Gerald
Durrell, además de hermano del autor del Cuarteto de Alejandría fue escritor,
naturalista, hizo innumerables viajes para conocer la naturaleza, fundó un zoo, una organización para la protección de la naturaleza
y hasta presentó un programa en televisión, pero antes de todo eso fue un niño
nacido en 1925, huérfano de padre desde los tres años, y que desde los diez a
los catorce, entre 1935 y 1939, vivió con su madre, sus dos hermanos y su
hermana, todos mayores que él, en la paradisíaca isla griega de Corfú, frente a
las costas de Albania, donde no iba a la escuela (aunque su madre le procuró
varios maestros) y donde se dedicó a la caza, captura, examen y hasta doma de
los más diversos animales: pequeños escorpiones, urracas, gaviotas, tortugas,
perros, búhos, insectos , reptiles y hasta peces formaron parte de
su peculiar «familia».
Ese es el
periodo que cuenta en esta divertida obra biográfica escrita en primera persona que alterna el
examen de la naturaleza vista desde los ojos de un niño con el conocimiento de los lugareños y los follones que su afición
causa en una familia verdaderamente peculiar, entregada al dolce far niente,
con una madre comprensiva, insólitamente paciente y aficionada a las
plantas, una hermana muy preocupada por ponerse morena y cuidarse, un hermano
obsesionado con las armas y la caza y otro hermano, el mayor de todos, Larry, veinteañero
comodón y aspirante a escritor, cuya verborrea aguda e ingeniosa usa principalmente para protestar.
La
estructura del libro es simple y agradable: Durrell cuenta rápidamente por qué
se fueron desde a vivir Corfú (más o menos cruzaron Europa y cambiaron de vida como quien decide irse a tomar una cerveza al bar de enfrente) y cómo se instalaron allí, para después ir alternando sus
descubrimientos faunísticos con sus consecuencias familiares, en un crescendo lógico pues
según pasaba el tiempo todo el espacio disponible se iba pareciendo más a un
zoológico.
Entre los «otros animales» a los que alude el título también debemos incluir a cierto número de fascinantes personajes secundarios, entre los que destacan, por cómo se definen magistralmente con el lenguaje, el naturalista Theodore Stephanides, que no duda, desde el primer instante, en tratar a un niño de diez años como a una colega adulto –y con el que forja una gran amistad- y el griego Spiro, retornado de Estados Unidos, un hombre orquesta capaz de dar respuesta a todos los problemas y deseos de la extraña familia.
Subrayo lo de extraña porque allá de las situaciones más o menos catastróficas que provoca alguno de los animalitos de Gerry, su familia es la principal fuente de humor, lo cual se debe no solo a las manías y carácter de cada uno de sus miembros sino a lo extravagante de su comportamiento como clan, porque extravagante debía resultar a los lugareños aquella pequeña tropa, hospitalaria y que no se metía con nadie, y que no hacía nada más que disfrutar del transcurso del tiempo y discutir entre entre ellos.
Una
historia por momentos muy divertida, que permite regresar a la infancia y que
está muy bien escrita. Tanto que, de no ser por su calidad no hubiera resistido
el paso del tiempo como lo ha hecho. Mi familia y otros animales, que se sigue reeditando, fue publicada
en 1956.
Esta obra formó una trilogía con Bichos y demás parientes (1969)
y El jardín de los dioses (1978), aunque ignoro (y me permito dudar) que hacer
una trilogía fuera la intención inicial de Durrell, porque Mi familia y otros animales es
un libro autoconclusivo.
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