En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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jueves, 6 de febrero de 2025

Música para feos - Lorenzo Silva

 


Que me gustan los libros de Lorenzo Silva lo demuestran los 19 títulos suyos que he leído. Lecturas que me autorizan a decir que solo le conozco un único registro, y que ese registro chirría en esta obra.

Como todo lo que recuerdo haber leído suyo, Música para feos está escrita en primera persona, pero con la singularidad en esta ocasión habla una mujer. El problema es que Mónica, la narradora protagonista, habla exactamente igual que todos los protagonistas masculinos de Silva y comparte también con ellos la visión del mundo y de sí misma. Me ha resultado casi imposible pensar que quien me hablaba era una mujer y no Bevilacqua o alguno de sus trasuntos, y eso me ha hecho un poco rara la lectura.

Solo he conseguido olvidar un poco esa molesta sensación en la segunda parte de las dos que pueden distinguirse en la novela. La primera es un poco lenta y no demasiado atractiva: Mónica, una mujer joven pero no muy hábil a la hora de conseguir echar un polvo tonto, se deja llevar por una amiga en la noche de Madrid y así conoce a un tal Ramón, cuarentón, que como tantos protagonistas de Silva (y aquí comparte protagonismo con Mónica) es un tipo más o menos duro y desengañado, siempre fiel a valores que tiene clarísimos y honesto. Tanto que, por si las moscas, su planteamiento ante el eventual revolcón no deja de tener su aquel paternalista y, hasta si se quiere, ridículo. Lo más destacado de este comienzo es que Ramón es en todo momento guardián de su misterio: contigo pan y cebolla, pero no información. Es así como Mónica se enamora de un desconocido que sigue siéndolo aunque pasen los días y los encuentros.

La segunda parte es la mejor, a mi juicio, pero no tanto por lo que cuenta o cómo lo hace sino por las reflexiones que surgen al final del misterio. Reflexiones al hilo de dilemas morales. ¿Cuáles? Pues los que deben afrontar las personas cuyo trabajo consiste en ejecutar el mal menor. La elección suele estar clara desde fuera, pero cuando uno debe ser el artífice puede no estarlo tanto ni para él ni para quienes le rodean. O, lo que es peor, puede estarlo claro para él y no para quienes le rodean.

Al finalizar la lectura, el lector puede pensar que esta obra es un pequeño alegato en favor de esta gente que asume estos dilemas en beneficio de una sociedad que desde fuera lo ve claro porque no asume los costes que sí recaen sobre esa gente, y seguramente no iría desencaminado. 

Esas reflexiones, interesantes, son la esencia de esta breve obra que se lee muy rápidamente. Desde luego más interesantes que la trama y los personajes, siempre un tanto acartonados por no acabar de encajar (ella) en el registro único al que al principio me he referido.

        El título se debe a un elemento tangencial y no definitorio: la música que los dos personajes comparten a través de internet, aunque también podría uno pensar en cómo de guapo o feo has de ser si te gusta la melodía de la vida de Ramón.


jueves, 9 de noviembre de 2023

Púa – Lorenzo Silva

 



Buen libro de Lorenzo Silva, bien escrito, bien estructurado, ya premiado cuando escribo estas líneas y, en el momento de su publicación, muy esperado por la temática que aborda: la guerra sucia contra el terrorismo. O, dicho de otra manera, el terrorismo de estado. Que un autor buen conocedor y defensor del mundo de la Guardia Civil trate este tema tiene un interés evidente.

Dicho lo cual, cualquiera de los lectores habituales de Lorenzo Silva, entre los que me cuento, reconocería este libro como suyo aunque su nombre no apareciera por ningún sitio, ya que el tipo de personaje y el tono es en todo similar al de muchas otras obras del autor. Escrito en primera persona por el protagonista, un hombre maduro (cada vez más maduro, como el propio Silva) que habla directamente al lector siempre haciendo balance, siempre con una mirada desengañada y en cierta manera conformista o, mejor dicho, resignada. El autor vuelve a usar un tipo de protagonista  que no va de nada, pero que en cierta manera es un «duro» porque es fiel a su filosofía de vida; un tipo de personaje, también, tan dado a la autocrítica, la autoflagelación y el autodiagnóstico síquico que, sean cuales sean sus errores y culpas (y en este caso Púa no es ningún santo) el lector no puede sino solidarizarse con él o suscribir la crítica visión que da de sí mismo. Por último, Púa es –como esos otros personajes del autor- sensible a los encantos femeninos, pero capaz de dominar la tentación incluso cuando más fácil tiene caer en ella; un hombre que ni se cree un galán guaperas ni ejerce de tal, pero que acaba resultando atractivo a la dama más bella que transita por las páginas.

