En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 27 de febrero de 2014

Un giro decisivo – Andrea Camilleri



Un giro decisivo (Serie Montalbano, 10)

                Resulta complicado no ser repetitivo al comentar las novelas del comisario Salvo Montalbano, porque son obras repetitivas. Eso no quiere decir que sean malas o aburridas; al contrario, si las voy leyendo es porque con ellas se pasa un buen rato, porque apetece reencontrarte con personajes con los que lo has pasado bien.

                En esta ocasión el comisario sale un buen día a nadar y, mientras hace el muerto, se encuentra con otro que lo hace mucho mejor y que tiene una poderosa razón para ello. Además, los peces y otros animalitos de la zona se han pegado un banquetazo a su costa. Todo apunta a que el cadáver lleva en el agua tanto tiempo que va a ser complicado saber de dónde proviene.

                Los que sí se sabe de dónde provienen son los inmigrantes que llegan a la zona, como pueden, en una patera. Por una casualidad el comisario presencia el desembarco controlado por aquellos de sus colegas dedicados a tales temas, y así es como Montalbano tiene ocasión de atrapar a un niño tan aterrorizado que trata de escapar incluso de su madre. Pero algo hay en la mirada de ese niño, y en la actitud hacia la madre que lo reclama, que siembra la inquietud en el comisario.

                Lo que ocurre a partir de ese niño atemorizado y del cadáver a la deriva,  es que las cosas, pese a ser en apariencia independientes, comienzan a enmarañarse. Para lo cual Camilleri utiliza sus recursos habituales; esto, sin duda, lo peor, porque el lector que llega a la décima entrega de una serie, creo yo que va buscando los personajes más que sus trucos, y estos son demasiado insistentes: la inconsciencia de Montalbano, que actúa siempre con su cuenta sin pensar ni en el riesgo ni en la ley, las afortunadas casualidades, e incluso (aunque esta vez no de forma decisiva) la siempre preclara memoria de los más viejos del lugar.

                No es infrecuente en Camilleri que el crimen que abre la novela quede de inmediato en un segundo plano, de forma que tras él el lector se reencuentre con el mundo de Vigàta. Es lo que ocurre aquí. Esta forma de escribir hace que uno se zampe la tercera parte de la novela sin darse cuenta, y sin que haya pasado nada. Porque a los amigos primero se los saluda, y luego ya hace uno lo que tiene que hacer; y a estas alturas el lector y Montalbano son ya íntimos.

                Hay, eso sí, un intento fallido de Camilleri no sé si de tensar la parte emocional, o de hacer una crítica política poco larvada. Me refiero a que la actitud de los responsables políticos de interior ha hecho que Montalbano, sin verse afectado por ninguna decisión concreta, haya decidido presentar su dimisión por una cuestión de principios. Son el tipo de recursos que quizá generan cierta tensión en el lector cuando la novela está recién salida, cuando la undécima todavía no existe, pero cuando van ya una veintena no hace falta pensar un segundo para saber que estamos ante un amago, por lo que ningún lector se toma en serio la dimisión (como tampoco, en realidad, los personajes) y, como efecto colateral, posiblemente tampoco se toma muy en serio la crítica implícita.

                Sea como sea, a medida que pasan las novelas el mundo de Vigàta se va haciendo más útil para su autor y, por tanto, más conocido para el lector. Camilleri echa mano o no de los personajes según le interesa. En este caso, es Ingrid la que reaparece. Augello queda en segundo plano –como casi siempre- pero dejando ver un cambio de vida, Fazio hace lo que se espera de él (y alguna cosa no es la primera vez que la hace) y la catástrofe llamada Catarella en esta ocasión destaca especialmente por sus ataques al diccionario.

              Y termino con una alusión al humor. El genio del comisario, tan vehemente, exagerado y despreocupado respecto a sí mismo siempre hace sonreír, pero hay que admitir que estas novelas comienzan a combinar lo estrictamente policiaco como lo cómico en el sentido más clásico del término: que Cataré se pase la novela sin ser capaz de abrir una puerta sin golpearla con estrépito contra la pared, o que haya un policía en la comisaría que lo mismo es capaz de surtir a Montalbano de unas gafas para miopes que de unas botas para pescar (amén de mil cosas más entre medio, como si en su despacho tuviera un bazar) parece sacado de una película de los Hermanos Marx, aunque no cabe duda de que es una seña distintiva del mundo de Montabano. Probablemente esa mezcla sea parte de la receta de su éxito.



lunes, 24 de febrero de 2014

El malvado Carabel - Wenceslao Fernández Flórez




        Amaro Carabel es un pobre pringadillo que trabaja en una banca de principios de siglo, propiedad de dos respetabilísimos caballeros que desde las buenas maneras sangran a sus trabajadores y expolian a los clientes. Las cuatro perras que Amaro gana no le permiten independizarse y casarse con su novia, la madre de la cual está harta de la situación. Carabel, abrumado por las demandas de su novia y más por las del proyecto de suegra, osa pedir un aumento de sueldo, lo cual viene a ser considerado por sus jefes como algo equivalente a la revolución bolchevique. Para colmo, en la estrafalaria y forzosa jornada campestre con que los jefes dicen agasajar a sus empleados, Carabel tiene una indiscreción que le cuesta el empleo. Y sin él no hay dinero, y sin dinero no hay esposa, y si no va a haber esposa ¿para qué va a haber novia? Lo dejan plantado.


