En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

sábado, 29 de febrero de 2020

La idea de Europa – George Steiner





                Prologado por Mario Vargas Llosa y con introducción de Rob Riemen, La idea de Europa es un librito que reproduce la conferencia que George Steiner dio en el Nexus Institute. Y el contenido gira exactamente en torno al título: qué es Europa y hacia dónde va.

                Lo primero lo examina Steiner a partir de cuatro datos, alguno de los cuales podrá parecer frívolo, pero, explicados de modo adecuado, aclaran mucho sobre la idiosincrasia europea: el modo en que los europeos (no así el mundo anglosajón, con lo que significa por oposición) habla y «arregla el mundo» en bares y cafés, la existencia de un paisaje «caminable» que ha permitido cruzar Europa a pie lo mismo a viajeros que a aventureros, pueblos y ejércitos, la costumbre de poner a las calles y plazas el nombre de personas eminentes vinculadas a la cultura y al pensamiento (a diferencia, también, del mundo anglosajón, con lo que igualmente significa por oposición), y un origen doble y contradictorio: Atenas y Jerusalén, la racionalidad del pensamiento y la irracionalidad de la fe.

                Un quinto elemento que define la identidad europea, pero lo cito aparte porque enlaza con la pesimista conclusión de Steiner: la tendencia a la autodestrucción, el convencimiento íntimo de que Europa tiene fecha de caducidad, lo cual Steiner explica a partir de mucho de lo que concluye de las observaciones de los cuatro puntos anteriores.

                Brillante conferencia rebosante de sentido común y profunda cultura que merece la pena leer y guardar en el recuerdo y en la biblioteca.


lunes, 24 de febrero de 2020

El salón magenta – Mário de Carvalho




              A poco que se rasca en el mundo literario, de la pintura y del arte en general, aparecen a puñados «artistas» que solo lo son en el arte de camelar un público lo bastante indiferente ante su arte como para molestarse en averiguar la verdad; «artistas» que viven por y para que se les reconozca la condición de artistas aunque su obra sea escasa y de tal mediocridad que más podría hablarse «de uno que escribe» o «de uno que pinta» que de escritores o pintores.

              El protagonista de El salón magenta es un cineasta, aunque como refunfuña en cierta ocasión, hace siglos que ascendió a director de cine. En realidad, la vida ha pasado ante sus barbas sin que haya hecho otra cosa que dar a entender que es un artista, aunque su producción ha sido mínima y mala. Y en ello sigue, diciendo estar elaborando un guion –un escrito muerto de risa- para hacer creer a todos que sigue en la brecha.

              Como está con los bolsillos vacíos, el día en que unos atracadores le dan una paliza que exige hasta escayola en una pierna no le queda más remedio que ir a la casa que su hermana mayor para dejarse cuidar. Su hermana, una profesora universitaria recientemente jubilada, tiene una casita cerca de una laguna, en una pequeña localidad portuguesa, y allí se instala el gran Miguel Gustavo Dias.

              El salón magenta recorre de modo intimista y reflexivo la vida de su protagonista a través de sus recuerdos y de la forzosa contemplación de la vida de su hermana, lo cual le permite analizar su comportamiento respecto a ella y, de paso, al lector le permite situarla.

              Postrado en un sillón, son dos los recuerdos que nublan la mente de Miguel Gustavo: la estafa a que ha sometido a todos, incluido él mismo, acerca de su valía y vocación, y sus relaciones con las mujeres. Muchas han pasado por su vida, casi todas de usar y tirar (en lo que era una actitud recíproca) excepto una. Aquella que más lo trató a él como «de usar y tirar», la que recibía a sus amigos en un salón magenta, aquella de la que se separó y de la que nunca más supo hasta conocer su muerte.

              En la inconsciente evaluación de su vida, el análisis de los recuerdos y la relación con su hermana ponen de manifiesto el ruin egoísmo de Miguel Gustavo. Egoísmo doblemente mezquino por carecer de excusas, ya que aprovecharse de él ni siquiera le ha permitido hacer una sola cosa digna de elogio. Ha tenido facilidades y no ha conseguido más que engañarse a sí mismo y encontrar, al final del camino, la triste realidad que ya el engaño no oculta a casi nadie, si no es que los que quedan engañados en realidad no están fingiendo por piedad; y, con esa terrible realidad que va apareciendo a medida que los engañados desaparecen y quedan atrás con el correr de los años, llega la penuria y el viejo consuelo del alcohol.

