En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

viernes, 26 de junio de 2020

Reflexiones sobre literatura y humor





          «Mirad las personas que corren afanosas por las calles. No miran ni a derecha ni a izquierda, con gesto preocupado, los ojos fijos en el suelo como los perros. Se lanzan hacia delante, sin mirar ante sí, pues recorren maquinalmente el trayecto, conocido de antemano. En todas las grandes ciudades del mundo es lo mismo. El hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, de gente que no se ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio.»


Eugène Ionesco.

miércoles, 24 de junio de 2020

Por la boca muere el pez – Andrea Camilleri y Carlo Lucarelli




(Serie Montalbano, 21)




                Dos veces, dos desastres, he intentado escribir algo a cuatro manos. La primera, en el cuaternario, porque la absoluta falta de planificación engendró el embrión de monstruo indigerible e indirigible; la segunda, por las diferencias de compromiso. Lo cuento porque en este brevísimo experimento firmado por Andrea Camilleri y Carlo Lucarelli –que tiene el mérito de haber salido adelante, si bien sus escasas páginas tienen un nivel muy inferior al que yo deseaba para mis propios experimentos- reconozco parte de los dos problemas.

                Por la boca muere el pez se gestó por iniciativa Daniele Di Gennaro, a raíz del rodaje de un encuentro entre Camilleri (nacido en 1925) y Lucarelli (1960). A partir de unas ideas sospecho que más mínimas de lo que se da a entender en la explicación del parto, ambos autores, con la agenda cargada de compromisos, tardaron largo tiempo en alumbrar esta obrita. Siguieron el simplísimo y poco útil procedimiento de alternarse escribiendo cada uno una parte que el otro continuaba, cuando le venía bien o le daba en gana, teniendo que resolver los problemas en los que el anterior lo había metido. Si tuviera que pronunciarme sobre si se trata de un proyecto literario o de un juego entre dos personas que ponen a prueba su capacidad e imaginación, apostaría por lo segundo.

                Al pobre Montalbano, como decía hace poco al reseñar «Tirar del hilo», se le han debido revolver las tripas también al ver como título en la edición española una expresión hecha. No cabe esperar mucho más de las páginas de la obra, cuyo atractivo comercial, que no literario, radica en encontrar en las mismas páginas a los protagonistas de dos sagas novelescas distintas: el comisario de Vigàta, Salvo Montalbano, y la inspectora de Bolonia Grazia Negro. Ocurre, sin embargo, que Lucarelli no ha sido traducido al español, por lo que los lectores de estos lares, que no podemos reconocer para bien ni para mal a la inspectora, nos perdemos la mitad de la gracia, que equivale a la totalidad de la Grazia.

                Por provocar cayendo en las expresiones hechas que tanto repugnan a la literatura y a Montalbano, diré que la novela, por lo que al comisario afecta, más recuerda a un pez fuera del agua, y eso que la estructura es en todo similar a la de esas obras de Camilleri construidas a partir de la ordenada exposición de cartas, informes y noticias. Y es que cuando Grazia Negro pide ayuda a Montalbano para cometer ciertas tropelías investigadoras no muy dentro de la legalidad, el comisario se presta a ello pero acaba fuera de Sicilia, perdiendo en el viaje buena parte de su idiosincrasia, porque Montalbano es el personaje y cuanto le rodea. Sí se notan aspectos que no sé si son de Lucarelli, pero no de Camilleri, como el manido recurso a «malos perfectos e implacables» que además firman crímenes de autor.

                Para mí, un experimento literario fallido, necesitado de mucho más trabajo y cuidado para que los personajes no sean lo que parecen: «peces fuera del agua», pero interesante para reconocer los caprichos, la pereza y la defensa de los egos de dos escritores que se prestan voluntariamente a confrontarlos. Además, se lee en un rato.

