En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 28 de febrero de 2022

La posteridad

 


          Este invierno, con pocas semanas de diferencia he leído las declaraciones de dos escritores muy distintos, habituales best seller, uno bueno y otro malo (y quizá por eso algo amigos) con las que ambos respondían a sendas preguntas sobre su eventual paso a la posteridad. Ambos vinieron a señalar que eso ya no existe. Achacaron su desaparición a la dinámica de estos tiempos en los que la maquinaria del consumo impone un usar y tirar incompatible con cualquier concepto de permanencia. Por eso, cada cual con sus palabras, afirmaron que, una vez la espicharan, sus novelas apenas se venderían cuatro o cinco años. Después, el olvido.

          Yo, generoso que soy, les regalé algún momento más en la memoria: mientras el grueso de sus lectores siga en este mundo seguro que los editores pasan por caja en el quinto y décimo aniversario de su muerte, o cuando se cumpla el centenario de su nacimiento si se esperan unos años a morirse; eso sí, aunque serán celebraciones con cierta fanfarria en la prensa del grupo las cifras de ventas serán más que discretitas. Y luego, ya sí, el olvido.

Sin embargo, creo que la posteridad existe. En literatura como en todo. Y creo, también, que es un club tan diminuto que solo puede albergar a cuatro eminentísimos gatos. Como posteridad y memoria vienen a ser lo mismo, la dimensión de este club entre los clubs la establece la capacidad de la memoria colectiva, más chuchurrida que pimpante, limitada, y, por tanto, forzosamente selectiva; así que si unos entran otros acaban saliendo para instalarse en esa posteridad de segunda que son los tratados de literatura y sus pocos lectores. No puede ser de otra manera. ¿Verdad que hasta la mayoría de los lectores empedernidos tienen problemas para citar más de dos o tres docenas de autores verdaderamente «clásicos» sin detenerse a pensar? Y es que, si en el club de la posteridad cupieran tan solo tres o cuatro autores españoles por generación y otros tantos franceses, británicos, italianos, norteamericanos, sudamericanos y rusos, por citar solo lo más cercano de nuestro entorno cultural, necesitaríamos una memoria prodigiosa. Añadid los del resto del mundo y para retenerlos todos necesitaréis la memoria y el cabezón de un elefante africano.

Por eso me da que los escritores que he citado al principio, mientras decían lo que he contado pensaban que ni por casualidad van ellos a formar parte de semejante olimpo; pero como la vanidad es poderosa, antes proclamar la volatilización del club a reconocer estar a la intemperie tras la aplicación del «reservado el derecho de admisión». Tal gratuita coquetería tuvieron tanto el (frustrado) bueno como el (desvergonzado) malo. Coquetería, por cierto, que ya todo el mundo ha olvidado. Menos yo, evidentemente, pero es que tomé nota.




lunes, 21 de febrero de 2022

La cuenta atrás para el verano – La Vecina Rubia

 


Los libros firmados por personas ajenas a la literatura aprovechando la notoriedad obtenida por otros cauces no suelen causar entusiasmo a los lectores habituales. Con tantos libros y tan poco tiempo, leer implica elegir, y optar por quien jamás ha manifestado inquietud literaria alguna supone el riesgo evidente de topar con páginas que aprovechen la fidelidad a una imagen sin ofrecer nada meritorio a cambio.

No es el caso de La Vecina Rubia, sea quien sea, porque el personaje que ha construido en las redes se ha definido a través de su peculiar uso de lenguaje (que también es su principal fuente de humor), ha defendido activamente la lectura y ha escrito muchas pequeñas historias. La propia creación de un personaje así tiene algo de literario. La fama le ha dado una facilidad para publicar y difundir ganada a pulso, pero no creo que haya sido la principal razón para escribir, y más viendo que el libro ha sido ambicioso, a juzgar por su detalle y extensión. Otra cosa es el juicio que merezca el resultado.

          He leído este libro, también, movido por el silencio que sobre él mantienen los «guardianes de la cultura»; silencio que los sitúa voluntariamente de espaldas a lo que se lee, porque La cuenta atrás para el verano va camino de ser el libro más vendido en mucho tiempo, con cifras equiparables o superiores a los más importantes éxitos de los últimos años. Las elucubraciones sobre las razones de este silencio dan para otro artículo.

