En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 10 de marzo de 2022

La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder – Andrés Barba


 

Breve y lúcido ensayo sobre el uso del humor como arma, más que como mecanismo de defensa. O, dicho de otro modo, el humor del que nos habla el autor es muy poco cervantino, lo cual queda claro ya desde la sinopsis cuando se dice: «Cada vez que una persona abre la boca para reír está devorando a otra persona».

Esa concepción del humor como arma es el nexo de unión entre los temas que trata el libro, que son bastante variados.

Cada capítulo aborda un asunto, o al menos produce una singular reflexión. El análisis de la película de Chaplin «El gran dictador» y las especulaciones sobre lo poco que se sabe de la reacción de Hitler a ella, y la propia reacción de Chaplin cuando, tiempo después, llegó a conocerse el alcance del Holocausto, permiten interesantes reflexiones sobre cómo la parodia puede menoscabar o reforzar lo parodiado en función, muchas veces, de la reacción del parodiado o del momento en que se hace la parodia. También obliga a pensar que la parodia –que normalmente tiene algún tipo de expresión artística o intelectual (novela, artículo, película, actuación…)- queda, mientras que la realidad parodiada evoluciona, por lo que el tiempo puede cambiar el sentido de la parodia y, por tanto, dejar al humorista en una situación distinta a la que pretendió, y en ocasiones peligrosa.

Ver porno no es algo que suena congregar grandes multitudes. Sin embargo, la película «Garganta profunda» consiguió reunir a miles de espectadores en las salas, hasta el punto de llegar a ser, con su famélico presupuesto y descuidada puesta en escena, una de las películas más rentables de la historia. ¿La razón? Era también una historia de humor, y el humor, siempre una actividad «social», impuso su sociabilidad a la privacidad de la pornografía. Esto permitió el milagro de que tanta gente se reuniera para ver, todos juntitos, un buen rato de porno; o, más bien, demostró cómo a través del humor pueden difundirse cosas imposibles de difundir de otra manera.

Frente a la situación típica de utilizar el humor para juzgar, valorar o denunciar, cabe preguntarse qué ocurre cuando la involuntaria fuente del humor es la propia persona sometida a un juicio serio. Las reflexiones sobre este tema se realizan en el divertido (por pasmoso) capítulo dedicado al Presidente de los Estados Unidos, George Bush Jr. La recopilación de declaraciones en las que él mismo, sin darse cuenta, se colocó diáfanamente muy por debajo del nivel que se esperaba de su responsabilidad y cuáles fueron los presumibles efectos de tales declaraciones ofrece un amplio campo al debate y a la estupefacción.

Dado que el humor ayuda a digerir tantas cosas (hasta el punto, como una vez leí, de que padres con hijos con enfermedades terminales llegan a bromear con la enfermedad de su hijo porque no encuentran otra manera de hacer soportable la realidad), me ha resultado especialmente interesantes los capítulos dedicados a los motivos por los que la sociedad entera –sin nadie que lo organice- consigue vetar el humor en público sobre ciertos asuntos, como el tratamiento del Holocausto, los atentados del 11 de septiembre de 2011 o el feminismo, que son los tres ejemplos que menciona este libro, y que aborda con particular cautela.

Son más los asuntos de que trata este breve obra, incluida la actitud del cómico ante la vida (porque practicar el humor no significa ser un tipo divertido, sino tan solo lo bastante inteligente como para encontrar ciertos caminos indirectos para llegar a algún sitio o huir de otro), pero de referirme a todos los capítulos quizá sería más larga la reseña que el libro, una obra que, para aprovechar bien, creo que deberé releer alguna que otra vez.




lunes, 7 de marzo de 2022

Reflexiones sobre literatura y humor

 



Somos trágicos y por eso humoristas... El humor es trágico. Es el valor más alto y refinado de la inteligencia. Ser trágico es fácil: basta existir


Gonzalo Arango

lunes, 28 de febrero de 2022

La posteridad

 


          Este invierno, con pocas semanas de diferencia he leído las declaraciones de dos escritores muy distintos, habituales best seller, uno bueno y otro malo (y quizá por eso algo amigos) con las que ambos respondían a sendas preguntas sobre su eventual paso a la posteridad. Ambos vinieron a señalar que eso ya no existe. Achacaron su desaparición a la dinámica de estos tiempos en los que la maquinaria del consumo impone un usar y tirar incompatible con cualquier concepto de permanencia. Por eso, cada cual con sus palabras, afirmaron que, una vez la espicharan, sus novelas apenas se venderían cuatro o cinco años. Después, el olvido.

          Yo, generoso que soy, les regalé algún momento más en la memoria: mientras el grueso de sus lectores siga en este mundo seguro que los editores pasan por caja en el quinto y décimo aniversario de su muerte, o cuando se cumpla el centenario de su nacimiento si se esperan unos años a morirse; eso sí, aunque serán celebraciones con cierta fanfarria en la prensa del grupo las cifras de ventas serán más que discretitas. Y luego, ya sí, el olvido.

Sin embargo, creo que la posteridad existe. En literatura como en todo. Y creo, también, que es un club tan diminuto que solo puede albergar a cuatro eminentísimos gatos. Como posteridad y memoria vienen a ser lo mismo, la dimensión de este club entre los clubs la establece la capacidad de la memoria colectiva, más chuchurrida que pimpante, limitada, y, por tanto, forzosamente selectiva; así que si unos entran otros acaban saliendo para instalarse en esa posteridad de segunda que son los tratados de literatura y sus pocos lectores. No puede ser de otra manera. ¿Verdad que hasta la mayoría de los lectores empedernidos tienen problemas para citar más de dos o tres docenas de autores verdaderamente «clásicos» sin detenerse a pensar? Y es que, si en el club de la posteridad cupieran tan solo tres o cuatro autores españoles por generación y otros tantos franceses, británicos, italianos, norteamericanos, sudamericanos y rusos, por citar solo lo más cercano de nuestro entorno cultural, necesitaríamos una memoria prodigiosa. Añadid los del resto del mundo y para retenerlos todos necesitaréis la memoria y el cabezón de un elefante africano.

Por eso me da que los escritores que he citado al principio, mientras decían lo que he contado pensaban que ni por casualidad van ellos a formar parte de semejante olimpo; pero como la vanidad es poderosa, antes proclamar la volatilización del club a reconocer estar a la intemperie tras la aplicación del «reservado el derecho de admisión». Tal gratuita coquetería tuvieron tanto el (frustrado) bueno como el (desvergonzado) malo. Coquetería, por cierto, que ya todo el mundo ha olvidado. Menos yo, evidentemente, pero es que tomé nota.




lunes, 21 de febrero de 2022

La cuenta atrás para el verano – La Vecina Rubia

 


Los libros firmados por personas ajenas a la literatura aprovechando la notoriedad obtenida por otros cauces no suelen causar entusiasmo a los lectores habituales. Con tantos libros y tan poco tiempo, leer implica elegir, y optar por quien jamás ha manifestado inquietud literaria alguna supone el riesgo evidente de topar con páginas que aprovechen la fidelidad a una imagen sin ofrecer nada meritorio a cambio.

