En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 11 de agosto de 2025

Ávidas pretensiones – Fernando Aramburu

 


A los escritores famosos se les invita a todas partes. Al resto, a ninguna, por lo que deben mover el culo si desean verse en saraos literarios. Yo, viendo el percal que casi sin darme cuenta he llegado a conocer, jamás he movido un dedo. Por supuesto, quienes han contado conmigo eran conscientes de que doy más juego (poco o mucho) que renombre.

El percal al que me refiero hace justo lo contrario: allá donde divisa una «i» siente la acuciante necesidad de ser el punto. A esta tropa dedica Fernando Aramburu el aviso que abre esta divertidísima obra: «A fin de preservar su vida y la integridad de sus modestos bienes, el autor ha tenido la cautela de asignar nombres ficticios a los actores de la presente crónica. Lo mismo y por la misma razón ha hecho con algunos lugares que pudieran resultar fácilmente reconocibles. El resto es todo verdad».

De ahí, también, mi decisión de ilustrar esta reseña con una foto que mezcla la portada (evocadora de una ávida pretensión de sibaritismo, excelencia o distinción) con la cruda realidad: son legión quienes se sienten a sí mismos como perpetuamente vestidos de etiqueta y dando sorbitos de Krug, con el pescuezo estirado, en una estilizada copa de cristal de Baccarat, cuando en realidad andan en gayumbos y pantuflas con los dedos pringados del vulgar choricejo que suelen mordisquear. O, dicho de otra manera, el número de escritores mediocres con ínfulas es infinito.

    La fauna que en esta novela se congrega en una especie de centro de reuniones anejo al monasterio de monjas que lo regenta, no pretende aparentar nada en lo que a su aspecto se refiere (estéticamente son un desastre) pero, en cambio, no hay entre ellos cabecica sin el ego hambriento, la vanidad hiperventilando y los complejos alborotados. Se trata de una recua de poetas, que bien pudieran llamarse poetos, que acude por tercer año consecutivo a las jornadas poéticas de Casacristo. Así las llaman porque el presupuesto solo permite organizarlas «en casa Dios», como dicen por aquí, expresión no muy delicada, pero más poética que la más realista de «en el culo del mundo».

El programa de las jornadas no lo facilita Fernando Aramburu, pero os lo cuento yo. Primer día, llegada, apáñeselas usted para integrarse en algún «grupo de trabajo» en función de sus manías, filias, fobias y tribu; y, por la tarde, sesión para exponer los resultados improvisados/inventados/reciclados/regurgitados (táchese lo que no proceda). Luego, una chuchurrida cena muy temprana, que las monjas se van a dormir muy pronto. Tras ella la sesión continuará hasta que todos los grupos hayan tenido su minuto de gloria. A quienes no deban exponer se les ruega no roncar. A la conclusión de tamaño festival de erudición, lucidez y agudeza se abrirá la veda para dormir, emborracharse o follar como conejos, en función de lo que cada uno quiera y pueda. La segunda jornada está dedicada a que todo el personal lea alguna de sus obras. Cortitas, que el minuto de gloria no puede tener más de trescientos segundos. Luego, por votación, los distinguidos congresistas elegirán la obra ganadora de entre las declamadas/recitadas/leídas/croadas. Tras el fracaso de todos menos uno se dará por inaugurado un nuevo periodo de maledicencia, odio y rencillas y llegará el momento culminante: la cena con paella hecha por poeta-cocinero-congresista. Luego, mismo programa que la noche anterior. Último día: resurrección o taxidermia de quienes más a fondo se hayan empleado por la noche, atención a la apática prensa desplazada al lugarcillo para la ocasión, y pitando cada uno a su casa.

