En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 28 de octubre de 2021

Ya sentarás la cabeza – Ignacio Peyró

 


 

              «Imita descaradamente a Pla, pero es muy bueno y te gustará», me dijo el amigo, forofo de la obra de Peyró, que me recomendó insistentemente leerlo. Peyró (1980), en los años que relata esta obra fue un joven periodista que, como tantos otros, fue dando tumbos de medio en medio, aunque en su caso los dio hacia arriba, lo cual tiene no poco mérito en tiempos de decadencia periodística. En general su labor se desarrolló en medios nítidamente significados en lo político; posteriormente fue redactor de discursos para diversos políticos de la derecha y miembro fundador de The Objetive; en estos momentos dirige el Instituto Cervantes en Londres. Lo cuento porque el subtítulo, «Cuando fuimos periodistas», deja claro uno de los temas del libro: los jugosos cotilleos, chismorreos, anécdotas e impresiones de quien tiene un compromiso intelectual consigo mismo que, a veces en conflicto con la sana costumbre de llegar a fin de mes, requiere de dosis de adaptación siempre disponibles para quien tiene cultura e inteligencia. Lo cuento, también, porque si en algún momento se es receptivo a la vida es en los inicios de cualquier actividad, en especial durante la juventud.

              Ya sentarás la cabeza es un conjunto de lúcidos recuerdos y reflexiones, ordenados cronológicamente por años, que abordan los primeros pasos del autor en el mundo del periodismo cultural y político. El humor, la ironía, el reírse de sí mismo, de las disputas internas en los medios –siempre en estado precario desde hace años-, del modo en que se manipula sabiendo que hay un público ansioso de tragarse lo que ni los mismos que lo cuentan se creen, las luchas de egos, la sumisión a los intereses del que pone la pasta, la fama de unos, de otros, las ambiciones de cada cual que no por modestas pueden ser menos poderosas (anda que no tira nada tener un empleíto)… todo esto, frecuentísimas visitas a bares y restaurantes con tintes legendarios –unos por lo que se cuece entre los clientes y otros por una sabrosa cocina más vinculada a la temporada y a la tradición que a las florituras- y vacaciones de reposo en Extremadura, todo esto, digo, se relata con una prosa con un deje hedonista, rica, precisa y elegante hasta para dar cuenta de cogorzas, digestiones dignas de una hormigonera y noches zascandileando.

              El humor cervantino, el humor como defensa que a través de la inteligencia convierte los sinsabores y las limitaciones en motivo de sonrisa, es uno de los dos pilares del texto. El otro es el lenguaje, tan amplio y bien usado que produce cierto rubor, cierta vergüenza ajena, por la inevitable comparación con lo que leemos habitualmente. Una obra que nos recuerda que el lenguaje es una fuente de belleza, riqueza y recursos expresivos y que empobrecerlo es empobrecer la comunicación. Comparados con Peyró, la mayoría de los escritores –en especial quienes tienen pretensiones de best sellers- se expresan con gruñidos.

              Debo dar las gracias al amigo al que he aludido al principio. Él me recomendó leer al menos un libro de Peyró. Luego el autor se ha recomendado a sí mismo, que es lo mejor que te puede pasar al leer. La prueba, que en estos momentos estoy leyendo Comimos y bebimos. Ya os contaré.



martes, 26 de octubre de 2021

La muerte en sus manos – Ottessa Moshfegh

 



Si quieres vivir una experiencia agotadora y agobiante en el interior del cerebro de una dama de setenta y dos años de lucidez más que dudosa, esta es tu novela. Aunque hay placeres mayores, claro, y sin salir de la literatura.

La protagonista de La muerte en sus manos es la dama en cuestión. Vive en un lugar apartado, en una caseta en medio de un porrón de hectáreas compradas a precio de saldo que incluyen bosques y un lago. Su única compañía es un chucho y su memoria, dedicada especialmente a su marido, un experto en algo que hace un tiempo murió de cáncer. A ese lugar se largó Vesta, que así se llama la dama, al quedar viuda. Las cenizas de marido en una urna se diría que constituyen el cien por cien de la decoración del nuevo y risueño hogar, donde Vesta lleva una vida metódica y solitaria.

La historia comienza cuando la buena mujer, paseando con su perro, encuentra en un bosque una nota que dice «Se llamaba Magda. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver.» Lo malo (o lo bueno, pensaríamos todos en su lugar) es que el cadáver no está por ninguna parte, pero la cocorota de Vesta no duda de su existencia y así, entre el miedo y la curiosidad, comienza a elucubrar y no se le ocurre mejor manera de «investigar» que suponer cosas sobre la tal Magda y sobre el autor de la nota. A fin de cuentas, siempre hay una posibilidad de acertar, y si esa eventualidad se da le será más fácil ir atando cabos.