No es el caso de La Vecina Rubia, sea quien sea, porque el personaje que ha construido en las redes se ha definido a través de su peculiar uso de lenguaje (que también es su principal fuente de humor), ha defendido activamente la lectura y ha escrito muchas pequeñas historias. La propia creación de un personaje así tiene algo de literario. La fama le ha dado una facilidad para publicar y difundir ganada a pulso, pero no creo que haya sido la principal razón para escribir, y más viendo que el libro ha sido ambicioso, a juzgar por su detalle y extensión. Otra cosa es el juicio que merezca el resultado.

          He leído este libro, también, movido por el silencio que sobre él mantienen los «guardianes de la cultura»; silencio que los sitúa voluntariamente de espaldas a lo que se lee, porque La cuenta atrás para el verano va camino de ser el libro más vendido en mucho tiempo, con cifras equiparables o superiores a los más importantes éxitos de los últimos años. Las elucubraciones sobre las razones de este silencio dan para otro artículo.

La novela, más que una extensión del personaje de las redes sociales es su cobertura, un complemento excelente, toda vez que amplía y detalla su mundo haciéndolo más comprensible y abriéndole posibles nuevos horizontes. Pero a su vez, para disfrutar de la lectura es conveniente (casi necesario) haber seguido en alguna red a La Vecina Rubia, cuyo perfil nació bromeando con el tópico de la «rubia tonta» ingenua y frívola pero sin ocultar el coco de una rubia lista; un perfil que hace un uso responsable de su capacidad de comunicación y es fiel a valores relevantes. Un perfil, también, que pese a su innegable éxito no ha caído visiblemente en la vanidad.

Una segunda advertencia: se impacientará y aburrirá quien busque una secuencia de hechos cuyo encaje conduzca a un desenlace. Esta novela no es un camino de un punto a otro para descubrir algo ignorado sino una ruta circular para disfrutar del paisaje. Es una especie de biografía emocional de la juventud: amistades, amores, desamores y afrontar la enfermedad y muerte del padre en un periodo que comienza en la adolescencia y termina en el comienzo de la treintena, todo en un entorno urbano y acomodado.

No recuerdo otro libro donde sea tan evidente aquello que estudié de chaval de la diferencia entre fondo y forma, lo cual creo que no es bueno, pero me facilita la reseña. 

Respecto al fondo, ya he dejado constancia del contenido. Que el libro haya interesado ya a decenas de miles o incluso a cientos de miles de lectores es un dato objetivo. Que además todo lector podrá revivir sosegadamente sus tiempos de adolescencia (en mi opinión esa parte es de lo mejor de la novela), creo que también. Que lo que se escribe interese a los lectores tiene un mérito enorme.

No es tan meritorio que esa «ruta circular» pase varias veces por el mismo sitio. Hay excesiva repetición de datos y las últimas cien páginas, aproximadamente, relatan una nueva amistad que se parece demasiado a las anteriores. El intencionado silencio sobre la biografía no emocional no ha ayudado a evitar esta impresión.

Hay otra cosa que tampoco me ha entusiasmado, pero sospecho que a muchas personas sí: casi cada situación da lugar a una reflexión que desemboca en una sentencia con sabor a consejo. Tanto sucede que emparenta el texto con el feelgood, por no decir la «autoayuda». Cuando alguien te da un consejo, se preocupa por ti; cuando te da trescientos, piensa que no eres muy espabiladico. Lo digo no porque la autora piense eso de sus lectores (es obvio que no), sino porque es la irritante sensación que he tenido cuando un golpe de humor me ha hecho olvidar lo peculiar del personaje y, antes de volver a recordarlo, he caído de cabeza en uno de sus consejos. Es lógica y esperada (y seguro que disfrutada por muchos) la presencia de esos consejos y posicionamientos sobre temas de actualidad, pues el personaje los prodiga en las redes; a fin de cuentas la gracia del asunto es que desarrolla su filosofía a partir de experiencias cotidianas y algo frívolas, como las narradas en la novela. No obstante, otros recursos usados en las redes han sido más dosificados.

En cuanto a la forma, esta narradora caricaturesca se dirige al lector como si dialogara con él con su peculiar modo de hablar, lo que no justifica algo que me resulta imposible soslayar (porque soy un tiquismiquis acostumbrado a revisar mis propios textos y alguna vez los de otros): el uso del lenguaje es ineficaz, abundan las redundancias en una misma frase o párrafo y también las repeticiones de datos, situaciones, diálogos y frases hechas. Puliendo esto al máximo (algo muy laborioso) se contaría exactamente lo mismo y la calidad mejoraría una barbaridad. 

Pero prefiero quedarme con lo mejor de la forma: el humor, que es también la razón de ser de esta obra y gracias al cual alcanza instantes brillantes. El humor de La Vecina Rubia está casi por completo vinculado al uso del lenguaje: los juegos de palabras y el corre que te pillo con los dobles sentidos son un derroche de ingenio; aquí sí tiene explicación el uso de frases hechas como parte del lenguaje coloquial para luego darles la vuelta. Otra brillante fuente de humor son las comparaciones, ágiles, ingeniosas y diáfanas. Para la posteridad (al menos para mí) queda la escena en la que la protagonista, tras una cogorza llorona, despierta en su cama con el rímel tan corrido por las mejillas que… parecía un mapache. ¡Lo que me reí con esa comparación! Es un humor más usado como defensa que como arma, el cual para mí es, con diferencia, el más inteligente, aunque no tanto por el ingenio que precisa sino por los fines que persigue: capear problemas, duelos y sinsabores. Lo menos humorístico, como es comprensible, es el tratamiento de la enfermedad y la muerte, pero esa parte es también, para mí, la mejor del «fondo».

  Por cómo se expresa en las redes, refiriéndose siempre a lectoras, es obvio que La Vecina Rubia ha escrito esta obra pensando en un público femenino. Da igual: yo me lo he pasado bien, y si (por «deformación profesional») no fuera tan tiquismiquis como he dicho, aún me lo hubiera pasado mejor.



jueves, 17 de febrero de 2022

Delta de Venus – Anaïs Nin

 



Si será insípida esta obra, formada por una serie de irregulares relatos eróticos donde algunos personajes aparecen en varios, que he sido capaz de leerla enterita sin haber llegado a recordar en ningún momento que ya la había leído hace años. Como soy de los que apuntan lo que leen, me di cuenta después, al apuntar la lectura. Cómo será Delta de Venus para que mi memoria –en la que siempre queda al menos un resto de cada lectura- no haya retenido absolutamente nada de aquella.

Hace bastante tiempo leí con fruición casi toda la obra de Henri Miller (de la cual no saqué nada en claro, aparte de disfrutar de su tumultuosa y grandilocuente verborrea), y de ello me quedó la curiosidad por conocer más sobre él y su entorno. De ahí que leyera Mi amigo Henry Miller, de Alfred Perlès (Bruguera) y comprara varios libros de Anaïs Nin (Henry y June, Invierno de artificio, Bajo la campana de cristal y Delta de Venus), de los cuales solo llegué a leer el primero porque, por algún motivo, se me pasó la fiebre henrymilleresca. Si hace unos días decidí leer Delta de Venus fue porque al verlo en la estantería sentí una especie de remordimiento por haber abandonado sin más aquellas lecturas. Y, obviamente, porque no recordaba haberlo leído.