¿Y de qué trata la novela? De lo que sucede en estas jornadas entre las dos o tres docenas de asistentes, que ya se conocen de otros años. Todos han acudido a la convocatoria con un fin común y otros espolvoreados al azar. El objetivo compartido es estar allí de cuerpo presente para poder decir que son poetas insignes que se codean con otros poetas insignes (no tan insignes como ellos, por supuesto, pero quizá con más e injusta fama). Luego, unos aspiran a jugar a las cartas, otros coger una tajada monumental, otros cuantos a llevarse a la cama a quien se ponga a tiro y alguno hay que solo aspira a dormir. En suma, egregios mendicantes que, vistos con los ojos de Aramburu, tienen más de lo segundo que de lo primero.

Entre los personajes a seguir está el organizador de las jornadas, un tipo sensato y práctico con maña para pastorear el rebaño porque conoce las debilidades de cada borrego. Como además en el grupo hay confianza tanto en la amistad como en el odio, y ninguno le debe nada a nadie porque todos niegan sin disimulo los mismos favores literarios que reclaman para sí como un acto de justicia, le es sencillo decir las cosas claras.

Hay también varias parejas homosexuales. La que más juego da es la de dos poetas lesbianas lanzadas y gamberras sin malicia. Son a un tiempo sensatas, inconscientes, tiernas y gruñonas. Hay también una diminuta tribu de poetas cuyo mayor problema es que a uno de ellos, que no tiene el cerebro en su mejor momento, le ha dado por tripear algo bastante indigesto (aquí lo dejo). También hay una poeta que se siente agraviada porque otro no la ha incluido en una antología. Está el de la antología. Y otro que sabe abrir puertas. Y un viudo timorato. Y una poeta ancianísima (¡57 años!) con fama de lunática y pesada. También acude un vejestorio (¡más de sesenta años!) ciego, soberbio, egocéntrico y celoso, asistido por una preciosidad de veintipocos que pone en celo al resto con su sola presencia y… Vanessa Rincón, que así se llama la tentación andante (iba a llamarla «pastelito», pero me he salido a tiempo de la mente de los personajes) juega un papel relevante no solo por lo que es y demuestra su relación con su anciano «protegido/protector», sino porque es primeriza en ese tipo de aquelarres, y llega a él con ojos inocentes, pero no ingenuos ni faltos de ambición.

    Hay también una mesa donde se exponen y venden los libros de los asistentes. Unos desean la gloria de vender muchos, y todos la gloria secundaria de que algún ejemplar de sus obras sea robado. Ni que decir tiene que puesto de venta es un páramo. 

Volviendo a los asistentes, ninguno ha escrito un verso digno de ser recordado, pero todos están de acuerdo con esta idea: «Los demás son una mierda de poetas». Y también con esta otra: «Merezco mejor suerte de la que tengo, y también la merezco mejor que los demás». De resultas de ambas los comportamientos ruines, tanto que a menudo devienen crueles e infantiloides, conviven con las andanzas de quienes están en celo (¡ay, Vanessa, cómo los alborota) o tienen algún desaguisado que arreglar o cuentas que ajustar, que ya se sabe que quien tiene solo un garbanzo para comer envidia al que tiene dos. Así surgen camarillas y versos sueltos, y así es como transcurren las jornadas, a un tiempo ordenadas y caóticas, a las que todos llegaron con la esperanza, más bien el anhelo, de llegar a ser un poquito más importantes y se marchan con el alivio de saber que siguen siendo la misma asendereada mierdecilla, pero con el ego y la vanidad todavía vivos porque la razón del aquelarre era, precisamente, la de envolver de regalo el truñín para hacerlo refulgir como un diamante ante quienes no estén al cabo de cómo funciona este mundillo.. 

