(Serie Montalbano, 32)
Al
acercarse el final de esta fantástica saga, Andrea Camilleri ha tenido a bien
terminar El método Catalanotti convirtiendo a Salvo Montalbano en el centro de
interés de la siguiente novela. Un homenaje merecido para un personaje que ha
compartido con el lector su vida desde la juventud hasta casi la jubilación.
Justo es, para el personaje y los lectores, que Camilleri intente dar un final
incontestable al comisario de Vigàta, enfrentándolo a sí mismo para dar
respuesta a sus eternos temas pendientes, no sea que una caterva de advenedizos
intente alguna vez resucitarlo con fines puramente mercantiles.
Pero no anticipemos nada, y menos
elucubraciones, y centrémonos en El método Catalanotti, otra novela de la saga
que a la vez que replica los tópicos de la anteriores –tan queridos por los
lectores- vuelve a dar un ejemplo de imaginación. La capacidad de Camilleri
para tejer historias aparentemente complejas y variadas es inmensa.
Catalanotti, permítanme que se lo
presente, es el muerto. No es muy original encontrarse un fiambre en una novela
negra, y quizá tampoco lo sean, por separado, los distintos ingredientes de
esta, pero conseguir mezclarlos con éxito sí lo es. El título alude al modo de
hacer las cosas del finado en una de sus aficiones: el teatro; lo cual, como
anticipa el título, condiciona la investigación y sus resultados, además de
permitir unas cuantas referencias cultas tan del gusto del autor. Por otra
parte, un mozalbete es tiroteado al salir de la casa donde convive con su
novia. Si ambos casos, en apariencia independientes, están relacionados o no lo
sabrá quien lea la novela, y si al final piensa sobre el tema se preguntará lo
mismo que yo: ¿ha jugado Camilleri a no ser Camilleri? Otro caso se mezcla: el
«muerto no muerto», que descubre el subcomisario Augello al poner pies en
polvorosa cuando aparece el marido de una de sus incontables amantes. Y, a todo
esto, la investigación no corre mucha prisa y avanza a trompicones porque el
comisario está bastante despistado por haberse cruzado en su camino una mujer
por la que ha perdido su peculiar seso, que no el sexo, muy presente.
El método Catalanotti, ya lo he
dicho, se diferencia en poco, en su estructura y modo de hacer, del resto de
novelas de la saga, pero hay algunos aspectos que la empeoran: alguna relación
entre situaciones evidente para el lector y no para los personajes produce una
leve irritación, a lo que hay que añadir cierta sobreactuación «landiana» del
comisario en temas amorosos, amén de que el modo de escribir «televisivo», sin
duda heredero de la condición de guionista del autor, sufre en esta novela una excesiva aceleración
que uno tiene la tentación de vincular al modo de escritura al dictado impuesto
por las limitaciones de la edad, y es que cuando El método Catalanotti vio la
luz en Italia Camilleri tenía ya 92 años. Más que dictar el libro que construía
su mente, debió de dictar la película que veía en ella. El conjunto, siendo
interesante y digna obra de la saga, da la impresión de haber descuidado un
poco los detalles. Aunque para cuidarlos debía de estar Camilleri a esa edad.
Bastante hizo con lo que hizo y con la dosis de humor extra un tanto payasete –quizá
precisamente debido a la sobreactuación- que El método Catalanotti ofrece.
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