En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 31 de enero de 2022

El túnel – Ernesto Sábato

 



«Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.»

Así comienza El Túnel, el clásico que Ernesto Sábato publicó en 1948 y que constituye la primera de tres novelas que publicó el Premio Cervantes de 1984. Es la tercera vez que la leo.

La obra, breve, concisa, de la claridad escalofriante, relata, en primera persona, la conducta obsesiva del protagonista, un pintor famoso que se siente repentinamente atraído por la única persona que se ha fijado en un detalle de uno de sus cuadros que, para él, es la esencia del mismo.

El túnel, término con el que Sábato alude al efecto que toda obsesión crea, lo constituye la mente del enfermo; una mente de la que no puede escapar. El túnel es uno mismo. La obra relata el tortuoso camino mental a través del cual el protagonista focaliza caprichosamente la razón de su vida en una persona para luego emprender su propia autodestrucción y la destrucción de esa otra persona a través de un proceso patológico de apropiación de esa persona, el cual, al fallar o simplemente cojear, deviene en tragedia. Las «razones» de Juan Pablo Castel las expone él mismo. De las de María Iribarne, en cambio, el lector no sabe más que a través de las suposiciones del protagonista; a través de él intuimos que María tampoco es un angelito, lo cual utiliza Castel como excusa a sus desatinos: al fin y al cabo, María era infiel a su marido ciego con el propio Castel, lo cual es una evidencia; al fin y al cabo, quizá era infiel también a Castel; al fin y al cabo se presentó diciéndole «Pero no sé qué ganará con verme. Hago mal a todos los que se me acercan». Una frase, esta última, con la que Sábato siembra pronto la duda en el lector: ¿es Castel el loco que parece ser y María su víctima, o María sabe de antemano que su fortaleza psicológica le va a permitir pasar por encima de ese famoso pintor, evidentemente en situación de debilidad mental y aquejado de una patológica soledad, con el que decide concederse el capricho de un romance? No es sencillo opinar sobre la figura de María porque hasta su propia muerte, anunciada en la primera página del libro, de produce de un modo extraño por cómo la afronta. En cualquier caso, repito, todo llega al lector a través de la turbia y parcial mirada del narrador.

Publicada en 1948 El túnel sigue siendo tan actual entonces como ahora. Quizá ahora incluso más, que es lo que sucede con las novelas adelantadas a su tiempo: no deja de ser significativo que el primer tema elegido por Sábato para novelar (¡el primero!) sea tema de constante actualidad 74 años después.

Capítulos cortos, lenguaje lleno y certero, situaciones siempre significativas y un punto apenas perceptible de sutilísimo humor –involuntario- que surge de enfrentar la sensatez a los disparates que discurre Castel; un humor que de no estar diluido en la certeza del drama anunciado en la primera frase hubiera sido más evidente, y que Martín Casariego, que prologa la edición que he leído, circunscribe a capítulos concretos.

Un breve novelón.




domingo, 30 de enero de 2022

jueves, 27 de enero de 2022

Brujerías – Terry Pratchett

 



Serie Mundodisco, 8


Excelente versión plena de humor de Machbeth y de esos cuentos donde un usurpador se carga al rey (quien en este caso tampoco es precisamente una bella persona), crimen a consecuencia del cual el joven heredero, un bebé también en la lista del usurpador para ser pasado a cuchillo, es protegido en el último momento por un alma caritativa que lo birla y lo envía al quinto pino (o al sexto a ser posible) para que crezca en paz a la espera de que el destino haga efectivos los derechos sucesorios de la criatura.

La peculiaridad, en este caso, es que el niño queda al cuidado de unos actores que deambulan por el reino –una renacuajada que apenas sale en los mapas- formando una compañía ambulante. También ocurre que la guapísima hada madrina del bebé no es tal, sino, a modo de hadas madrinas sobrevenidas, una tríada de brujas bastante feorras que, por lo demás, son buena gente, aunque muy quisquillosas para cuanto tiene que ver con sus asuntillos, especialmente la más anciana (Yaya Ceravieja, ya conocida por Ritos Iguales), que desprecia la tradición por la que se pirra la más joven.