Y es que ego y vanidad no mueren ni a palos. Con esta idea juega Aramburu, que sin duda conoce bien el percal. «Ávidas pretensiones» está fenomenalmente escrita. Clara, dentro de la complejidad derivada de la abundancia de personajes, bien estructurada, divertida y expuesta con un punto de cariño, otro de cinismo y siempre con humor. El tono es también bromista, porque acaricia la solemnidad y pompa que los personajes creen merecer, como para no ofenderles y respetar los aires que se dan, pero lo hace para contar sus ridículas vicisitudes. El contraste entre el tono y lo narrado es una de las principales fuentes de humor. Un humor trabajado e inteligente, cervantino, que surge del enfrentamiento de las aspiraciones a la realidad. 

    Una novela que es una cura de humildad para todo el que se crea algo.

    Buena lectura, sin duda, pero no original, porque ¡cuánto debe la buena literatura de humor al inabarcable mundo de los cretinos!


lunes, 2 de junio de 2025

Mascarada – Terry Pratchett

 


La solemnidad es la liturgia inventada por el ser humano para dar importancia a las cosas o, más frecuentemente, a sí mismo. Por eso, cuanto más importante pretende ser una persona de mayor solemnidad se rodea. El mejor ejemplo lo hemos tenido hace poco con la elección de León XIV: los papas, que al atribuirse el papel de representantes de Dios se situaban incluso por encima de los reyes, se rodearon de una solemnidad sin parangón para dejar constancia de su insuperable posición (¡casi divina!) e incluso organizaron el tinglado de los cónclaves dotándolos de un deliberado punto de misterio: el aislamiento de los cardenales electores y el secretismo absoluto sobre cuanto acontece en la Capilla Sixtina permite que sea la imaginación de la gente la que ponga la guinda (divina, por supuesto) al monumental pastel que desde la tierra llega al cielo y que lo mundano de las negociaciones, de ser públicas, hubiera derrumbado.

En realidad, no existe ámbito humano sin cierta jerarquía. No existe profesión o grupo en el que unos no se sientan superiores a otros e intenten traducirlo en algo visible. Y cuanto más visible desee hacerse, más precisa y útil es la solemnidad.

Entre los músicos, sean instrumentistas, cantantes o compositores, no hace falta ser muy espabilado para darse cuenta de que la música clásica y la ópera se invistieron hace tiempo del honor de ocupar la cúspide. Y, por tanto, para que nada los desmereciera, su público también debía ser el más selecto. Todo esto debían proclamarlo los gestos, la liturgia, los oropeles. Desde lo grandioso y artístico de los teatros y las puestas en escena hasta el trato a las figuras («divo» procede de «divus», que significa «divino»), las más célebres de las cuales, según el tópico creado, son incapaces de pisar un hotel de menos de ochenta estrellas, de contentarse con menos de no sé cuántos minutos de aplausos y toneladas de rosas y que para colmo desarrollan sus particulares «liturgias solemnes», totalmente exclusivas, a través de excentricidades o caprichos que los distingue del vulgo. Como ya he dicho, el público tampoco puede estar compuesto por desarrapados, sino por lo mejorcito de cada lugar y encopetado. Que este modo de encumbrarse en el mundo de la música ha sido la pauta desde hace algún siglo que otro siempre lo han reconocido tácitamente, por imitación, quienes andan por debajo en el escalafón: las estrellas de la música popular, envidiosas y no menos vanidosas, a medida que crece su fama (no antes, por si acaso) se apresuran a emular las extravagancias de los divos y, para no dejar dudas sobre su valía, siempre han estado dispuestos a «consagrarse» «viéndose reconocidos» con una filarmónica detrás, da igual si uno se llama Freddy Mercury o Raphael. Otra cosa es, claro, la pela manda, que a menudo haya que abrir el espectáculo al populacho, que al final es lo que da dinero, aunque bien es cierto que muchos acuden atraídos por lo que acabo de contar.

Digo todo esto porque la solemnidad es territorio abonado para la parodia, pues apenas el boato deja ver una costura, a través de ella se vislumbra la prosaica realidad: un ser humano con ínfulas y no pocas veces necesitado (a menudo enfermizamente) del reconocimiento ajeno; alguien, en definitiva, que pretende ser superior a aquellos a quienes necesita inexcusablemente para sentirse así.