                Y en cuanto al argumento… Una pequeña calamidad en la que partiendo de lo que he dicho aparece una trama de malos muy malos un tanto jamesbondiana, que se plantea y resuelve de un modo tan precipitado y poco creíble que carece por completo de verosimilitud. El lector lo lee como el que asiste a una farsa. Otra cosa es que las farsas también tienen su momento.



sábado, 20 de junio de 2020

La ciudad del diablo – Angela Vallvey




              Noviembre de 1975. En paralelo a la agonía de Franco, en San Esteban, un pequeño pueblo a muy pocos kilómetros de Toledo, ha ocurrido un suceso que desvía parcialmente la atención sobre la inminente muerte del dictador y las circunstancias políticas, en España y Marruecos, que la acompañaron. Y es que en una ermita próxima ha aparecido el cadáver, desnudo y acuchillado, de una mujer joven, Clara, madre soltera y por tanto con fama, habida cuenta de la moral oficial de la época, de promiscua.

              La historia se nos cuenta desde la óptica de Jorge, un chaval de diez años enamorado de la hija de la muerta; un chaval, también, que ejerce de monaguillo y de ahí su contacto con el cura recién llegado, un joven dado a la modernidad, y en anciano párroco, cuyos valores siguen anclados en la «cruzada» contra las conspiraciones comunistas, judeomasónicas y demás iluminaciones utilizadas por la dictadura para justificar su existencia.

              Jorge, a la vista de frases sueltas que escucha, teme que su padre tenga algo que ver con el asesinato. El cura joven, para tranquilizarlo, le dice que entre ambos van a investigar para localizar al verdadero criminal, aunque, como se puede suponer, lo máximo que alcanza a hacer la pareja no deja de ser un consuelo para el chico. Pero en ese proceso Ángela Vallvey construye la historia de Jorge, que es también la de sus padres, la de la relación entre ellos, tan condicionada por la posición de la mujer en la sociedad, la historia de su abuelo, de su tía y, por supuesto, la difícil historia de Clara.

              Una novela interesante, muy bien escrita, con cierto aire a Miguel Delibes por la mirada oblicua que nos hace ver las cosas reflejadas en quienes las sufren sin entenderlas. Y así, con un pasito en la historia y otro en la agonía del dictador -que es el marco que capta la atención de muchos de los personajes, con unos retratando su miedo, otros su esperanza y pocos su añoranza- vamos conociendo a los personajes, lo que ocurrió y, también, esa insólita situación en la que partidarios y detractores pudieron sentarse a contemplar, tras décadas de dictadura -unos con un pañuelo para llorar y otros con una copa en la mano la brindar- la muerte del dictador y la apertura a un nuevo futuro que esperanzaba por sus posibilidades e inquietaba por sus dificultades.



martes, 16 de junio de 2020

Qué leer


Dicen que está a punto de llegar el verano, aunque en este año tan raro, a saber. Pero como seguramente sí habrá tiempo para leer, al igual que otros meses de junio aquí van, cronológicamente por orden de lectura, los diez libros que más me ha alegrado leer en los últimos doce meses, por si alguien se anima a conocerlos. En los títulos tenéis el enlace a la reseña. Alguno os gustará, seguro, no podéis ser tan raros para que no sea así. 


Antonio Tabucchi



Eduardo Mendoza



Frédéric Dard



Benito Pérez Galdós



Miguel Delibes



Alberto Moravia



Antonio Muñoz Molina



George Steiner



Irene Vallejo



Miguel Delibes





jueves, 11 de junio de 2020

Las guerras de nuestros antepasados – Miguel Delibes







                La guerra de nuestros antepasados (publicada en 1975, cuando Delibes tenía 55 años), es una novela completamente dialogada entre dos personajes: Pacífico Pérez, un preso de origen rural, y el doctor Burgueño, que a lo largo de varias sesiones (tantas como capítulos) lo interroga para conocer la vida de Pacífico y averiguar las razones de muchas cosas que el doctor ya sabe y que el lector conoce a medida que avanza la novela. Es decir, a medida que la vida de Pacífico Pérez va surgiendo entre sus páginas y, con ella, la explicación de ese diálogo.