          El jovenzuelo, «bendecido» por los dones de sus madrinas, se convierte en un actor fabuloso. El usurpador, por su parte, tiene unos problemas de conciencia solo comparables al problema de estar casado con la harpía que tiene por esposa; de tantas penas no lo consuela su bufón, un tipo harto de su profesión y que, dada su soledad, es propenso a enamorarse de cualquiera que repare en su existencia, incluso aunque tenga la atractiva silueta de palo pocho de escoba, el pelo como el esparto y un aliento como para poner en fuga a un buitre.

Brujerías es una divertidísima parodia de todos los mitos sobre las brujas de cuento, al tiempo que se pitorrea sobre el sentimiento de culpa, el de venganza y hasta del amor. Una novela donde, además, no se ve por dónde va a salir el autor hasta bien avanzada la obra, cuando se inicia uno de esos largos y espectaculares finales en los que Terry Pratchett mete poco a poco al lector sin que éste se entere hasta que, de pronto, se da cuenta de que lleva ya un montón de páginas arrastrado por el desenlace.

          Merece la pena su lectura.


lunes, 24 de enero de 2022

Cucarachas – Jo Nesbo

 



Me dijeron que Jo Nesbo era muy bueno y que Murciélago, la primera novela de la saga del policía alcoholíco noruego Harry Hole, era la peor de la saga. Ciertamente, Cucarachas es mucho mejor, capta la atención de modo constante y el devenir de los hechos es fabuloso: el autor va espolvoreando pequeños detalles que solo al final cobran un sentido.

La acción comienza con el asesinato el embajador noruego en Tailandia. Y allá envían a Harry Hole, tras el éxito que el hombre había obtenido en la aventura de Murciélago, en la confianza de que no cometa demasiados estropicios y eche tierra rápidamente sobre un asuntillo que puede tener trascendencia política. Ni que decir tiene que no es así y que el hombre acaba viviendo peripecias sin fin en el peculiar y asfixiante ambiente de Bangkok, una ciudad que en el momento en que se sitúa la historia (finales de los 90 del siglo XX) es la capital mundial del turismo sexual y, en particular, la meca de los pedófilos.

La novela va al grano, con un ritmo muy bueno y captando de modo permanente la atención del lector. Buenísima literatura de consumo salvo en las páginas finales. ¿Por qué? Primero, porque la intriga respecto al quién desaparece por llegar un punto en el que el lector descubre al culpable por eliminación, y lo descubre antes de que se lo descubra el autor (malo); y, segundo, porque tras ese momento la novela de intriga se convierte en una peliculera (en el peor sentido) novela de acción siempre tan cerca del límite de lo verosímil (más bien unos cuantos pasos más allá) que, tras lo bueno que había sido el 85% de la novela, queda un regustillo un poco decepcionante.

Pero, globalmente, una lectura sin pretensiones literarias con la que disfrutar del placer de leer por leer. 




jueves, 20 de enero de 2022

Las aventuras del valeroso soldado Schwejk – Jaroslav Hasek

 



          Las aventuras del valeroso soldado Schwejk es una obra inconclusa que es, además de una gran novela de humor, una de las grandes novelas de la literatura checa y un fuerte alegato antibelicista y antimilitarista.

El sinsentido de la guerra y correlativo sinsentido de unos ejércitos que, hasta la Primera Guerra Mundial (el escenario de esta novela) estaban concebidos para combatir al modo tradicional, esto es, ejército contra ejército en frentes de batalla a ver quién es más bruto o más listo, el sinsentido de todo eso, digo, lo denuncia el autor a través de cientos de páginas donde los personajes deambulan de acá para allá, como el ganado que no puede marchar más allá del cercado, sin otro criterio que las órdenes confusas y no explicadas de ir, estar, volver, rectificar... Todo sin que nunca pase nada más que el tiempo; es decir, la vida que va quedando atrás sin hacer nada con ella. Unas vidas por completo a disposición de una causa, la causa, que nadie entiende y de la que los militares que rodean al protagonista ni siquiera son capaces de comprender el modo en que han de defenderla; de ignorancia en ignorancia se desemboca, por fin, en un principio fácilmente comprensible: hay que actuar porque  «si no matas, te matan»; un principio útil para seguir vivo pero no demasiado risueño para justificar la existencia y la propia muerte. Sin embargo, la novela, hasta donde escribió su autor, no conduce al protagonista a la batalla, sino que la acción permanece en los larguísimos prolegómenos del reclutamiento, la retaguardia, el viaje al frente… Y, entre medio, los personajes con los que se topa Schwejk o, más bien los que se topan con él: un montón de militares, desde soldados a oficiales, cada uno de los cuales tiene sus peculiaridades y rarezas, exacerbadas por una situación que no controlan y que pueden sufrir o hacer sufrir a otros en función de su posición en la cadena de mando y de las bombas que les caen a la cabeza. Dicho de otro modo, la novela cuenta un larguísimo soportarse unos a otros sin que nadie pueda disponer de sí mismo, aunque sí, algunos, de los demás.

Aunque la peculiaridad de la novela y su constante fuente de humor radica en lo pintoresco de su protagonista: Schwejk es un majadero de tal calibre que su existencia, en condiciones normales, lo reduciría a la inútil condición de curiosidad zoológica, cuando no a la más común de muerto de hambre. Y, sin embargo, durante una parte de la novela el sinsentido de la guerra es tan absoluto que el lector duda si tamaño mentecato no es, en realidad, el más listo de todos. De hecho, al convencimiento de su simpleza llega uno a través de las escasas ocasiones en que el narrador renuncia a contar hechos y alude a las insensatas intenciones de Schwejk.

Si Sancho Panza sacaba de quicio a don Quijote contando refranes que unas veces atinados y otras no, Schwejk desespera a todos los personajes (y al final también al lector) contando, ante cada minúscula situación, la anécdota de alguien a quien una vez conoció o del que una vez escuchó hablar, al que le sucedió tal o cual disparate que viene o no a cuento pero que hacen de Schwejk un pelmazo antológico. Además, es un tipo tan conformado que es capaz de agradecer una tortura porque siempre encuentra motivo para decir que hay cosas mucho peores, como que te torturen en un calabozo más frío o húmedo. El resultado, al principio, es el de un personaje que parece tomarse todo a pitorreo cuando todos se toman todo en serio, porque se supone que una guerra es una cosa muy seria, lo cual lo conduce a Schwejk una situación de superioridad emocional desquiciante para el resto. Conforme avanzan las páginas uno comprende, ya lo he dicho, que no es que se tome nada a pitorreo, sino que, simplemente, es así de tonto.

Y cada tonto literario suele precisar un contrapeso sensato. El teniente Lukasch, de quien Schwejk es ayudante la mayor parte de la obra, cubre ese puesto con paciencia infinita. Su presencia es constante a partir de cierto momento, aunque poco llegamos a saber de él aparte de que es un tipo que se limita a soportar el destino y a Schwejk (si es que para él ambos no son lo mismo) con una flema digna de elogio.

Junto al antibelicismo de la obra es posible encontrar también cierta crítica a los nacionalismos (o a algún  nacionalismo, porque Hasek fue nacionalista, además de bolchevique y sé cuántas cosas más), plasmada en la nefasta opinión que cada nacionalidad tiene de la otra (incluso aunque sea aliada) y en el modo en que tener una o otra establece jerarquías en las que los checos son siempre los últimos en ese revoltijo que fue el imperio austrohúngaro..

La novela está inconclusa, porque Jaroslav Hasek tuvo a bien morirse el 3 de enero de 1923, a los treinta y nueve años. Probablemente el sentido de la obra no hubiera cambiado mucho de haberse publicado las seis partes previstas (solo hay cuatro de ellas), aunque el final podría haber dado más fuerza en función de la opción que se eligiera sobre la suerte de Schwejk. Es lógico prever que al menos una de esas partes se hubiera desarrollado en el combate, pero hasta de eso se acabó librando el valeroso soldado Schwejk.

Una novela crítica, inteligente, bien escrita y con mucho humor que merece la pena leer, pero a la que hay que acercarse con unos días con tiempo libre, porque es más larga de lo que parece.




lunes, 17 de enero de 2022

Pirómides – Terry Pratchett

 


Serie Mundodisco, 7


Un motivo para leer un montón de libros de Terry Pratchett es que su Mundodisco siempre sorprende sin necesidad de forzar el relato. Para Pratchet el más difícil todavía siempre parece un más fácil aún, probablemente porque nunca renuncia a los orígenes más comunes de la afición a la lectura: los cuentos, leyendas e historias de fama universal, siempre de algún modo presentes. 

Si uno lee más o menos en orden estas obras, advierte que el papel de la magia, protagonista en las primeras, evoluciona a marco en las siguientes. Es lo que ocurre en Pirómides, donde lo sobrenatural juega un papel secundario tras un objetivo principal: el humor negro, porque si algo tiene esta novela es humor muy, muy bueno y muy, muy negro a cuenta del peculiar modo de morirse y no morirse de faraones, dioses y señores que pasaban por allí.

Pero el humor negro no es la única fuente de humor en Pirómides, donde la parodia del antiguo Egipto es constante. El heredero al trono es un buen chaval que ha cursado brillantemente estudios de asesino en esa bella y fragante ciudad que es, ejem, Ankh-Morpork. De vuelta a su reino se encuentra con que, tras el fallecimiento de su padre -el faraón-, el sumo sacerdote, llamado Dios (con un sospecho parecido al Dios cristiano) ha dispuesto enterrar al finado en una pirámide colosal que hay que construir a toda prisa. No obstante, hay varios problemillas: al difunto no le hace ninguna gracia que lo encierren en semejante celdón; los arquitectos no saben muy bien lo que llevan entre manos; las pirámides acumulan esas extrañas energías que se producen en el Mundodisco y que casi siempre acaban regulín y, para colmo, cuando el nuevo faraón dice «blanco», Dios, delante de sus barbas, indica que ha querido decir «negro», de modo que siempre se acaba imponiendo la voluntad de Dios.

El reino, además, es un churro interpuesto entre dos países que no se declaran la guerra precisamente por existir ese churro en medio. Pero los países y los churros geográficos, ya se sabe, aparecen, desaparecen, se envuelven sobre sí mismos… Todas esas cosillas raras que suceden cuando de modo que suena verdaderamente convincente (y que es uno de los rasgos de Pratchett) te cuentan un montón de tonterías con tal verosimilitud que los ajetreos del tiempo y el espacio te parecen tan normales como para disfrutar, sin ninguna reserva, hasta de las más disparatas consecuencias. ¡Lo que se divierte uno!

Otra magnífica obra plena de fantasía, ingenio, imaginación, humor negro y crítica a las relaciones de poder.





jueves, 13 de enero de 2022

De qué hablo cuando hablo de correr – Haruki Murakami

 



Soy un lector muy poco indicado para hablar de esta obra. Mi falta de imparcialidad se debe a que me ha puesto los dientes más largos que a una morsa. ¿Por qué? Porque refleja mi ideal de vida: vivir entregado a la literatura y al deporte sin otra aspiración, en ambos casos, que hacerlo cada vez mejor dentro de mis posibilidades.


          Dicho lo cual queda claro qué cuenta este libro escrito en 2005, cuando Murakami tenía 56 años. Una obra de poco más de doscientas páginas con una serie de reflexiones hechas en esa época y cronológicamente ordenadas acerca del hecho de correr: causas, objetivos, implicaciones, simbología, utilidad… Todo lo cual se mezcla, lógicamente, con la profesión del autor: escritor.

          Hacer deporte, y hacerlo con objetivos claros (en su caso, correr un matarón al año y hacer también un triatlón) exige ser organizado, sacrificado, constante y disciplinado, todo lo cual exige a su vez algo más complicado: conocerse a uno mismo. Quienes alguna vez hemos acometido alguna empresa (física o mental) que requiere años de esfuerzo diario intenso y absorbente sabemos, aunque no seamos Murakami, de la importancia de todo ello y de la diferencia, que atinadamente apunta el autor, entre el (inevitable) dolor y el (evitable) sufrimiento. Del mismo modo que el maratón, por duro y agotador que resulte, se disfruta gracias al entrenamiento, todo en la vida se disfruta en proporción a lo que cuesta, y a veces aún se disfruta más consiguiéndolo que después de haberlo conseguido. Al mismo tiempo, enfrentarse a los propios límites no solo permite alcanzar las más altas cotas de las que uno es capaz, sino que reporta la paz que proviene del trabajo bien hecho y de la tranquilidad de conciencia.

          Murakami habla de todo eso con su lenguaje llano y de ideas claras, directas y aparentemente sencillas, aunque se trate de una sencillez engañosa, ya que la mayor dificultad que afrontan las personas es tener claras sus prioridades y actuar en consecuencia. Poca gente hay capaz de vivir así. Prima el autoengaño. De hecho, cuando una persona se pone una meta y no la alcanza es frecuente que justifique su fracaso con mil excusas distintas de la propia culpa. Sin embargo, esa es la principal causa del fracaso, si no la única, cuando lo que se persigue es, simplemente, dar lo mejor de uno mismo en un aspecto concreto. Este libro habla de que lo que a casi todo el mundo le falta: autoexigencia, que implica sacrificar cosas y, entre ellas, casi siempre, gran parte de la vida social. Lo cual hace concluir que las metas se consiguen no solo con la constancia y el esfuerzo, sino, antes, teniendo claras las prioridades. Murakami las tiene clarísimas.





lunes, 10 de enero de 2022

Mi idolatrado hijo Sisí – Miguel Delibes

 



Mira que es buena esta novela que Miguel Delibes publicó con 33 años, pero cuánto he tardado a decidirme a leerla entre otras cosas porque el título me resultaba poco atrayente. Sin embargo, una vez leída, reconozco que no puede se más adecuado, aunque el «mi» hace pensar en una narración en primera persona, cuando no es así.

La obra cuenta la historia, entre 1917 y 1938, de Cecilio Rubes, un muy acomodado empresario con un comercio de materiales de baño. Cuando la novela comienza Celicio Rubes (siempre se le denomina con nombre y apellido como para poner distancia entre el personaje y el lector) está en mitad de la treintena, casado con la «sosa» hija de un gris funcionario elevada, por obra y gracia del matrimonio, de estatus social hasta el que Cecilio Rubes cree tener, aunque en realidad tiene más dinero que méritos o renombre. Cecilio, aparte de una gran opinión sobre sí mismo, tiene también una joven amante de apenas veinte años y entonces llega también, aunque no lo esperaba, un hijo, también bautizado Cecilio pero al que llaman Sisí.

Frente a a la familia Rubes vive un matrimonio más o menos de su misma edad, cuyo primer hijo nace casi a la vez que Sisí. Luego vienen más. Una tropa frente a Sisí, hijo único.

La historia, magníficamente escrita, con una claridad expositiva y una eficacia en el uso del lenguaje admirable, puede tomarse como un análisis del papel del padre: Cecilio Rubes es un hombre permisivo porque es demasiado perezoso para ser otra cosa; de resultas, Sisí es pronto un muchacho consentido, mimado hasta desembocar en una personalidad despótica, caprichosa e irresponsable que al final de la novela acaba chocando con la realidad de la vida: la guerra y el frío que hace fuera de la familia. El padre, en gran medida responsable, por pereza y egoísmo, del devenir de su hijo, ni es consciente de la realidad ni tiene ganas de serlo: siempre encuentra justificación para todos y cada uno de los actos de su hijo, mientras la madre, ninguneada por el padre y afrentada constantemente por el hijo no sabe qué hacer más allá de romancear. Frente a ellos, el matrimonio Sendín, los vecinos parecen padres mucho más responsables, que crían a los hijos con mano firme y que, por comparación a la vista de los resultados, parecen mejores padres, aunque al final de la novela se comprueba que la firmeza a veces solo oculta ceguera, y que ésta, según cuál sea su origen, puede desembocar más que en la educación de los hijos en su doma para hacer de ellos fanáticos seguidores de cualquier cosa.

La novela, sumamente interesante por lo que cuenta, lo es también por el entorno: desde el principio, al final de la Primera Guerra Mundial, con la Revolución Rusa planeando sobre la política europea, a la crisis económica posterior y al inicio de la Guerra Civil. Publicar este libro en 1953, hablando de la guerra, no dejaba de ser arriesgado, y no solo porque la personalidad de Cecilio Rubes –un hombre que a fin de cuentas solo trata de disfrutar de la vida- nunca llega a entender la violencia, sino porque el final de la novela –que, aunque es conocido mejor no señalo por si alguien lo ignora- muestra la sinrazón de la violencia y ha justificado que Mi idolatrado hijo Sisí sea considerada un alegato antibélico. Esta osadía refuerza el valor de la novela y la figura de Miguel Delibes como un escritor comprometido con la dignidad del ser humano.

Por eso el final de la novela me ha traído a la cabeza otra, breve, muy posterior: Sabor a chocolate, de José Carlos Carmona, también un delicado pero contundente alegato antibélico. Aunque Mi idolatrado hijo Sisí es muy anterior a este ejemplo, seguramente Delibes no fue pionero en el modo en que tras una lectura dulce y apacible el lector queda conmocionado, pero lo que sí es cierto es que pocos habrán alcanzado su calidad.

Una lectura que te hace reflexionar sobre los propios errores, sobre las limitaciones, sobre el alcance de la propia responsabilidad como ciudadano y como padre y, también, sobre la conciencia de nuestra fragilidad. Una lectura que te hace ser mejor aunque deje un poso de tristeza. 


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jueves, 6 de enero de 2022

Jezabel – Irène Némirovsky

 



Apostaría a que Irène Némirovsky tiene, en términos relativos respecto a la media de los libros, más lectoras que lectores, porque, si algún papel juega la idiosincrasia de los sexos en la elección de las lecturas, las protagonistas de sus novelas son claras deudoras de ella.

Jezabel, que según dice la sinopsis está en parte basada en la madre de la autora, comienza con el juicio a una mujer por el asesinato de un muchacho de veinte años. En el juicio, en el que la acusada admite todas las culpas, se ofrecen una serie de datos que para el lector suponen el planteamiento del caso y el correlativo deseo de saber más de él. Después la acción da un salto atrás en el tiempo para explicar qué ocurrió… Y algo más: una guinda final solo para lectores atentos. Por eso me permito recomendar que esa primera parte, la del juicio, sea leída con atención, sobre todo respecto a quién es quién y qué llega a saber y no el jurado.

          Jezabel es una novela sobre Gladys Eysenach, una viuda joven y hermosa cuya personalidad encaja en algunos previsibles «cánones» de comportamiento para quienes comparten su condición. Es decir, conocemos a una mujer normal. O todo lo normal que se puede ser cuando se es joven, bella y rica. Por lo demás, Gladys se siente a gusto con su juventud y belleza, pero, insegura como es, necesita contrastar constantemente esas virtudes de un modo que además le resulta particularmente agradable: logrando la admiración de los hombres e incluso conquistándolos. Sin embargo, a medida que pasan las páginas y con ella los años de Gladys, el gusto por su propia juventud va tornando en temor a la vejez, y el placer de la conquista se transforma en angustia por lo que representaría la soledad. El placer se transforma en necesidad. Del gusto, a la adicción. De este modo, la personalidad de Gladys, que inicialmente aparece normal, se va deteriorando de modo patológico hasta desarrollar comportamientos insólitos, duros y es dudoso si más tristes que repugnantes. 

          Y al final de la novela, cuando todo está explicado y sabemos por qué murió el joven, el lector atento aún se sorprenderá con una cosa más: determinado silencio de Gladys ante el tribunal -producido en las primeras páginas, de ahí que antes haya demandado atención al leerlas- en torno a la única verdad que no llega a salir a la luz en el juicio la arrastra a una degradación que va mucho más allá de la culpa y de la que solo ella será consciente, más prisionera de sí misma que de cualquier condena que pueda recibir. Imposible no sentir por ella tanta pena como compasión y prevención.

          Una historia que va de menos a más. Merece la pena leerla, como casi todo lo de Irène Némirovsky.



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lunes, 3 de enero de 2022

La temporada de caza – Andrea Camilleri

 



En 2005 Booket publicó en edición de bolsillo La temporada de caza, de Andrea Camilleri, un autor tan desconocido en España entonces que en la breve biografía de la primera página ni siquiera se mencionaba al comisario Salvo Montalbano, del que ya se habían publicado en Italia más de una docena de novelas; tan desconocido era que el libro que veis en la foto aguantó en las estanterías de La Casa del Libro en Zaragoza hasta finales de 2007, cuando me topé con él y supe así de la existencia de su autor. Lo leí en 2008. Trece años después he leído más de cincuenta libros de Camilleri, algunos dos veces, como La temporada de caza, que releí los dos últimos días de noviembre de 2021 y que, felizmente, tras más de una década descatalogado vuelve a estar a la venta a partir del 16 de febrero, de nuevo en Booket. A ver si este reseña anima a algún lector a conocerla.

Fechada su escritura en 1990 y publicada en 1992, cuando el autor tenía 67 años, La temporada de caza es la novela con la que arrancó de verdad la historia literaria de Andrea Camilleri. Antes solo había publicado dos novelas –El curso de las cosas (1978) y Un hilo de luz (1980). En 1994 Camilleri publicó en Italia la primera novela de Salvo Montalbano. Y su éxito sigue hasta ahora, más allá de su muerte.

Si la lectura de La temporada de caza desembocó en la orgía lectora que he mencionado es porque contiene lo mejor de Camilleri: es una novela breve, ágil, divertida, con personajes humanos abiertamente apegados a sus vicios y defectos, a la pequeñez de la que ni el más elevado puede escapar, y en la que constantemente se aprecia el cariño del autor por sus personajes. Esto último es muy importante y atrayente. ¿Cómo no va a ser atractivo presenciar una genuina relación de amor? También tenemos todo el universo de Vigáta, todas las categorías sociales y morales de personajes –nobles, plebeyos, ricos, pobres, ambiciosos, generosos, honrados, malechores…- que posteriormente poblaron las novelas de Camilleri, y además nos traslada a una época –finales del siglo XIX- en la que las cosas aún eran como habían sido siempre pero comenzaban a ser de una manera más cercana a como son en la actualidad, un largo periodo de tránsito en la que unas cosas están muriendo y otras naciendo con un montón de personajes en cada  territorio intentando conservar unos y forzar el cambio otros. Tampoco falta la permanente constancia de la diferencia de oportunidades entre ricos y pobres, hasta el punto de que estos últimos, sabedores de que por defecto son sospechosos y casi culpables si alguna vez pueden escapar a su suerte, se vez forzados a crear mentiras que justifiquen realidades cuyo origen honrado es tan real como imposible de probar Y, como es natural, siempre, en todos los estamentos, encontramos a personas dispuestas a dejarse llevar por el corazón y el amor de todo tipo antes que por las conveniencias y las convenciones sociales. El conjunto, un relato a la vez tierno y humorístico incluso cuando el trasfondo es duro; un relato que, siempre, transmite alguna idea.



Vigáta. Finales del siglo XIX. El marqués Filippo, prohombre en Vigàta, vive entregado a sus dos aficiones: charlar con los amigos en el círculo de nobles (en el que, por falta de nobles, ya es admitida otra gente) y darle alegrías al cuerpo (alimenticias y de las otras). Estas últimas tienen horripilado al cura del lugar, que no sabe qué hacer ni qué tramar con ayuda de ciertas damas para que la realidad sea más pudorosa. El marqués tiene una hermosa hija y un hijo bastante tonto, por no decir inútil perdido; el chaval anda enamorado de una cabra, pero al ser varón al menos sirve como heredero; y más vale, porque engendrarlo fue un suplicio debido al escaso fervor, por así decir, que la marquesa ponía en el empeño. Pero el destino es cruel, y el pobre muchacho fallece de forma tan tonta como él, lo que pone al marqués en la tesitura de engendrar un nuevo hijo, lo cual procura hacer en las agradecidas carnes de Trisìna, una muchacha casada con un servidor del marqués al que el asuntillo de los cuernos no le importa demasiado. Pero las historias de Camilleri son historias corales, historias de historias, y además de la vida del marqués conocemos bastantes otras: las de sus servidores, la de Trisìna y su esposo, la de algunas damas de Vigàta, la de la hija del marqués, la de su esposa y, también, la de un caballero con cuya llegada a Vigàta da comienzo la historia, un tipo que llega y abre una farmacia.

Las historias de unos y otros se cruzan y entrecruzan y, sabedores de que así es la vida, hay personas que intentan dar sus puntadas en ese tejido para intentar que el resultado les favorezca. Lo más extraño de toda la novela es el final: previsible en cuanto a las razones de ciertos sucesos, e imprevisible en cuanto a sus motivaciones. 

Leí esta novela cuando de nada conocía a Camilleri y, después, cincuenta suyas más. Y lo que me queda. Juzgad si recomiendo leerla o no.



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