Terry Pratchett construye en Mascarada un mundo operístico chapucero, tristemente alegre y con muchos puntos patéticos en el que, como en el mundo real, la espiritualidad de lo excelso se derrumba como víctima de un tiroteo ante la presencia de la pasta, lo cual demuestra una vez más que, fuera de los oropeles, famosos y poderosos no se diferencian de menesterosos. 

Además, Pratchett parodia una especie de ópera sobre la ópera: «El fantasma de la ópera». Repito: parodia la ópera parodiando una ópera sobre la ópera. Parodia a la enésima potencia. «El fantasma de la ópera» (1910) fue una novela de Gaston Leroux que alcanzó la celebridad tras su paso por el cine y la perpetuó gracias al musical –con más ínfulas operísticas que operístico- del mismo título compuesto con Andrew Lloyd Webber (estrenado en 1986, sigue en cartelera casi 40 años después). No es lo único que Pratchett parodia. El personaje de Christine (así se llamaba el amor del fantasma en las obras inspiradoras) corresponde en Mascarada al tópico de la rubia guapa y tonta: un personaje con menos memoria que una ameba, siempre alegre y que habla con muchas exclamaciones: una diva que, como verá el lector, no lo es tanto porque la realidad es más… A ver cómo lo digo… Gordita.

Sin embargo, como el simple ir y venir de fantoches con más o menos aires de grandeza hubiera complicado montar una parodia, Terry se agarra a Gaston y a las novelas negras y regala al lector algún fiambre que otro, de modo que la parodia es un marco para una pintoresca investigación. Tan chapucero es este mundo que los investigadores son tanto las víctimas potenciales como los señores que pasaban por allí.

Como siempre en Pratchett no hay un solo personaje normal. Todos son, de un modo u otro, caricaturas. Pero, a diferencia de otras veces, en Mascarada prescinde por completo de la magia del Mundodisco a pesar, incluso, del papel destacado que juegan dos viejas conocidas de los lectores de la saga: las brujas Yaya Ceravieja y Tata Ogg. Por supuesto, también hay un pequeño papel para uno de los más logrados personajes de Pratchett, la Muerte, aunque en esta ocasión aparece un poco desdibujada.

¿El resultado? Una novela algo más ágil que otras, entretenida y divertidísima. 

    Mascarada se titula así no solo por la célebre máscara del fantasma, sino porque la solemnidad, en el fondo, es la mayor mascarada.


lunes, 5 de mayo de 2025

Los muertos no se tocan, nene – Rafael Azcona

 




Lo más solemne que podemos hacer es morirnos. 

Otra cosa, claro, es que en tan delicado trance la solemnidad empieza en uno mismo y termina en el primer deudo o señor que pasa por allí con la mente en otra cosa.

Decía en este blog, en 2012, que lo contrario al humor no es la seriedad, sino la solemnidad. Y como la solemnidad no es otra cosa que el artificial adorno de la realidad para dar importancia a algo o alguien, cuando en la escenificación irrumpe lo cotidiano se rompe la solemnidad, y por la grieta se cuela el humor. Por eso movía a la sonrisa el gavioto que en el último cónclave se instaló durante interminables minutos junto a la chimenea de la sala aneja a la Capilla Sixtina, enfocada por una cámara fija que retransmitía a todo el mundo, a millones de televidentes cuya espiritualidad se vio sustituida por el temor a que los intestinos del avechucho interfirieran en el humeante habemus papam; por eso sonreímos hace ya más tiempo, en 2007, cuando el Presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, visitó una mezquita en Turquía y, al descalzarse, mostró al mundo los tomates de sus calcetines, por los que asomaron dos relucientes dedos gordos; o por eso no fueron pocas las autoridades incapaces de reprimir una sonrisilla cuando, en el momento más solemne del desfile del 12 de octubre de 2019, el paracaidista que traía desde los cielos la bandera nacional (¡qué evocador la patria descienda de los cielos!) se dio un trastazo contra una farola y con él quedó, colgando cual longaniza, el símbolo de la soberanía nacional.