                Dice Delibes, en el prólogo de la edición que he leído, redactado en 2008, que quizá sea esta su novela más dinámica, cuando al proyectarla pensó que sería exactamente lo contrario.

                La guerra de nuestros antepasados tiene una doble estructura fabulosa: por una parte, la construcción de los diálogos, en los que el doctor es más un hábil interrogador que un conversador, lo cual permite a Delibes hacer fluir la acción a un ritmo constante, suave, sin emociones fuertes ni pérdidas de tiempo, dirigiendo la atención a aquello que la tiene y a nada más; esta primera estructura, que se repite en cada diálogo, se asienta en otra superior: el modo en que el discurrir de la vida de Pacífico organiza la novela de forma equilibrada pero también de modo que la acción acelera poco a poco hasta alcanzar unas páginas finales de enorme intensidad. Tanta, que el interrogador deja de serlo en los momentos postreros, en los que comprendemos, aunque lo adivinábamos, por qué está allí.

               También llama la atención esta novela -marca Delibes- por la maestría en el uso de un lenguaje ya perdido: el utilizado en pueblos que durante siglos habían vivido casi aislados y que ahora que ya han dejado de ser lo que eran han perdido hasta su vocabulario, empobreciéndonos a todos.

                La guerra de nuestros antepasados es, en el fondo, un alegato contra la sinrazón de la violencia que Delibes realiza a través de un truco a menudo humorístico: mostrando, sin más, el modo natural en que la violencia se expresa sin que el ser humano sepa muy bien cómo porque responde a sus instintos más primarios, ajenos, a menudo, a los conceptos del bien y del mal, conceptos morales que precisamente por serlo exigen un grado de desarrollo más elevado que el necesario para la simple supervivencia en la que tantas personas se mueven.

                La vida de Pacífico, que transcurre a mediados del siglo XX, no es sencilla: el hombre es poca cosa en lo físico y lo mental, y convive con tres generaciones de hombres: el Bisa (su bisabuelo), el Abue (el abuelo) y el Padre. Cada uno de ellos vivió una guerra: la carlista, la del Rif y la civil. Cada uno vivió «su» guerra de un modo y se «especializó» en determinado tipo de violencia del que se sienten orgullos posiblemente porque les permitió sobrevivir y obtener un reconocimiento interior. ¿Cuál? ¿Por qué? Es algo tan simple como que, en el combate, quien mata puede creerse más listo que el muerto; presunción de inteligencia que se ve corroborada con una recompensa: la vida.

                Pacífico no encuentra una guerra, ni ganas tiene pese a las presiones de las anteriores generaciones; lo más parecido es la rivalidad pueblerina entre los dos núcleos de población que forman el municipio. A lo largo de su vida Pacífico conoce esa rivalidad, muestra su extrema sensibilidad para algunas cosas y sorprendentes habilidades para otras, y también conoce el trabajo (más o menos) y el amor (menos o más). Pero la violencia, que muchas veces aparece en la vida sin que ni quien la ejerce la prevea, es lo bastante poderosa para torcer, de un empellón aislado, el rumbo de muchas vidas. La de Pacífico, por ejemplo, cuya historia nos permite reflexionar sobre los conceptos del bien y del mal y sobre hasta qué punto la violencia responde necesariamente o no a ellos. Como necesario colofón, la novela obliga a pensar sobre la idea de justicia y la necesidad de eliminar el medieval concepto de justicia objetiva, o por el resultado, del que hablan los penalistas cuando explican la evolución del derecho, para acercarse a un concepto moderno en el que se debe diferenciar el daño de la responsabilidad.





Puedes comprar este Las guerras de nuestros antepasados desde el siguiente enlace

lunes, 8 de junio de 2020

Tirar del hilo – Andrea Camilleri





(Serie Montalbano, 30)



                Después de quedarse ciego, este fue el primer libro de Montalbano que Andrea Camilleri escribió o, mejor dicho, dictó a Valentina Alferj, sobre la que dice que le ayudó «no solo materialmente, son interviniendo también de forma creativa en su redacción».

                Así es como salió a la luz la trigésima entrega del comisario de Vigàta, Salvo Montalbano, y uno no puede dejar de preguntarse hasta qué punto este modo de trabajar afectó a una novela que, a diferencia de casi todas las anteriores, vaga sin rumbo durante sesenta o setenta páginas alrededor de la llegada de inmigrantes a las costas de Vigáta, víctimas de las mafias que trafican con personas, hasta encontrar después el camino que conduce al verdadero argumento y de ahí al desenlace: el asesinato de la guapa modista -la típica mujer casi ideal que Camilleri utiliza con profusión en sus obras- que, a iniciativa de Livia, iba a hacer a Montalbano un traje a medida. En ese camino se reconoce ya al Camilleri de siempre, bien que en estos tiempos cualquier lector advierte el intencionado olvido de ciertos mecanismos de investigación (en este caso, las llamadas telefónicas suministradas por las operadoras) harto conocidos ya para todo el mundo gracias a las crónicas de sucesos pero que los escritores a menudo «olvidan» para que no se les acabe la novela antes de empezar. Pero da igual: ¿Quién quiere realismo -¿acaso el personaje es realista?- cuando hay verosimilitud? Lo relevante es la historia, cómo se escribe y lo que hace sentir, y en Tirar del hilo encontramos al Camilleri de siempre y a un Montalbano cada vez más mayor, olvidadizo y metepatas, aunque también, porque esta historia no le da pie, menos comprensivo con las debilidades humanas.

          Como cosa insólita para los anales del montalbanismo, diré, sin destripar nada, que en Tirar del hilo el lector puede ver a Montalbano, durante unas páginas, fuera de Sicilia. El efecto, el de un pez fuera del agua.

          Eso sí, no me resisto a comentar una maldad: el título es una frase hecha, una expresión manida, uno de esos recursos de los que el protagonista ha abominado en numerosas ocasiones en anteriores novelas. Pobrecillo. ¡Mira que titular una de sus aventuras con una expresión hecha! ¿Habrá sido una jugarreta del autor, de la editorial o del traductor, aprovechándose de que el pobre Salvo ya se siente mayor y falto de reflejos? El título original de la obra, «L´altro capo del filo».  

          Como última anécdota, el lanzamiento de Tirar del hilo estaba previsto en España en marzo de 2020, si no recuerdo mal. Se aplazó hasta mayo a consecuencia de la crisis del coronavirus. Nadie podrá decir que Montalbano no ha superado dificultades. Hasta una pandemia que azotó especialmente a su país.

                Una novela que, a la alturas de la saga y de la vida de Camilleri en el momento en que la escribió, los lectores devoramos como un capítulo más de una historia que comenzó en 1994 con La forma del agua y que, en Italia, terminará para siempre este verano con la publicación de la novela con la que Camilleri, anticipándose a lo que otros pudieran hacer a su muerte con Montalbano, quiso poner fin a la historia de un personaje inolvidable. Esa novela, escrita alrededor de 2005 y reelaborada en 2016, es un secreto literario muy bien guardado que este año se desvelará por fin, aunque en España aún tardará en llegar. Entre tanto, disfrutad tirando del hilo de las últimas aventuras del comisario.



martes, 2 de junio de 2020

El infinito en un junco - Irene Vallejo





                Hay libros que gustan y libros, como El infinito en un junco, que entusiasman.

                Reseñar una obra así es una osadía que no me atrevo a cometer por miedo a hacerlo mal y que alguien, como consecuencia de mis palabras, se pierda esta lectura.

                Así que solo diré que cualquiera que ame los libros, el saber, la historia y guste de ser consciente de la importancia de tantas cosas esenciales cuya existencia damos por supuestas, va a disfrutar de este libro que, a la vez, regala lúcidas y fundamentadas reflexiones sobre el presente. O sea, sobre nosotros mismos.