En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 17 de junio de 2024

Las hazañas de un joven don Juan – Guillaume Apollinaire

 




Floja edición, con no pocas erratas, de una floja historia escrita por Apollinaire más o menos a los 30 años, presumiblemente por encargo. Pornografía a la carta que, si satisfizo al cliente, me atrevo a afirmar que el cliente se conformaba con poco.

Aunque, a decir verdad, esta obra no es enteramente pornográfica. Avanza con un pie en el porno y otro en el erotismo. Eso sí, con un andar bastante patoso.

Las hazañas de un joven don Juan trata de provocar, como toda pornografía, y, como nada resulta más provocador que lo transgresor, Apollinaire nos ofrece una relación de transgresiones bastante poco trabajadas (porque se reducen al quién, casi nada al qué y nada al porqué) protagonizadas por un adolescente con las hormonas tan desatadas como solo lo pueden estar a esa edad. En resumen, más que un joven don Juan, el libro habla de un joven semental.

Las provocaciones, pues en ellas se resume la historia, son las siguientes:

-El propio protagonista, que en lugar de ser un joven hecho y derecho es solo un adolescente. En las primeras páginas resulta aún algo aniñado, aunque enseguida evoluciona a sátiro consumado. La inocencia corrompida y corruptora.

-La ingenuidad universal ante el sexo: ninguno de los personajes que navega por estas pocas páginas lleva otra cosa en la cabeza y todos lo practican y disfrutan con la misma naturalidad con que uno acepta tomar una cervecita un día caluroso. Aquí hay quien folla hasta por accidente. A todo el que haya hecho mofa de que en las películas porno el argumento consistía en un «hola, buenas», un intercambio de miradas y, acto seguido, quince minutos de revolcón, habría que recordarle que el padre del término «surrealismo» ya utilizó tal «habilidad». Y no fue el primero, claro. Es cierto que, habida cuenta de lo que puede llegar a costar comerse una rosca, la «barra libre» puede resultar perturbadora. Pero bien contado, claro. En este libro, o a estas alturas de siglo XXI, el resultado se limita a un psé

-La identidad de los amantes. El «quién». En las poquitas páginas de este libro vemos incestos, adulterios y, también, relación entre desiguales socialmente. Todo lo cual es un clásico del «morbo», porque todo son relaciones «prohibidas». 

-El recurso a la escatología. Sin entrar en el detalle de «Las once mil vergas», el autor no deja de dar cuenta de un solo olor, y como ciertas partes en ciertas épocas no veían el agua con frecuencia... Dejémoslo en que se trata de un libro con «escatología aromática».

-Y, en cuanto a los «qué» transgresores, aquí podrán encontrar ustedes un rápido episodio de sodomía, un poco de liviano sadomasoquismo y un trío en el que una de partes se limita a deleitarse con la mirada. Teniendo en cuenta lo que en 2024 ha llegado a ver la mayoría de la gente, el poder transgresor de estas imágenes también ha menguado lo suyo.

Por último, en cuanto a los «porqués», ya lo he dicho: ni uno. Los personajes de esta breve historia se aparean porque sí, porque, como decían los humoristas ñoños de la Transición, «les da gustirrinín». Que no espere nadie una sola reflexión vinculada a las emociones, al amor, al cálculo, al egoísmo… A nada. Aquí se folla, y punto. Por eso el joven don Juan ni es un don Juan ni es nada. Él no seduce. Ni convence. Simplemente actúa como anzuelo de personas de antemano seducidas y convencidas, dispuestas a dejarse pescar por él o por quien sea.

¿Y el argumento? Pues que el joven don Juan se cepilla a cuanta fémina se pone a tiro, que todas lo saben, que todas se ponen alegremente a tiro. E incluso luego comentan la jugada entre ellas.

En resumen: puede usted elegir: o leer «Las hazañas de un joven don Juan», o juntar un par de conejos en celo y presenciarlas.

Una lectura facilita y rápida, que no exige el funcionamiento simultáneo de demasiadas neuronas. Tan cándida que hasta resulta divertida. Ideal para resetear y enfrentarte a tu biblioteca con las mismas ganas que si nunca antes hubieras leído un libro.


jueves, 17 de febrero de 2022

Delta de Venus – Anaïs Nin

 



Si será insípida esta obra, formada por una serie de irregulares relatos eróticos donde algunos personajes aparecen en varios, que he sido capaz de leerla enterita sin haber llegado a recordar en ningún momento que ya la había leído hace años. Como soy de los que apuntan lo que leen, me di cuenta después, al apuntar la lectura. Cómo será Delta de Venus para que mi memoria –en la que siempre queda al menos un resto de cada lectura- no haya retenido absolutamente nada de aquella.

Hace bastante tiempo leí con fruición casi toda la obra de Henri Miller (de la cual no saqué nada en claro, aparte de disfrutar de su tumultuosa y grandilocuente verborrea), y de ello me quedó la curiosidad por conocer más sobre él y su entorno. De ahí que leyera Mi amigo Henry Miller, de Alfred Perlès (Bruguera) y comprara varios libros de Anaïs Nin (Henry y June, Invierno de artificio, Bajo la campana de cristal y Delta de Venus), de los cuales solo llegué a leer el primero porque, por algún motivo, se me pasó la fiebre henrymilleresca. Si hace unos días decidí leer Delta de Venus fue porque al verlo en la estantería sentí una especie de remordimiento por haber abandonado sin más aquellas lecturas. Y, obviamente, porque no recordaba haberlo leído.

A modo de prólogo se nos ofrecen varios fragmentos de los monumentales diarios de la autora en los que se alude a la génesis (en los años 40) de Delta de Venus, obra que se publicó en 1977 (el mismo año en que Nin murió, a punto de cumplir 74 años). Se trata de un origen peculiar: los relatos fueron escritos por encargo, pero no para su publicación, sino para ser leídos por un único cliente; un tipo adinerado que quería mucho sexo explícito y poca «poesía»; es de suponer que para homenajear a Onán. Nin se queja en el prólogo de que con tal condicionamiento no pudo reflejar la visión femenina del sexo, la cual, en las fechas en que escribió los relatos, era prácticamente inexistente en la literatura; y aún casi lo seguía siendo en 1977. No obstante, continúa Anaïs Nin en el prólogo, releyendo décadas después los relatitos sí encontró la suficiente visión femenina para justificar su publicación. Si así fueron las cosas en 1977 o fue solo un modo de pasar por caja, que lo juzgue el lector. A mí más bien me parece que los condicionamientos del cliente en aquellos lejanos años 40 se impusieron claramente a cualquier otra pretensión.

Lo cierto es que los relatos están muy poco trabajados (a fin de cuentas, el cliente no debía de ser muy exigente), con saltos inexplicados y alguna que otra incoherencia que parecen fruto del despiste y la falta de revisión; todos los personajes son planos e intercambiables (dentro de cada sexo, pues entre sexos los roles están bastante delimitados) como consecuencia de que la única actividad de la que tenemos noticia más o menos detallada, en todos ellos, es la del apareamiento; y, para colmo, los relatos son aburridos: un muestrario de diferentes prácticas (como si mostrar una u otra supusiera un gran cambio de un relato a otro) que incluyen incesto, sadomasoquismo, voyerismo, exhibicionismo, homosexualidad, sexo en grupo, fetichismo… sin que en ningún caso sea posible ni siquiera atisbar qué motivos conducen a cada situación ni qué consecuencias tienen. Los personajes de Delta de Venus ni piensan ni sienten. Si el sexo es algo que se practica con el cuerpo pero sucede en la cabeza, búsquenlo ustedes en otra parte. Y si lo que buscan es simple descripción, tampoco tengo buenas noticias: las descripciones de Delta de Venus han quedado obsoletas ante la galaxia de sexo visto o escrito al alcance de cualquiera.

El gran mérito de esta obra es su carácter pionero más que su inexistente fondo literario. Quien recuerde o investigue la polémica que en 1989 acompañó en España la publicación de Las edades de Lulú, de Almudena Grandes (polémica por el contenido de la obra y por haber sido escrito por una mujer) podrá imaginar lo que supuso el mucho más atrevido Delta de Venus en 1977. Y lo que podía suponer cuando se escribió, en los años 40. Una revolución. El mérito de Anaïs Nin fue romper barreras, ser pionera, atreverse a reclamar abiertamente la sexualidad femenina. Algo más importante para la sociedad como un todo que para el pequeño apartado que la literatura supone. Por eso Delta de Venus tiene más importancia como testimonio que como literatura. 




miércoles, 27 de marzo de 2019

El hilo rojo – Olga de Llera




              Dicen que algunas personas están unidas por un hilo invisible que los condena a encontrarse, a formar cada uno parte de la vida del otro a pesar del tiempo. Es la idea que da título a la novela y que guía su acción, y me permito añadir que hay quien deja en herencia alguno de esos hilos como una suerte de red que atrapa, antes que a nadie, a sus descendientes.

              Estamos tan acostumbrados a que todos los títulos que salen al mercado sean clasificados que resulta complejo resistir la tentación de hacerlo con cada lectura. No es sencillo hacerlo con El hilo rojo. O sí, pero hay que explicarlo.

              La historia comienza en 1900 y termina en 1946, tiempo suficiente para que los adultos envejezcan, los niños se hagan adultos y otros nazcan y alcancen la juventud. Tiempo suficiente, también, para sufrir dos guerras mundiales y una civil, y para que la sociedad cambie más de lo que son capaces de cambiar las personas, pues todos, cuando no por comodidad por incapacidad, tendemos a anclarnos en algún momento de nuestra evolución. La acción transcurre en Barcelona, principalmente, y en París, con algunos pasajes en otros lugares, y narra la historia de una familia de la burguesía catalana en la que encontramos empresarios, como el matrimonio de Anna y Joaquim, y personajes como Daniel, que, aunque tiene negocios, a menudo vive como un rentista.