Sin un céntimo y solo, sin otra compañía que la de una tía y el gato negro que ésta ha robado para atraer la suerte, Carabel cree comprender que siendo bueno no va a ningún sitio, y decide convertirse en un malvado. El malvado Carabel.

A partir de aquí la novela se desarrolla sobre la idea de que el malo nace y no se hace, porque los intentos de Carabel por abrazar el mal son más voluntariosos que maliciosos,  y siempre inocentes, torpes y risibles. El argumento se convierte en un muestrario de situaciones más o menos cómicas, ligadas por el único nexo de la maldad premeditada y con la única expectativa de ver si alguna vez Carabel se saldrá con la suya.

La obra está revestida de un humor amargo, algo desagradable, un humor ajeno a Carabel, quien no se toma la vida con filosofía ni con humor, sino que la sufre de principio a fin; es decir, al lector se le ofrece la oportunidad no de reírse con Carabel, sino de él, de divertirse con su desgracia y torpeza, lo cual provoca que el humor aparezca solo a ráfagas, cuando la situación es tan esperpéntica que no queda más remedio que sonreír.

No hay concesiones al humor del absurdo (a diferencia de en El hombre que compró un automóvil), pero sí a la caricatura, en especial en lo que afecta a los señores Aznar y Bofarull, dueños del banco donde trabajaba Carabel.

El malvado Carabel, que aunque no da para muchas reflexiones se sustenta en las ideas de “si se nace o se hace” y en la atracción del mal, ha sido llevada al cine en varias ocasiones, una de ellas por Fernando Fernán Gómez, lo cual sin duda ha dado más vidilla a la novela de la que por sí sola hubiera tenido.





jueves, 20 de febrero de 2014

Prisioneros en el paraíso – Arto Paasilinna



                Por algún motivo se me había metido en la cabeza que Prisioneros en el paraíso (publicada originalmente en 1974, pero no editada en español hasta 2012) era una novela de humor.  Y no lo es, aunque a lo largo de sus páginas hay varios momentos que hacen sonreír (y alguno hasta reír) como consecuencia del contraste entre los miedos y aspiraciones de los protagonistas y la prosaica realidad.

                Prisioneros en el paraíso es la historia de un grupo de enfermeras, médicos y leñadores finlandeses y suecos, así como de un periodista finlandés –el narrador- y la tripulación británica de un avión, que comparten un vuelo. En su mayor parte se dirigen a realizar una actuación de cooperación en la India en el marco de la ONU. El avión, a consecuencia de una tremenda tormenta, pierde el rumbo y pronto pierde algo más: primero un motor, y luego la capacidad de volar. A consecuencia del accidente, el pasaje casi al completo se encuentra de pronto en una playa lindante con la selva, en una isla indonesia que no saben situar en el mapa, una isla lo bastante grande como para no poder abarcarla.

                No son robinsones, aunque pueda parecer lo contrario, porque para empezar viven en comunidad. Y este es el elemento más importante de la novela: la creación de una comunidad con sus reglas de convivencia y, sobre todo, con el reparto de trabajo. Como al final se dice, es una sociedad casi puramente socialista, en la medida en la que todo es de todos y cada uno solo dispone de una cosa: su capacidad de trabajo. De alguna manera aplican el de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad, aunque obviamente a este resultado no llegan ni de forma natural ni pacifica, sino por una mezcla de raciocinio y autoridad que desemboca en esta modalidad de contrato social. Y eso es así porque el interés particular, que pronto asoma, enseguida amenaza con ser la perdición de todos. La adaptación al medio y la adaptación los unos a los otros es de lo más interesante, aunque la historia está dulcificada como consecuencia de una serie de afortunadas casualidades, la menor de las cuales no es la presencia de tanto personal con formación sanitaria de una parte y de leñadores por otra. Ciertamente, si los llegados a la isla hubieran sido empleados de banca, taxistas o dependientes, la historia no hubiera sido la misma.

                La segunda cuestión que llama la atención es el ingenio no solo para resolver las cuestiones cruciales de la supervivencia, sino el hedonismo al que, una vez resueltas estas, no renuncia el ser humano. Y de ahí la alusión al paraíso del título, porque llega un momento en que el grupo, a fuerza de inteligencia y trabajo, consigue estar tan bien que varios de sus miembros comienzan a considerar una locura volver a Europa, porque todo en el modo de vida occidental se ha transformado, a sus ojos, en una pérdida de tiempo; y digo pérdida de tiempo en sentido literal: en occidente utilizamos nuestro trabajo (es decir, el tiempo de nuestra vida) para conseguir toda una serie de cosas que en realidad no necesitamos; o lo que es lo mismo: malgastamos una gran parte de la vida.

                Aunque hay situaciones difíciles, sí es cierto que la novela, sin ser humorística, está escrita en un tono ligero. Que el narrador sea uno de los accidentados ya augura que al final todo vuelve a su sitio, pues de otra manera no hubiera podido escribir la novela; esto permite sortear la angustia (poco presente para lo que podría esperarse) y centrarse en las cuestiones prácticas, por supuesto sin renunciar a relatar las situaciones cómicas.