La novela, más que una extensión del personaje de las redes sociales es su cobertura, un complemento excelente, toda vez que amplía y detalla su mundo haciéndolo más comprensible y abriéndole posibles nuevos horizontes. Pero a su vez, para disfrutar de la lectura es conveniente (casi necesario) haber seguido en alguna red a La Vecina Rubia, cuyo perfil nació bromeando con el tópico de la «rubia tonta» ingenua y frívola pero sin ocultar el coco de una rubia lista; un perfil que hace un uso responsable de su capacidad de comunicación y es fiel a valores relevantes. Un perfil, también, que pese a su innegable éxito no ha caído visiblemente en la vanidad.

Una segunda advertencia: se impacientará y aburrirá quien busque una secuencia de hechos cuyo encaje conduzca a un desenlace. Esta novela no es un camino de un punto a otro para descubrir algo ignorado sino una ruta circular para disfrutar del paisaje. Es una especie de biografía emocional de la juventud: amistades, amores, desamores y afrontar la enfermedad y muerte del padre en un periodo que comienza en la adolescencia y termina en el comienzo de la treintena, todo en un entorno urbano y acomodado.

No recuerdo otro libro donde sea tan evidente aquello que estudié de chaval de la diferencia entre fondo y forma, lo cual creo que no es bueno, pero me facilita la reseña. 

Respecto al fondo, ya he dejado constancia del contenido. Que el libro haya interesado ya a decenas de miles o incluso a cientos de miles de lectores es un dato objetivo. Que además todo lector podrá revivir sosegadamente sus tiempos de adolescencia (en mi opinión esa parte es de lo mejor de la novela), creo que también. Que lo que se escribe interese a los lectores tiene un mérito enorme.

No es tan meritorio que esa «ruta circular» pase varias veces por el mismo sitio. Hay excesiva repetición de datos y las últimas cien páginas, aproximadamente, relatan una nueva amistad que se parece demasiado a las anteriores. El intencionado silencio sobre la biografía no emocional no ha ayudado a evitar esta impresión.

Hay otra cosa que tampoco me ha entusiasmado, pero sospecho que a muchas personas sí: casi cada situación da lugar a una reflexión que desemboca en una sentencia con sabor a consejo. Tanto sucede que emparenta el texto con el feelgood, por no decir la «autoayuda». Cuando alguien te da un consejo, se preocupa por ti; cuando te da trescientos, piensa que no eres muy espabiladico. Lo digo no porque la autora piense eso de sus lectores (es obvio que no), sino porque es la irritante sensación que he tenido cuando un golpe de humor me ha hecho olvidar lo peculiar del personaje y, antes de volver a recordarlo, he caído de cabeza en uno de sus consejos. Es lógica y esperada (y seguro que disfrutada por muchos) la presencia de esos consejos y posicionamientos sobre temas de actualidad, pues el personaje los prodiga en las redes; a fin de cuentas la gracia del asunto es que desarrolla su filosofía a partir de experiencias cotidianas y algo frívolas, como las narradas en la novela. No obstante, otros recursos usados en las redes han sido más dosificados.

En cuanto a la forma, esta narradora caricaturesca se dirige al lector como si dialogara con él con su peculiar modo de hablar, lo que no justifica algo que me resulta imposible soslayar (porque soy un tiquismiquis acostumbrado a revisar mis propios textos y alguna vez los de otros): el uso del lenguaje es ineficaz, abundan las redundancias en una misma frase o párrafo y también las repeticiones de datos, situaciones, diálogos y frases hechas. Puliendo esto al máximo (algo muy laborioso) se contaría exactamente lo mismo y la calidad mejoraría una barbaridad. 

