Dentro de
la saga de Rubén Bevilacqua, El mal de Corcira es, posiblemente, la novela más
ambiciosa. En lo literario va más allá que las anteriores –de evolución casi
siempre lineal- al confrontar presente y pasado de varios personajes junto a
importantes saltos en el tiempo que no afectan al fondo; por otra parte, dentro
del género negro supera la voluntaria limitación de otras novelas de la saga,
que se ceñían al procedimiento policial para mostrar el máximo realismo; El mal
de Corcira, en cambio, apuesta por mezclar equívocos –aunque también realistas-
que implican pasos adelante y atrás de modo que la intriga crece con intensidad sin quedar reñida con el realismo; y, por fin, las circunstancias de la
víctima le permite a Silva avanzar en otro frente, el más relevante y ambicioso
en esta novela: el social. De modo tangencial pero importante se trata la
homosexualidad de modo normalizado, pero, sobre todo, se aborda la existencia
de ETA haciendo un repaso –a través de los recuerdos del protagonista- muy
interesante de vivencias y procedimientos que muestran el grado de entrega y
sacrificio que exige la lucha contra el terrorismo.
Este último aspecto es el que ha
caracterizado la novela ante el público y casi con toda seguridad abordarlo era
el objetivo de Lorenzo Silva. En algunos sitios se ha afirmado o insinuado que
esta novela pretendió aprovechar el éxito de Patria, que habría abierto la veda
del tema. No sé si es así, pero da igual porque no sería ningún crimen sino
algo bastante lógico, comercialmente hablando, y dada la relevancia del tema
tampoco puede decirse que sea propiedad de nadie. En cualquier caso, ambas
obras solo tienen en común –además de ETA al fondo- que seguramente su
publicación hubiera sido imposible, o al menos muy polémica, antes del fin de
la violencia etarra.
Por lo demás, cualquier otro
paralelismo resulta cuestionable o, directamente, absurdo. El mal de Corcira es
deudor de su protagonista, por lo que no puede sino abordar la cuestión desde
su óptica: la de un guardia civil directamente involucrado en la lucha contra
el terrorismo que, además, cuenta la historia en primera persona. El resultado
es muy interesante, pero, lógicamente, es más un retrato corporativo que
social; cualquier visión, lo mismo la de la Guardia Civil que la de los
terroristas o la sociedad, se hace a través de los ojos del protagonista.
¿Puede ser que Silva haya querido
dar una visión más amplia que la que podía proporcionarle el personaje y haya
expresado a través de él sus propias opiniones? Puede ser. Que la visión sea
más la del escritor que la del personaje justificaría la sensación que he
tenido de que Bevilacqua cuenta las cosas «desde fuera» y con cierta rigidez,
con atrevimiento, pero con los recuerdos de 1992 encorsetados en la realidad de 2019 o 2020. Es la única crítica que se me ocurre hacer.
Yendo ya al argumento en sentido
estricto, la cosa comienza con el asesinato en Formentera de un caballero que
resulta ser un antiguo etarra, lo cual, por si las moscas, provoca la
intervención de la unidad de Bevilacqua y desencadena los recuerdos que se van
intercalando con el presente.
Así vemos
los procedimientos de investigación actuales frente a los procedimientos (de
información) de los años 90. Dos mundos muy distintos detallados hasta producir
una intensa sensación de realismo y que resultan apasionantes, sobre todo los
segundos. El lector tiene ante sí en todo momento tres zanahorias: el interés
que suscita el crimen concreto investigado, los modos de actuación en la lucha
contra el terrorismo en los años 90 y, por fin, qué diablos le sucedió o dejó
de suceder a Bevilacqua entonces, asunto pendiente desde el inicio de la saga.
No defrauda.
Como se
ve, hay varias lecturas posibles de este libro, y todas compatibles. Por un
lado, es una novela negra o policial y como tal puede leerse. Por otra, tiene
un componente histórico muy atractivo para todos los que hemos vivido los años
del terrorismo (de hecho, varios episodios y personajes son de inspiración
claramente identificable) y, finalmente, tiene una lectura social (o política,
pensarán algunos) por el posicionamiento de Bevilacqua o del autor a través de
su personaje.
Las dos
primeras lecturas son interesantísimas y meritorias y la tercera, no
siéndolo menos, es la que más división de opiniones ofrecerá. A mí me pareció
valiente, pero un amigo «benemérito» me dijo que era un libro «demasiado
equidistante». A saber. Lo que sí es, es una postura con sentido común y que
intenta no dejarse llevar por las emociones. Quizá sea eso lo que lo hace más
raro.
Leedlo.
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