Leyendo
Desayuno en Tiffany´s el lector tiene una sensación extraña, por cómo una
novela publicada en 1958 parece haber sido imaginada tal cual fue luego la película que inspiró, protagonizada por Audrey Hepburn y dirigida por
Blake Edwards, aunque es obvio que el mérito solo puede ser exactamente el
opuesto: cómo una película y sus intérpretes se adaptaron tan bien a una
novela. O si queréis lo digo de otro modo: el éxito de la película es deudor de
la fidelidad en la adaptación a unos cuantos puntos básicos (principalmente, al
personaje de Holly Golightly), pero la contundencia de ese éxito (¿quién no
conoce la película?) permite al lector vivir la historia con una concreción en
la definición de la protagonista que provoca esa sensación extraña. Normal. Casi
nunca comenzamos novela conociendo de antemano a la protagonista.
La
historia, agilísima, es conocida: un aspirante a escritor es convocado por el
viejo barman de un bar de mala muerte porque un tercero, antiguo vecino del
escritor, cree haber tenido noticias de Holly Golightly: por algún lugar de
África ha pasado, porque en un poblado recóndito ha encontrado una talla que,
sin duda, reproduce su rostro.
Tremendo
comienzo. ¿Quién será esa mujer tan misteriosa y atrayente como para que su paso
haya sido recordado en un poblado africano y ese simple y breve paso, esa
remota huella, sea capaz de convocar a tres hombres en Nueva York como si desde
allí fueran a poder seguirle el rastro? Vaya modo brillante de hacer de un
personaje un mito antes siquiera de que sepamos nada de él.
Lo
siguiente es un vistazo al pasado que explica ese encuentro en el bar; un
vistazo a la breve historia de vecindad entre Holly y el aspirante a escritor,
que viven en apartamentos del mismo edificio de Nueva York. Holly es una mujer
joven, de unos diecinueve años, que atrae a todos los hombres; con todos ellos
juega y todos, en la esperanza de llegar a ser algo más, se muestran
encantados de ser su juguete. Puede tener sin esfuerzo casi cuanto desea, porque todos se
empeñan en entregárselo, pero ella se ríe a su modo renunciando a cuanto le
ofrecen –hasta a la posibilidad del estrellato en Hollywood- y utilizándolos
para sus propios fines; o para su único fin, que es vivir sin más, tan desahogada,
cómoda, desordenada y caóticamente como en cada instante le apetece. De
hecho, solo tiene una costumbre: su visita semanal a la cárcel de Sing Sing a
ver a un caballero, un mafioso, que le cuenta muchas cosas sobre cómo está el
tiempo. Obviamente ella sabe lo que eso implica, aunque desconozca el significado
de los mensajes en clave que ayuda a transmitir, pero, ¿qué más le da? ¿Cómo no
va a adorar a un señor tan generoso cuando además ella puede refugiarse en una
deliciosa ignorancia? Holly es una persona auténtica, con un enorme compromiso
consigo misma y con el presente, puesto que vive como si el futuro no
existiera, y por eso exprime cada momento. En realidad, ni siquiera el pasado
existe para ella. No, al menos, en lo que respecta a la Holly que nunca quiso
ser. Y si no tienes pasado, no tienes familia ni amigos, aunque, lógicamente,
el recuerdo, aunque no lo comparta, yace sepultado en su interior. Al mismo
tiempo es una muchacha alocada, frívola e inconsciente. Una mujer tan
apasionada por la vida que, sin darse cuenta, rechaza el concepto del tiempo:
ni el pasado existe ni se atreve a preocuparse por el futuro. Todo esto crea
una atmósfera de alegría, jovialidad y humor tan intensa como frágil; y, tras
la fragilidad, acecha la tristeza y la melancolía. Una mujer irresistible para
todos, que trae alegría cuando llega y deja melancolía cuando se va.
Y eso es
lo que cuenta esta novela: qué hizo –o más bien cómo fue- Holly Golightly para,
en tan breve tiempo, dejar en todos los que la conocieron una huella
imperecedera.
También
en ti la dejará.
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