Con esta idea, la de ruptura del protocolo (porque el protocolo es el ritual para invocar la solemnidad), juega constantemente Rafael Azcona en esta divertidísima novela que publicó en 1956, cuando tenía solo treinta años.

La censura no permitió que fuera llevada al cine, probablemente porque las alusiones sexuales son sorprendentemente claras y abiertas para la época. Tuvo que esperar hasta 2011.

Logroño. Años cincuenta del siglo XX. Don Fabián, casi centenario, está a punto de morir en su casa, en su cama, y lo hace no sin antes pronunciar unas últimas palabras llamadas a pasar a la posteridad, aunque lo que entiende su hijo lo sabrá quien lea la novela. El caso es que el hombre casca y, habiendo sido nada menos que funcionario municipal (amén de gran aficionado a los toros) hay que dar a las pompas fúnebres el brillo necesario, sobre todo porque es probable que el alcalde en persona pase por el domicilio a dar el pésame, con lo que lo importante, al final, no es el muerto. Es que los vivos queden bien con el regidor. Es decir, el muerto pasa a ser instrumento de las aspiraciones de los vivos. ¡Pobre don Fabián! ¡Toma solemnidad!

En torno al difunto está su hijo, un septuagenario viudo, tratante de piensos, algo aturdido por el deceso; su hija y el marido (un suboficial militarote, un besugo con ínfulas) que intentan llevar la dirección de las honras; y el biznieto Fabiancito, adolescente que además de incipiente pésimo poeta está descubriendo el sexo en verso y prosa. En torno a la desconsolada, ejem, familia, está la criada, un mendigo, un señor de Bilbao y quién sabe si la segunda nieta del finado, en su día expulsada de la familia por cometer la ignominia de liarse nada menos que con un afilador gallego, que, por si acaso alguien lo ignora, era lo más bajo que cabía imaginar en la sociedad de la época.

Y así, tras un comienzo titubeante que hace que al menos el primer tercio de la novela parezca ir sin rumbo, la acción va cogiendo velocidad hacia su destino final, que no es otro que enterrar a don Fabian. Lo que sucedió en el ínterin lo sabrá quien lea una novela con la que, lo reconozco, he tenido que dejar de leer al menos dos o tres veces por culpa de la risa.

Termino: los años cincuenta, con sus tremendas carestías, también juegan un papel humorístico impagable. Intentar mantener las apariencias cuando apenas hay nada que aparentar da un juego notable. La improvisación, la chapuza y las ideas extravagantes campan a sus anchas y retratan a una sociedad que quiere y no puede incluso cuando llega la muerte. Una sociedad, también, donde el mejor parado es el caradura y donde todo hijo de vecino rinde pleitesía a quienes tienen dinero suficiente para no pasar penurias. 

Humor a raudales, especialmente negro. ¡Y qué bueno es el buen humor negro! Al trivializarla, nos hace perder el miedo a la muerte y mirarla a los ojos. Nos hace casi hasta darle una palmadita en la espalda.


lunes, 24 de marzo de 2025

Historias de Vigàta, 1 – Andrea Camilleri

 


    Altamarea prometió cuatro volúmenes de «Historias de Vigàta». Este es el primero, publicado en 2022. Los dos siguientes son de 2023 y 2024. Del cuarto no tengo noticia, aunque de seguir el ritmo debería estar al caer.

Si he tardado a leer este conjunto de ocho relatos ha sido por cierta desconfianza hacia el tratamiento que Altamarea ha dado a Camilleri en los opúsculos con que trató de exprimir su memoria antes de que comenzara a diluirse y que culminaron con la lamentable refrito de «Conversaciones sobre la escritura».

