Apostaría a que Irène Némirovsky tiene, en términos relativos respecto a la media de los libros, más lectoras que lectores, porque, si algún papel juega la idiosincrasia de los sexos en la elección de las lecturas, las protagonistas de sus novelas son claras deudoras de ella.
Jezabel, que según dice la sinopsis está en parte basada en la madre de la autora, comienza con el juicio a una mujer por el asesinato de un muchacho de veinte años. En el juicio, en el que la acusada admite todas las culpas, se ofrecen una serie de datos que para el lector suponen el planteamiento del caso y el correlativo deseo de saber más de él. Después la acción da un salto atrás en el tiempo para explicar qué ocurrió… Y algo más: una guinda final solo para lectores atentos. Por eso me permito recomendar que esa primera parte, la del juicio, sea leída con atención, sobre todo respecto a quién es quién y qué llega a saber y no el jurado.
Jezabel es una novela sobre Gladys Eysenach, una viuda joven y hermosa cuya personalidad encaja en algunos previsibles «cánones» de comportamiento para quienes comparten su condición. Es decir, conocemos a una mujer normal. O todo lo normal que se puede ser cuando se es joven, bella y rica. Por lo demás, Gladys se siente a gusto con su juventud y belleza, pero, insegura como es, necesita contrastar constantemente esas virtudes de un modo que además le resulta particularmente agradable: logrando la admiración de los hombres e incluso conquistándolos. Sin embargo, a medida que pasan las páginas y con ella los años de Gladys, el gusto por su propia juventud va tornando en temor a la vejez, y el placer de la conquista se transforma en angustia por lo que representaría la soledad. El placer se transforma en necesidad. Del gusto, a la adicción. De este modo, la personalidad de Gladys, que inicialmente aparece normal, se va deteriorando de modo patológico hasta desarrollar comportamientos insólitos, duros y es dudoso si más tristes que repugnantes.
Y al final de la novela, cuando todo está explicado y sabemos por qué murió el joven, el lector atento aún se sorprenderá con una cosa más: determinado silencio de Gladys ante el tribunal -producido en las primeras páginas, de ahí que antes haya demandado atención al leerlas- en torno a la única verdad que no llega a salir a la luz en el juicio la arrastra a una degradación que va mucho más allá de la culpa y de la que solo ella será consciente, más prisionera de sí misma que de cualquier condena que pueda recibir. Imposible no sentir por ella tanta pena como compasión y prevención.
Una historia que va de menos a más. Merece la pena leerla, como casi todo lo de Irène Némirovsky.
Muchas gracias por compartir Miguel
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