«Imita
descaradamente a Pla, pero es muy bueno y te gustará», me dijo el amigo, forofo
de la obra de Peyró, que me recomendó insistentemente leerlo. Peyró (1980), en
los años que relata esta obra fue un joven periodista que, como tantos otros, fue
dando tumbos de medio en medio, aunque en su caso los dio hacia arriba, lo cual
tiene no poco mérito en tiempos de decadencia periodística. En general su labor
se desarrolló en medios nítidamente significados en lo político; posteriormente
fue redactor de discursos para diversos políticos de la derecha y miembro
fundador de The Objetive; en estos momentos dirige el Instituto Cervantes en
Londres. Lo cuento porque el subtítulo, «Cuando fuimos periodistas», deja claro
uno de los temas del libro: los jugosos cotilleos, chismorreos, anécdotas e
impresiones de quien tiene un compromiso intelectual consigo mismo que, a veces
en conflicto con la sana costumbre de llegar a fin de mes, requiere de dosis de
adaptación siempre disponibles para quien tiene cultura e inteligencia. Lo
cuento, también, porque si en algún momento se es receptivo a la vida es en los
inicios de cualquier actividad, en especial durante la juventud.
Ya
sentarás la cabeza es un conjunto de lúcidos recuerdos y reflexiones, ordenados
cronológicamente por años, que abordan los primeros pasos del autor en el mundo
del periodismo cultural y político. El humor, la ironía, el reírse de sí mismo,
de las disputas internas en los medios –siempre en estado precario desde hace
años-, del modo en que se manipula sabiendo que hay un público ansioso de
tragarse lo que ni los mismos que lo cuentan se creen, las luchas de egos, la
sumisión a los intereses del que pone la pasta, la fama de unos, de otros, las
ambiciones de cada cual que no por modestas pueden ser menos poderosas (anda
que no tira nada tener un empleíto)… todo esto, frecuentísimas visitas a bares y
restaurantes con tintes legendarios –unos por lo que se cuece entre los
clientes y otros por una sabrosa cocina más vinculada a la temporada y a la
tradición que a las florituras- y vacaciones de reposo en Extremadura, todo
esto, digo, se relata con una prosa con un deje hedonista, rica, precisa y elegante hasta para dar
cuenta de cogorzas, digestiones dignas de una hormigonera y noches
zascandileando.
El humor
cervantino, el humor como defensa que a través de la inteligencia convierte los
sinsabores y las limitaciones en motivo de sonrisa, es uno de los dos pilares
del texto. El otro es el lenguaje, tan amplio y bien usado que produce cierto
rubor, cierta vergüenza ajena, por la inevitable comparación con lo que leemos
habitualmente. Una obra que nos recuerda que el lenguaje es una fuente de
belleza, riqueza y recursos expresivos y que empobrecerlo es empobrecer la
comunicación. Comparados con Peyró, la mayoría de los escritores –en especial
quienes tienen pretensiones de best sellers- se expresan con gruñidos.
Debo dar
las gracias al amigo al que he aludido al principio. Él me recomendó leer al
menos un libro de Peyró. Luego el autor se ha recomendado a sí mismo, que es lo
mejor que te puede pasar al leer. La prueba, que en estos momentos estoy
leyendo Comimos y bebimos. Ya os contaré.
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