A modo de prólogo se nos ofrecen varios fragmentos de los monumentales diarios de la autora en los que se alude a la génesis (en los años 40) de Delta de Venus, obra que se publicó en 1977 (el mismo año en que Nin murió, a punto de cumplir 74 años). Se trata de un origen peculiar: los relatos fueron escritos por encargo, pero no para su publicación, sino para ser leídos por un único cliente; un tipo adinerado que quería mucho sexo explícito y poca «poesía»; es de suponer que para homenajear a Onán. Nin se queja en el prólogo de que con tal condicionamiento no pudo reflejar la visión femenina del sexo, la cual, en las fechas en que escribió los relatos, era prácticamente inexistente en la literatura; y aún casi lo seguía siendo en 1977. No obstante, continúa Anaïs Nin en el prólogo, releyendo décadas después los relatitos sí encontró la suficiente visión femenina para justificar su publicación. Si así fueron las cosas en 1977 o fue solo un modo de pasar por caja, que lo juzgue el lector. A mí más bien me parece que los condicionamientos del cliente en aquellos lejanos años 40 se impusieron claramente a cualquier otra pretensión.

Lo cierto es que los relatos están muy poco trabajados (a fin de cuentas, el cliente no debía de ser muy exigente), con saltos inexplicados y alguna que otra incoherencia que parecen fruto del despiste y la falta de revisión; todos los personajes son planos e intercambiables (dentro de cada sexo, pues entre sexos los roles están bastante delimitados) como consecuencia de que la única actividad de la que tenemos noticia más o menos detallada, en todos ellos, es la del apareamiento; y, para colmo, los relatos son aburridos: un muestrario de diferentes prácticas (como si mostrar una u otra supusiera un gran cambio de un relato a otro) que incluyen incesto, sadomasoquismo, voyerismo, exhibicionismo, homosexualidad, sexo en grupo, fetichismo… sin que en ningún caso sea posible ni siquiera atisbar qué motivos conducen a cada situación ni qué consecuencias tienen. Los personajes de Delta de Venus ni piensan ni sienten. Si el sexo es algo que se practica con el cuerpo pero sucede en la cabeza, búsquenlo ustedes en otra parte. Y si lo que buscan es simple descripción, tampoco tengo buenas noticias: las descripciones de Delta de Venus han quedado obsoletas ante la galaxia de sexo visto o escrito al alcance de cualquiera.

El gran mérito de esta obra es su carácter pionero más que su inexistente fondo literario. Quien recuerde o investigue la polémica que en 1989 acompañó en España la publicación de Las edades de Lulú, de Almudena Grandes (polémica por el contenido de la obra y por haber sido escrito por una mujer) podrá imaginar lo que supuso el mucho más atrevido Delta de Venus en 1977. Y lo que podía suponer cuando se escribió, en los años 40. Una revolución. El mérito de Anaïs Nin fue romper barreras, ser pionera, atreverse a reclamar abiertamente la sexualidad femenina. Algo más importante para la sociedad como un todo que para el pequeño apartado que la literatura supone. Por eso Delta de Venus tiene más importancia como testimonio que como literatura. 




lunes, 14 de febrero de 2022

Un destello de luz – Louise Penny

 



Que las novelas de Louise Penny protagonizadas por Armand Gamache deben ser leídas en el orden de su publicación es un dato especialmente relevante a la hora de leer Un destello de luz, novela donde los desaguisados nacidos en la anterior, Un bello misterio, juegan un papel esencial.

Pero en Un destello de luz no destella ninguna luz, más allá de que Penny sabe atrapar la atención del lector y hacerle disfrutar de un universo (el de Three Pines y del propio protagonista) hogareño y ya conocido. En realidad, es la novela más peliculera de la saga hasta el momento, con diferencia. Tanto, que el lector que se ponga pejiguero con el realismo puede salir zumbado: la trama es inverosímil y los ingeniosos recursos de los buenos solo son comparables en su eficacia a la torpeza profunda de unos malos de maldad casi secular que parecen inteligentísimos y que, además, disponen de los medios más sofisticados. Hecha esta salvedad, Un destello de luz es una novela que se lee como se ve una película de acción: todo sabemos que aporrear siete malvados a la vez y darle un susto al octavo haciendo piruetas en el aire es imposible, pero al héroe se le perdona; eso es lo que sucede aquí: el lector que ha llegado a estas alturas de la saga lo que quiere es ver a Armand Gamache y al resto de los personajes metidos en vericuetos (pues dada su edad, sus kilos y su pacífico carácter no están para piruetas); si esos laberintos son realistas o no, tanto en su planteamiento como en el modo de salir indemne de ellos, es lo de menos.

Penny utiliza en esta novela un truco muy manido pero eficaz: contar dos historias (o, mejor dicho, dos casos) en paralelo. A diferencia de lo habitual, no acaban convergiendo, pero es que su propósito es otro y se ve desde el comienzo: llevar a Gamache a Three Pines, ese pueblecito imposible a solo un par de horas de la gran ciudad, un remanso de paz que no aparece en los mapas, donde todos los vecinos son solidarios, educados y afectuosos, el lugar donde se retiraría san Pedro si un día dejara su puesto de portero celestial, la población entre boscosas montañas donde el tiempo no importa y todo el mundo vive feliz, tranquilo, plácido, con inaudita calidad de vida, siempre calentitos en medio de la nieve y sin despeinarse, porque allí nadie pega un palo al agua como no sea por afición. Con decir que bastan unas docenas de vecinos para que sobreviva una librería… ¡Y qué reconfortante resulta que cada pocas páginas un personaje introduzca un ceporro de leña en la chimenea para calentarse (y calentar al lector) mientras al otro lado de la ventana nieva desde hace horas!

Como es también habitual en la novela negra, una de esas historias es «el caso» propio de la novela concreta y «el otro», el que corre en paralelo, tiene que ver con los protagonistas y proviene de novelas anteriores. Truquillo que, aparte de para dimensionar la novela a ciertos niveles, viene de perilla para fidelizar al lector.

La novela comienza con dos sucesos cuyo primer interés es evidente: ver cómo se las ingenia la autora para relacionarlos entre sí y con Gamache: una conductora parece sufrir cierta claustrofobia en un túnel, y una anciana, antigua conocida de una de las habitantes de Three Pines, va a ver a ésta y luego incumple su promesa de volver, tras haberse despedido con una frase aparentemente banal pero para ella significativa. Con el segundo de estos mimbres Penny pone un anzuelo tan potente que por momentos resulta insoportable para el lector no saber más, aunque el mérito de Penny es escaso porque recurre al burdo truco de que todos los personajes saben lo que hay y el lector lo ignora simplemente porque a la autora no le ha dado la gana contarlo y, con toda desfachatez, los personajes se enteran de las cosas delante del lector pero el lector sigue en la inopia; al desvelarse por fin ese «misterio» el caso relativiza su interés (realmente el asunto es algo grotesco) y éste comienza a centrarse en las cuitas de Gamache, quien, como ya le dicho, en lo personal y profesional salió de Un bello misterio con una fea certeza.

Una novela entretenida, poco ambiciosa en lo literario y cuya complejidad en la trama –que la misma autora menciona en los agradecimientos- se ha solucionado con una enorme cantidad de «licencias» y saltos en el vacío. Hasta qué punto Penny ha hecho lo que ha querido y no ha sabido hacer más o hasta qué punto ha sido esclava de no poder escribir un tocho de muchas más páginas (Un destello de luz alcanza las 530) es una duda razonable. Por cierto, la nota final de la autora no se corresponde con estos reparos: suena eufórica, como si hubiera alumbrado el novelón de los novelones.

Termino volviendo a lo peliculero: cuando todo ha quedado aclarado, el happy end posterior es una ñoñería horripilante propia de los infectos finales que en las más mediocres peliculejas sustituyen al «y fueron felices y comieron perdices».

Pero oye, aunque con cierta irregularidad, Un destello de luz engancha.



jueves, 10 de febrero de 2022

Novela de ajedrez – Stefan Zweig

 



Narrado en primera persona por un personaje del que solo llegamos a saber su nacionalidad –la misma que autor-, Novela de ajedrez cuenta una curiosa anécdota situada en un largo viaje en barco desde Nueva York a Buenos Aires en algún momento que la fecha de la publicación de la novela y alguna de las referencias que contiene permiten situar poco antes de 1941.

En el barco viaja el nuevo campeón mundial de ajedrez: un hombre joven, taciturno e insociable cuya historia conmueve al lector al menos hasta cierto momento. Semejante figura llama la atención de todos los que saben quién es. Lo complicado, dado el carácter del campeón, es hablar con él, cosa harto apetecible cuando todo el mundo tiene por delante varios días sin nada que hacer.

Entre los demás viajeros figura un adinerado americano muy pagado de sí mismo con el que el narrador llega a jugar al ajedrez en uno de los salones del barco.

A partir de aquí se producen una serie de hechos que llevan a la aparición, casi por casualidad, de un desconocido, el «señor B.», cuyas sorprendentes capacidades se basan en una dramática experiencia vital que solo el narrador –testigo que media entre el resto de los personajes y el lector- llegará a conocer.

Qué sucede entre los viajeros y el modo en que reaccionan a los hechos que suceden se acaba transformando, a los ojos del lector, en un feroz alegato contra el nazismo, una ideología capaz de convertir a los seres humanos en monstruosos donde hasta lo mejor de sí mismos pueda provocarles un sufrimiento atroz y peremne.

La novela es corta; el ritmo, magnífico; el lenguaje, elegante y sin afectación; pero sobre todo es concisa y sin nada superfluo: hasta la última palabra es importante y eso permite que la atención del lector sea máxima desde la primera frase hasta la última. Especial mérito tiene también la increíble manera en que Zweig crea mundos sin apenas descripción, simplemente provocando la evocación del lector.

Para quienes se animen a su lectura, Novela de ajedrez está publicada en Acantilado. Hay una versión en tapa blanda por 9,5 euros. Yo lo he leído en tapa dura, también en Acantilado, en un volumen de 46,55 euros que incluye nada menos que diez novelas cortas del autor. Un pequeño lujo que, si hacéis cálculos, sale barato.






lunes, 7 de febrero de 2022

La bombilla que flota – Woody Allen

 



Tercera obra de teatro firmada por Woody Allen (1935), obra a mi juicio prescindible.

La bombilla que flota (1981) sitúa su acción en una vivienda pobre de un barrio pobre de la Nueva York de los años cuarenta. Allí viven Max, un ludópata cincuentón acosado por las deudas; su esposa Enid, una curranta de campeonato que saca adelante a la familia pese a las zancadillas del marido, entre las que Max incluye la existencia de una joven amante; finalmente, están los dos hijos adolescentes, lanzados de cabeza al fracaso escolar y vital; uno de ellos, Paul, tartamudo, practica sin cesar trucos de magia.

Concebida como testimonio sobre el círculo vicioso de la pobreza (más que como un alegato contra ella), consigue que los personajes den pena, pero no llega a conmover lo suficiente al lector/espectador acomodado (y acomodados suelen ser quienes se permiten lujos como el teatro), que es más fácil, a la vista de la obra, que acabe más preocupado por eludir su eventual pobreza futura que por combatir ya la ajena desde su presente acomodado.

Cosa rara, a pesar de ser teatro La bombilla que flota puede leerse como una novela. Lo malo es que no es una novela muy interesante: al planteamiento que permite al lector/espectador saber quién es quién y de qué pie cojea cada uno sigue un largo pasaje en el que solo se ocupa el tiempo para desembocar, por fin, en un largo final en el que la ilusión por escapar de la pobreza crea bellas fantasías que animan al lector/espectador tanto como a alguno de los personajes. Uno de ellos, sin embargo, debido a su personalidad parece obcecado en sembrar su propia ruina. Y al final… Bueno, para no desvelar nada diré que vienen a la cabeza unos célebres versos de Calderón de la Barca, pero no por la calidad de la obra.

Para forofos de Woddy Allen.



jueves, 3 de febrero de 2022

La familia Martin – David Foenkinos

 



De las tres novelas que he leído hasta ahora de Foenkinos, quizá esta sea la que más me ha gustado, y eso que su modo de escribir de tan ligero parece hacer banales las historias que cuenta. Sin embargo, bajo esa ligereza y la sencillez del planteamiento de cada acción y del conjunto de la obra oculta una gran capacidad de resumen, concisión y, sobre todo, ideas clarísimas acerca de lo que se quiere contar.

El planteamiento, y no exagero, dura casi más en la sinopsis que en la novela: un escritor que no sabe sobre qué escribir decide, en un pronto, salir a la calle y contar la vida de la primera persona que vea, que resulta ser una anciana que, a su vez, tiene hijas, y las hijas maridos, hijos, etc.

Para lograr su objetivo, el escritor, un trasunto del propio Foenkinos que produce al lector la sensación de andar navegando con un pie en la realidad y otro en la ficción, debe entrevistarse con «sus personajes», pero dar testimonio de una realidad cuando ese mismo testimonio puede cambiar esa misma realidad transforma al testigo en parte implicada; o, dicho de otro modo, la actividad del escritor mueve resortes en la familia Martin y en él mismo que producen consecuencias inesperadas que, más allá del efecto sorpresa, permiten al lector reflexionar sobre los afectos, la valentía de ser uno mismo, el modo en que se aprovechan o desperdician las oportunidades o algo tan prosaico como a partir de cuando es inútil el «tarde» en el «más vale tarde que nunca».

La novela se construye ante los ojos del lector mezclada con las vacilaciones del escritor, que transmite sus dudas con un constante punto de humor, de ironía, de reírse de sí mismo. Y esa actitud se mantiene hasta el final, brillante, sorprendente y de una tristeza que ese punto de humor consigue transformar, en una sola frase, en melancolía.




lunes, 31 de enero de 2022

El túnel – Ernesto Sábato

 



«Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.»

Así comienza El Túnel, el clásico que Ernesto Sábato publicó en 1948 y que constituye la primera de tres novelas que publicó el Premio Cervantes de 1984. Es la tercera vez que la leo.

La obra, breve, concisa, de la claridad escalofriante, relata, en primera persona, la conducta obsesiva del protagonista, un pintor famoso que se siente repentinamente atraído por la única persona que se ha fijado en un detalle de uno de sus cuadros que, para él, es la esencia del mismo.

