En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Calais – Emmanuel Carrère




              
              A finales de 2016 se instaló en Calais (76.000 habitantes), la localidad francesa más cercana al Reino Unido y de la que parte el Eurotúnel, un campamento temporal de inmigrantes, conocido como «la Jungla», fruto de la crisis de inmigración de 2015. En unos sitios se dice que hubo allí 700 inmigrantes y en el texto se llega a hablar de 2000. Todos sin apenas recursos y con la obsesión de alcanzar el Reino Unido para encontrar trabajo allí y tener menos dificultades con la lengua. Ese deseo les hacía incurrir en prácticas de riesgo –jugándose la vida y pudiendo provocar accidentes- como abordar al despiste los camiones donde intentaban ocultarse. 

              El autor se desplazó a Calais para analizar cómo la repentina aparición de tantos inmigrantes afectaba a una ciudad en la que, como es lógico, ya había inmigración previa. Su análisis, sin embargo, se ve espoleado por unas cartas firmadas con nombre ficticio en el que se le reta a ver la inmigración con los ojos de los habitantes de Calais, una ciudad ya no muy boyante tras pasar lo más duro de la crisis, por no hablar de una ciudad en decadencia.

              La obra, poco más que un reportaje largo que se lee en una hora, hace reflexionar sobre ciertos «necesarios absurdos», como que sea Francia quien resguarda la frontera inglesa y viceversa, cuando es obvio que el trasiego de personas no es equilibrado pues el Reino Unido no es zona de paso, sino de destino. Pero, sobre todo, induce una seria reflexión sobre el modo en que vemos la inmigración y nos comportamos ante ella. La desconfianza, el prejuicio, el modo en que lo particular se eleva a categoría general. La posición de Carrère es contraria al prejuicio, pero en su ánimo también está, consecuencia del reto, no dejarse influir por el «prejuicio de la falta de prejuicios»¸ y va abierto a escuchar cuantas versiones encuentre, aunque no tanto con afán investigador como testimonial, prueba de lo cual es la humana necesidad que en un momento siente de comprobar que cierta familia no tiene la hipocresía de la que la han acusado, comprobación que tiene mucha relación con la esperanza. Entre unas cosas y otras vemos cómo la sociedad se divide no solo entre el «nosotros y ellos» sino entre quienes están a favor (pocos) y en contra (casi todos) de la presencia de los inmigrantes, aunque apenas se rasca en la capa de las circunstancias de cada cual todos los seres humanos somos iguales.

              Muchas ideas para reflexionar, pero una, algo poética, con la que me he quedado: de la decadencia occidental donde la gente repite toda su vida las mismas rutinas de trabajo y ocio sin otro horizonte que seguir repitiéndolas hasta morir, de esa decadencia digo, surge cierta inquina, cierta envidia hacia quienes, teniendo mucho menos en lo material, en cambio tienen la esperanza, el ánimo y voluntad de labrarse un futuro mejor. Por eso, curiosamente, llegaba a haber más alegría en la Jungla, en medio de toda su penuria, que en las casas con jardín de Calais.





martes, 26 de noviembre de 2019

Cumpleaños de La sota de bastos jugando al béisbol





Hoy cumple cinco añitos la segunda novela de Ajonio Trepileto, que apareció con el número 41 en la colección Sueños de Tinta de Mira Editores. En La sota de bastos jugando al béisbol podéis leer algunas de las escenas que más he disfrutado escribiendo, y eso que transcurren en un lugar tan poco motivador como un triste cementerio de pueblo.

                La considero una novela mejor escrita que la primera, tanto por la estructura como por la limitación, para evitar reiteraciones, de ciertos involuntarios y poco higiénicos excesos de Ajonio, pero como no hay segunda novela de un personaje que pueda sorprender como la primera y dado que La terrible historia de los vibradores asesinos (Nº 14 de la colección) es un título que llama más la atención, más lectores me hablan de «los vibradores» que de «la sota», a pesar de que también ésta se ha vendido muy decentemente (lo cual es muy meritorio, dado lo indecente de Ajonio), tanto que a lo largo de este tiempo ha alcanzado el número uno de humor en español en las webs de Amazon en Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Brasil, Australia y Canadá (para lo que no hace falta vender demasiado en estos países, cierto, pero cifras bajitas no es lo mismo que fáciles, como lo demuestra que pocas otras novelas pueden decir lo mismo).