                Dicho de otro modo, y volviendo al principio: no siendo una novela de humor, no cabe duda de que Prisioneros en el paraíso deja un regusto simpático, de que el lector se divierte. Y hasta se le apunta más de una excusa para ponerse a pensar, aunque no le ofrezca ninguna conclusión.


lunes, 17 de febrero de 2014

Duluth - Gore Vidal



                    Hace falta ser atrevido para intentar explicar Duluth (1983) en este espacio, pero lo voy a intentar. Y hace falta serlo porque aunque el objetivo de la novela está claro (hacer una crítica del modo de vida norteamericano y, por extensión, occidental), lo realmente brillante es la compleja forma en que Gore Vidal crea una historia donde la crítica a la realidad se sustenta en una ficción en la que nada es real ni a veces posible, excepto los valores que la mueven, los cuales llegan a extremos que serían caricaturescos si no estuvieran a la orden del día.

                Es decir, la novela nos hace pensar en lo que se critica, pero también en cómo se hace. Y todo desde un humor permanente y duro. El conjunto, magistral.

              La “superficialidad” a la que he aludido se critica de la mejor forma posible: exponiéndola. Casi nadie piensa en ser, y todos lo hacen en tener, en poder y en parecer, hasta el punto de que quien tiene, parece o es poderoso, cree ser. Y a todo eso se llega por los únicos caminos posibles: la demagogia, la hipocresía, la mentira, la manipulación, la violencia o la discriminación.

                ¿Pero cómo denuncia Gore todas esas cosas? Primero, desde el humor, porque en Duluth usa un humor despiadado, que ridiculiza los excesos con ánimo de denunciarlos y, a ser posible, destruirlos. Un humor, pues, beligerante, combativo, venenoso y en permanente equilibrio (gran mérito, por cierto) para que sea a la vez y en cada página una novela de denuncia que no deja de lado el humor y una novela de humor centrada en la denuncia. 

                  Segundo, tejiendo una historia tan brillante como complicada. Duluth es una ciudad imaginaria, pero a la vez real. Real porque hay un Duluth en Minnesota, porque está lindando con Canadá, porque está en la región de los Grandes Lagos, e irreal porque aunque la Duluth de Gore linda con su propio lago, está también a pocos kilómetros de Méjico, está infestada de negros y chicanos, y no lejos de ella anda el Río Colorado. Como si, de alguna manera, el Duluth de Gore cruzara Estados Unidos de norte a sur sin dejar de ser una misma cosa, lo cual no creo que sea inocente. Y aún hay otra Duluth en la novela: la que aparece en un serial de televisión.

Tres imágenes de Gore Vidal
                En Duluth hay un alcalde cuyo nombre de pila es Alcalde. Su única misión en la vida es ser reelegido, para lo que incluso está dispuesto a escrutar, si es necesario, el voto de los negros (para lo que cuenta con la ayuda de su madre, que casualmente es la responsable de la administración electoral). Su rival es el comisario, que ha decidido presentarse a las elecciones. Para evitar la derrota, el alcalde y su hombre de confianza no dudan en alentar la violencia de los “barrios”, que es donde viven los inmigrantes mejicanos (porque “la gente bien” vive en otras zonas, todas distinguidas, y la propia terminología que utilizan, "barrios", nos indica su actitud ante el inmigrante: el inmigrante solo puede estar en otro sitio, más allá, apartado, en un barrio, "porque la esencia somos nosotros"). Para lograrlo no duda en explotar algo ya de por sí explosivo: las costumbres de Darlene, una bellísima policía que con la excusa de su trabajo se dedica (por vicio, que no por odio) a la vejación sexual de cuanto inmigrante cae en sus manos.

                Hasta aquí parece sencillo, pero no. Porque la novela comienza con la muerte, en un ventisquero, de dos mujeres: la hermana del alcalde y una buena señora llegada desde Tulsa con la sana pretensión de hacerse con las riendas de la ciudad. Muerte peculiar, porque pasan a incorporarse a otras vidas, como personajes de novela y de serie televisiva, lugares desde los que se comunican con el presente. Un recurso retorcido, pero original y que da muchísimo juego, y que al mismo tiempo sirve para hacer una crítica de la cultura del best seller (a la que luego aludiré).

                Pero hay más: el hijo de la fallecida, un tipo con una nariz horriblemente fea, llega a Duluth convertido en rico heredero y no tarda en coquetear con la gente influyente: el alcalde, el cacique local dueño de todo lo que se mueve y la esposa de este, que a su vez es amante del “negro” que le escribe las novelas de éxito. Y todos rodeados de unos medios de comunicación serviles y paniaguados del poder. Añadamos el entorno del comisario (su ayudante Chico y Darlene, que pese a su violencia es de una inocencia que la hace caer bien), el del alcalde, los bajos fondos mejicanos que alientan una revolución contra las vejaciones (no contra la explotación), los negros cuyo líder está metido en el narcotráfico... reunamos todo eso y todavía faltará una pieza que retrotrae humorísticamente a numerosas imágenes de películas y novelas: el Dandy.  Nadie conoce su identidad, pero todos saben que el Dandy es el hombre más poderoso de Duluth y que nada se mueve en la ciudad sin su conocimiento y consentimiento; un tipo peligroso y misterioso pero que en la distancia aparece como la pieza que falta en un puzle de aspecto grotesco. Por si faltaba algo, hay una nave espacial recién caída en los alrededores de Duluth cuya posición va cambiando según una “ley ficticia” incomprensible a la que el autor saca un enorme partido.