Tampoco afirmaría que la editorial se haya matado ahora. Me da la sensación de que la traducción ha sido poco revisada. Además, las extrañas conjugaciones verbales que salpican el texto jamás las había visto en las casi setenta obras de Camilleri que llevo leídas.

En cuanto al contenido en sí, se trata de ocho relatos (La conjura, Regalo de Navidad, El mirlo parlante, Gran Circo Taddei, La última misión, El tiovivo, Tesoro enterrado y La revelación) que comparten extensión (adecuada para leer cada relato de un tirón); momento histórico (primer tercio del siglo XX); y la habitual tipología de personajes de Camilleri, donde abundan fascistas y caciques a la vez terribles y ridículos, mafiosos siempre peligrosos y taimados y los verdaderos protagonistas: los sufridores y perdedores, la gente de a pie, que solo tienen como armas la bondad, el ingenio y la osadía. Por supuesto, todas comparten escenario, como anuncia el título: Vigàta, trasunto de Porto Empedocle, la localidad natal de Camilleri, situada en la costa suroeste de Sicilia, frente a Túnez.

Pero lo que más llama la atención de estas historias donde el lector habitual de Camilleri lo reconocerá desde la primera línea es que todas comparten un tema central: el sexo. Por el modo en que están escritos, los relatos más parecen una excusa para hablar de él que otra cosa. Así vemos desde auténticos atletas sexuales de ambos sexos a ciertas damas que, ante la evidencia de que el «disparo de escopeta» necesario para quedar embarazas falla cuando dispara su marido, buscan el disparo de un «segundo cañón» (todo sea por la maternidad). Además, en cualquier caso y circunstancia existe una notable predisposición a la coyunda en todo bicho viviente.

Y así, aunque hay relatos, como el primero o el penúltimo, con un final brillante, otros dejan la impresión de que hablar de sexo en esos términos entre festivos e idealizados y con algo de adolescente inexperto no acaba de cuajar cuando, en lugar de ser una anécdota, el asunto se apodera del relato.

Unos relatos que parecen escritos como entretenimiento o ejercicio literario, todos con el humor característico de Camilleri, que se encariña del débil y ridiculiza al fuerte, y que gustarán a todos sus devotos, entre los que me cuento.


lunes, 24 de febrero de 2025

Tiempos interesantes – Terry Pratchett

 


Suena bien lo de vivir «tiempos interesantes», ¿eh? Pero ocurre que en el imperio agatano, situado más o menos en el cul… del… bueno, en el quinto pino del mundo… perdón, del Mundodisco, la expresión se usa como maldición.

El imperio agatano es un trasunto de China, que si todavía hoy es una cultura desconocida en occidente aún lo era mucho más cuando se publicó este libro, en 1994. 

Tiempos interesantes comienza cuando un par de dioses se entretienen en jugar una partida de algo parecido al ajedrez, y de sus movimientos resulta lo siguiente: Lord Hong, gran visir del imperio agatano, planea dar un golpe de estado aprovechando que el emperador tiene más años que la tos y está a punto de cascar. ¿Cómo hacerlo? Sofocando una revuelta del Ejército Rojo, lo que hará de él el salvador y líder indiscutible del imperio. Lo que sucede es que el Ejército Rojo no sabe que tiene que hacer la revolución, ni mucho menos posee medios, capacidad, talento y soldados. Ni siquiera animadores. Lo único que podría impulsarlos a la revolución es el cumplimiento de una profecía, según la cual un Gran Hechicero apoyó en su día y apoyará en el futuro al citado ejercitillo. Así que Lord Hong, de modo clandestino, pide a Ankh Morpork el envío de un echicero, sin hache, falta ortográfica por torpeza o chamuscamiento que provoca que el archicanciller de la Universidad Invisible termine localizando y enviando al cul… del... ejem, al quinto pino del Mundodisco nada menos que Rincewind, el asendereado mago que dio comienzo a la saga del Mundodisco con El color de la magia, apareció también en la segunda novela, La luz fantástica, y en Rechicero y Eric

Y no solo con él se van a reencontrar los lectores, sino también con un personaje que solo salió en solo aquellas dos primeras entregas: Dosflores, el turista propietario del equipaje con piernas que ha estado junto a Rincewind en todas sus aventuras.