                Felicidades a Ajonio, y gracias a todos los lectores que le han dedicado su atención. Espero que haya correspondido haciéndoles sonreír mucho más de lo que esperaban. Gracias también por su impagable labor de boca a boca.




jueves, 21 de noviembre de 2019

El montacargas – Frèdèric Dard





              El montacargas, publicada en 1961, es una excelente novela que se lee y se ve en blanco y negro, porque parece una excelente película de la mejor época del cine negro. Una historia bien contada, breve, concisa, con un punto de intriga notable, otro mayor de suspense y un final fantástico, inapelable.

              Estamos en Nochebuena. El protagonista es un caballero en la treintena que acaba de salir de la cárcel tras seis años en ella. En su casa no lo espera su madre, muerta hace cuatro, sino una soledad tan absoluta que se lanza a la calle para huir de ella. A deambular y, sin pensarlo, a cenar.

              Y cenando conoce a una mujer, la señora Dravet, joven y guapa, que va acompañada de su hija, una niña.

              Tiene suerte el protagonista: la mujer parece no rechazar su presencia y hasta hacerle caso. La cosa llega al punto de que, incluso, lo invita a subir a su casa. Todo discurre de modo lógico, haciendo sentir al protagonista una compañía como nunca ha sentido. Solo una sola cosa ha llamado su atención como fuera de lugar: la extraña coquetería de la señora Dravet de lavar dos manchitas inapreciables. Y qué bonito y hogareño es el comedor de la señora Dravet. Y cuántas veces va a visitarlo, como ya anuncia el índice.

              La cuestión es qué va a encontrar en cada una de ellas. Quien lea esta novela quedará de inmediato atrapado en la dinámica de los acontecimientos. Es muy posible, también, que el lector se anticipe y encuentre cierta explicación racional a sucesos extraños ayudado en la pista que supone el título, pero que no se engañe: las cosas son bastante más complicadas y el giro que el autor, que también fue guionista y se nota, da a la historia, es sencillamente magistral.

              Escrita en primera persona en el tono lúgubre del hombre que ha perdido todo y se aferra a un atisbo de esperanza que no cesa de torcerse, El montacargas es una novela breve, magnífica, que hace reflexionar sobre los motivos de las personas y las extrañas solidaridades que a veces practicamos como consecuencia de una migaja de afecto, una novela todavía más inquietante por su fabuloso final que lo mucho que ya lo es en su desarrollo.      


              


 

martes, 12 de noviembre de 2019

El negociado del yin y el yang – Eduardo Mendoza





          Al reseñar El rey recibe dije que «probablemente haya que esperar a leer toda la trilogía para hacer un juicio más preciso de esta novela». Lo reitero y extiendo a El negociado del yin y el yang, pues más que dos novelas forman una sola.

La consecuencia es que poco hay que decir de la segunda que no pueda decirse de la primera. A saber:

Como el cocinero es excelente y los ingredientes de primera calidad, la prosa de Mendoza entra con la calidez de una buena sopa en un día desapacible. Y digo sopa y no cachopo porque es una lectura más suave que contundente, más nutritiva que potente e indigesta.

Sigo sin entender las referencias de la publicidad hace al humor. Me da que solo pretende atraer a ciertos lectores de Mendoza. ¿Qué humor? No hay más que en cualquier novela media. De hecho, las páginas están surcadas por un poso de tristeza o cuando menos de abulia porque el protagonista, Rufo Batalla, que no es precisamente un bromista ni un tipo que atraiga equívocos o desgracias chocantes, anda desanimado, sin futuro, apático, sin ganas de hacer nada ni espíritu para acometer una nueva vida tras abandonar, por hastío, la que llevaba. De resultas la acción es algo plana, con la extraña excepción de la aventura principesca a la que a continuación aludiré.