Pero prefiero quedarme con lo mejor de la forma: el humor, que es también la razón de ser de esta obra y gracias al cual alcanza instantes brillantes. El humor de La Vecina Rubia está casi por completo vinculado al uso del lenguaje: los juegos de palabras y el corre que te pillo con los dobles sentidos son un derroche de ingenio; aquí sí tiene explicación el uso de frases hechas como parte del lenguaje coloquial para luego darles la vuelta. Otra brillante fuente de humor son las comparaciones, ágiles, ingeniosas y diáfanas. Para la posteridad (al menos para mí) queda la escena en la que la protagonista, tras una cogorza llorona, despierta en su cama con el rímel tan corrido por las mejillas que… parecía un mapache. ¡Lo que me reí con esa comparación! Es un humor más usado como defensa que como arma, el cual para mí es, con diferencia, el más inteligente, aunque no tanto por el ingenio que precisa sino por los fines que persigue: capear problemas, duelos y sinsabores. Lo menos humorístico, como es comprensible, es el tratamiento de la enfermedad y la muerte, pero esa parte es también, para mí, la mejor del «fondo».

  Por cómo se expresa en las redes, refiriéndose siempre a lectoras, es obvio que La Vecina Rubia ha escrito esta obra pensando en un público femenino. Da igual: yo me lo he pasado bien, y si (por «deformación profesional») no fuera tan tiquismiquis como he dicho, aún me lo hubiera pasado mejor.



jueves, 17 de febrero de 2022

Delta de Venus – Anaïs Nin

 



Si será insípida esta obra, formada por una serie de irregulares relatos eróticos donde algunos personajes aparecen en varios, que he sido capaz de leerla enterita sin haber llegado a recordar en ningún momento que ya la había leído hace años. Como soy de los que apuntan lo que leen, me di cuenta después, al apuntar la lectura. Cómo será Delta de Venus para que mi memoria –en la que siempre queda al menos un resto de cada lectura- no haya retenido absolutamente nada de aquella.

Hace bastante tiempo leí con fruición casi toda la obra de Henri Miller (de la cual no saqué nada en claro, aparte de disfrutar de su tumultuosa y grandilocuente verborrea), y de ello me quedó la curiosidad por conocer más sobre él y su entorno. De ahí que leyera Mi amigo Henry Miller, de Alfred Perlès (Bruguera) y comprara varios libros de Anaïs Nin (Henry y June, Invierno de artificio, Bajo la campana de cristal y Delta de Venus), de los cuales solo llegué a leer el primero porque, por algún motivo, se me pasó la fiebre henrymilleresca. Si hace unos días decidí leer Delta de Venus fue porque al verlo en la estantería sentí una especie de remordimiento por haber abandonado sin más aquellas lecturas. Y, obviamente, porque no recordaba haberlo leído.

A modo de prólogo se nos ofrecen varios fragmentos de los monumentales diarios de la autora en los que se alude a la génesis (en los años 40) de Delta de Venus, obra que se publicó en 1977 (el mismo año en que Nin murió, a punto de cumplir 74 años). Se trata de un origen peculiar: los relatos fueron escritos por encargo, pero no para su publicación, sino para ser leídos por un único cliente; un tipo adinerado que quería mucho sexo explícito y poca «poesía»; es de suponer que para homenajear a Onán. Nin se queja en el prólogo de que con tal condicionamiento no pudo reflejar la visión femenina del sexo, la cual, en las fechas en que escribió los relatos, era prácticamente inexistente en la literatura; y aún casi lo seguía siendo en 1977. No obstante, continúa Anaïs Nin en el prólogo, releyendo décadas después los relatitos sí encontró la suficiente visión femenina para justificar su publicación. Si así fueron las cosas en 1977 o fue solo un modo de pasar por caja, que lo juzgue el lector. A mí más bien me parece que los condicionamientos del cliente en aquellos lejanos años 40 se impusieron claramente a cualquier otra pretensión.