El túnel, término con el que Sábato alude al efecto que toda obsesión crea, lo constituye la mente del enfermo; una mente de la que no puede escapar. El túnel es uno mismo. La obra relata el tortuoso camino mental a través del cual el protagonista focaliza caprichosamente la razón de su vida en una persona para luego emprender su propia autodestrucción y la destrucción de esa otra persona a través de un proceso patológico de apropiación de esa persona, el cual, al fallar o simplemente cojear, deviene en tragedia. Las «razones» de Juan Pablo Castel las expone él mismo. De las de María Iribarne, en cambio, el lector no sabe más que a través de las suposiciones del protagonista; a través de él intuimos que María tampoco es un angelito, lo cual utiliza Castel como excusa a sus desatinos: al fin y al cabo, María era infiel a su marido ciego con el propio Castel, lo cual es una evidencia; al fin y al cabo, quizá era infiel también a Castel; al fin y al cabo se presentó diciéndole «Pero no sé qué ganará con verme. Hago mal a todos los que se me acercan». Una frase, esta última, con la que Sábato siembra pronto la duda en el lector: ¿es Castel el loco que parece ser y María su víctima, o María sabe de antemano que su fortaleza psicológica le va a permitir pasar por encima de ese famoso pintor, evidentemente en situación de debilidad mental y aquejado de una patológica soledad, con el que decide concederse el capricho de un romance? No es sencillo opinar sobre la figura de María porque hasta su propia muerte, anunciada en la primera página del libro, de produce de un modo extraño por cómo la afronta. En cualquier caso, repito, todo llega al lector a través de la turbia y parcial mirada del narrador.

Publicada en 1948 El túnel sigue siendo tan actual entonces como ahora. Quizá ahora incluso más, que es lo que sucede con las novelas adelantadas a su tiempo: no deja de ser significativo que el primer tema elegido por Sábato para novelar (¡el primero!) sea tema de constante actualidad 74 años después.

Capítulos cortos, lenguaje lleno y certero, situaciones siempre significativas y un punto apenas perceptible de sutilísimo humor –involuntario- que surge de enfrentar la sensatez a los disparates que discurre Castel; un humor que de no estar diluido en la certeza del drama anunciado en la primera frase hubiera sido más evidente, y que Martín Casariego, que prologa la edición que he leído, circunscribe a capítulos concretos.

Un breve novelón.




domingo, 30 de enero de 2022

jueves, 27 de enero de 2022

Brujerías – Terry Pratchett

 



Serie Mundodisco, 8


Excelente versión plena de humor de Machbeth y de esos cuentos donde un usurpador se carga al rey (quien en este caso tampoco es precisamente una bella persona), crimen a consecuencia del cual el joven heredero, un bebé también en la lista del usurpador para ser pasado a cuchillo, es protegido en el último momento por un alma caritativa que lo birla y lo envía al quinto pino (o al sexto a ser posible) para que crezca en paz a la espera de que el destino haga efectivos los derechos sucesorios de la criatura.

La peculiaridad, en este caso, es que el niño queda al cuidado de unos actores que deambulan por el reino –una renacuajada que apenas sale en los mapas- formando una compañía ambulante. También ocurre que la guapísima hada madrina del bebé no es tal, sino, a modo de hadas madrinas sobrevenidas, una tríada de brujas bastante feorras que, por lo demás, son buena gente, aunque muy quisquillosas para cuanto tiene que ver con sus asuntillos, especialmente la más anciana (Yaya Ceravieja, ya conocida por Ritos Iguales), que desprecia la tradición por la que se pirra la más joven.

          El jovenzuelo, «bendecido» por los dones de sus madrinas, se convierte en un actor fabuloso. El usurpador, por su parte, tiene unos problemas de conciencia solo comparables al problema de estar casado con la harpía que tiene por esposa; de tantas penas no lo consuela su bufón, un tipo harto de su profesión y que, dada su soledad, es propenso a enamorarse de cualquiera que repare en su existencia, incluso aunque tenga la atractiva silueta de palo pocho de escoba, el pelo como el esparto y un aliento como para poner en fuga a un buitre.

Brujerías es una divertidísima parodia de todos los mitos sobre las brujas de cuento, al tiempo que se pitorrea sobre el sentimiento de culpa, el de venganza y hasta del amor. Una novela donde, además, no se ve por dónde va a salir el autor hasta bien avanzada la obra, cuando se inicia uno de esos largos y espectaculares finales en los que Terry Pratchett mete poco a poco al lector sin que éste se entere hasta que, de pronto, se da cuenta de que lleva ya un montón de páginas arrastrado por el desenlace.

          Merece la pena su lectura.


lunes, 24 de enero de 2022

Cucarachas – Jo Nesbo

 



Me dijeron que Jo Nesbo era muy bueno y que Murciélago, la primera novela de la saga del policía alcoholíco noruego Harry Hole, era la peor de la saga. Ciertamente, Cucarachas es mucho mejor, capta la atención de modo constante y el devenir de los hechos es fabuloso: el autor va espolvoreando pequeños detalles que solo al final cobran un sentido.

La acción comienza con el asesinato el embajador noruego en Tailandia. Y allá envían a Harry Hole, tras el éxito que el hombre había obtenido en la aventura de Murciélago, en la confianza de que no cometa demasiados estropicios y eche tierra rápidamente sobre un asuntillo que puede tener trascendencia política. Ni que decir tiene que no es así y que el hombre acaba viviendo peripecias sin fin en el peculiar y asfixiante ambiente de Bangkok, una ciudad que en el momento en que se sitúa la historia (finales de los 90 del siglo XX) es la capital mundial del turismo sexual y, en particular, la meca de los pedófilos.

La novela va al grano, con un ritmo muy bueno y captando de modo permanente la atención del lector. Buenísima literatura de consumo salvo en las páginas finales. ¿Por qué? Primero, porque la intriga respecto al quién desaparece por llegar un punto en el que el lector descubre al culpable por eliminación, y lo descubre antes de que se lo descubra el autor (malo); y, segundo, porque tras ese momento la novela de intriga se convierte en una peliculera (en el peor sentido) novela de acción siempre tan cerca del límite de lo verosímil (más bien unos cuantos pasos más allá) que, tras lo bueno que había sido el 85% de la novela, queda un regustillo un poco decepcionante.

Pero, globalmente, una lectura sin pretensiones literarias con la que disfrutar del placer de leer por leer. 




jueves, 20 de enero de 2022

Las aventuras del valeroso soldado Schwejk – Jaroslav Hasek

 



          Las aventuras del valeroso soldado Schwejk es una obra inconclusa que es, además de una gran novela de humor, una de las grandes novelas de la literatura checa y un fuerte alegato antibelicista y antimilitarista.

El sinsentido de la guerra y correlativo sinsentido de unos ejércitos que, hasta la Primera Guerra Mundial (el escenario de esta novela) estaban concebidos para combatir al modo tradicional, esto es, ejército contra ejército en frentes de batalla a ver quién es más bruto o más listo, el sinsentido de todo eso, digo, lo denuncia el autor a través de cientos de páginas donde los personajes deambulan de acá para allá, como el ganado que no puede marchar más allá del cercado, sin otro criterio que las órdenes confusas y no explicadas de ir, estar, volver, rectificar... Todo sin que nunca pase nada más que el tiempo; es decir, la vida que va quedando atrás sin hacer nada con ella. Unas vidas por completo a disposición de una causa, la causa, que nadie entiende y de la que los militares que rodean al protagonista ni siquiera son capaces de comprender el modo en que han de defenderla; de ignorancia en ignorancia se desemboca, por fin, en un principio fácilmente comprensible: hay que actuar porque  «si no matas, te matan»; un principio útil para seguir vivo pero no demasiado risueño para justificar la existencia y la propia muerte. Sin embargo, la novela, hasta donde escribió su autor, no conduce al protagonista a la batalla, sino que la acción permanece en los larguísimos prolegómenos del reclutamiento, la retaguardia, el viaje al frente… Y, entre medio, los personajes con los que se topa Schwejk o, más bien los que se topan con él: un montón de militares, desde soldados a oficiales, cada uno de los cuales tiene sus peculiaridades y rarezas, exacerbadas por una situación que no controlan y que pueden sufrir o hacer sufrir a otros en función de su posición en la cadena de mando y de las bombas que les caen a la cabeza. Dicho de otro modo, la novela cuenta un larguísimo soportarse unos a otros sin que nadie pueda disponer de sí mismo, aunque sí, algunos, de los demás.

Aunque la peculiaridad de la novela y su constante fuente de humor radica en lo pintoresco de su protagonista: Schwejk es un majadero de tal calibre que su existencia, en condiciones normales, lo reduciría a la inútil condición de curiosidad zoológica, cuando no a la más común de muerto de hambre. Y, sin embargo, durante una parte de la novela el sinsentido de la guerra es tan absoluto que el lector duda si tamaño mentecato no es, en realidad, el más listo de todos. De hecho, al convencimiento de su simpleza llega uno a través de las escasas ocasiones en que el narrador renuncia a contar hechos y alude a las insensatas intenciones de Schwejk.

Si Sancho Panza sacaba de quicio a don Quijote contando refranes que unas veces atinados y otras no, Schwejk desespera a todos los personajes (y al final también al lector) contando, ante cada minúscula situación, la anécdota de alguien a quien una vez conoció o del que una vez escuchó hablar, al que le sucedió tal o cual disparate que viene o no a cuento pero que hacen de Schwejk un pelmazo antológico. Además, es un tipo tan conformado que es capaz de agradecer una tortura porque siempre encuentra motivo para decir que hay cosas mucho peores, como que te torturen en un calabozo más frío o húmedo. El resultado, al principio, es el de un personaje que parece tomarse todo a pitorreo cuando todos se toman todo en serio, porque se supone que una guerra es una cosa muy seria, lo cual lo conduce a Schwejk una situación de superioridad emocional desquiciante para el resto. Conforme avanzan las páginas uno comprende, ya lo he dicho, que no es que se tome nada a pitorreo, sino que, simplemente, es así de tonto.

Y cada tonto literario suele precisar un contrapeso sensato. El teniente Lukasch, de quien Schwejk es ayudante la mayor parte de la obra, cubre ese puesto con paciencia infinita. Su presencia es constante a partir de cierto momento, aunque poco llegamos a saber de él aparte de que es un tipo que se limita a soportar el destino y a Schwejk (si es que para él ambos no son lo mismo) con una flema digna de elogio.

Junto al antibelicismo de la obra es posible encontrar también cierta crítica a los nacionalismos (o a algún  nacionalismo, porque Hasek fue nacionalista, además de bolchevique y sé cuántas cosas más), plasmada en la nefasta opinión que cada nacionalidad tiene de la otra (incluso aunque sea aliada) y en el modo en que tener una o otra establece jerarquías en las que los checos son siempre los últimos en ese revoltijo que fue el imperio austrohúngaro..

La novela está inconclusa, porque Jaroslav Hasek tuvo a bien morirse el 3 de enero de 1923, a los treinta y nueve años. Probablemente el sentido de la obra no hubiera cambiado mucho de haberse publicado las seis partes previstas (solo hay cuatro de ellas), aunque el final podría haber dado más fuerza en función de la opción que se eligiera sobre la suerte de Schwejk. Es lógico prever que al menos una de esas partes se hubiera desarrollado en el combate, pero hasta de eso se acabó librando el valeroso soldado Schwejk.

Una novela crítica, inteligente, bien escrita y con mucho humor que merece la pena leer, pero a la que hay que acercarse con unos días con tiempo libre, porque es más larga de lo que parece.





lunes, 17 de enero de 2022

Pirómides – Terry Pratchett

 


Serie Mundodisco, 7


Un motivo para leer un montón de libros de Terry Pratchett es que su Mundodisco siempre sorprende sin necesidad de forzar el relato. Para Pratchet el más difícil todavía siempre parece un más fácil aún, probablemente porque nunca renuncia a los orígenes más comunes de la afición a la lectura: los cuentos, leyendas e historias de fama universal, siempre de algún modo presentes. 

Si uno lee más o menos en orden estas obras, advierte que el papel de la magia, protagonista en las primeras, evoluciona a marco en las siguientes. Es lo que ocurre en Pirómides, donde lo sobrenatural juega un papel secundario tras un objetivo principal: el humor negro, porque si algo tiene esta novela es humor muy, muy bueno y muy, muy negro a cuenta del peculiar modo de morirse y no morirse de faraones, dioses y señores que pasaban por allí.

Pero el humor negro no es la única fuente de humor en Pirómides, donde la parodia del antiguo Egipto es constante. El heredero al trono es un buen chaval que ha cursado brillantemente estudios de asesino en esa bella y fragante ciudad que es, ejem, Ankh-Morpork. De vuelta a su reino se encuentra con que, tras el fallecimiento de su padre -el faraón-, el sumo sacerdote, llamado Dios (con un sospecho parecido al Dios cristiano) ha dispuesto enterrar al finado en una pirámide colosal que hay que construir a toda prisa. No obstante, hay varios problemillas: al difunto no le hace ninguna gracia que lo encierren en semejante celdón; los arquitectos no saben muy bien lo que llevan entre manos; las pirámides acumulan esas extrañas energías que se producen en el Mundodisco y que casi siempre acaban regulín y, para colmo, cuando el nuevo faraón dice «blanco», Dios, delante de sus barbas, indica que ha querido decir «negro», de modo que siempre se acaba imponiendo la voluntad de Dios.

El reino, además, es un churro interpuesto entre dos países que no se declaran la guerra precisamente por existir ese churro en medio. Pero los países y los churros geográficos, ya se sabe, aparecen, desaparecen, se envuelven sobre sí mismos… Todas esas cosillas raras que suceden cuando de modo que suena verdaderamente convincente (y que es uno de los rasgos de Pratchett) te cuentan un montón de tonterías con tal verosimilitud que los ajetreos del tiempo y el espacio te parecen tan normales como para disfrutar, sin ninguna reserva, hasta de las más disparatas consecuencias. ¡Lo que se divierte uno!