Elucubrando, elucubrando, la historia tejida por la mente no muy sana de Vesta va formando una versión a un tiempo creíble e inquietante por la posibilidad de que sea cierta, lo cual se mezcla con los recuerdos de su difunto marido, que evoluciona de querubín a demonio a medida que cambia el humor o la angustia de su viuda.

Una lectura original, pero algo cansada por constituir el agotador seguimiento del pensamiento de una única persona sin apenas interferencias del exterior; un seguimiento además tortuoso, puesto que el lector debe acompañar la mente de la protagonista hasta determinar si es una mujer brillante o si tiene las entendederas así asá. Una lectura a medio camino entre la novela negra y el terror psicológico (bueno, terror, terror… dejémoslo en mareo incómodo con la advertencia de que el terror no es lo mío) cuyo final puede llegar a parecer tan desconcertante como el resto del texto.



martes, 19 de octubre de 2021

El método Catalanotti – Andrea Camilleri

 

 

(Serie Montalbano, 32)


              Al acercarse el final de esta fantástica saga, Andrea Camilleri ha tenido a bien terminar El método Catalanotti convirtiendo a Salvo Montalbano en el centro de interés de la siguiente novela. Un homenaje merecido para un personaje que ha compartido con el lector su vida desde la juventud hasta casi la jubilación. Justo es, para el personaje y los lectores, que Camilleri intente dar un final incontestable al comisario de Vigàta, enfrentándolo a sí mismo para dar respuesta a sus eternos temas pendientes, no sea que una caterva de advenedizos intente alguna vez resucitarlo con fines puramente mercantiles.

Pero no anticipemos nada, y menos elucubraciones, y centrémonos en El método Catalanotti, otra novela de la saga que a la vez que replica los tópicos de la anteriores –tan queridos por los lectores- vuelve a dar un ejemplo de imaginación. La capacidad de Camilleri para tejer historias aparentemente complejas y variadas es inmensa.

Catalanotti, permítanme que se lo presente, es el muerto. No es muy original encontrarse un fiambre en una novela negra, y quizá tampoco lo sean, por separado, los distintos ingredientes de esta, pero conseguir mezclarlos con éxito sí lo es. El título alude al modo de hacer las cosas del finado en una de sus aficiones: el teatro; lo cual, como anticipa el título, condiciona la investigación y sus resultados, además de permitir unas cuantas referencias cultas tan del gusto del autor. Por otra parte, un mozalbete es tiroteado al salir de la casa donde convive con su novia. Si ambos casos, en apariencia independientes, están relacionados o no lo sabrá quien lea la novela, y si al final piensa sobre el tema se preguntará lo mismo que yo: ¿ha jugado Camilleri a no ser Camilleri? Otro caso se mezcla: el «muerto no muerto», que descubre el subcomisario Augello al poner pies en polvorosa cuando aparece el marido de una de sus incontables amantes. Y, a todo esto, la investigación no corre mucha prisa y avanza a trompicones porque el comisario está bastante despistado por haberse cruzado en su camino una mujer por la que ha perdido su peculiar seso, que no el sexo, muy presente.

El método Catalanotti, ya lo he dicho, se diferencia en poco, en su estructura y modo de hacer, del resto de novelas de la saga, pero hay algunos aspectos que la empeoran: alguna relación entre situaciones evidente para el lector y no para los personajes produce una leve irritación, a lo que hay que añadir cierta sobreactuación «landiana» del comisario en temas amorosos, amén de que el modo de escribir «televisivo», sin duda heredero de la condición de guionista del autor, sufre en esta novela una excesiva aceleración que uno tiene la tentación de vincular al modo de escritura al dictado impuesto por las limitaciones de la edad, y es que cuando El método Catalanotti vio la luz en Italia Camilleri tenía ya 92 años. Más que dictar el libro que construía su mente, debió de dictar la película que veía en ella. El conjunto, siendo interesante y digna obra de la saga, da la impresión de haber descuidado un poco los detalles. Aunque para cuidarlos debía de estar Camilleri a esa edad. Bastante hizo con lo que hizo y con la dosis de humor extra un tanto payasete –quizá precisamente debido a la sobreactuación- que El método Catalanotti ofrece.


jueves, 14 de octubre de 2021

Volver a dónde – Antonio Muñoz Molina

 


 

