Más desaparecida que Patò está La
desaparición de Patò, novela imposible de encontrar en ningún sitio, ni en
papel ni en ebook, y que incomprensiblemente no se reedita. Su lectura debo
agradecerla a tener amigos con una más que notable biblioteca.
Vigàta, como siempre. Esta vez a
finales del siglo XIX. El 21 de marzo de 1890 se produce un acontecimiento
notable: durante la representación de la Pasión en una abarrotada plaza, Judas
–interpretado por Antonio Patò, el honesto, serio y comedido contable y
director de la oficina del Banco de Tinacria-, en el momento de morir
desaparece lanzándose a un abismo (un agujero en el escenario), licencia
artística para evitar la dificultad de escenificar un ahorcamiento sin que el
actor se asfixie. Nadie vuelve a verlo jamás.
La novela es la historia de la
investigación, narrada en ese estilo «camilleresco» en el que el narrador es
sustituido por una secuencia de informes, documentos y comunicaciones oficiales
así como de distintos recortes de periódico, todos los cuales no solo dan cuenta
de los hechos (de por sí divertidos) sino, sobre todo, de los intereses –normalmente
mezquinos y vinculados al deseo de vivir sin problemas y de aferrarse al
sillón- de cada uno de los intervinientes, porque si una constante hay en las
novelas de Camilleri es que cada cual va a lo suyo, por pequeño que sea -salvo algún
ingenuo y quijotesco personaje, que siempre hay- y no dudan en vaguear o en mirar hacia
otro lado cuando nada bueno les puede acarrear lo contrario. Todo lo cual,
además, está expresado con el lenguaje rimbombante de quienes intentan darse
importancia a toda costa.
La reconstrucción de los hechos parte de la rivalidad y el odio mutuo de dos cuerpos rivales: policía y carabineros. Ambos tratan de avanzar a su aire, de obstaculizar al otro o, según vengan las tornas, de escaquearse; todos eluden los problemas y buscan las medallas. Los responsables de ambos cuerpos en Vigàta gozan del visto bueno de sus respectivos superiores gracias a esa rivalidad y a las mentiras e «interpretaciones libres» con que rebozan sus informes. Así permanece la situación hasta que un prócer se interesa en el tema, momento en el cual el apego al sillón, más que la suerte de Patò, moviliza la investigación con la coordinación necesaria y en la dirección adecuada.
Claro que, como también suele
ocurrir en las novelas de Camilleri, encontrar la dirección adecuada puede no
ser la mejor opción para el investigador, no sea que acabe metiendo las narices
donde no debe, momento en el que los «poderes fácticos», siempre tan vinculados
a la corrupción y a la mafia y, desde luego con lazos allá donde hay poder, sea político o incluso religioso, se dejan notar y obligan a ingenuos y quijotescos a usar el ingenio para avanzar hasta donde razonablemente puedan hacerlo para
mantener tranquila su conciencia.
No voy a contar detalles de la
investigación, pero sí que de nuevo en esta obra encontramos la enternecedora
mezcla de intereses vinculados a la debilidad de la carne con otros
relacionados con la ambición política y económica. La suerte de Patò, del que nadie sabe si está vivo, muerto o secuestrado -porque caballero tan caballeroso no puede darse a la fuga-, se hace muy evidente a partir de cierto momento de la novela, lo cual
produce la engañosa sensación de que el lector avanza desde ese punto por un
camino ya conocido. Pero insisto: es una sensación engañosa, porque Camilleri,
al final, da un giro inesperado que conduce la obra al final más típico de este
autor: ¿a quién le importa la verdad cuando casi nadie tiene nada que ganar con
ella?
Una obra divertidísima, de las
primeras de Camilleri, aunque creo que ligeramente inferior a otras como La
ópera de Vigàta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario