Si quieres vivir una experiencia agotadora y agobiante en el interior del cerebro de una dama de setenta y dos años de lucidez más que dudosa, esta es tu novela. Aunque hay placeres mayores, claro, y sin salir de la literatura.
La protagonista de La muerte en sus manos es la dama en cuestión. Vive en un lugar apartado, en una caseta en medio de un porrón de hectáreas compradas a precio de saldo que incluyen bosques y un lago. Su única compañía es un chucho y su memoria, dedicada especialmente a su marido, un experto en algo que hace un tiempo murió de cáncer. A ese lugar se largó Vesta, que así se llama la dama, al quedar viuda. Las cenizas de marido en una urna se diría que constituyen el cien por cien de la decoración del nuevo y risueño hogar, donde Vesta lleva una vida metódica y solitaria.
La historia comienza cuando la buena mujer, paseando con su perro, encuentra en un bosque una nota que dice «Se llamaba Magda. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver.» Lo malo (o lo bueno, pensaríamos todos en su lugar) es que el cadáver no está por ninguna parte, pero la cocorota de Vesta no duda de su existencia y así, entre el miedo y la curiosidad, comienza a elucubrar y no se le ocurre mejor manera de «investigar» que suponer cosas sobre la tal Magda y sobre el autor de la nota. A fin de cuentas, siempre hay una posibilidad de acertar, y si esa eventualidad se da le será más fácil ir atando cabos.
Elucubrando, elucubrando, la historia tejida por la mente no muy sana de Vesta va formando una versión a un tiempo creíble e inquietante por la posibilidad de que sea cierta, lo cual se mezcla con los recuerdos de su difunto marido, que evoluciona de querubín a demonio a medida que cambia el humor o la angustia de su viuda.
Una lectura original, pero algo cansada por constituir el agotador seguimiento del pensamiento de una única persona sin apenas interferencias del exterior; un seguimiento además tortuoso, puesto que el lector debe acompañar la mente de la protagonista hasta determinar si es una mujer brillante o si tiene las entendederas así asá. Una lectura a medio camino entre la novela negra y el terror psicológico (bueno, terror, terror… dejémoslo en mareo incómodo con la advertencia de que el terror no es lo mío) cuyo final puede llegar a parecer tan desconcertante como el resto del texto.
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