              A mediados de marzo del 2020 el confinamiento estricto decretado para mitigar la propagación del covid-19 impuso a los más afortunados una nueva vida hecha de soledad, silencios, distancia y espacios vacíos. Aislamiento facilitado por la suspensión de toda obligación social. Para otros -los que más sacrificaron en beneficio de todos- impuso trabajo duro con permanente sensación de riesgo y en numerosos casos hacinamiento, nervios, degradación, paro, inseguridad y pobreza. Para los primeros fue también una oportunidad para la introspección, la reflexión, para la búsqueda de uno mismo a través del pensamiento, la lectura o la escritura, actividades que pudieron hacerse con una calma y continuidad imposibles hasta entonces. Sin embargo, en algún momento llegaría el momento de dejar ese mundo y volver. Pero volver a dónde. Primero, durante el confinamiento estricto y para huir de él, volver al pasado; a lo que fuimos y, sobre todo, a quienes nos acompañaron; y volver, tras el confinamiento, a la «normalidad» que, a la vista de la experiencia, ya no se vive igual ni inspira las mismas sensaciones y emociones.

              En esto transcurre esta especie de diario que es Volver a dónde, magnífica y enriquecedora obra que se lee con tanto sosiego como placer. Las anotaciones de algunos de los días del confinamiento estricto se alternan con las del momento posterior, verano y otoño de 2020, cuando se va recuperando una normalidad que ni es normal ni inspira los pensamientos del pasado; y todo esto se alterna, también, con los recuerdos de la infancia y las reflexiones que inspiran. ¿De qué habla Volver a dónde? De volver a donde no se puede volver: a un pasado, el de la generación del autor, cuyos recuerdos de infancia son los de unos modos de vida cuya memoria se extinguirá con quienes los vivieron, y volver a esa normalidad que costará volver a ver normal a la luz de tantas cosas buenas y malas como se vivieron durante los primeros meses de la pandemia: desde la solidaridad y el disfrute de los espacios recuperados para la vida de calidad, hasta la insolidaridad y la bárbara irresponsabilidad de quienes fueron capaces de mentir para aumentar el dolor y el sufrimiento y sacar tajada. Todo lo bueno y lo malo se hizo más evidente durante los peores meses de la pandemia, y la falta de anclaje derivado de la conciencia de lo irrecuperable del pasado provoca una intensa sensación de deriva que el autor intenta mitigar buscando certezas en su familia y sus costumbres, buscando arraigos en algo tan simple como sentarse en el balcón a ver y reflexionar sobre la vida con media copa de vino en la mano, rodeado de las plantas a las que no había hecho caso hasta marzo de 2020. Un gran viaje de ida y retorno hecho sin salir de un balcón en un lugar privilegiado de Madrid. ¿Volver a dónde? A uno mismo.

              Una escritura serena, limpia, profunda, contundente, más dolida que esperanzada y a la vez molesta y resignada por la influencia decisiva que sobre el porvenir tienen los peores vicios del ser humano: desde la ambición irresponsable de los políticos sin ética a la mortal irresponsabilidad de las cataratas de imbéciles incapaces de perderse una juerga.

              Si admitís un consejo, leedlo cuanto antes: cuanto más fresco tengáis el recuerdo de esos momentos que año y medio después parece ya tan lejanos, mejor.



lunes, 4 de octubre de 2021

Autodefensa de Caín – Andrea Camilleri

 

 

              Brevísima obra destinada a ser representada a modo de monólogo, que el propio Camilleri iba a interpretar –dice el prólogo- en las termas de Caracalla unos días antes de su muerte. El acto se suspendió debido al estado de salud de Camilleri. Una pena, porque además esos días estaba yo por allí, y también acudí a una representación en ese lugar maravilloso. Si Camilleri hubiera estado, no me lo hubiera perdido.

              Como toda obra destinada a la representación, la lectura puede dejar un sabor u otro en función de en qué tono se lea, del mismo modo que ese monólogo, puesto es escena, gana o pierde enteros en función del actor que lo realiza.

              Pero el fondo, que al final es de lo que se trata, es una reflexión sobre los orígenes del mal –no exenta de ironía y retranca- al hilo de su «fundador». O al menos de su fundador en la tierra, Caín, porque antes de que liquidara a su hermano Abel el monopolio del mal lo tenía Lucifer, pero el asunto no era de este mundo.

              Lo mismo las excusas que Caín pone sobre el comportamiento de Abel que las distintas versiones de su vida apoyadas en diversos textos y tradiciones, sirven al monologuista, Caín, para defenderse. ¿Y cómo se defiende? Como le resulta imposible el «yo no he sido» (es una lata que Dios lo vea todo) recurre a lo que todos los humanos: la «defensa propia» en el sentido más amplio de la expresión: la reacción a todo lo que nos hace hacer lo que hacemos.

              Una lectura brevísima y entretenida, de la que se puede sacar más jugo por las reflexiones que induce que por las que realiza.