                El mundo real y su conexión con otros mundos -unos “reales” y otros creación “artística”- así como la conexión entre el mundo terrestre y el extraterrestre, permiten hacer avanzar una historia donde las ambiciones individuales pugnan por abrirse paso a costa de los demás; el recurso a lo estrafalario y absurdo del entorno es genial, porque de otra manera se hubiera caído en la intriga, mientras que así la intriga es lo de menos, y lo de más es el espectáculo de gente yendo y viniendo, de información que llega por métodos poco ortodoxos pero que fluye manteniendo una acción en la que el lector, atraído por el vértigo del abismo moral, no deja de ver lo peor de cada cual .

                Podría explayarme citando muchos otros aspectos de la novela que me han llamado la atención, pero me voy a centrar en tres:

                La constante presencia del sexo, por acción u omisión, y que podemos encontrar en casi todos los personajes: la insaciable Darlene, el portentoso Big John, los complejos de Pablo, el matrimonio “abierto” de los Craig, las aventurillas y dudas que suscita Clive, incluso el propio alcalde, que acaba relamiéndose ante la conversión de Tricia (quien quiera saber quién es cada uno de estos personajes, que lea la novela). Es un sexo, además, instintivo, primitivo, violento, aunque el final de Darlene recuerda a los edulcorados finales del cine americano, que siempre terminan bien para el héroe aunque este sea un carnicero.

                La continua referencia al racismo y la xenofobia. Para los blancos de Duluth, que son también los pudientes, negros y mejicanos representan algo parecido a una plaga que, mientras no molesta, es tolerada en la medida en que se pueda sacar partido de ella. La presencia de la discriminación es constante: Darlene aprovechándose de los inmigrantes, la marginalidad de los negros incluido el ayudante del comisario, la forma en que todos están dispuestos a utilizar a negros y mejicanos incluso llevándolos al enfrentamiento y la destrucción, culminando con la postrera humillación de alguno cuando en nada afecta ya al meollo de la historia (pero que es necesaria para acabar de lanzar el mensaje de violencia estéril).

                Y (esto lo digo por deformación) la crítica al mundo del best seller y, por ende, de un sistema cultural donde el espectáculo ha sustituido al pensamiento. Dos escritoras de best sellers hay en esta novela. Una es una analfabeta casada con un hombre poderoso, que se limita a poner su nombre en lo que le escribe un “negro” que la domina manteniéndola en vilo sobre la suerte de uno de "sus" propios personajes. La segunda, Rosemary Klein Kantor, es una sátira de la producción en serie de novelas “de éxito”: una escritora poderosísima, dueña del entorno cultural de Duluth, pero carente por completo de imaginación, cultura y talento, alguien que jamás ha escrito una línea original porque sus escritos los elabora a través de una computadora con una enorme base de datos con 10.000 libros de los que va fusilando ideas y escenas.

                Insisto: una obra magistral de la crítica y el humor y, por tanto, de un humor hiriente, con un final "lógico" pero que parece un juego de magia.



Portadas de diferentes ediciones


jueves, 13 de febrero de 2014

Noticias de Gurb


          En Sin noticias de Gurb, ya un clásico de la literatura de humor, dos marcianos llegan a la Barcelona preolímpica. Uno de ellos, Gurb, adopta la forma de la cantante Marta Sánchez y desparece. El otro, su jefe, el verdadero protagonista, adopta también diversas formas a lo largo de la novela. Unas, fruto de su ignorancia; otras, consecuencia de erróneas percepciones; alguna, acertada; y una, incluso, involuntaria.

          Como complemento a la reseña de Sin noticias de Gurb, he aquí una relación “ilustrada” de las “máscaras” que el protagonista utiliza. Seguramente algunos lectores agradecerán poner cara y aspecto al personaje.



Más o menos con este aspecto comenzó el
marciano Gurb su periplo  por Barcelona

          La historia comienza el “día 9”. En ella Gurb se metamorfosea en Marta Sánchez, la cantante del grupo Olé olé. Más o menos en las fechas en que se publicó la novela la cantante  se independizó como solista. Por entonces se había hecho famosa tanto por sus canciones como por su físico, y dio mucho que hablar (no para bien) su actuación en la fragata Numancia para animar a las tropas españolas desplazadas a la Guerra del Golfo Pérsico, emulando muy a la baja, dijeron las crónicas, a la Marilyn Monroe que actuó para las tropas norteamericanas desplazadas a Corea.


El Conde Duque de Olivares, retratado por Velázquez.
En Sin noticias de Gurb, entre otras desdichas cae,
consecutivamente, en varias zanjas

          El día 10 el protagonista comienza la búsqueda de Gurb. Poco experto en las lides humanas, adopta una forma que le parece digna y respetable, y con la que le ocurren un buen número de desdichas impropias de quien ostentó por derecho propio ese cuerpo: el Conde Duque de Olivares.


Como somormujo, el protagonista sale bastante mejor parado que como Gary
Cooper, e incluso que como Ortega y Gasset
Bajo la apariencia de Unamuno escapa de comisaría un vivales
llamado Jetulio Pencas

          El día 11 prosigue la búsqueda. Tras hacer un vuelo de reconocimiento transformándose en somormujo, el protagonista se va por zonas poco recomendables bajo la figura de Gary Cooper vestido de sheriff, aunque la forma en que acaba no es precisamente la de ningún sheriff heroico. Más tarde, habiendo sido detenido, escapa de la comisaría transformándose en el filósofo José Ortega y Gasset (con esa apariencia acaba paseando en Pedralbes con esquís) y, ya de paso, transforma a su compañero de celda en Miguel de Unamuno  para que pueda también escapar.