Otra magnífica obra plena de fantasía, ingenio, imaginación, humor negro y crítica a las relaciones de poder.





jueves, 13 de enero de 2022

De qué hablo cuando hablo de correr – Haruki Murakami

 



Soy un lector muy poco indicado para hablar de esta obra. Mi falta de imparcialidad se debe a que me ha puesto los dientes más largos que a una morsa. ¿Por qué? Porque refleja mi ideal de vida: vivir entregado a la literatura y al deporte sin otra aspiración, en ambos casos, que hacerlo cada vez mejor dentro de mis posibilidades.


          Dicho lo cual queda claro qué cuenta este libro escrito en 2005, cuando Murakami tenía 56 años. Una obra de poco más de doscientas páginas con una serie de reflexiones hechas en esa época y cronológicamente ordenadas acerca del hecho de correr: causas, objetivos, implicaciones, simbología, utilidad… Todo lo cual se mezcla, lógicamente, con la profesión del autor: escritor.

          Hacer deporte, y hacerlo con objetivos claros (en su caso, correr un matarón al año y hacer también un triatlón) exige ser organizado, sacrificado, constante y disciplinado, todo lo cual exige a su vez algo más complicado: conocerse a uno mismo. Quienes alguna vez hemos acometido alguna empresa (física o mental) que requiere años de esfuerzo diario intenso y absorbente sabemos, aunque no seamos Murakami, de la importancia de todo ello y de la diferencia, que atinadamente apunta el autor, entre el (inevitable) dolor y el (evitable) sufrimiento. Del mismo modo que el maratón, por duro y agotador que resulte, se disfruta gracias al entrenamiento, todo en la vida se disfruta en proporción a lo que cuesta, y a veces aún se disfruta más consiguiéndolo que después de haberlo conseguido. Al mismo tiempo, enfrentarse a los propios límites no solo permite alcanzar las más altas cotas de las que uno es capaz, sino que reporta la paz que proviene del trabajo bien hecho y de la tranquilidad de conciencia.

          Murakami habla de todo eso con su lenguaje llano y de ideas claras, directas y aparentemente sencillas, aunque se trate de una sencillez engañosa, ya que la mayor dificultad que afrontan las personas es tener claras sus prioridades y actuar en consecuencia. Poca gente hay capaz de vivir así. Prima el autoengaño. De hecho, cuando una persona se pone una meta y no la alcanza es frecuente que justifique su fracaso con mil excusas distintas de la propia culpa. Sin embargo, esa es la principal causa del fracaso, si no la única, cuando lo que se persigue es, simplemente, dar lo mejor de uno mismo en un aspecto concreto. Este libro habla de que lo que a casi todo el mundo le falta: autoexigencia, que implica sacrificar cosas y, entre ellas, casi siempre, gran parte de la vida social. Lo cual hace concluir que las metas se consiguen no solo con la constancia y el esfuerzo, sino, antes, teniendo claras las prioridades. Murakami las tiene clarísimas.





lunes, 10 de enero de 2022

Mi idolatrado hijo Sisí – Miguel Delibes

 



Mira que es buena esta novela que Miguel Delibes publicó con 33 años, pero cuánto he tardado a decidirme a leerla entre otras cosas porque el título me resultaba poco atrayente. Sin embargo, una vez leída, reconozco que no puede se más adecuado, aunque el «mi» hace pensar en una narración en primera persona, cuando no es así.

La obra cuenta la historia, entre 1917 y 1938, de Cecilio Rubes, un muy acomodado empresario con un comercio de materiales de baño. Cuando la novela comienza Celicio Rubes (siempre se le denomina con nombre y apellido como para poner distancia entre el personaje y el lector) está en mitad de la treintena, casado con la «sosa» hija de un gris funcionario elevada, por obra y gracia del matrimonio, de estatus social hasta el que Cecilio Rubes cree tener, aunque en realidad tiene más dinero que méritos o renombre. Cecilio, aparte de una gran opinión sobre sí mismo, tiene también una joven amante de apenas veinte años y entonces llega también, aunque no lo esperaba, un hijo, también bautizado Cecilio pero al que llaman Sisí.

Frente a a la familia Rubes vive un matrimonio más o menos de su misma edad, cuyo primer hijo nace casi a la vez que Sisí. Luego vienen más. Una tropa frente a Sisí, hijo único.

La historia, magníficamente escrita, con una claridad expositiva y una eficacia en el uso del lenguaje admirable, puede tomarse como un análisis del papel del padre: Cecilio Rubes es un hombre permisivo porque es demasiado perezoso para ser otra cosa; de resultas, Sisí es pronto un muchacho consentido, mimado hasta desembocar en una personalidad despótica, caprichosa e irresponsable que al final de la novela acaba chocando con la realidad de la vida: la guerra y el frío que hace fuera de la familia. El padre, en gran medida responsable, por pereza y egoísmo, del devenir de su hijo, ni es consciente de la realidad ni tiene ganas de serlo: siempre encuentra justificación para todos y cada uno de los actos de su hijo, mientras la madre, ninguneada por el padre y afrentada constantemente por el hijo no sabe qué hacer más allá de romancear. Frente a ellos, el matrimonio Sendín, los vecinos parecen padres mucho más responsables, que crían a los hijos con mano firme y que, por comparación a la vista de los resultados, parecen mejores padres, aunque al final de la novela se comprueba que la firmeza a veces solo oculta ceguera, y que ésta, según cuál sea su origen, puede desembocar más que en la educación de los hijos en su doma para hacer de ellos fanáticos seguidores de cualquier cosa.

La novela, sumamente interesante por lo que cuenta, lo es también por el entorno: desde el principio, al final de la Primera Guerra Mundial, con la Revolución Rusa planeando sobre la política europea, a la crisis económica posterior y al inicio de la Guerra Civil. Publicar este libro en 1953, hablando de la guerra, no dejaba de ser arriesgado, y no solo porque la personalidad de Cecilio Rubes –un hombre que a fin de cuentas solo trata de disfrutar de la vida- nunca llega a entender la violencia, sino porque el final de la novela –que, aunque es conocido mejor no señalo por si alguien lo ignora- muestra la sinrazón de la violencia y ha justificado que Mi idolatrado hijo Sisí sea considerada un alegato antibélico. Esta osadía refuerza el valor de la novela y la figura de Miguel Delibes como un escritor comprometido con la dignidad del ser humano.

Por eso el final de la novela me ha traído a la cabeza otra, breve, muy posterior: Sabor a chocolate, de José Carlos Carmona, también un delicado pero contundente alegato antibélico. Aunque Mi idolatrado hijo Sisí es muy anterior a este ejemplo, seguramente Delibes no fue pionero en el modo en que tras una lectura dulce y apacible el lector queda conmocionado, pero lo que sí es cierto es que pocos habrán alcanzado su calidad.

Una lectura que te hace reflexionar sobre los propios errores, sobre las limitaciones, sobre el alcance de la propia responsabilidad como ciudadano y como padre y, también, sobre la conciencia de nuestra fragilidad. Una lectura que te hace ser mejor aunque deje un poso de tristeza. 


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jueves, 6 de enero de 2022

Jezabel – Irène Némirovsky

 



Apostaría a que Irène Némirovsky tiene, en términos relativos respecto a la media de los libros, más lectoras que lectores, porque, si algún papel juega la idiosincrasia de los sexos en la elección de las lecturas, las protagonistas de sus novelas son claras deudoras de ella.