Dado que, como he apuntado, el protagonista se presenta y enjuicia él solico de modo contundente pero bastante sensato, para la valoración del lector queda, sobre todo, el argumento, que en Púa es doble: siendo el protagonista un caballero que participó activamente en la lucha contra el terrorismo, primero trabajando en «información» y luego participando activamente en el desarrollo de la guerra sucia, queda claro que el buen señor anda por los aledaños de los servicios secretos. Tan secretos que ni se mencionan más que eufemísticamente. Tan secretos que nadie tiene nombre, sino apodos. Tan secretos que ni deben preocuparse por el dinero, pues mientras cumplan su función el suministro fluye como caído del cielo. Pero me he ido por las ramas: la primera pata del argumento es el presente: Púa es un señor ya retirado de esas correrías, que lleva una vida gris y solitaria cuando se ve reclamado con un antiguo compañero, el compañero, para encarrilar, por la vía de los hechos, cierto asuntillo que se le ha ido de las manos y que él ya no puede solucionar. Esto da pie al protagonista a explicar por qué conoce los métodos que utiliza, por qué está dispuesto a utilizarlos y por qué es fiel a ese antiguo compañero, lo cual abre la puerta e explicar su propia vida.

Así es como la historia va alternando presente y pasado: el lío en el que se mete hoy y el mundo en el que se metió hace décadas. El primero de esos hilos desarrolla una trama cuyo interés para el lector es averiguar quién y por qué. El segundo, independiente, permite al lector saciar su curiosidad echando un vistazo al pasado y a métodos y organismos que solo por ser «secretos» ya tienen ganado el interés de todos. Si ambos hilos acaban confluyendo (como es típico en las novelas con doble argumento) o no, lo sabrá quien lea Púa.

No tan en primer plano queda el entorno de la acción, lo cual no impide que el lector lo capte y comprenda su importancia. De una época, años ochenta, en la que los sucesos y medios disponibles encuentran en la guerra sucia una vía de escape lo mismo para intentar combatir el terrorismo que para acallar las voces más críticas (e involucionistas y todavía influyentes en ciertos ámbitos) con la impotencia del Estado ante estos delitos (lo cual implica no poca comprensión hacia «la razón de Estado», eufemismo que ha cobijado un sinfín de tropelías) pasamos, de un capítulo a otro, a otra época, el presente, en la que los medios, la capacidad de acción y la ausencia de riesgo de involución permiten una lucha legal contra el terrorismo mucho más efectiva, al margen, claro está, de que la propia dinámica social, la pervivencia de la democracia, ha arrasado las bases de un terrorismo autojustificado en su origen en la lucha contra la dictadura; una situación, la del presente, en la que la guerra sucia ni al más tonto puede parecerle ya una salida lógica, ni tan solo una salida desesperada o una última solución, sino una barbaridad, un delito monumental y una equivocación colosal.

El entorno ha cambiado tan radicalmente en tan pocos años que quien no se siente cambiado e identificado con el presente está fuera del mundo, prisionero del pasado, como es el caso de Púa; y quien sí lo ha hecho, bien puede suscribir las palabras de Neruda a su amada: «nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». 








lunes, 14 de noviembre de 2022

La llama de Focea – Lorenzo Silva

 



Cuando un personaje alcanza la proyección de Rubén Bevilacqua se abre la oportunidad, que Lorenzo Silva ya aprovechó en la anterior novela de la saga, de dar a conocer el pasado de alguien que (cómo dudarlo con tantas novelas de éxito detrás) interesa a los lectores.

Si en El mal de Corcira supimos de las andanzas de Bevilacqua en el País Vasco en sus inicios en la Benemérita, en La llama de Focea sus recuerdos se remontan a su pasado inmediatamente posterior, con el traslado a Barcelona. La técnica en ambos casos es similar: el delito sobre el que Bevilacqua debe trabajar –un presente que transcurre a comienzos del otoño de 2019, cuando está a punto de conocerse la sentencia del procés– trae a su cabeza –viajes mediante- los recuerdos de aquella otras época, en la Barcelona  de finales del siglo XX, conflictivos en lo personal y en lo laboral; de esto último algo supimos ya en una novela muy anterior, La marca del meridiano, por lo que es lo personal lo más llamativo en esta ocasión. La descripción de los sentimientos que produce la infidelidad en quien traiciona a su pareja me ha parecido especialmente lograda. Y el detalle de un par de epifanizaciones ante un antiguo «amor imposible» tras muchos años de incomunicación también tiene su puntito para reflexionar sobre madurez e inmadurez y sobre las películas que cada cual se monta con su pasado cuando se ve perdido en su futuro.