              Mientras, su hermana, cuya vida en apariencia ha sido gris, vulgar, mediocre, sin otras alegría ni penas que las profesionales y domésticas –entre las que figura un hijo que la engaña-, una persona de segunda a los ojos de su hermano, se va elevando poco a poco, según pasan las páginas, como un referente vital, como alguien que ha sabido qué hacer con su vida y ha sabido conducirla para, a pesar de las dificultades, saber vivir y salir adelante con la conciencia tranquila, que no es lo mismo que vivir alegre o triste. Frente al egoísmo y egocentrismo del protagonista, un hombre vano que ha pretendido ser lo que no es, se alza la discreta generosidad y afecto de una mujer decidida a ser lo que es, capaz de convertir una vida corriente en un admirable e inconsciente ejercicio de sabiduría y elegancia.



jueves, 20 de febrero de 2020

La pirámide de fango – Andrea Camilleri





(Serie Montalbano, 27)

              La agilidad de las novelas de Camilleri, con tanto diálogo, tantos hechos escuetos y bien planteados y tan poca descripción, las hace de lectura rápida y agradable. Además, en la serie del comisario Salvo Montalbano Camilleri suele conseguir el milagro de que la inevitable repetición de personajes con sus manías y costumbres no resulte tediosa. ¿Cómo lo logra? Centrando el peso del interés en la trama que soportan los personajes, más que en ellos, y visibilizando la trama a través de sus palabras y acciones.

              El título es una metáfora. La montaña de fango que el comisario Montalbano ve en una obra mientras investiga la muerte de un ciclista en calzoncillos que ha aparecido con un tiro en la espalda, le hace pensar que ciertos asuntillos relacionados con los tejemanejes en la adjudicación de obra pública forman una pirámide de, por ser suaves, fango. Y es que estamos en Sicilia, y que la obra pública sea o no sea, o cómo es, y si sirve para algo o no, o si se hace bien o mal, responde más a intereses corruptos que a intereses sociales.

              El muerto vivía cerca del lugar donde ha sido encontrado. En una casita junto a su joven y atractiva esposa, de la que no hay noticia, pero cuya figura sirve a Camilleri –que siempre introduce en sus novelas una mujer bella y de comportamiento sexual en apariencia «abierto»- para dejar en la historia la chispa de erotismo a que nos tiene acostumbrados.

              La investigación avanza, como es habitual en Montalbano, poniendo a prueba no muy ortodoxamente las arriesgadas hipótesis que realiza a partir de los pocos datos que va encontrando. Hipótesis, las más de las veces, inspiradas en la interpretación del alma humana. En esta ocasión el comisario de Vigàta solo dispone de unos pocos datos obtenidos en la escena del crimen y en otro lugar más, y de cierta información sobre empresas –un poco liosa por manejar varios nombres a la vez, aunque en realidad da igual porque Camilleri, eso le honra, no los aprovecha para jugar al despiste-. Y como en las últimas novelas la presencia de la mafia había sido escasa, hela aquí de nuevo, con el atractivo que eso supone cuando los criminales que organizan el berenjenal más que profesionales del asunto son casi artistas del crimen.

              Resumen de la novela: Montalbano.


lunes, 17 de febrero de 2020

El invierno en Lisboa – Antonio Muñoz Molina




              Dice un amigo que El invierno en Lisboa es lo mejor que ha escrito Antonio Muñoz Molina. Si no tiene razón, poco le faltará, porque esta novela es una joya donde el lenguaje y la profundidad de la mirada crean la belleza que transforma una historia de amor plagada de sentimientos y derrota, que es también una novela negra, en un todo melancólico y sublime a ritmo de blues. Está ambientada principalmente en España –en San Sebastián y Madrid- en un clima que parece arrancado a las entrañas de las mejores películas del cine negro clásico.

              El protagonista, Santiago Biralbo, es un pianista de jazz amigo de una figura de la trompeta, Billy Swann, personaje que, según he leído, es un homenaje a Chet Baker. Pero mientras Billy recorre Europa actuando al tiempo que destroza su salud, Santiago, aún siendo un músico nómada, sigue anclado a cualquier lugar por donde pueda pasar el amor de su vida, Lucrecia. Una mujer casada, misteriosa, y que actúa como movida por la fatalidad. Ambos se enamoraron cuando Biralbo tocaba en un club de San Sebastián, y desde entonces su vida ha sido una mezcla de huidas y despedidas continuas, un «alguna vez será lo que hoy no puede ser», una relación donde ambos, a la vez, se buscan esperándose, que no se esperan buscándose. A que la espera como modo de reencuentro tenga sentido contribuyen no poco Bruce Malcolm, marido de Lucrecia, un secuaz que vive del mundo del arte -Toussaints Morton-, y su secretaria Daphne, que amenazan y buscan  a Biralbo no se sabe si para impartir «justicia» vengándose de él por su relación con Lucrecia, para hallar a Lucrecia a través de Biralbo o por algún otro motivo. Leedlo y lo sabréis.