Lo cierto es que los relatos están muy poco trabajados (a fin de cuentas, el cliente no debía de ser muy exigente), con saltos inexplicados y alguna que otra incoherencia que parecen fruto del despiste y la falta de revisión; todos los personajes son planos e intercambiables (dentro de cada sexo, pues entre sexos los roles están bastante delimitados) como consecuencia de que la única actividad de la que tenemos noticia más o menos detallada, en todos ellos, es la del apareamiento; y, para colmo, los relatos son aburridos: un muestrario de diferentes prácticas (como si mostrar una u otra supusiera un gran cambio de un relato a otro) que incluyen incesto, sadomasoquismo, voyerismo, exhibicionismo, homosexualidad, sexo en grupo, fetichismo… sin que en ningún caso sea posible ni siquiera atisbar qué motivos conducen a cada situación ni qué consecuencias tienen. Los personajes de Delta de Venus ni piensan ni sienten. Si el sexo es algo que se practica con el cuerpo pero sucede en la cabeza, búsquenlo ustedes en otra parte. Y si lo que buscan es simple descripción, tampoco tengo buenas noticias: las descripciones de Delta de Venus han quedado obsoletas ante la galaxia de sexo visto o escrito al alcance de cualquiera.

El gran mérito de esta obra es su carácter pionero más que su inexistente fondo literario. Quien recuerde o investigue la polémica que en 1989 acompañó en España la publicación de Las edades de Lulú, de Almudena Grandes (polémica por el contenido de la obra y por haber sido escrito por una mujer) podrá imaginar lo que supuso el mucho más atrevido Delta de Venus en 1977. Y lo que podía suponer cuando se escribió, en los años 40. Una revolución. El mérito de Anaïs Nin fue romper barreras, ser pionera, atreverse a reclamar abiertamente la sexualidad femenina. Algo más importante para la sociedad como un todo que para el pequeño apartado que la literatura supone. Por eso Delta de Venus tiene más importancia como testimonio que como literatura. 




lunes, 14 de febrero de 2022

Un destello de luz – Louise Penny

 



Que las novelas de Louise Penny protagonizadas por Armand Gamache deben ser leídas en el orden de su publicación es un dato especialmente relevante a la hora de leer Un destello de luz, novela donde los desaguisados nacidos en la anterior, Un bello misterio, juegan un papel esencial.

Pero en Un destello de luz no destella ninguna luz, más allá de que Penny sabe atrapar la atención del lector y hacerle disfrutar de un universo (el de Three Pines y del propio protagonista) hogareño y ya conocido. En realidad, es la novela más peliculera de la saga hasta el momento, con diferencia. Tanto, que el lector que se ponga pejiguero con el realismo puede salir zumbado: la trama es inverosímil y los ingeniosos recursos de los buenos solo son comparables en su eficacia a la torpeza profunda de unos malos de maldad casi secular que parecen inteligentísimos y que, además, disponen de los medios más sofisticados. Hecha esta salvedad, Un destello de luz es una novela que se lee como se ve una película de acción: todo sabemos que aporrear siete malvados a la vez y darle un susto al octavo haciendo piruetas en el aire es imposible, pero al héroe se le perdona; eso es lo que sucede aquí: el lector que ha llegado a estas alturas de la saga lo que quiere es ver a Armand Gamache y al resto de los personajes metidos en vericuetos (pues dada su edad, sus kilos y su pacífico carácter no están para piruetas); si esos laberintos son realistas o no, tanto en su planteamiento como en el modo de salir indemne de ellos, es lo de menos.

Penny utiliza en esta novela un truco muy manido pero eficaz: contar dos historias (o, mejor dicho, dos casos) en paralelo. A diferencia de lo habitual, no acaban convergiendo, pero es que su propósito es otro y se ve desde el comienzo: llevar a Gamache a Three Pines, ese pueblecito imposible a solo un par de horas de la gran ciudad, un remanso de paz que no aparece en los mapas, donde todos los vecinos son solidarios, educados y afectuosos, el lugar donde se retiraría san Pedro si un día dejara su puesto de portero celestial, la población entre boscosas montañas donde el tiempo no importa y todo el mundo vive feliz, tranquilo, plácido, con inaudita calidad de vida, siempre calentitos en medio de la nieve y sin despeinarse, porque allí nadie pega un palo al agua como no sea por afición. Con decir que bastan unas docenas de vecinos para que sobreviva una librería… ¡Y qué reconfortante resulta que cada pocas páginas un personaje introduzca un ceporro de leña en la chimenea para calentarse (y calentar al lector) mientras al otro lado de la ventana nieva desde hace horas!