La llama de Focea comienza con el asesinato, en el Camino de Santiago, de una joven que resulta ser hija de un corrupto barcelonés devenido independentista y con contactos de lo más dudosos, que lo mismo pueden servir –duda todo el mundo, incluido el lector- para llenarle el bolsillo que para alborotar el cotarro político y callejero.

Como es marca de la casa, la investigación tiene un elevado tono realista en la que los tiempos los determinan los procedimientos periciales, y entretanto los días son aprovechados por Bevilacqua, Chamorro y compañía para recabar las pruebas testificales. La investigación suele seguir un camino lógico que conduce a unas conclusiones lógicas (y poco sorprendentes, porque pronto se ha identificado el rumbo), pero Silva ha tenido la capacidad de mantener la sorpresa no jugando con los procedimientos policiales –que mantienen su halo de realismo- sino complicando la realidad que esos procedimientos investigan, lo cual provoca unos giros finales sorprendentes y que se agradecen, a pesar de la no tan realista entrevista final entre el protagonista y cierto señor que conocerá quien lea la novela (sobre esto me pregunto si no volveremos a saber de este caballero en el futuro).

El crimen se comete en el Camino de Santiago, pero la protagonista es Barcelona. Me ha parecido estupendo, porque una ciudad es más evocadora a los propósitos que se persiguen. Uno de ellos, no menor, es abordar un tema que ahora está bastante chuchurrido en comparación con hace un lustro (y más tras ser aplastado por la pandemia) pero entonces provocó una tensión social sin precedentes en la democracia: el procés; esa cosa que nadie sensato creía posible, defendible ni deseable, pero que, ante el silencio de la sensatez, acabó siendo creíble para cientos de miles de personas que con tanta fe como ausencia de razonamiento creyeron también que las reglas democráticas se pueden modificar e improvisar «a instancia y en interés de parte». El caso es que en medio de una conmoción social desconocida al menos por dos generaciones se declaró la independencia, y quien había promovido y liderado el chusco camino que condujo al desaguisado, en lugar de tomar ni una sola disposición al respeto tras la declaración, en lugar de lanzar arengas solemnes y emotivas, en lugar de hacer llamamientos a unos y otros para intentar allanar el camino a la prometida nueva realidad, en lugar de intentar ser uno de esos líderes cuyas futuras estatuas los representan mirando al horizonte donde se vislumbran sueños e ideales, en lugar de todo eso, digo, el hombre se largó a tomar vinos por su ciudad para a continuación, y sin solución de continuidad, poner pies en polvorosa por si las moscas. Trágico y sin épica. Berlanguiano. Quiso el aprendiz de brujo parir una tormenta de truenos y, cuando toda la sociedad se disponía a afrontar el temporal, el héroe se tiró un solemne pedo. Tras el cual, en lugar de llorar de impotencia, se fue de copas con una sonrisa de a oreja a oreja, como si no hubiera esperado otra cosa de sus conjuros. Y adiós. En cualquier caso, sea como sea, aquellos meses fueron un desastre para toda la sociedad española. Sigue habiendo cafres en todos los frentes, pero quiero pensar que unos cuantos han abandonado sus posicionamientos radicales al haber advertido que la democracia no es un sistema para que quien tiene la mitad más uno de los votos haga lo que le dé la gana, sino un mecanismo para garantizar la convivencia entre quienes tienen ideas y pretensiones distintas e incluso incompatibles. La democracia no tiene por principal objeto dar satisfacción a sueños ideológicos, sino permitir la convivencia. Silva deseaba meterse en este jardín, como en la novela anterior lo hizo con el tema de ETA, y lo ha hecho poniendo en boca de su personaje una serie de reflexiones a mi juicio bastante sensatas que apelan al sentido común y, sobre todo, a la necesidad de informarse, de conocer bien el pasado, de conocerse a uno mismo y de conocer al otro. Difícil es la convivencia cuando nadie se molesta en conocer las razones de nadie. Ni siquiera las propias.




lunes, 29 de noviembre de 2021

El mal de Corcira – Lorenzo Silva

 


 

              Dentro de la saga de Rubén Bevilacqua, El mal de Corcira es, posiblemente, la novela más ambiciosa. En lo literario va más allá que las anteriores –de evolución casi siempre lineal- al confrontar presente y pasado de varios personajes junto a importantes saltos en el tiempo que no afectan al fondo; por otra parte, dentro del género negro supera la voluntaria limitación de otras novelas de la saga, que se ceñían al procedimiento policial para mostrar el máximo realismo; El mal de Corcira, en cambio, apuesta por mezclar equívocos –aunque también realistas- que implican pasos adelante y atrás de modo que la intriga crece con intensidad sin quedar reñida con el realismo; y, por fin, las circunstancias de la víctima le permite a Silva avanzar en otro frente, el más relevante y ambicioso en esta novela: el social. De modo tangencial pero importante se trata la homosexualidad de modo normalizado, pero, sobre todo, se aborda la existencia de ETA haciendo un repaso –a través de los recuerdos del protagonista- muy interesante de vivencias y procedimientos que muestran el grado de entrega y sacrificio que exige la lucha contra el terrorismo.

Este último aspecto es el que ha caracterizado la novela ante el público y casi con toda seguridad abordarlo era el objetivo de Lorenzo Silva. En algunos sitios se ha afirmado o insinuado que esta novela pretendió aprovechar el éxito de Patria, que habría abierto la veda del tema. No sé si es así, pero da igual porque no sería ningún crimen sino algo bastante lógico, comercialmente hablando, y dada la relevancia del tema tampoco puede decirse que sea propiedad de nadie. En cualquier caso, ambas obras solo tienen en común –además de ETA al fondo- que seguramente su publicación hubiera sido imposible, o al menos muy polémica, antes del fin de la violencia etarra.

Por lo demás, cualquier otro paralelismo resulta cuestionable o, directamente, absurdo. El mal de Corcira es deudor de su protagonista, por lo que no puede sino abordar la cuestión desde su óptica: la de un guardia civil directamente involucrado en la lucha contra el terrorismo que, además, cuenta la historia en primera persona. El resultado es muy interesante, pero, lógicamente, es más un retrato corporativo que social; cualquier visión, lo mismo la de la Guardia Civil que la de los terroristas o la sociedad, se hace a través de los ojos del protagonista.

¿Puede ser que Silva haya querido dar una visión más amplia que la que podía proporcionarle el personaje y haya expresado a través de él sus propias opiniones? Puede ser. Que la visión sea más la del escritor que la del personaje justificaría la sensación que he tenido de que Bevilacqua cuenta las cosas «desde fuera» y con cierta rigidez, con atrevimiento, pero con los recuerdos de 1992 encorsetados en la realidad de 2019 o 2020. Es la única crítica que se me ocurre hacer.

Yendo ya al argumento en sentido estricto, la cosa comienza con el asesinato en Formentera de un caballero que resulta ser un antiguo etarra, lo cual, por si las moscas, provoca la intervención de la unidad de Bevilacqua y desencadena los recuerdos que se van intercalando con el presente.

              Así vemos los procedimientos de investigación actuales frente a los procedimientos (de información) de los años 90. Dos mundos muy distintos detallados hasta producir una intensa sensación de realismo y que resultan apasionantes, sobre todo los segundos. El lector tiene ante sí en todo momento tres zanahorias: el interés que suscita el crimen concreto investigado, los modos de actuación en la lucha contra el terrorismo en los años 90 y, por fin, qué diablos le sucedió o dejó de suceder a Bevilacqua entonces, asunto pendiente desde el inicio de la saga. No defrauda.

              Como se ve, hay varias lecturas posibles de este libro, y todas compatibles. Por un lado, es una novela negra o policial y como tal puede leerse. Por otra, tiene un componente histórico muy atractivo para todos los que hemos vivido los años del terrorismo (de hecho, varios episodios y personajes son de inspiración claramente identificable) y, finalmente, tiene una lectura social (o política, pensarán algunos) por el posicionamiento de Bevilacqua o del autor a través de su personaje.

              Las dos primeras lecturas son interesantísimas y meritorias y la tercera, no siéndolo menos, es la que más división de opiniones ofrecerá. A mí me pareció valiente, pero un amigo «benemérito» me dijo que era un libro «demasiado equidistante». A saber. Lo que sí es, es una postura con sentido común y que intenta no dejarse llevar por las emociones. Quizá sea eso lo que lo hace más raro.

              Leedlo.


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lunes, 17 de mayo de 2021

Lejos del corazón – Lorenzo Silva

 


 

              Excelente novela de Lorenzo Silva con una trama interesante, realismo en los procedimientos policiales que aporta conocimiento y no exhibición, un escenario espectacular  que casi toda España desconoce, y una buena dosis de información enriquecedora sobre la delincuencia y negocios oscuros vinculados a la explotación abusiva y especulativa de lo electrónico.

