizado? ¿Quién puede asegurar cómo reaccionará cuando ya nada está en sus manos?

-Porque además de todo lo dicho, el autor se permite el lujo de jugar con el lector dejándole atisbar un final que... acaba siendo otro. Un final que, por sus características, contribuye a reforzar el impacto del libro.

-Porque creo que también es una lectura para niños (a partir de los once, doce, trece años...) a condición de que tengan conocimientos suficientes sobre esa época. No todo ha de ser Bob Esponja. A un niño no hay por qué ocultarle que la gente normal es una bestia domesticada. Es la vida. No se trata de atemorizarlo, pero sí de que no viva en la inopia. Muchos veíamos reportajes de la II Guerra Mundial a esas edades y no nos ha pasado nada... excepto que al impresionarnos reforzaban nuestra conciencia sobre las cosas y nuestra curiosidad. Si uno no conoce el horror, puede llegar a pensar que no existe, lo cual es la forma más rápida de llegar a él.

Que este libro sea un superventas es también reseñable, porque nadie podrá decir que el autor ha buscado una fórmula de éxito al uso, más allá de lo “sensiblero” o no que pueda juzgarse el tener a niños por protagonistas de una tragedia. Tampoco usa recursos trillados, como el de generar artificialmente intrigas enlazadas para forzar el “enganche” del lector. No precisa de esas técnicas rudimentarios porque el enlace de las cosas está en la propia historia.

Por todo esto vuelvo al principio: si algún best seller hay llamado a sobrevivir a los usos del mercado editorial, bien pude ser El niño del pijama de rayas.