En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

miércoles, 27 de marzo de 2019

El hilo rojo – Olga de Llera




              Dicen que algunas personas están unidas por un hilo invisible que los condena a encontrarse, a formar cada uno parte de la vida del otro a pesar del tiempo. Es la idea que da título a la novela y que guía su acción, y me permito añadir que hay quien deja en herencia alguno de esos hilos como una suerte de red que atrapa, antes que a nadie, a sus descendientes.

              Estamos tan acostumbrados a que todos los títulos que salen al mercado sean clasificados que resulta complejo resistir la tentación de hacerlo con cada lectura. No es sencillo hacerlo con El hilo rojo. O sí, pero hay que explicarlo.

              La historia comienza en 1900 y termina en 1946, tiempo suficiente para que los adultos envejezcan, los niños se hagan adultos y otros nazcan y alcancen la juventud. Tiempo suficiente, también, para sufrir dos guerras mundiales y una civil, y para que la sociedad cambie más de lo que son capaces de cambiar las personas, pues todos, cuando no por comodidad por incapacidad, tendemos a anclarnos en algún momento de nuestra evolución. La acción transcurre en Barcelona, principalmente, y en París, con algunos pasajes en otros lugares, y narra la historia de una familia de la burguesía catalana en la que encontramos empresarios, como el matrimonio de Anna y Joaquim, y personajes como Daniel, que, aunque tiene negocios, a menudo vive como un rentista.

              Dicho lo cual podría parecer que El hilo rojo es una novela más o menos costumbrista o de sagas familiares, pero no. Su argumento no desarrolla el conjunto de vicisitudes que distinguen unas vidas de otras, sino, principalmente, las pulsiones emocionales y sexuales de los personajes. En El hilo rojo quien más y quien menos tiene como referencia en la vida o el sexo o el amor, pero en este último caso con una concepción muy sensual. Ocurre, además, que los apetitos de esta endogámica historia no suelen encontrarse entre los bendecidos por la sociedad, lo cual crea una maraña de historias ocultas: casi todos tienen sus apetencias, de ellas provienen sus pecados y, de estos, sus secretos. En consecuencia, lo que hace avanzar el argumento no son los acontecimientos comunes, ni siquiera el sexo, sino lo que se rompe con cada secreto creado y con cada secreto desvelado.

              Esto provoca que la novela sea una adictiva sucesión de intrigas que discurre entre relaciones afectivas y sexuales que son a la vez causa y cauce de cuanto viene después, amenazando constantemente con desbordarse y llevarse por delante la vida, al menos en lo emocional, de alguno que otro de los personajes. Hace más interesante el viaje el hecho de que toda iniciativa afectiva o sexual implica un previo condimento tan atractivo como el vértigo de la tentación.

              Pero que la mayoría de personajes se muevan por intereses similares e incurran en prácticas que más de uno considerará perversas, no significa que compartan perfil. Hay malos malísimos que no lo son tanto porque solo buscan el provecho propio, aunque sin reparar en daños, como es el caso del egoísta Daniel; hay personas, como Anna, comprometidas con un secreto inconfesable, pero nobles en su fidelidad a él; hay víctimas que durante mucho tiempo desconocen serlo y que sufren por los mismos vicios que por otro lado abrazan; hay personas pragmáticas, otras idealistas, alguna víctima de sí misma, amantes del amor platónico mezclados con amantes del sexo, además de un elenco de personajes secundarios bien definidos que dan forma al mundo en el que se desenvuelven los Dalmau y los Richards.

              Entre la concepción sensual del amor que he citado en unos y el amor al placer en otros, el sexo tiene un papel nuclear en El hilo rojo. Su presencia es constante. Cuando no lo está de forma latente lo encontramos de modo explícito. Estas últimas escenas suelen ser breves, pero contundentes, y a ellas hay que unir el apunte de un catálogo de vicios y perversiones, -desarrolladas por la imaginación del lector, hábilmente estimulada por cuanto precede-  en las que conviven filias y fobias sexuales con escenas en las que el sexo se nos presenta exclusivamente como una provocación. El placer de lo prohibido tiene un amplio recorrido en El hilo rojo, no siempre limitado al sexo en sí, y su viaje hace escala en casi todas las estaciones clásicas del escándalo.