Sale más gente, claro: una horda de bárbaros capitaneados por Cohen que tienen la sana intención de invadir el imperio agatano para arrasarlo un poco, saquearlo y tal, aunque como son solo media docena de guerreros y todos rondan los noventa años quizá tengan un poquitín más de trabajo del habitual para acabar con los dos millones de soldados enemigos, lo cual propicia que cierto medio sabio que se les ha unido les inste a utilizar un método distinto del tradicional de cascar calaveras: utilizar la astucia y, sobre todo, el comportamiento civilizado.

Rincewind es ya un mago escarmentado. Todo su afán desde la primera página es escapar a un destino desdichado que da ya por supuesto. Pero, como el lector ya sabe de otras veces, la misma huida es la que propicia el cumplimiento de su sino. Los bárbaros, por su parte, van a colaborar con él sin pretenderlo, y el Ejército Rojo por ahí anda dando tumbos desorientado y completamente en la inopia. Frente a ellos Lord Hong y, en la distancia y chapuceros como siempre, los perezosos y glotones magos de la Universidad Invisible.

El libro es de los mejores de la saga si por la trama se le ha de juzgar, y también por la relativa claridad de la acción, y no digamos ya por el humor, especialmente acertado en lo que hace referencia a los bárbaros.

Algo menos acertado está, a mi juicio, respecto a Rincewind y su equipaje (al limitarse a «colmos»), y muy acertado, si no acertadísimo, al principio, cuando Pratchett muestra al lector los movimientos en Ankh Morpork, singularmente los del archicanciller, que terminan con Rincewind en el cul… del… ejem, en el quinto pino del Mundodisco.

La parte paródica está dedicada, como he dicho al principio, a China, que en 1994 solo era aún un gigante despertándose, nada que ver con la situación actual en que ya se ha zampado el mundo. Entonces era un país aún más cerrado, que estaba dando los primeros pasos hacia su singular «capitalismo» y casi desconocido para occidente. Las protestas de Tiananmén estaban recientes y aún lo era también, relativamente, la noticia de los guerreros de terracota de Xi´an, que también juegan un papel en esta historia, lo mismo la Gran Muralla.

Una gran, entretenida y divertida aventura para todos los seguidores de Pratchett y su Mundodisco.


lunes, 27 de enero de 2025

Mi adorado Juan – Miguel Mihura

 


    No voy a decir que llamarse Juan sea como no tener nombre, pero según el INE 365 000 personas se llaman así (o Joan) y hay 161 000 Juan Carlos, 149 000 Juan José, 128 000 Juan Antonio, 111 000 Juan Manuel… En España más de un millón de personas llevan el Juan por algún sitio del DNI.

Por eso el protagonista de esta obra teatral se llama así: porque no quiere destacar. El Juan de esta obra rechaza el triunfo, el prestigio… No quiere ser nadie distinguible. Solo aspira a ser él mismo y por eso le importa un pimiento todo lo demás. Y todos los demás.

    También rechaza cuanto suponga un esfuerzo o trabajo que disguste a sus apetencias, porque su principio vital es «haz lo que te plazca y no te compliques la vida», lo que desemboca en ese confortable anonimato. Y eso que el tío es una lumbrera. O precisamente por eso.

    Y, también, es un tipo encantador. ¿Cómo no va a serlo, si hace lo que le viene en gana y esa es su meta? ¡Como para estar amargado!