La obra sigue teniendo dos historias paralelas y solo interconectadas por el personaje: la primera es la vida ordinaria de Rufo Batalla, al hilo de la cual se hacen breves reflexiones de los años setenta y los primeros ochenta –una suerte de irregulares memorias indirectas-. Algunas de ellas son profundas y brillantes, como el rápido y contundente análisis de la sociedad que había dejado el franquismo, en el que se advierte un poso de rabia que más parece del autor que del personaje. La segunda historia deriva de los avatares causados por la aparición del príncipe Tukuulo, aspirante a recuperar el trono de un inexistente país. El avatar, pues solo hay uno relevante, conduce al protagonista a vivir una aventura asiática más extraña que rocambolesca, una historia en la que la realidad cambia tan de sopetón como cuando un vulgar hijo de vecino aterriza de improviso en una película de James Bond, una historia cuyo significado me desorienta porque no lo alcanzo a entender, si no es que su única pretensión es dotar a la historia de una intrahistoria para hacer más llevadera la lectura.

La novela tiene cuatro partes, no explícitamente estructuradas: los últimos tiempos de Rufo en Nueva York, el lío en el que lo mete el Príncipe, el regreso a Barcelona -que permite introducir nuevos personajes provenientes del entorno y el pasado de Rufo- y, finalmente, las implicaciones del impensado viaje a Alemania y el nuevo retorno. 

Rufo Batalla sigue siendo un tipo tan sosegado y gris que no despierta pasiones ni entre las moscas en verano: un hombre joven, pero de una sensatez extrema, enemigo de los sobresaltos –que rehúye con éxito- y que, cuando se atreve a realizar un cambio notable –como dejar Nueva York y emprender una nueva vida- o acepta un riesgo elevado –las propuestas de Tukuulo o cierto peliagudo romance- no pierde la calma y exhibe una capacidad analítica que arrasa toda incertidumbre desde el inicio, hasta el punto de que cualquier duda que pueda estimular las sensaciones del lector queda pronto anulada. Hasta las peripecias más alocadas –que alguna hay- tienen un algo de racionalidad burocrática. Hasta sus esporádicos amoríos, con mucho aquí te pillo aquí te mato, tienen un gran poso de soledad. Cómo será de gris la existencia de Rufo que son precisamente sus amoríos, y solo ellos, los que producen en el lector vértigo ante el porvenir.

Y es que quizá sea eso lo que da la pátina de tristeza a la novela: la soledad. La soledad que de un modo u otro han vivido todos los que se van de casa el tiempo suficiente para que, al volver, su casa ya no exista tal y como la conocieron. Han cambiado las cosas y las personas y han cambiado ellos. Los recuerdos solo pueden anclarlos a los recuerdos.

Lo más emotivo, curiosamente, se produce con la novela terminada: la dedicatoria final a su familia es preciosa, y la alusión al equipo con el que ha contado desde hace años (Pere Gimferrer, Elena Ramírez, la agencia Balcells en la que ya falta su fundadora…) impresiona (quizá porque me produce, lo admito, una envidia tremenda, pues Seix Barral es mi debilidad y el lugar donde uno siempre querría estar). Una suerte para las letras españolas que tanto talento pueda unirse con concordia para trabajar.

Dicho todo lo cual alguien podría decir «pues no parece una novela muy estimulante», pero se equivocaría. Mendoza escribe maravillosamente, con precisión, con una claridad tal que las ideas y situaciones avanzan a pasos agigantados pero con tal suavidad que cuesta percibir la velocidad. El avance cronológico va de la mano de un montón de saltos entre países que induce reflexiones interesantes y permiten observar la España del momento desde una perspectiva de la que se carecía en el interior, una perspectiva que pocos españoles tuvieron y que resulta enriquecedora.