              La novela, larga, se lee bien gracias a sus capítulos cortos y bien estructurados, en los que se va al grano. El lenguaje es sencillo, con algunos localismos que recuerdan dónde transcurre todo, aunque alguna vez me han sonado raros. Dada la abundancia de personajes, la autora recurre con habilidad a las manías de cada uno de las que se burlan otros para refrescarnos la memoria. En cambio, hay breves aclaraciones –normalmente limitadas a una frase entre paréntesis- de las que podría prescindirse por la cercanía o evidencia de lo que aclaran. En cualquier caso, una lectura que se agradece encontrar y que navega con decisión, volviendo al principio, en medio de unos cuantos géneros: la intriga familiar, las sagas, el erotismo…

              Hale, a leerla.




domingo, 17 de marzo de 2019

La hija de la española - Karina Sainz Borgo






                Llevo años, muchos, siguiendo las crónicas y artículos culturales de Karina Sainz Borgo en Voz Pópuli y, más tarde, en Zenda. Me gustan por su fondo, por su particular y literaria forma y por cómo se empapa de la obra de aquellos a quienes entrevista, un infrecuente ejercicio de rigor y de respeto a entrevistado y lectores. Además, a través de las redes he podido atisbar el proceso de creación de una novela escrita con la mezcla de ilusión, dudas y el punto de sufrimiento de quien está haciendo algo que sabe importante aunque le resulta difícil porque le enfrenta a demonios invencibles; una novela escrita desde las entrañas, en medio de un vertiginoso ritmo de trabajo en el que La hija de la española ha sido cocinada en la hoguera donde ha ardido el escaso tiempo libre de su autora, alguien a quien durante mucho tiempo he considerado una escritora que vivía del periodismo, aunque ahora, tras leer algunas entrevistas, no tengo tan claro qué vocación va primero.

                Dicho lo cual, comprenderéis que esperaba esta novela –la primera publicada por Karina Sainz Borgo en España, aunque no la primera que ha escrito- con expectación. También, lógicamente, le deseaba cuanto de bueno merece quien trabaja con la honestidad, el sacrificio, el rigor y la dedicación necesarios para dar lo mejor de sí misma. Y comprenderéis también que cuando de golpe y porrazo supe que los derechos de esta novela habían sido vendidos a partir de la Feria de Frankfurt nada menos que a veintidós países, mis expectativas se multiplicaron.

                Y, con todo, me quedé corto: La hija de la española es una novela que perdurará, porque en ella encontramos lo mejor de la literatura: un tema de fondo contundente e importante, que supera lo local –el chavismo y su enloquecida deriva- porque prima el concepto; un lenguaje que traslada, con insólita fuerza y belleza, la extrema sensibilidad que producen la desesperación, el terror y el derrumbe; la opresiva historia que da soporte al tema es dura, mucho, pero también hermosa porque junto a la denuncia de los totalitarismos escuchamos el canto a la vida de toda lucha por la supervivencia; hermoso también es el paisaje de la determinación necesaria para prescindir de uno mismo, hasta de la propia conciencia, mientras las lágrimas humedecen el camino; una historia, además, con el  punto de intriga implícito en todo escenario de violencia incontrolada, y con un final magnífico, alegórico, que advierte que a veces solo renunciar a ser lo que somos nos permite seguir siendo, aunque en el proceso nos dejemos jirones del alma.

                A lo largo de la novela es posible encontrar influencias de otros autores como, sin duda, el mejor Vargas Llosa, aunque ahora me viene a la cabeza la cita indirecta de una idea de Javier Marías –muchas veces citada por la autora en entrevistas y artículos- sobre que la vida es también lo que nos hicieron. Influencias que enriquecen la novela, y es que, por no salir de este ejemplo, entre lo que le hicieron a Adelaida Falcón, la protagonista, no solo se cuentan las barbaridades propiciadas por los Hijos de la Revolución, sino también lo que «le hicieron» las lecturas que poblaban su apartamento y su maleta, entre las cuales La hija de la española, por feliz contagio, no desmerece.