              El escenario es de una complejidad abrumadora: Gibraltar y alrededores. Cuando estar solo unos metros aquí o allá, por tierra o por mar, implica cambiar una legalidad moderna por otra muy parecida a la alegalidad, con un puerto, el de Algeciras, donde a diario recala un volumen ingente de mercancías procedentes de todo el planeta, donde convive el lujo de lugares como Sotogrande con zonas de paro rampante en las que el contrabando es medio habitual de vida y donde, además, la cercanía con África –y consecuentemente, otros regímenes legales- provoca todo tipo de movimientos económicos interesados, contrabando y, también, movimientos de personas, de inmigrantes que se juegan la vida y de mafias que comercian con esas vidas. Características, concentradas en poquísimo espacio, que atraen actividades no demasiado santas, que se mueven entre el lavado de dinero, la ocultación de fondos, el traslado artificial de beneficios y la domiciliación de actividades de difícil localización vinculadas al mundo electrónico –desde la prestación de servicios legales a servicios ilegales pasando por otras tan peculiares como la minería de bitcoins-, todo lo cual transcurre ante las barbas de las autoridades: las de un lado, que combaten las prácticas ilegales y las del otro, que mantienen una apacible actitud contemplativa que se parece mucho a la colaborativa. Autoridades, sobre todo las primeras, sometidas a la presión de que todo conflicto puede tener consecuencias en las relaciones internacionales. En este ecosistema, cómo no, florecen abogados e intermediarios, reyes del eufemismo, que ganan dinero a espuertas organizando tinglados para delincuentes de todo el mundo mientras se lavan las manos con el jabón de una legislación cuya única finalidad es atraer los fondos de la delincuencia para vivir de ellos en un territorio tan artificial y diminuto que no podría vivir de otra cosa. Abogados que si bien no son delincuentes según la legislación de esos territorios, moralmente lo son. Y, pululando por ahí, el turismo, la gente que se rasca la barriga y se deja los dineros en medio de todo este lío sin enterarse de nada. En resumen, el caos del mundo moderno concentrado en pocos kilómetros cuadrados.

              Lo que hasta allí lleva a Bevilacqua y Chamorro, los guardias civiles que protagonizan la que hasta ahora es, si no me equivoco, penúltima novela de la saga, es el secuestro del joven propietario de una empresa de servicios informáticos.

              La novela avanza con una sensación de realismo notable. Nada de investigadores pitos, sino equipos amplios que cubren una cantidad de trabajo considerable, la mayor parte tedioso; nada de ir hilando hábilmente datos, sino que lector puede ver cómo se lanza una red a la búsqueda de información y, mientras llega la importante –si es que llega- se va trabajando la más a mano. Vemos, también, y suele ser lo más interesante, el modo en que se reconstruye la vida de la víctima como modo de llegar al culpable, algo especialmente complicado cuando la víctima se dedica a menesteres que exigen discreción. Vemos, y tampoco es poca cosa, que también hay que entender la realidad en la que operan víctimas y verdugos, lo cual puede ser no poco complicado. Y vemos con cierto escalofrío, por último, el modo en que la tecnología puede utilizarse en contra de las personas. Lorenzo Silva ha conseguido que su novela aporte una importante dosis de conocimiento sobre temas que afectan a todo el mundo y de los que casi nadie sabe nada, lo cual facilita no poco la falta de reproche social a ciertos delitos.

              Y para los lectores habituales de la saga, todo esto viene aderezado con la presencia de un mando de la Guardia Civil que, por haber compartido con Bevilacqua «experiencias iniciáticas» en el País Vasco mantiene con él una relación de confianza y camaradería. Aunque quizá es un personaje un tanto sobreactuado, imprime fuerza a la novela (el contrapunto a la frialdad de la tecnología bien puede ser un humano soltando juramentos y que no hace ascos a ir en línea recta). Al finalizar la novela Silva consigue, además, mezclar el realismo al que antes he aludido con el factor sorpresa, que tanto se agradece en una novela de este tipo. Y, para colmo, no sé si en respuesta a la infinidad de veces que Lorenzo Silva había debido de responder a si alguna vez ha habido «algo» entre Bevilacqua y Chamorro o en respuesta a su propia apetencia, quienes hemos leído todas las novelas anteriores de la saga salimos de dudas al respecto.

                      Quizá lo que aparece menos esbozado es el equipo habitual que acompaña a los protagonistas. No supone ningún problema para quienes hemos leído las novelas anteriores, que nos hemos ahorrado reiteraciones, pero quien aterriza en esta sin ese bagaje quizá se sorprenda de la naturalidad con que se da por hecho, por ejemplo, que Salgado es como es, y le cueste un poco darse cuenta de cómo es.

              Como siempre, el narrador es el propio Bevilacqua, que, con su peculiar humor un tanto gruñón y sarcástico, se dirige al lector en primera persona expresando constantemente dudas, vacilaciones, temores y, sobre todo, consideraciones de andar por casa, pero no poco agudas, que tienden a hacer un juicio crítico de la sociedad y, también, cierto reconocimiento de la impotencia del ser humano ante el paso del tiempo y de la vida. Y es que Bevilacqua va cumpliendo años y ya ve cerca la jubilación.