         El negociado del yin y el yang –ciertamente, título más apropiado para las novelas de su detective loco que para esta- es una obra que merece la pena leer, que aporta más de lo que parece y que he disfrutado mucho porque tras leer El rey recibe ya sabía lo que podía esperar. Quizá el principal problema que a veces tengo, como supongo que le sucede más gente, es comenzar lecturas con alguna idea inconsciente –o con algún deseo- sobre cómo debe ser lo que me voy a encontrar. Un error. La mejor expectativa en literatura es no tener expectativas, dejarse sorprender.

  





domingo, 10 de noviembre de 2019

Tus pasos en la escalera – Antonio Muñoz Molina





              Qué bien escribe Antonio Muñoz Molina, y qué complicado es narrar en primera persona desde un cerebro que, espero, guarda poca relación con el del autor, a pesar de los evidentes paralelismos biográficos entre autor y personaje.

              Y es que Tus pasos en la escalera transcurre en dos ciudades donde Muñoz Molina ha vivido: Nueva York y Lisboa.

              El protagonista se ha mudado de la primera a la segunda tras perder su trabajo, y allí espera, montando el nuevo piso, la llegada de su pareja, Cecilia, una investigadora que cuando no está trepanando cerebros de ratones en el laboratorio está por esos mundos de congreso en congreso.

              Hay quien ha dicho que es un libro sobre la espera, y lo es en varios sentidos (primero, sobre la espera de lo que ha de llegar y, segundo, sobre la espera de lo deseado aunque improbable), aunque la evolución de los hechos permite ir más allá y hablar incluso de la espera del imposible, lo cual enlaza con la obsesión.

              ¿Y qué hace quien espera? Piensa. Piensa mucho. No deja de pensar. Es lo que hace el protagonista: reflexiona en voz alta, lo cual da a la obra un tono introvertido y hasta claustrofóbico, porque no hay nada al margen de la cabeza del personaje: todo pasa por el tamiz de su cerebro, de sus recuerdos, del modo en que interpreta las cosas, y son estas interpretaciones las que llegan al lector haciéndole creer lo que el personaje desea creer hasta que, poco a poco, el lector se va forjando su propio criterio a partir de las incoherencias y las sutiles diferencias entre los hechos objetivos y los previsibles según la razón.

              El inicio es apacible. Conocemos a un tipo que, con todo el cariño, pero también con todas las limitaciones de un hombre torpe en un país extraño, intenta adecentar una vivienda para que su pareja, que aún no ha podido venir, se sienta en su hogar tan pronto como traspase la puerta. El protagonista, al principio casi como una anécdota, intenta reproducir en la vivienda de Lisboa algunas de las cosas del apartamento de Nueva York recién abandonado. Pero pronto vemos que, más que un detalle afectuoso, la cosa amenaza con convertirse en manía. En la mente del protagonista el paralelismo entre ambos lugares debe agradar a Cecilia. En la mente del lector, no está tan claro por la perogrullada de que cuando alguien cambia voluntariamente de sitio, lo hace para cambiar. Así aparece la primera duda sobre la verdad de fondo, porque todo deseo de reproducir el pasado tiene algo de búsqueda del paraíso perdido.

              La evolución de la manía hace pensar al lector que el protagonista es, cuando menos, un tipo algo rarico, lo cual produce una inquietud creciente que justifica la referencia de la contraportada al suspense psicológico, suspense reforzado por la tardanza de Cecilia, retraso que abre las puertas a todo tipo de especulaciones. No descubro nada, porque buena parte del interés de la novela consiste precisamente en que el lector elucubre si sí o si no para que, una vez lo haya decidido, siga elucubrando acerca de las razones.

Así seguirá hasta el final porque, como buena novela de suspense, la intriga se mantiene hasta entonces.