Como es también habitual en la novela negra, una de esas historias es «el caso» propio de la novela concreta y «el otro», el que corre en paralelo, tiene que ver con los protagonistas y proviene de novelas anteriores. Truquillo que, aparte de para dimensionar la novela a ciertos niveles, viene de perilla para fidelizar al lector.

La novela comienza con dos sucesos cuyo primer interés es evidente: ver cómo se las ingenia la autora para relacionarlos entre sí y con Gamache: una conductora parece sufrir cierta claustrofobia en un túnel, y una anciana, antigua conocida de una de las habitantes de Three Pines, va a ver a ésta y luego incumple su promesa de volver, tras haberse despedido con una frase aparentemente banal pero para ella significativa. Con el segundo de estos mimbres Penny pone un anzuelo tan potente que por momentos resulta insoportable para el lector no saber más, aunque el mérito de Penny es escaso porque recurre al burdo truco de que todos los personajes saben lo que hay y el lector lo ignora simplemente porque a la autora no le ha dado la gana contarlo y, con toda desfachatez, los personajes se enteran de las cosas delante del lector pero el lector sigue en la inopia; al desvelarse por fin ese «misterio» el caso relativiza su interés (realmente el asunto es algo grotesco) y éste comienza a centrarse en las cuitas de Gamache, quien, como ya le dicho, en lo personal y profesional salió de Un bello misterio con una fea certeza.

Una novela entretenida, poco ambiciosa en lo literario y cuya complejidad en la trama –que la misma autora menciona en los agradecimientos- se ha solucionado con una enorme cantidad de «licencias» y saltos en el vacío. Hasta qué punto Penny ha hecho lo que ha querido y no ha sabido hacer más o hasta qué punto ha sido esclava de no poder escribir un tocho de muchas más páginas (Un destello de luz alcanza las 530) es una duda razonable. Por cierto, la nota final de la autora no se corresponde con estos reparos: suena eufórica, como si hubiera alumbrado el novelón de los novelones.

Termino volviendo a lo peliculero: cuando todo ha quedado aclarado, el happy end posterior es una ñoñería horripilante propia de los infectos finales que en las más mediocres peliculejas sustituyen al «y fueron felices y comieron perdices».

Pero oye, aunque con cierta irregularidad, Un destello de luz engancha.



jueves, 10 de febrero de 2022

Novela de ajedrez – Stefan Zweig

 



Narrado en primera persona por un personaje del que solo llegamos a saber su nacionalidad –la misma que autor-, Novela de ajedrez cuenta una curiosa anécdota situada en un largo viaje en barco desde Nueva York a Buenos Aires en algún momento que la fecha de la publicación de la novela y alguna de las referencias que contiene permiten situar poco antes de 1941.

En el barco viaja el nuevo campeón mundial de ajedrez: un hombre joven, taciturno e insociable cuya historia conmueve al lector al menos hasta cierto momento. Semejante figura llama la atención de todos los que saben quién es. Lo complicado, dado el carácter del campeón, es hablar con él, cosa harto apetecible cuando todo el mundo tiene por delante varios días sin nada que hacer.

Entre los demás viajeros figura un adinerado americano muy pagado de sí mismo con el que el narrador llega a jugar al ajedrez en uno de los salones del barco.

A partir de aquí se producen una serie de hechos que llevan a la aparición, casi por casualidad, de un desconocido, el «señor B.», cuyas sorprendentes capacidades se basan en una dramática experiencia vital que solo el narrador –testigo que media entre el resto de los personajes y el lector- llegará a conocer.

Qué sucede entre los viajeros y el modo en que reaccionan a los hechos que suceden se acaba transformando, a los ojos del lector, en un feroz alegato contra el nazismo, una ideología capaz de convertir a los seres humanos en monstruosos donde hasta lo mejor de sí mismos pueda provocarles un sufrimiento atroz y peremne.

La novela es corta; el ritmo, magnífico; el lenguaje, elegante y sin afectación; pero sobre todo es concisa y sin nada superfluo: hasta la última palabra es importante y eso permite que la atención del lector sea máxima desde la primera frase hasta la última. Especial mérito tiene también la increíble manera en que Zweig crea mundos sin apenas descripción, simplemente provocando la evocación del lector.