              Para mí, una de las novelas más interesantes de la saga.



sábado, 19 de diciembre de 2020

Tantos lobos - Lorenzo Silva

 


 

              Ni el lobo más tonto queda hambriento en un mundo lleno de Caperucitas, aunque como hay tantos a veces resulta complicado saber cuál de todos se ha merendado a la pobre.

              Los cuatro magníficos relatos que forman este libro, escritos en diversos momentos del tiempo, no requieren haber leído ninguna de las andanzas previas de Bevilacqua y Chamorro, que también protagonizan estas historias.

              Al igual que algunos otros escritores del género negro, Lorenzo Silva ha decidido que sus chicos también pueden enfrentarse a casos donde la complicación investigadora es mínima porque basta con aplicar el protocolo para obtener resultados rápidos, lo que no da pie a novelas pero sí relatos donde el interés radica en conocer a los personajes implicados, en si puede avanzarse algo hasta que las pruebas sometidas a examen hablan por sí solas y, sobre todo, en conocer y comprender los motivos de los crímenes. Con este proceder, Lorenzo Silva nos ofrece cuatro espléndidas historias que retratan de modo impecable a la juventud actual, en cuyo mundo no falta la violencia ni las frustraciones y carencias culturales, económicas y emocionales que la causan, y en el que las redes sociales y, en general, las relaciones telemáticas, constituyen una realidad paralela en la que las nuevas generaciones viven y conviven con la misma naturalidad, desenfado e inconsciencia con que lo hacen en la «realidad real», pero con frecuencia sin llegar a advertir que cada una de esas realidad tiene normas y peligros diferentes.

Un libro que, frente a la novela negra habitual, es todo un baño de realidad. De la única existente.




lunes, 20 de julio de 2020

Donde los escorpiones - Lorenzo Silva




        A quienes hemos leído todas las novelas anteriores de Bevilacqua y Chamorro, Donde los escorpiones tiene que parecernos, necesariamente, una obra de tránsito, porque ni puede ser un final ni un principio en la peripecia vital de ambos personajes. ¿El motivo? Lo ajeno del caso y del entorno a su trabajo cotidiano.

        Un militar español ha aparecido muerto en la base en Afganistán que las tropas españolas comparten con otros países. La Guardia Civil hace allí funciones de policía militar y también de policía judicial, y allá que mandan a Rubén y Virginia.

        Las posibilidades de investigación son limitadas por el estatus de quienes no son españoles y por las dificultades burocráticas y prácticas que la distancia del caso imponen. El entorno también implica una limitación añadida: todos, incluidos los protagonistas, están más o menos confinados en el recinto de una base que es un oasis de pequeñas comodidades en un territorio de clima extremo y recursos pobrísimos. También el lector queda confinado en la base, pues Silva sabe transmitir la incómoda mezcla de las sensaciones de encierro y seguridad frente al acuciante peligro de la libertad de movimientos. Sin embargo, hasta llegar a este escenario una parte significativa de la novela la constituyen los preliminares en España, y esta parte quizá se hace un poco larga porque es tan evidente para el lector dónde va a transcurrir el meollo que es difícil transmitir la impresión de que algo relevante puede suceder antes de emprender el viaje.

        Además de una novela policial, Donde los escorpiones es sobre todo una interesante mezcla entre el relato de un viaje peculiar y el testimonio de unas condiciones de vida –las de las bases militares multinacionales- que muy poco tienen que ver con lo cotidiano. Unamos a eso un entorno militar que quizá sorprenda, desconcierte o distancie –a saber- a los lectores poco familiarizados con el gremio y la suma de tanto alejamiento es la sensación, que ya he señalado al principio, de que esta novela es algo aparte en la serie.

        Pero la ruptura con los casos y el entorno nacional y social tradicionales no es un punto en contra de la novela, sino su principal virtud. El atractivo de Donde los escorpiones es, precisamente, lo que tiene de testimonio de un trabajo, el del ejército español fuera de nuestras fronteras, poco conocido y reconocido. Una novela que, solo por eso, enriquece más que otras de la serie que, por su trama, quizá puedan resultar más entretenidas y hasta divertidas.