Julio Romero de Torres nunca imaginó en qué libro acabaría.
Tampoco Pío XII debió de sospechar que un marciano con su físico abriría una
cuenta corriente con cinco duros

          El día 12 continúa la tarea bajo la apariencia del pintor Julio Romero de Torres, hasta que considera oportuno inspirar confianza y para conseguirlo adopta la del papa Pío XII.


Entonces conocido como Paquirrín, ahora como Kiko Rivera,
no es de extrañar que el protagonista adoptara su imagen al sentirse desamparado.
Quizá el Almirante Yamamoto también se hubiera sentido desamparado de haberse visto
arreglando los desperfectos de una pintoresca nave espacial

          El día 13 se produce una transformación involuntaria: viéndose en situación de grave desamparo, el protagonista se transforma en Paquirrín, hoy más conocido como Kiko Rivera, que entonces era un niño de seis o siete años. Siendo un bebé, su padre, el torero Paquirri, había muerto corneado por un toro. En la época de Gurb Paquirrín había salido ya mil veces en la prensa rosa en compañía de su madre, la tonadillera y viuda por excelencia Isabel Pantoja.

          Más tarde se produce un desaguisado tremendo en la nave espacial. Para intentar solucionarlo muta en el Almirante Yamamoto, que dirigió la flota japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.


En Sin noticias de Gurb, un/unos peculiares Duques de Kent
hicieron cola en una inmobiliaria para comprarse un pisito

          El día 14 el protagonista acude a una inmobiliaria para comprar un piso, y adopta la forma que considera más respetable: la del duque y la duquesa de Kent. Es la primera y única vez que el protagonista se transforma en dos personas a la vez, aunque Mendoza lo hace intervenir como un único personaje.


Cuando se quiso poner guapo para impresionar a alguna mujer, estos son los
modelos con los que probó el marciano

          El día 15 el protagonista ya se ha sentido atraído por las mujeres, de forma que ensaya varias transformaciones ante el espejo para ver cuál es más seductora. Sucesivamente se convierte en el tenista Manuel Orantes, en Viriato, Giorgio Armani y en el General de Ejército y Presidente de los Estados Unidos Eisenhower.



Nada más clásicamente estrafalario para ir por la calle que un traje de torero. En  concreto, Frascuelo II, de quien desconocía hasta su existencia y quien, por lo poco que he mirado, tuvo como mayor mérito ser hermano de Frascuelo. Con un marciano como el del libro, apostaría a que la elección por Mendoza de un segundón desconocido no ha sido inocente.
Es más: según me dice una buena experta en la materia, en el Cossio no figura ningún Frascuelo II.

          Día 16. Ante una excursión nocturna para ligar, el protagonista se acicala convirtiéndose en Frascuelo Segundo.

        Los días 17 y 18 no se menciona ninguna metamorfosis. Es uno de los vacíos de la novela, seguramente por cómo está escrita. Pero no tanto porque el protagonista deba adoptar alguna forma sino porque a falta de otra información y dado que el personaje en realidad es incorpóreo, el lector ha de suponer que en sus tribulaciones “humanas” sigue actuando con el último aspecto indicado. Así, hemos de pensar que es Frascuelo Segundo quien afronta las aventuras de estos dos días. Otro de los “vacíos” es que tanto en el bar el señor Joaquín y la señora Mercedes como los vecinos y la portera de la finca en la que vive lo reconocen sea cual sea su aspecto. Por cierto, en estos días también averiguamos que tenga la pinta que tenga, el protagonista conserva habilidades tales como andar por el techo.


Imaginarse un Pavarotti negro de cuarenta centímetros no es sencillo. Imaginar a Vázquez Montalbán en Casa Leopoldo lo es bastante más. Y luego, para tomar el fresco, vestimenta a lo Gandhi.

          El día 19 el protagonista  adopta diversas formas, sin ningún motivo en especial. Primero, la de un Luciano Pavarotti de raza negra; aunque enseguida sufre una notable mutación de su físico, pues su ser queda reducido a cuarenta centímetros, por lo que debemos imaginar un Luciano Pavarotti negro en miniatura. Más tarde adopta la forma del escritor Manuel Vázquez Montalbán para irse a comer a un restaurante del que este era asiduo: Casa Leopoldo (en la web del restaurante se dice que Mendoza también lo frecuentó). A continuación, como hace calor y quiere estar fresquito, se convierte en Gandhi.


¿Quién no ha ido de visita a un hospital con la pinta de D´Alambert?

            Día 20. Para ir a visitar a la señora Mercedes al hospital considera adecuada la figura de D´Alembert, el matemático y filósofo padre de la Enciclopedia. Como curiosidad, elabora una carta para la vecina (por cuyos huesos suspira) que firma como “R.S.V.P.” No, no es que el protagonista nos esté dando sus iniciales y ofreciendo pistas sobre su nombre. Se trata de una locución francesa (répondez s´il vous plaít) traducible como “responda, por favor”. Todo queda en Francia.