Jezabel, que según dice la sinopsis está en parte basada en la madre de la autora, comienza con el juicio a una mujer por el asesinato de un muchacho de veinte años. En el juicio, en el que la acusada admite todas las culpas, se ofrecen una serie de datos que para el lector suponen el planteamiento del caso y el correlativo deseo de saber más de él. Después la acción da un salto atrás en el tiempo para explicar qué ocurrió… Y algo más: una guinda final solo para lectores atentos. Por eso me permito recomendar que esa primera parte, la del juicio, sea leída con atención, sobre todo respecto a quién es quién y qué llega a saber y no el jurado.

          Jezabel es una novela sobre Gladys Eysenach, una viuda joven y hermosa cuya personalidad encaja en algunos previsibles «cánones» de comportamiento para quienes comparten su condición. Es decir, conocemos a una mujer normal. O todo lo normal que se puede ser cuando se es joven, bella y rica. Por lo demás, Gladys se siente a gusto con su juventud y belleza, pero, insegura como es, necesita contrastar constantemente esas virtudes de un modo que además le resulta particularmente agradable: logrando la admiración de los hombres e incluso conquistándolos. Sin embargo, a medida que pasan las páginas y con ella los años de Gladys, el gusto por su propia juventud va tornando en temor a la vejez, y el placer de la conquista se transforma en angustia por lo que representaría la soledad. El placer se transforma en necesidad. Del gusto, a la adicción. De este modo, la personalidad de Gladys, que inicialmente aparece normal, se va deteriorando de modo patológico hasta desarrollar comportamientos insólitos, duros y es dudoso si más tristes que repugnantes. 

          Y al final de la novela, cuando todo está explicado y sabemos por qué murió el joven, el lector atento aún se sorprenderá con una cosa más: determinado silencio de Gladys ante el tribunal -producido en las primeras páginas, de ahí que antes haya demandado atención al leerlas- en torno a la única verdad que no llega a salir a la luz en el juicio la arrastra a una degradación que va mucho más allá de la culpa y de la que solo ella será consciente, más prisionera de sí misma que de cualquier condena que pueda recibir. Imposible no sentir por ella tanta pena como compasión y prevención.

          Una historia que va de menos a más. Merece la pena leerla, como casi todo lo de Irène Némirovsky.



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lunes, 3 de enero de 2022

La temporada de caza – Andrea Camilleri

 



En 2005 Booket publicó en edición de bolsillo La temporada de caza, de Andrea Camilleri, un autor tan desconocido en España entonces que en la breve biografía de la primera página ni siquiera se mencionaba al comisario Salvo Montalbano, del que ya se habían publicado en Italia más de una docena de novelas; tan desconocido era que el libro que veis en la foto aguantó en las estanterías de La Casa del Libro en Zaragoza hasta finales de 2007, cuando me topé con él y supe así de la existencia de su autor. Lo leí en 2008. Trece años después he leído más de cincuenta libros de Camilleri, algunos dos veces, como La temporada de caza, que releí los dos últimos días de noviembre de 2021 y que, felizmente, tras más de una década descatalogado vuelve a estar a la venta a partir del 16 de febrero, de nuevo en Booket. A ver si este reseña anima a algún lector a conocerla.

Fechada su escritura en 1990 y publicada en 1992, cuando el autor tenía 67 años, La temporada de caza es la novela con la que arrancó de verdad la historia literaria de Andrea Camilleri. Antes solo había publicado dos novelas –El curso de las cosas (1978) y Un hilo de luz (1980). En 1994 Camilleri publicó en Italia la primera novela de Salvo Montalbano. Y su éxito sigue hasta ahora, más allá de su muerte.

Si la lectura de La temporada de caza desembocó en la orgía lectora que he mencionado es porque contiene lo mejor de Camilleri: es una novela breve, ágil, divertida, con personajes humanos abiertamente apegados a sus vicios y defectos, a la pequeñez de la que ni el más elevado puede escapar, y en la que constantemente se aprecia el cariño del autor por sus personajes. Esto último es muy importante y atrayente. ¿Cómo no va a ser atractivo presenciar una genuina relación de amor? También tenemos todo el universo de Vigáta, todas las categorías sociales y morales de personajes –nobles, plebeyos, ricos, pobres, ambiciosos, generosos, honrados, malechores…- que posteriormente poblaron las novelas de Camilleri, y además nos traslada a una época –finales del siglo XIX- en la que las cosas aún eran como habían sido siempre pero comenzaban a ser de una manera más cercana a como son en la actualidad, un largo periodo de tránsito en la que unas cosas están muriendo y otras naciendo con un montón de personajes en cada  territorio intentando conservar unos y forzar el cambio otros. Tampoco falta la permanente constancia de la diferencia de oportunidades entre ricos y pobres, hasta el punto de que estos últimos, sabedores de que por defecto son sospechosos y casi culpables si alguna vez pueden escapar a su suerte, se vez forzados a crear mentiras que justifiquen realidades cuyo origen honrado es tan real como imposible de probar Y, como es natural, siempre, en todos los estamentos, encontramos a personas dispuestas a dejarse llevar por el corazón y el amor de todo tipo antes que por las conveniencias y las convenciones sociales. El conjunto, un relato a la vez tierno y humorístico incluso cuando el trasfondo es duro; un relato que, siempre, transmite alguna idea.



Vigáta. Finales del siglo XIX. El marqués Filippo, prohombre en Vigàta, vive entregado a sus dos aficiones: charlar con los amigos en el círculo de nobles (en el que, por falta de nobles, ya es admitida otra gente) y darle alegrías al cuerpo (alimenticias y de las otras). Estas últimas tienen horripilado al cura del lugar, que no sabe qué hacer ni qué tramar con ayuda de ciertas damas para que la realidad sea más pudorosa. El marqués tiene una hermosa hija y un hijo bastante tonto, por no decir inútil perdido; el chaval anda enamorado de una cabra, pero al ser varón al menos sirve como heredero; y más vale, porque engendrarlo fue un suplicio debido al escaso fervor, por así decir, que la marquesa ponía en el empeño. Pero el destino es cruel, y el pobre muchacho fallece de forma tan tonta como él, lo que pone al marqués en la tesitura de engendrar un nuevo hijo, lo cual procura hacer en las agradecidas carnes de Trisìna, una muchacha casada con un servidor del marqués al que el asuntillo de los cuernos no le importa demasiado. Pero las historias de Camilleri son historias corales, historias de historias, y además de la vida del marqués conocemos bastantes otras: las de sus servidores, la de Trisìna y su esposo, la de algunas damas de Vigàta, la de la hija del marqués, la de su esposa y, también, la de un caballero con cuya llegada a Vigàta da comienzo la historia, un tipo que llega y abre una farmacia.

Las historias de unos y otros se cruzan y entrecruzan y, sabedores de que así es la vida, hay personas que intentan dar sus puntadas en ese tejido para intentar que el resultado les favorezca. Lo más extraño de toda la novela es el final: previsible en cuanto a las razones de ciertos sucesos, e imprevisible en cuanto a sus motivaciones. 

Leí esta novela cuando de nada conocía a Camilleri y, después, cincuenta suyas más. Y lo que me queda. Juzgad si recomiendo leerla o no.



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