        Lo que no cambian son los protagonistas: siguen su lenta, resignada y algo gruñona evolución hacia la vejez. Como Lorenzo Silva optó desde el comienzo porque Bevilacqua y Chamorro se definieran por sus valores e ideas, sus diálogos, reflexiones y admoniciones no sorprenderán a ningún lector habitual, lo cual me hace pensar en esos otros personajes, como Salvo Montalbano, que, con un carácter más impulsivo que reflexivo acaba definiéndose por sus acciones, lo cual facilita al autor provocar acción y golpes de efecto, aunque también aboca a un tipo de planteamiento de la novela que no es el elegido por Lorenzo Silva, quien, a diferencia del ejemplo que he citado, cuida el realismo de las investigaciones en cuanto a los pasos a dar y al orden en que se dan. Bevilacqua y Chamorro solo suelen salirse del protocolo al final, y solo por exigencias del guion.




domingo, 3 de noviembre de 2019

Los cuerpos extraños - Lorenzo Silva




              Imputados por corrupción en el gobierno autonómico, en el parlamento autonómico, en todas las diputaciones provinciales y en los principales ayuntamientos. Ninguna institución relevante en la Comunidad Valenciana se salvó. Con la cúpula de todas ellas con esos problemillas, el «caso aislado» más parecía la honradez que el delito. Este desdichado pleno que ocupó los titulares de la prensa hace unos años seguramente justificó que Lorenzo Silva situara la acción de Los cuerpos extraños en un innominado municipio valenciano. La falta de bautismo seguramente es intencionada: demasiados podían verse representados por ese municipio innominado. Y, supongo, mejor no herir susceptibilidades, que ya se sabe que por más corruptos que sean los míos, los otros siempre lo son más. Además, la credibilidad estaba asegurada.

              Los cuerpos extraños es la octava novela de la serie de Bevilacqua y Chamorro. Durante unos años leí las anteriores con enorme interés, y cuánto las disfruté, hasta que La marca del meridiano me detuvo por las razones que quien le interese podrá leer en su reseña en este mismo blog.

              He tardado años en volver a Bevilacqua, pero no me arrepiento de haberlo hecho: tras unas pocas páginas de adaptación a lo repollo que resulta a veces el personaje por cómo se expresa y por la cierta impostura derivada de su contradictoria mezcla de humildad y suficiencia, tras esa breve adaptación necesaria para que el personaje vuelva a resultarte simpático, digo, me he encontrado con una novela muy buena, bien estructurada, que no se pierde en recovecos ni disertaciones inútiles, que se lee bien y que además de contar una historia atractiva contiene suficientes elementos como para hacer reflexionar sobre muchos e importantes temas.

              La alcaldesa un municipio valenciano aparece asesinada en otro municipio cercano. Se trata de una mujer joven, de ascendencia danesa, con empuje, iniciativa y, sobre todo, con la voluntad de erradicar cualquier cosa que huela a corrupción. El asunto, lógicamente, le toca a Bevilacqua y Chamorro, y el desarrollo de la novela es, una vez más, el de una investigación, si bien en esta ocasión (y a diferencia, creo recordar, de La estrategia del agua) no encontramos el simple relato del proceso que conduce de la oscuridad a la luz sino que, afortunadamente, Lorenzo Silva plantea el útil recurso literario de ofrecer diferentes alternativas, lo que permite captar mejor la atención del lector. Y si hay diferentes líneas de investigación es porque, además de los tejemanejes de la corrupción y de la permanente posibilidad de que la delincuencia común tenga algo que ver, hay otros elementos a tener en cuenta: la actividad sexual de la finada, que era de todo menos aburrida, lo cual abre mil posibilidades vinculadas a los celos, las rupturas, los chantajes, los deseos...

              No poco ayuda al interés de la novela –teniendo en cuenta el pelaje del lector medio- que los malos tienen un perfil reconocible; es complicado reconocer a un personaje degradado de los bajos fondos, pero la clase media tan abundante en esta novela está plagada de trepillas con ínfulas, hambrientos de poder y dinero, los cuales, creyendo siempre más tonto a su interlocutor, se pintan a sí mismos majísimos con el pincel de las buenas palabras y de su catálogo de soluciones a los problemas del mundo, mientras de reojo comprueban si te están consiguiendo engañar y qué gallina es la siguiente que pueden robar. Atención también al esmero que el autor pone en representar bien las interioridades de la Guardia Civil y sus relaciones de poder.

            La conclusión, una vez más, es que la corrupción es el delito más cutre, salchichero y mezquino, porque así como el delincuente común no suele ocultar a los suyos su condición marginal, el corrupto se rodea de lo contrario a lo que es: de solemnidad. Por eso, cuando es pillado y la solemnidad cae a plomo, el corrupto pasa de referente social a robagallinas en pelota.