Habría que vestir de ninja a Gilbert Becaud para verlo como en la novela

          El día 21 es un tanto confuso. Todo el mundo rechaza al protagonista, lo que hace pensar que, sin darse cuenta, ha tomado un aspecto desagradable. No obstante, el único aspecto que toma es, al final del día, el del cantante francés Gilbert Becaud vestido de ninja. Lo adopta para visitar un antro de esos “de dudosa reputación” donde espera tener noticias de Gurb.


Alfonso V el Magnánimo. La figura ideal cuando uno quiere ser amable con quienes lo detestan

          El día 22 el protagonista sigue teniendo a todos sus vecinos en contra, por lo que decide agasajarlos para hacer las paces, y para ello adopta la forma de Alfonso V el Magnánimo. Bajo este aspecto es como se reencuentra con Gurb-Marta Sánchez.



Ser Tutmosis II ahorra mucho en servicios de enfermería. En cuanto a Ives Montad, se queda en Costeau con escafandra

          El día 23 una paliza le obliga a ponerse vendas. Para ahorrarse el trabajo se transforma en Tutmosis II o, mejor dicho y a la vista de sus palabras, en su momia. Con esa facha debe de seguir el resto del día, haciendo las labores del hogar, hasta que tras escribir una carta a Gurb entona una canción en francés queriendo, para ello, adoptar la forma de otro cantante galo, Yves Montand, aunque comete un error con el “Yves” y se transforma en el oceanógrafo Jacques-Yves Cousteau con escafandra y todo.


          La historia termina el día 24. ¿Con qué físico se despiden Gurb y su jefe del lector? Del primero algo puedo decir pero lo voy a callar porque no dejaría de ser dar noticias de Gurb. Del segundo, sin noticias.


lunes, 10 de febrero de 2014

Sin noticias de Gurb - Eduardo Mendoza



                En la breve introducción, fechada en 1999, de la edición que tengo, Eduardo Mendoza explica el proceso de creación de Sin noticias de Gurb (1991): fue una colaboración inesperada, por entregas, en El País, en el momento de la Barcelona preolímpica. Dada su lenta y concienzuda forma de escribir Mendoza normalmente hubiera rechazado el ofrecimiento, pero accedió en un momento de debilidad y/o por no tener otra cosa entre manos. Así nació el relato, que se publicó sin apenas revisar ni corregir, un trabajillo hecho por su autor para no durar más que los periódicos en los que veía la luz. Reconoce en él aspectos comunes con El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas, aunque sin sombra de amargura y sí pleno de la frescura y alegría que suele adornar lo que se hace para no perdurar.  Más tarde, publicar Sin noticias de Gurbs como libro, dice Mendoza, parecía algo abocado al fracaso: era una historia simple, poco original (las aventuras de alguien fuera de su mundo), muy local, muy ceñida a su tiempo, y para colmo ya publicada en el periódico de máxima difusión. Sin embargo, Sin noticias de Gurb ha llegado a ser su libro más vendido y traducido. Alguna vez he visto a Eduardo Mendoza citar la paradoja que para él ha supuesto siempre que sus libros más vendidos hayan sido los menos trabajados. Aunque en esas ocasiones la cara de no entender nada con que lo dice es más expresiva que sus palabras.

                Algo me voy a permitir añadir, que puede explicar parte de ese éxito: amparado en la ingenuidad del protagonista, Sin noticias de Gurb es la obra más gamberra de Mendoza. Eso sí: es un gamberrismo que no pretende molestar ni ofender, sino solo divertir, festejar la vida. ¿Cómo va a ser malo el resultado cuando un escritor de su talento y tan dotado para el humor se deja llevar por la osadía?

                Es la segunda vez que leo esta novela. La primera fue por curiosidad, por lo mucho que había oído hablar de ella. Ahora lo he hecho por placer y para hacer esta reseña sin necesidad de recurrir a mi escasa memoria.

Un aspecto  parecido al de Marta Sánchez a finales
de los 80 adoptó el marciano Gurb
antes lanzarse a "investigar" por Barcelona
            El argumento es de sobras conocido: una pareja de extraterrestres llega a la tierra. Uno de ellos, Gurb (ignoro si el nombre está inspirado en la barcelonesa población de Gurb, de algo más de 2.000 habitantes), para tomar contacto con los terrícolas adopta la forma de la cantante Marta Sánchez, entonces muy en boga por razones... no solo musicales; el primer contacto de Gurb se establece con lo que le parece un ser de mente simplicísima: un catedrático universitario. Por seguir la corriente a los terrícolas, Gurb se sube al coche con él y, acto seguido, se largan. Su compañero y jefe queda sin noticias suyas, y al día siguiente emprende la búsqueda del marcianito desaparecido. Ignorante de las costumbres terrícolas, el héroe de la novela incurre en un disparate tras otro tanto en el proceso de búsqueda en sí como en el de su paulatina integración entre los humanos. Y en eso consiste la obra: en una sucesión de gags y situaciones absurdas en las que a menudo la aplicación de la lógica implica una censura de aquellas cosas que han devenido irracionales para el conjunto por culpa de los intereses particulares.