                Adelaida Falcón acaba de enterrar a su madre, de igual nombre. Y como uno «es del lugar donde están enterrados sus muertos», ya la primera línea de la novela es una proclamación: la rotunda afirmación del punto del que partirá el dolor; el suelo del que brota el desarraigo. Enseguida vemos cómo hasta la muerte, lo más íntimo que le puede pasar a un ser humano, ha sido degradada en un país envilecido por un gobierno despótico que ha transformado a la población: ya no hay trabajadores, estudiantes, jubilados o amas de casa, solo delincuentes y víctimas. No lo digo en sentido figurado: la hiperinflación provocada por la emisión de dinero para pagar la fiesta de los poderosos tras el declive del petróleo ha derruido, en tiempo récord, los ahorros de toda la población; con el billete con el que antes vivías siete días ahora es mejor que te suenes los mocos, porque no alcanza para comprar un pañuelo de papel; la incertidumbre, la angustia de saber que con lo que ayer comprabas una casa hoy no te alcanza para un huevo y que mañana necesitarás diez veces más para comprar otro, corroe de tal manera a la sociedad que, en el afán de supervivencia, todos se transforman en ladrones, multiplicando la inseguridad y, a medida que esta crece, la brutalidad y la desesperación. Quien no prescinde de sus valores para alcanzar un paupérrimo enriquecimiento, lo hace para defenderse, aunque sea del hambre.

                El ambiente angustioso y claustrofóbico se apodera del lector. Imposible no sentir la desesperación de la protagonista: imposible no comprender su determinación de salir adelante prescindiendo de cualquier otra consideración; imposible no comprender sus decisiones. Cuando la desgracia se adueña del horizonte, cualquiera puede acabar siendo la hija de la española.

                Una novela dura, cuyo final infunde esperanza en el individuo y desesperanza en la sociedad. Uno de esos extraños y felices casos en los que un libro muy vendido –todo apunta a que lo va a ser- es también de extraordinaria calidad.

                Algo me dice que, en un foro u otro, Karina Sainz Borgo y Mario Vargas Llosa van a verse cara a cara a no tardar. No habrá que perdérselo.



miércoles, 13 de marzo de 2019

La ridícula idea de no volver a verte – Rosa Montero





              A menudo no somos conscientes de cuánto tenemos en común con las grandes celebridades. Mucho más de lo que nos separa, aunque en lo poco que se distancian resulten inalcanzables. Pero precisamente por ser celebridades acabamos conociendo sobre ellos no solo aquello que justificó su fama, sino hasta cómo se rascaron; gracias a lo cual todo hijo de vecino puede comprobar que ha compartido miles de experiencias con Einstein, Marie Curie, Cervantes o Velázquez, porque todos acabamos afrontando el miedo, la duda, el amor y el desamor, la muerte de los seres queridos, la propia enfermedad…

              Al hilo de la vida de Marie Curie, y en particular girando alrededor de la muerte de Pierre, su esposo, Rosa Montero hace una serie de reflexiones aprovechando los paralelismos y las distancias entre su propia vida y la de Marie Curie, reflexiones llenas de sensatez y un punto de buen humor salvador que no buscan su identificación con la celebridad, sino, al contrario, partir de lo particular para alcanzar lo general, para llegar a pensamientos y razonamientos que todos, de un modo u otro, acabamos haciéndonos y en los que a veces -en especial cuando hay que afrontar la muerte de quienes nos rodean- viene bien que una voz clara y sosegada ayude a poner orden. Un orden que es más sencillo establecer cuando nos vemos reflejados en otros.

              La ridícula idea de no volver a verte es un libro que pretende reconciliarnos con las propias limitaciones y errores, un ejercicio de comprensión sobre las carencias humanas y, por tanto, una ocasión de ser más feliz conociéndose a uno mismo; es, también, una mirada larga, a todo un siglo, para ver el gigantesco avance que, en ese periodo de tiempo, corto en términos históricos, ha dado la mujer.