         




lunes, 24 de junio de 2013

La marca del meridiano – Lorenzo Silva



Hace ya mucho tiempo que leí la última novela de la pareja de la Guardia Civil formada por Bevilacqua y Chamorro, ya evolucionada a trío por la presencia del jovencillo Arnau. Aunque, en realidad, todas, al estar escritas en primera persona, son más bien las peripecias del primero. Y es una pena que las haya leído hace tanto tiempo, porque en La marca del meridiano aparecen personajes de, si no recuerdo mal, La reina sin espejo (aunque debería confirmarlo),  y si los hubiera tenido algo más frescos seguro que hubiera disfrutado más con algunos detalles.
Dos cosas quiero destacar de La marca del meridiano.
La primera, los “hechos”. La aparición en La Rioja del cadáver de un guardia civil jubilado, con evidencias de tortura, que además fue compañero y maestro del protagonista, evoluciona de forma lógica e interesante, hasta hacer desembocar la investigación en los mundos donde pueden ocurrir estas cosas, mundos lo bastante amplios como para que la figura de un culpable se difumine en un primer momento; aunque luego, y aquí la historia endereza el rumbo hacia el resultado final, navegando por ellos se concreta el quién y el porqué. La forma en que se avanza es sencilla: siguiendo pasos "de manual" en una investigación (aunque no todos), con lo cual enseguida se sabe por dónde van los tiros. Es un recurso ya utilizado en la novela precedente de la serie, La estrategia del agua, y que a mí, personalmente, me gusta porque le da verosimilitud, aunque conozco a quienes prefieren otro tipo de estructura. En resumen, una historia bien urdida, en la que el entorno basta para despertar la duda y el interés del lector por saber el desenlace sin necesidad de trucos, artificios, ni demasiadas de esas “casualidades” que solucionan tantas novelas.
Más dudas tengo respecto a los personajes. Lo que voy a decir no sé si es un elogio porque han sido dotados de una inconfundible personalidad, o una crítica: Bevilacqua es un pesado. Es un “anciano de cuarenta y muchos años” que se pasa la novela, como las anteriores, explicando sus razones para hacer cada cosa tanto en el ámbito profesional (lo cual es comprensible) como en el personal. Desde trabajar a tomarse un café, todo requiere explicación, todo es capricho, recompensa, necesidad o lo que sea; pero ha de explicarlo. Es un trauma andante. O un acomplejado que va con sus justificaciones por delante. La consecuencia buena es la que he apuntado al comienzo del párrafo; la mala es que a veces llega a resultar cargante. Como también lo resultan en ocasiones sus filosofías (demasiado solemnes para lo superficiales que son) y la reiterada exhibición de una escala de valores basada en la honradez, la profesionalidad y la victoria sobre la tentación (por más que en esa novela sepamos que el caballero tuvo, años ha, sus problemillas con la decencia). Y añadiría otra cosa: cierto “buenismo” que le hace equilibrar con sus palabras a cualesquiera otro personaje que exprese opiniones polémicas, de forma que todo lector, piense blanco o negro, encuentre en la novela un apoyo a sus argumentos.

En cuanto al humor, hace tanto que leí las primeras novelas que lo que voy a decir no es más que una impresión: no hay ya el mismo humor o, mejor dicho, ha desaparecido el filtro humorístico con que el entonces sargento Bevilacqua afrontaba las cosas. Esto no es ni bueno ni malo, pero sí es interesante, porque de aquellas novelas a esta el personaje ha envejecido, y, en consecuencia, ha cambiado. Esa evolución, desde el humor del jovenzuelo que ve las cosas con cierta superioridad, hasta la ironía o a veces la desgana de quien está a punto de dejar de ser cuarentón, me parece meritoria y bastante equilibrada a lo largo de las novelas.
Y termino con otra reflexión en torno a los personajes:  que Bevilacqua hable en primera persona, dirija la investigación y tome las decisiones, da a todas las novelas de la pareja, y esta no es la excepción, una visión parcial y entrecortada del resto de personajes, en especial de Virginia Chamorro. La consecuencia... Si Bevilacqua se tiene por un pobre diablo que ahí se ha quedado, en su puestecillo, para los restos... ¿no cabrá decir lo mismo de Chamorro, para quien también pasan los años y ahí sigue, en el mismo sitio, y a las órdenes del mismo individuo que dice de sí mismo que no es nadie? Si él es un pobre hombre con una vida personal echada a perder por el trabajo absorbente y un matrimonio fallido, ¿qué es Chamorro, con un trabajo igual de absorbente y más sola que la una sin que se llegue a saber nunca si es por decisión propia, porque el trabajo no le deja otra opción, o por incapacidad afectiva? Para colmo, como el propio Bevilacqua llega a decir, a Chamorro se le está pasando el arroz. A la vista de estas consideraciones podría decirse que la ahora sargento es más o menos lo mismo que el ahora brigada. Pero no. Son personajes con un perfil muy diferente, aunque, como digo, con el problema de que el de la sargento queda diluido en la omnipresencia del brigada. Digamos que a Chamorro le es aplicable el “no quisieron andar otro camino, no quisieron vivir de otra manera” del homenaje a los caídos de la Guardia Civil, mientras que a Bevilacqua le encajaría mejor un homenaje del tipo “no supieron andar otro camino, no supieron vivir de otra manera”.