                La forma en que está contado, como un preciso diario-informe entre el “día 9” y el “día 24”, donde se indica la hora y minuto de cada suceso, permite una lectura muy ágil. Casi cada párrafo es un chiste, y es imposible saber lo que nos vamos a encontrar en el siguiente. Si mil veces he dicho que el humor surge de encontrar una cosa donde esperamos otra, en Sin noticias de Gurb no hay manera de encontrar nada en su sitio, por lo que la sonrisa se lleva de principio a fin. Por eso es una obra magistral, por más que su organización y coherencia sea deudora del precipitado modo en que fue escrita; pero estos fallos bien se le pueden perdonar habida cuenta de que su finalidad, más que contar una historia, es divertirse con ella. Solo en una cosa hay que ir con cuidado: como el ritmo de la acción está marcado, literalmente, por el reloj, el lector hará bien en no perder de vista cada una de las horas que indica el protagonista, porque son numerosas las situaciones que hacen mucha más gracia cuando se sigue el detalle del minuto en que suceden.


                Dentro de los flecos sueltos, dos son los más llamativos: por una parte la rápida integración del protagonista, que pasa quizá demasiado bruscamente de ser tan ajeno a las costumbres humanas como para ingerir propinas, a ser plenamente consciente de la mayoría de los usos sociales; es decir, que pasa de la “aventura en la selva” a vivir en la “civilización” sin necesidad casi ni de recurrir a sus especiales poderes (que tanto juego dan, por cierto). El segundo es la apariencia del personaje: como asume identidades de lo más variopintas, a veces da la sensación de que Mendoza lo suelta por el mundo sin recordar qué fisonomía calzó el día anterior, lo cual produce alguna situación un poco confusa.

                De Gurb no sabemos nada, excepto que desaparece. La información sobre él nos llega con cuentagotas, a medida que el protagonista va rememorando y citando cosas. Así sabemos que el narrador es el jefe de una expedición marciana, y Gurb su ayudante y chico para todo; es decir, el pringadillo. Supongo intencionado que cause más problemas la desaparición del ayudante que del jefe. Tampoco creo inocente que la integración del marciano comience por algo tan español como el bar de barrio.

                De quien sí sabemos es del narrador. Es un marciano tan ingenuo y bien intencionado que dan ganas de tenerlo como mascota; si causa estropicios, lo hace en su afán de ayudar, de resultar útil o de no molestar; y solo se concede un egoísmo: el de caer rendido ante la belleza femenina, pero lo hace de forma tan idealista e ingenua que el pobre ni siquiera llega a “pillín”. Su debilidad por los churros, además, contribuye a humanizarlo.

                Los recursos humorísticos a que echa mano Mendoza son muchos. Desde la reiteración forzada como si de una exigencia científica se tratara (por ejemplo, las alusiones a la situación climatológica en los momentos más inesperados) a cierto humor negro (en la visita al hospital) o las palabras en cursiva, palabras que siendo normales para el lector suponen un descubrimiento para el marciano narrador, quien obliga al lector a ser más consciente del significado de las palabras, lo cual no deja de tener su gracia; aunque a veces, pocas, el marcianete confunde el uso de los términos, como cuando dice que “la madre de un cordero era...”. También utiliza las aclaraciones entre paréntesis que tanto juego le han dado con su detective innominado (como en el interrogatorio a la portera), la hipérbole (con el saldo de la cuenta, la compra compulsiva, la ingesta de churros o muchas cosas más), y, por supuesto, el absurdo, que tiene un papel importante incluso cuando quien actúa no es el marciano; alguno de esos recursos tiene inspiración clara, por ejemplo la muy jardelieana tarjeta de visita del tipo con el que comparte calabozo, que indica “JETULIO PENCAS. Agente mendicante, se echa el tarot, se toca el violín, se da pena. Servicio callejero y a domicilio.” Incluso, si se me apura, Sin noticias de Gurb tiene cierta influencia “mortadelofilemoniana”, porque las trazas con las que sale el protagonista a la calle no son ajenas al modo de actuar de Mortadelo. A título de ejemplo, entre otras muchas adopta la forma del Conde Duque de Olivares, de Gary Cooper, de Gandhi o de Pío XII.

Eduardo Mendoza
                Sí es cierto que, como Mendoza dice en su introducción, la novela está muy apegada al terreno y a su tiempo. Será imposible, con el paso de los años, que los nuevos lectores se hagan una idea de la magnitud de las obras de todo tipo en que se vio envuelta Barcelona para afrontar las Olimpiadas del 92 y de los trastornos que supusieron; y también esos lectores quizá lleguen a no entender la somera alusión a Alfonso Guerra, Maragall o Paquirrín. También hay ciertas críticas a comportamientos y aspectos que en su momento estuvieron muy en de moda, como la imagen del “yuppi”, del ejecutivo “superocupado” que parodia ya hacia el final de la obra. Y hay también críticas siempre vigentes, como las reflexiones sobre la riqueza y la pobreza, sobre la actuación de los políticos, o la referencia al mercado inmobiliario, siempre conflictivo.

                Como ya he dicho, Mendoza apunta a que escribió a salto de mata, sin apenas poder revisar, y eso se nota al final. Si durante toda la obra nos encontramos con una secuencia de hechos, hacia su término hay varias disertaciones totalmente fantasiosas (que constituyen los textos más prolongados), cuya gracia más está vinculada al absurdo absoluto que a ningún tipo de equívoco, como la historia de las ciudades subterráneas y la de la dominación de las razas.