              Dicho lo cual podría parecer que El hilo rojo es una novela más o menos costumbrista o de sagas familiares, pero no. Su argumento no desarrolla el conjunto de vicisitudes que distinguen unas vidas de otras, sino, principalmente, las pulsiones emocionales y sexuales de los personajes. En El hilo rojo quien más y quien menos tiene como referencia en la vida o el sexo o el amor, pero en este último caso con una concepción muy sensual. Ocurre, además, que los apetitos de esta endogámica historia no suelen encontrarse entre los bendecidos por la sociedad, lo cual crea una maraña de historias ocultas: casi todos tienen sus apetencias, de ellas provienen sus pecados y, de estos, sus secretos. En consecuencia, lo que hace avanzar el argumento no son los acontecimientos comunes, ni siquiera el sexo, sino lo que se rompe con cada secreto creado y con cada secreto desvelado.

              Esto provoca que la novela sea una adictiva sucesión de intrigas que discurre entre relaciones afectivas y sexuales que son a la vez causa y cauce de cuanto viene después, amenazando constantemente con desbordarse y llevarse por delante la vida, al menos en lo emocional, de alguno que otro de los personajes. Hace más interesante el viaje el hecho de que toda iniciativa afectiva o sexual implica un previo condimento tan atractivo como el vértigo de la tentación.

              Pero que la mayoría de personajes se muevan por intereses similares e incurran en prácticas que más de uno considerará perversas, no significa que compartan perfil. Hay malos malísimos que no lo son tanto porque solo buscan el provecho propio, aunque sin reparar en daños, como es el caso del egoísta Daniel; hay personas, como Anna, comprometidas con un secreto inconfesable, pero nobles en su fidelidad a él; hay víctimas que durante mucho tiempo desconocen serlo y que sufren por los mismos vicios que por otro lado abrazan; hay personas pragmáticas, otras idealistas, alguna víctima de sí misma, amantes del amor platónico mezclados con amantes del sexo, además de un elenco de personajes secundarios bien definidos que dan forma al mundo en el que se desenvuelven los Dalmau y los Richards.

              Entre la concepción sensual del amor que he citado en unos y el amor al placer en otros, el sexo tiene un papel nuclear en El hilo rojo. Su presencia es constante. Cuando no lo está de forma latente lo encontramos de modo explícito. Estas últimas escenas suelen ser breves, pero contundentes, y a ellas hay que unir el apunte de un catálogo de vicios y perversiones, -desarrolladas por la imaginación del lector, hábilmente estimulada por cuanto precede-  en las que conviven filias y fobias sexuales con escenas en las que el sexo se nos presenta exclusivamente como una provocación. El placer de lo prohibido tiene un amplio recorrido en El hilo rojo, no siempre limitado al sexo en sí, y su viaje hace escala en casi todas las estaciones clásicas del escándalo.

              La novela, larga, se lee bien gracias a sus capítulos cortos y bien estructurados, en los que se va al grano. El lenguaje es sencillo, con algunos localismos que recuerdan dónde transcurre todo, aunque alguna vez me han sonado raros. Dada la abundancia de personajes, la autora recurre con habilidad a las manías de cada uno de las que se burlan otros para refrescarnos la memoria. En cambio, hay breves aclaraciones –normalmente limitadas a una frase entre paréntesis- de las que podría prescindirse por la cercanía o evidencia de lo que aclaran. En cualquier caso, una lectura que se agradece encontrar y que navega con decisión, volviendo al principio, en medio de unos cuantos géneros: la intriga familiar, las sagas, el erotismo…

              Hale, a leerla.




jueves, 7 de febrero de 2013

La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria – José Donoso



          La marquesita en cuestión es la hija de un diplomático latinoamericano, que se casa en el Madrid de principios del siglo XX con un muchacho de posibles, marqués, cuya viuda madre todavía está de buen ver y tiene un amante con unos escrúpulos relativos. Pero el marido de la marquesita tiene un problema: el sexo no es lo suyo, y solo cierto exhibicionismo parece animar al muchacho.
          Este es el planteamiento que permite a la marquesita protagonizar, normalmente sin pretenderlo, una serie de aventuras amorosas desde lo lógico a lo insólito, pasando por lo inesperado, que constituyen su aprendizaje. Una historia que no deja de ser una de tantas de bellas e inocentes muchachas que, buscándose a sí mismas, acaban de cama en cama, partiendo de su perturbadora inocencia para llegar a conocer y dominar el poder de la seducción. Como en muchas de estas historias, lo que de sórdido o retador pueda haber (tomándolos como los dos extremos posibles) queda anulado por el tono irónico y burlón del narrador, que transforma así la historia en una comedia ligera con unos toques de fantasía que se adueñan de la novela al final, produciendo una sensación confusa, pero intensa y bienvenida.
          Lógicamente, el resto de personajes no desentona en ese marco de sutil humor: los hay de lo más normalitos, y los hay depravados sin maldad.
          Esta novela causa la sensación de estar ante un experimento, ante un capricho del autor, ante una de esas obras más escritas para sí mismo que para el público. Por lo demás, la frecuente calificación de “erótica” más se debe a que el único motor de la acción es la seducción que a la profusión de pormenores en las aventuras de la marquesita.