En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 21 de febrero de 2022

La cuenta atrás para el verano – La Vecina Rubia

 


Los libros firmados por personas ajenas a la literatura aprovechando la notoriedad obtenida por otros cauces no suelen causar entusiasmo a los lectores habituales. Con tantos libros y tan poco tiempo, leer implica elegir, y optar por quien jamás ha manifestado inquietud literaria alguna supone el riesgo evidente de topar con páginas que aprovechen la fidelidad a una imagen sin ofrecer nada meritorio a cambio.

No es el caso de La Vecina Rubia, sea quien sea, porque el personaje que ha construido en las redes se ha definido a través de su peculiar uso de lenguaje (que también es su principal fuente de humor), ha defendido activamente la lectura y ha escrito muchas pequeñas historias. La propia creación de un personaje así tiene algo de literario. La fama le ha dado una facilidad para publicar y difundir ganada a pulso, pero no creo que haya sido la principal razón para escribir, y más viendo que el libro ha sido ambicioso, a juzgar por su detalle y extensión. Otra cosa es el juicio que merezca el resultado.

          He leído este libro, también, movido por el silencio que sobre él mantienen los «guardianes de la cultura»; silencio que los sitúa voluntariamente de espaldas a lo que se lee, porque La cuenta atrás para el verano va camino de ser el libro más vendido en mucho tiempo, con cifras equiparables o superiores a los más importantes éxitos de los últimos años. Las elucubraciones sobre las razones de este silencio dan para otro artículo.

La novela, más que una extensión del personaje de las redes sociales es su cobertura, un complemento excelente, toda vez que amplía y detalla su mundo haciéndolo más comprensible y abriéndole posibles nuevos horizontes. Pero a su vez, para disfrutar de la lectura es conveniente (casi necesario) haber seguido en alguna red a La Vecina Rubia, cuyo perfil nació bromeando con el tópico de la «rubia tonta» ingenua y frívola pero sin ocultar el coco de una rubia lista; un perfil que hace un uso responsable de su capacidad de comunicación y es fiel a valores relevantes. Un perfil, también, que pese a su innegable éxito no ha caído visiblemente en la vanidad.

Una segunda advertencia: se impacientará y aburrirá quien busque una secuencia de hechos cuyo encaje conduzca a un desenlace. Esta novela no es un camino de un punto a otro para descubrir algo ignorado sino una ruta circular para disfrutar del paisaje. Es una especie de biografía emocional de la juventud: amistades, amores, desamores y afrontar la enfermedad y muerte del padre en un periodo que comienza en la adolescencia y termina en el comienzo de la treintena, todo en un entorno urbano y acomodado.

No recuerdo otro libro donde sea tan evidente aquello que estudié de chaval de la diferencia entre fondo y forma, lo cual creo que no es bueno, pero me facilita la reseña. 

Respecto al fondo, ya he dejado constancia del contenido. Que el libro haya interesado ya a decenas de miles o incluso a cientos de miles de lectores es un dato objetivo. Que además todo lector podrá revivir sosegadamente sus tiempos de adolescencia (en mi opinión esa parte es de lo mejor de la novela), creo que también. Que lo que se escribe interese a los lectores tiene un mérito enorme.

No es tan meritorio que esa «ruta circular» pase varias veces por el mismo sitio. Hay excesiva repetición de datos y las últimas cien páginas, aproximadamente, relatan una nueva amistad que se parece demasiado a las anteriores. El intencionado silencio sobre la biografía no emocional no ha ayudado a evitar esta impresión.

Hay otra cosa que tampoco me ha entusiasmado, pero sospecho que a muchas personas sí: casi cada situación da lugar a una reflexión que desemboca en una sentencia con sabor a consejo. Tanto sucede que emparenta el texto con el feelgood, por no decir la «autoayuda». Cuando alguien te da un consejo, se preocupa por ti; cuando te da trescientos, piensa que no eres muy espabiladico. Lo digo no porque la autora piense eso de sus lectores (es obvio que no), sino porque es la irritante sensación que he tenido cuando un golpe de humor me ha hecho olvidar lo peculiar del personaje y, antes de volver a recordarlo, he caído de cabeza en uno de sus consejos. Es lógica y esperada (y seguro que disfrutada por muchos) la presencia de esos consejos y posicionamientos sobre temas de actualidad, pues el personaje los prodiga en las redes; a fin de cuentas la gracia del asunto es que desarrolla su filosofía a partir de experiencias cotidianas y algo frívolas, como las narradas en la novela. No obstante, otros recursos usados en las redes han sido más dosificados.

En cuanto a la forma, esta narradora caricaturesca se dirige al lector como si dialogara con él con su peculiar modo de hablar, lo que no justifica algo que me resulta imposible soslayar (porque soy un tiquismiquis acostumbrado a revisar mis propios textos y alguna vez los de otros): el uso del lenguaje es ineficaz, abundan las redundancias en una misma frase o párrafo y también las repeticiones de datos, situaciones, diálogos y frases hechas. Puliendo esto al máximo (algo muy laborioso) se contaría exactamente lo mismo y la calidad mejoraría una barbaridad. 

Pero prefiero quedarme con lo mejor de la forma: el humor, que es también la razón de ser de esta obra y gracias al cual alcanza instantes brillantes. El humor de La Vecina Rubia está casi por completo vinculado al uso del lenguaje: los juegos de palabras y el corre que te pillo con los dobles sentidos son un derroche de ingenio; aquí sí tiene explicación el uso de frases hechas como parte del lenguaje coloquial para luego darles la vuelta. Otra brillante fuente de humor son las comparaciones, ágiles, ingeniosas y diáfanas. Para la posteridad (al menos para mí) queda la escena en la que la protagonista, tras una cogorza llorona, despierta en su cama con el rímel tan corrido por las mejillas que… parecía un mapache. ¡Lo que me reí con esa comparación! Es un humor más usado como defensa que como arma, el cual para mí es, con diferencia, el más inteligente, aunque no tanto por el ingenio que precisa sino por los fines que persigue: capear problemas, duelos y sinsabores. Lo menos humorístico, como es comprensible, es el tratamiento de la enfermedad y la muerte, pero esa parte es también, para mí, la mejor del «fondo».

  Por cómo se expresa en las redes, refiriéndose siempre a lectoras, es obvio que La Vecina Rubia ha escrito esta obra pensando en un público femenino. Da igual: yo me lo he pasado bien, y si (por «deformación profesional») no fuera tan tiquismiquis como he dicho, aún me lo hubiera pasado mejor.



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