                Y sí, Sin noticias de Gurb es deudora de El misterio de la cripta embrujada y de El laberinto de las aceitunas: escritas las tres en primera persona por un narrador sin nombre, que no deja de ser un inadaptado (por causas diferentes) y que fruto de su inadaptación no para de incurrir en comportamientos estrafalarios. Ambos personajes profesan, además, una admiración por las mujeres guapas que linda con la idolatría. Las acotaciones entre paréntesis son muy similares, como también lo son ciertas obsesiones. Pero, siendo deudora, es también distinta por su gamberrismo inocente, y porque no hay marciano que no permita el lujo de poder prescindir de la realidad, y Mendoza supo usar esa libertad. En cambio, en las dos primeras es el constante enfrentamiento con la realidad lo que hace grotesco al personaje.

              Una última cosa, anecdótica: Sin noticias de Gurb se lee de un tirón, de tan corta como es, pero hay algo que me llama mucho la atención: fragmentos que solo hace sonreír cuando se leen normalmente (por ejemplo, cuando el protagonista, para ligar, baja a pedirle cosas a la vecina), hacen carcajear hasta las lágrimas cuando se lee en voz alta (hora incluida). ¿Por qué? Es un misterio tan grande como el paradero de Gurb, pero quien haga la prueba no se arrepentirá.



jueves, 6 de febrero de 2014

Peores maneras de morir – Francisco González Ledesma



                Hace unos meses creí haber leído, muy a mi pesar, la última novela del inspector Méndez. Era lógico: no había más y un amigo, experto en las lides de la novela negra y policíaca, me comentó que Francisco González Ledesma (1927) incluso había llegado a hacer algo así como despedirse de sus lectores.

                Pero no. Méndez ha vuelto con Peores maneras de morir (2013). Aunque las vicisitudes del autor, con un ictus de por medio, hacen pensar que esta novela ha tenido un parto especial. Y lo cierto es que durante buena parte de la novela Méndez es menos Méndez. Le falta la ácida poesía de otras veces (o, mejor dicho, hay más acidez que poesía, como si la cosa se hubiera trabajado menos, como demuestra la insólita repetición del “rayo de sol” como elemento definitorio, por presencia o ausencia, de tantas cosas); la forma de investigar, de relacionar unas cosas con otras, es más corriente (por más que Méndez siga actuando a su aire); los personajes son mucho más blancos o negros en comparación con el gris habitual, e incluso se da un exceso de truculencia mezclado con un número de escenas de acción poco habitual.

                Además Méndez está fuera de su hábitat... en su hábitat. La Barcelona antigua ha cambiado (ya había cambiado antes, pero entonces Méndez al menos parecía vivir en sus recuerdos) y parece como si a Méndez le costara ejercer su especialidad: evocar.

                En cuanto a la trama, sigue uno de los mecanismo tradicionales. El lector sabe desde el principio quiénes son “los buenos” y quiénes “los malos”, con lo que la acción desplaza a la intriga, ya que todo se reduce a saber qué malos se saldrán con la suya y qué buenos se quedarán en el camino, así como el modo en que una y otra cosa sucederán. Cierto es, no obstante, que la idiosincrasia de Méndez está presente en cada página, hasta el punto de que su nostálgica visión del mundo que el narrador siempre ha hecho suya, en esta ocasión se traslada punto por punto a muchos de los personajes, que se expresan en la misma forma que ese narrador que siempre nos ha hablado desde la perspectiva de Méndez.

Francisco
González Ledesma
                El argumento es sencillo: dos muchachas, víctimas de un grupo dedicado al tráfico de mujeres para dedicarlas a la prostitución, consiguen escapar. La organización lanza un matón en su búsqueda, el cual consigue matar a una y, de paso, a otra muchacha que nada tenía que ver. A Méndez, cuando se topa con el problema, le dicen que ni acercarse, pero él, como siempre, actúa por su cuenta.  A quiénes debe enfrentarse lo sabe el lector mucho antes que el inspector, pero los criminales también deben enfrentarse a la “ley de la calle” de que tanto gusta Méndez, y que en esta ocasión se ejecuta a través de la muchacha que logró escapar. Esta chica es el enlace con los bajos fondos que precisa toda novela de Méndez, pero, como siempre, también hay un enlace a las altas esferas, porque quien está al frente de una mafia de esa naturaleza siempre acaba teniendo mucho dinero y, normalmente, buscando la respetabilidad. Por si algo faltara, una afortunada casualidad cierra el círculo de relaciones. De esta forma nos encontramos con una mafia persiguiendo a la fugada, con la fugada persiguiendo a la mafia, y con Méndez persiguiendo a todos aunque con el deseo de proteger solo a la parte más débil. El interés, como ya he apuntado, es la acción, porque intriga, repito, no la hay por decisión del autor.

                No estando a la altura de muchas de sus predecesoras, lo cierto es que esta novela se lee bien, por más que las diferencias apuntadas (que se mitigan hacia el final) no dejen de chirriar un poco, y quizá los más fervientes seguidores de Méndez echen a faltar la chispa de otras veces.

                Ojalá haya más novelas de Méndez. Pero quizá, acosado por la edad y la enfermedad, esta sea la última de la meritoria trayectoria de Francisco González Ledesma, uno de los grandes de este género en España. En cuyo caso habrá que preguntarse, por desgracia, y a la vista de su novela y de su final, si Méndez no hubiera podido tener mejores maneras de morir.