              La novela melancólica y de acción lenta y pausada pero potente, que discurre con un sutil telón de fondo: la idea de que la vida son momentos fugaces e intensos que duran siempre, y que el resto del tiempo es un vacío que hay que llenar con los anhelos, esperanzas y resignaciones nacidos de aquellos momentos.


jueves, 13 de febrero de 2020

Expediente de desaparición – Dror Mishani




              ¿Por qué no hay novela negra en Israel?, pregunta el protagonista, el inspector Abraham Abraham, a la madre que acude a denunciar la desaparición de su hijo adolescente. La respuesta que le da justifica el consejo de esperar a que el muchacho aparezca. La situación se vuelve contra el policía al día siguiente, cuando su predicción falla: el muchacho no ha vuelto y es preciso comenzar a buscarlo.

              La investigación apenas tiene asideros (aunque el autor juega con el lector para hacerle creer lo contrario, en lo que es un recurso poco limpio, por así decirlo) lo que provoca la ofuscación del policía y esta, a su vez, nuevos fallos que le hacen sentir más culpable y que amenazan con conducir el caso a otros responsables.

              La novela, entretenida, es un ir y venir, un dar vueltas sobre los mismos datos solo roto por esa trampa que el autor tiende al lector para que no se canse de tanto girar y para despistarlo y facilitar la «sorpresa» final. De haberse ahorrado esta treta la novela hubiera sido bastante más corta y sustancialmente mejor, porque el mérito de Expediente de desaparición es jugar con cómo la necesidad de una respuesta nos hace abrazar verdades que en realidad no lo son. Verdades, en plural, que, cuando se habla de delitos, pueden implicar achacar la condición de víctima o de criminal a una persona o a otra independientemente de la verdad. Por eso la novela tiene dos finales consecutivos, si puede decirse así. Los dos, a primera vista, lógicos. Pero uno más lógico que otro: el que ve sin dificultades la persona a la que, por no haber estado en el caso, nada le va en encontrar una respuesta.   

            

lunes, 10 de febrero de 2020

No está solo – Sandrone Dazieri




               
(Colomba Caselli y Dante Torre, 1)

                A una buena novela no se le exige realismo, sino verosimilitud. De lo primero no hay rastro en No está solo, y de lo segundo no mucho, si bien hay que reconocer que la acción es tan intensa que el interés que no despierta como historia lo despierta como misterio. Todo un thriller estructurado con enorme solvencia que se lee muy rápido arrastrado por la curiosidad, y en el que fallan dos cosas relacionadas con lo que acabo de decir: el trasfondo final de la historia, un tanto manido, y unos protagonistas demasiado acartonados y poco creíbles.

                Un niño que iba con su madre desaparece en Roma a la vez que ella aparece asesinada. El jefe policial, un tipo discreto, sensato y competente, pide a una concienzuda, bella y atlética policía de baja por un trauma profesional, Colomba Caselli, que indague por su cuenta y que como ayuda eche mano de un singular caballero con una extraordinaria perspicacia psicológica para encontrar desaparecidos: Dante Torre, el cual debe su habilidad a su anormal desarrollo; pasó una barbaridad de años, desde los seis hasta el fin de adolescencia, secuestrado en un pequeño silo sin ver a otra persona que una especie de «domador» que ocultaba su rostro y se hacía llamar «el Padre». Sin embargo, a tan tortuoso pasado también debe otras cosas: una fortísima claustrofobia, un sinfín de manías y un carácter tal que parece un teleñeco. Además, el caballero tiene dinero en abundancia y no duda en gastarlo en pro de la causa (¡cuántas veces se utiliza el recurso de un tipo adinerado en las novelas de intriga!).