Para quienes se animen a su lectura, Novela de ajedrez está publicada en Acantilado. Hay una versión en tapa blanda por 9,5 euros. Yo lo he leído en tapa dura, también en Acantilado, en un volumen de 46,55 euros que incluye nada menos que diez novelas cortas del autor. Un pequeño lujo que, si hacéis cálculos, sale barato.






lunes, 7 de febrero de 2022

La bombilla que flota – Woody Allen

 



Tercera obra de teatro firmada por Woody Allen (1935), obra a mi juicio prescindible.

La bombilla que flota (1981) sitúa su acción en una vivienda pobre de un barrio pobre de la Nueva York de los años cuarenta. Allí viven Max, un ludópata cincuentón acosado por las deudas; su esposa Enid, una curranta de campeonato que saca adelante a la familia pese a las zancadillas del marido, entre las que Max incluye la existencia de una joven amante; finalmente, están los dos hijos adolescentes, lanzados de cabeza al fracaso escolar y vital; uno de ellos, Paul, tartamudo, practica sin cesar trucos de magia.

Concebida como testimonio sobre el círculo vicioso de la pobreza (más que como un alegato contra ella), consigue que los personajes den pena, pero no llega a conmover lo suficiente al lector/espectador acomodado (y acomodados suelen ser quienes se permiten lujos como el teatro), que es más fácil, a la vista de la obra, que acabe más preocupado por eludir su eventual pobreza futura que por combatir ya la ajena desde su presente acomodado.

Cosa rara, a pesar de ser teatro La bombilla que flota puede leerse como una novela. Lo malo es que no es una novela muy interesante: al planteamiento que permite al lector/espectador saber quién es quién y de qué pie cojea cada uno sigue un largo pasaje en el que solo se ocupa el tiempo para desembocar, por fin, en un largo final en el que la ilusión por escapar de la pobreza crea bellas fantasías que animan al lector/espectador tanto como a alguno de los personajes. Uno de ellos, sin embargo, debido a su personalidad parece obcecado en sembrar su propia ruina. Y al final… Bueno, para no desvelar nada diré que vienen a la cabeza unos célebres versos de Calderón de la Barca, pero no por la calidad de la obra.

Para forofos de Woddy Allen.



jueves, 3 de febrero de 2022

La familia Martin – David Foenkinos

 



De las tres novelas que he leído hasta ahora de Foenkinos, quizá esta sea la que más me ha gustado, y eso que su modo de escribir de tan ligero parece hacer banales las historias que cuenta. Sin embargo, bajo esa ligereza y la sencillez del planteamiento de cada acción y del conjunto de la obra oculta una gran capacidad de resumen, concisión y, sobre todo, ideas clarísimas acerca de lo que se quiere contar.

El planteamiento, y no exagero, dura casi más en la sinopsis que en la novela: un escritor que no sabe sobre qué escribir decide, en un pronto, salir a la calle y contar la vida de la primera persona que vea, que resulta ser una anciana que, a su vez, tiene hijas, y las hijas maridos, hijos, etc.

Para lograr su objetivo, el escritor, un trasunto del propio Foenkinos que produce al lector la sensación de andar navegando con un pie en la realidad y otro en la ficción, debe entrevistarse con «sus personajes», pero dar testimonio de una realidad cuando ese mismo testimonio puede cambiar esa misma realidad transforma al testigo en parte implicada; o, dicho de otro modo, la actividad del escritor mueve resortes en la familia Martin y en él mismo que producen consecuencias inesperadas que, más allá del efecto sorpresa, permiten al lector reflexionar sobre los afectos, la valentía de ser uno mismo, el modo en que se aprovechan o desperdician las oportunidades o algo tan prosaico como a partir de cuando es inútil el «tarde» en el «más vale tarde que nunca».

La novela se construye ante los ojos del lector mezclada con las vacilaciones del escritor, que transmite sus dudas con un constante punto de humor, de ironía, de reírse de sí mismo. Y esa actitud se mantiene hasta el final, brillante, sorprendente y de una tristeza que ese punto de humor consigue transformar, en una sola frase, en melancolía.