              Un libro muy bien escrito, de desarrollo lento y repetitivo, de lectura tranquila, con poca o nula acción, mucha reflexión, con el retrato de dos ciudades y de los perfiles de la gente que atrae cada una de ellas, y con cierta excursión a un extraño palacio que no se entiende si no es para acabar de decantar la opinión del lector acerca del protagonista. Un buen libro comparado con casi todos, pero que merece una valoración más moderada si lo comparamos con el propio Antonio Muñoz Molina.





domingo, 3 de noviembre de 2019

Los cuerpos extraños - Lorenzo Silva




              Imputados por corrupción en el gobierno autonómico, en el parlamento autonómico, en todas las diputaciones provinciales y en los principales ayuntamientos. Ninguna institución relevante en la Comunidad Valenciana se salvó. Con la cúpula de todas ellas con esos problemillas, el «caso aislado» más parecía la honradez que el delito. Este desdichado pleno que ocupó los titulares de la prensa hace unos años seguramente justificó que Lorenzo Silva situara la acción de Los cuerpos extraños en un innominado municipio valenciano. La falta de bautismo seguramente es intencionada: demasiados podían verse representados por ese municipio innominado. Y, supongo, mejor no herir susceptibilidades, que ya se sabe que por más corruptos que sean los míos, los otros siempre lo son más. Además, la credibilidad estaba asegurada.

              Los cuerpos extraños es la octava novela de la serie de Bevilacqua y Chamorro. Durante unos años leí las anteriores con enorme interés, y cuánto las disfruté, hasta que La marca del meridiano me detuvo por las razones que quien le interese podrá leer en su reseña en este mismo blog.

              He tardado años en volver a Bevilacqua, pero no me arrepiento de haberlo hecho: tras unas pocas páginas de adaptación a lo repollo que resulta a veces el personaje por cómo se expresa y por la cierta impostura derivada de su contradictoria mezcla de humildad y suficiencia, tras esa breve adaptación necesaria para que el personaje vuelva a resultarte simpático, digo, me he encontrado con una novela muy buena, bien estructurada, que no se pierde en recovecos ni disertaciones inútiles, que se lee bien y que además de contar una historia atractiva contiene suficientes elementos como para hacer reflexionar sobre muchos e importantes temas.

              La alcaldesa un municipio valenciano aparece asesinada en otro municipio cercano. Se trata de una mujer joven, de ascendencia danesa, con empuje, iniciativa y, sobre todo, con la voluntad de erradicar cualquier cosa que huela a corrupción. El asunto, lógicamente, le toca a Bevilacqua y Chamorro, y el desarrollo de la novela es, una vez más, el de una investigación, si bien en esta ocasión (y a diferencia, creo recordar, de La estrategia del agua) no encontramos el simple relato del proceso que conduce de la oscuridad a la luz sino que, afortunadamente, Lorenzo Silva plantea el útil recurso literario de ofrecer diferentes alternativas, lo que permite captar mejor la atención del lector. Y si hay diferentes líneas de investigación es porque, además de los tejemanejes de la corrupción y de la permanente posibilidad de que la delincuencia común tenga algo que ver, hay otros elementos a tener en cuenta: la actividad sexual de la finada, que era de todo menos aburrida, lo cual abre mil posibilidades vinculadas a los celos, las rupturas, los chantajes, los deseos...

              No poco ayuda al interés de la novela –teniendo en cuenta el pelaje del lector medio- que los malos tienen un perfil reconocible; es complicado reconocer a un personaje degradado de los bajos fondos, pero la clase media tan abundante en esta novela está plagada de trepillas con ínfulas, hambrientos de poder y dinero, los cuales, creyendo siempre más tonto a su interlocutor, se pintan a sí mismos majísimos con el pincel de las buenas palabras y de su catálogo de soluciones a los problemas del mundo, mientras de reojo comprueban si te están consiguiendo engañar y qué gallina es la siguiente que pueden robar. Atención también al esmero que el autor pone en representar bien las interioridades de la Guardia Civil y sus relaciones de poder.

            La conclusión, una vez más, es que la corrupción es el delito más cutre, salchichero y mezquino, porque así como el delincuente común no suele ocultar a los suyos su condición marginal, el corrupto se rodea de lo contrario a lo que es: de solemnidad. Por eso, cuando es pillado y la solemnidad cae a plomo, el corrupto pasa de referente social a robagallinas en pelota.