              Una buena lectura en la que el tono amistoso e íntimo crea el clima de complicidad entre autora y lector necesario para que la confesión surta efecto. 


miércoles, 6 de marzo de 2019

Manual para mujeres de la limpieza – Lucia Berlin






                Debo reconocer que el título me había despistado: no sabía qué esperar de este libro, y no ha sido lo que más probable creía.

                Lo que he encontrado supera, con mucho, las mejores expectativas que hubiera podido hacerme. Lucia Berlin es una escritora mayúscula, aunque para sacar el mejor jugo de su escritura sea preciso conocer un mínimo de su biografía: su escoliosis, su alcoholismo, el alcoholismo superado, los matrimonios y divorcios, los cuatro hijos criados en soledad, la figura de la madre distante, cuando no enfrentada, del padre ausente, de la hermana, el ir y venir por distintas ciudades y diferentes culturas, desde Alaska a Chile pasando, sobre todo, por la zona fronteriza por excelencia, El Paso, donde solo unos metros separan dos culturas y dos economías muy distintas. Unamos un montón de trabajos muy diferentes y un ambiente social próximo a una marginalidad más deseable, en el fondo y a juzgar por la actitud de sus hijos, que la vida acomodada al alcance de algunos de los ex de la familia.

                Es preciso conocer todo esto (para lo cual no hace falta más que leer las palabras del editor incluidas en el libro) para disfrutar de un conjunto de relatos pseudobiográficos que son a la vez tiernos y duros, porque trasladan la impresión de que, pese a todos los pesares, al final la vida merece la pena ser vivida; unos relatos donde se cuente lo que se cuente siempre hay claridad, contundencia y ni una pizca ni de autocompasión ni autoflagelación. Tampoco busca redimirse de nada ni reconciliarse con nadie, ni consigo misma. Esta objetividad hace que algunas veces las cosas parezcan vistas con el filtro del humor, porque a menudo la vida tiene ironías o detalles que, vistos en la distancia, son humorísticos. Simplemente, la escritura de Lucia Berlin es el testimonio de una vida. Una vida que está en los detalles del día a día, de la soledad en casa y de los problemas en el trabajo. Una vida donde lo que para uno es un drama para el de al lado es una circunstancia.

                La escritura de Lucia Berlin es poderosa, tiene la fuerza de la sinceridad y la verdad, y una capacidad tremenda de acercarse al lector sin perder su independencia: juntos, pero manteniendo las distancias, respetando cada uno su terreno, y el de Lucia Berlin es el terreno de su propia vida, independientemente de que lo que cuenta se corresponda más o menos con alguna realidad, porque el literatura la verdad no es la verdad de los hechos, sino la de los conceptos.

Lucia Berlin (1936-2004) 

                Los problemas que vemos son, además, eternos: la soledad, la muerte de los seres queridos, las relaciones complicadas o imposibles con padres y parejas, el modo en que la infancia y la juventud determina la madurez, cómo los miedos y anhelos de esa época hacen de nosotros unos adultos u otros. Hay también un mensaje de esperanza implícito en la actitud de los personajes de estos relatos –la autora, con un nombre u otro, siempre es uno de los principales-; un mensaje que deriva de la aparente despreocupación en el futuro que revela, en realidad, confianza en la propia fuerza, aunque a veces esa fuerza pueda derivar de la desesperación: alcoholismo, separación de los hijos, muerte de seres queridos, dejar todo atrás, casa, ciudad y trabajo para ayudar a quien está muriendo, constantes vueltas a empezar… Todo determina ese mensaje de esperanza: por complicada que sea la vida, siempre es inevitable volver a empezar. ¿Cómo no, si al fin y al cabo todo es, también, temporal?

                Lucia Berlin tiene, además, la aureola que da haber alcanzado la fama después de muerta, pues su obra, en vida, fue publicada pero no obtuvo reconocimiento. Vistos sus relatos, no sé si le hubiera gustado alcanzar la fama, aunque sí pienso que la hubiera vivido con distancia, como una circunstancia tan mudable como un puesto de trabajo que ahora tienes y luego no, sin que por tenerlo o perderlo la vida deje de ser transcurrir.