                Colomba es un personaje demasiado neutro para resultar atractivo; solo al final se va perfilando. Con Dante ocurre lo contrario: su extravagancia inicial mengua por necesidades de la acción. Respecto a los secundarios, hay de todo, pero respondiendo siempre a los perfiles tópicos de lo mediocre de este género. El peor dibujado, sin duda, es el malo malísimo (no digo más para no reventar la historia) que tras ser durante toda la novela aquello que cada lector haya imaginado, termina siendo casi una caricatura.

                Como buen thriller cada paso de un personaje abre puertas que profundizan en laberintos de ramificaciones insospechadas. Cada cosa tiene su por qué y el puzzle se va construyendo ante los ojos del lector. No es lo menos interesante que la investigación pronto toca a los investigadores mucho más cerca de lo que en un principio cabe suponer, lo que multiplica los enigmas a resolver. Los del asunto principal y los de los protagonistas. Por eso la trama de No está solo es realmente compleja, pero se expone de manera clara, fácil de seguir, y el modo en que se plantea y se saca adelante es tan equilibrado que el resultado es un misterio atractivo.

                Sandrone Dazieri ha firmado una buena novela de entretenimiento. Nada más.
 

jueves, 6 de febrero de 2020

Agostino – Alberto Moravia




              Agostino, un chaval de doce o trece años que ni siquiera se ha preguntado si los niños vienen o no de París, está veraneando con su madre, viuda joven, atractiva y adinerada, en un lugar de playa.

              La confortable soledad entre madre e hijo se ve interrumpida por la aparición de un joven con el que la madre comienza a irse a diario a navegar en patín. El niño, que los acompaña en alguna de esas excursiones, percibe, sin llegar a asimilar, que su madre, además de madre, es mujer. No ayuda poco a confundir sus sentimientos su ignorancia mayúscula sobre la sexualidad.

              La nueva visión de su madre le resulta desagradable entre otras cosas porque no llega a desplazar a la antigua, aunque él está convencido de que antes o después lo hará. Y en la huida de esas situaciones y sensaciones que tanto lo desasosiegan termina marchándose con un grupo de chavales, alguno más mayor, que se burlan de él sin piedad y que, además, saben bastante más que él. Igual que no dudan en hablarle de la admiración y deseo que les provoca su madre, también se pitorrean de Agostino a costa de los amores de su madre con el joven del patín. Los chavales, además, tienen su centro de reunión en torno a un viejo pescador –siempre atento a llevarse al catre a algún chaval- al que desprecian por su homosexualidad, sin por ello dejar de aprovecharse de él aunque, en realidad, es él quien les deja hacer sabedor de que su objetivo es el que es.

              Agostino aprende a tortas. Unas reales y otras figuradas. Pero la ingenuidad no suele desaparecer de un único sopapo; siempre queda suficiente para, cuando uno se envalentona, llevarse uno nuevo que, a esas alturas, resulta también humillante.

              Un libro breve (sin que por eso se lea rápido), magnífico como casi todos los de Moravia, escrito con la precisión, concisión y profundidad que caracterizan su estilo. Cada libro de Moravia es una lección magistral de literatura, un ejemplo de cuánto se puede decir sin hablar demasiado y partiendo, casi siempre, de las emociones básicas del ser humano. Moravia nunca retuerce nada: simplemente explora con su tremenda capacidad de profundizar y de exponer de modo sencillo lo complicado.


lunes, 3 de febrero de 2020

La fiesta de la insignificancia – Milan Kundera




              
              Obra muy breve, de unas ciento treinta páginas chiquitinas y con letra grande que se lee en un día. Grandes son también los pocos mensajes que traslada y el modo en que cuenta mucho con pocas palabras. Una obra cuyo final, además, revela una concepción del humor que más de una vez he defendido.

              En las idas y venidas de unos amigos franceses encontramos situaciones para ellos relevantes que se mezclan con consideraciones y conversaciones acerca del comportamiento de Stalin como bromista y de las reacciones de quienes estaban por debajo. Sin ser un texto de humor, habla sobre el humor, sobre su importancia para valorar y relativizar e, incluso, como le atribuyen a Stalin, para poner a prueba. Vemos también que el humor tiene su propia vida, se desgasta, se inutiliza, se vuelve contra quien lo usa… Y vemos, también, finalmente, que lo más complicado del humor es tenerlo a mano cuando de verdad hace falta. Porque la conclusión, aquella con la que identifico y que da sentido al título es que el humor, cuando nos defiende y nos eleva por encima de los problemas implica la asunción de la propia insignificancia. Solo cuando comprendemos la ínfima mierdecilla que en realidad somos cualquier preocupación sobre nosotros mismos deviene grotesca.