    Ocurre, eso sí, que la bella y distinguida Irene (que roba perros para los experimentos de su egregio papá) se ha enamorado de Juan y quiere casarse con él en la España de la década de 1950, donde vivir en pecado es impensable. Y no es que Juan no la quiera, pero es que es demasiado comodón para casarse y tiene la excusa perfecta: no está dispuesto a mover un dedo para cambiar nada, porque nada está dispuesto a sacrificar por el matrimonio: su perfecta vida oscura cambiaría y se convertiría en un amargado. Y de ese amargado no estaría enamorada Irene. Además, se le acabarían antes los ahorros de los que vive sin dar golpe, y entonces, ¿qué? Para colmo, obviamente (para él), no puede pedirle a Irene que se rebaje a vivir en las condiciones en las que él vive y con un marido-guadiana.

    Es un problemilla, claro. Juan vive en lugar humilde que bien puede ser la Barceloneta. Irene, la atractiva robaperros, lleva una vida regalada y opulenta. Es hija de un médico, célebre investigador, que está a punto de patentar un fármaco que hará innecesario dormir. Y el doctor tiene un ayudante tan empático como un cardo y con la autoestima muy subidita que, con el beneplácito del doctor, echa los tejos a Irene.

    Ni que decir tiene que el papá y su ayudante reciben la existencia de Juan y el enamoramiento de Irene con la misma alegría con que recibirían a treinta y tres piojos juntos, como diría creo que Boris Vian.

    Pero Juan… Mi adorado Juan… Juan es comprensivo con todo el mundo. ¡Hasta con el doctor Palacios! ¡Cómo va a querer él que su hija se case con un tiñoso! ¡Y menos aún que se vaya a vivir con él poco menos que debajo de un puente! ¡Pues claro! ¡Es lo normal! Pero ella está dispuesta y…

    Y, bueno, Juan conoce al doctor, el doctor conoce a Juan, las filosofías de vida pueden ser tan contagiosas como los virus y…

    Y, claro, si Juan se sale con la suya, no cambia de vida e Irene se amolda a él, vivirá según su gusto, pero suena un poco egoísta, ¿verdad?

    Así que, ¿qué pasará?

    Juan representa el revolucionario de salón que predica el cambio de valores y luego, por pura comodidad, no hace revolución alguna. Porque ser revolucionario es exigente. Esa es la condición que la introducción atribuye al autor, a Miguel Mihura, siempre crítico y cáustico con los convencionalismos sociales, pero siempre, al final, confortablemente pequeñoburgués. Juan es un poco Mihura. O un mucho.

    Lo cierto es que los avatares de Juan, dentro de una historia divertida por lo disparatada y por las punzadas de absurdo que derivan de algunas cosas y, siempre, del planteamiento límite del personaje, permite realizar unas cuantas reflexiones sesudas sobre el valor o no de los convencionalismos, sobre qué se gana combatiéndolos y sobre cómo se combaten, sobre el egoísmo y la generosidad, sobre la pereza y la osadía, sobre… Incluso sobre la conveniencia de cambiar de vida. 

    Termino diciendo que Juan es el protagonista, sí, pero a mí me llama más la atención el doctor Palacios, porque cuando uno no tiene ocasión de causar mal a nadie, no tiene excusa para no ser fiel a sí mismo. La cuestión, puestos a ser fieles a nosotros mismos, es si sabemos realmente quiénes somos.


martes, 7 de enero de 2025

Soul Music - Terry Pratchett

 


Dos historias convergen (más o menos) en la decimosexta novela del Mundodisco: la primera es la de la Muerte y su, ejem, familia. La muerte ha hecho dejación de funciones y el negocio queda de facto en manos de Susan, su nieta adoptiva (hija de Mort -que da título a otra de la mejores novelas de la saga- e Ysabel); y la segunda historia es la de un músico, Buddy, que acaba tocando una especie de guitarra salida de no se sabe muy bien dónde (cosas de la magia y del Mundodisco) en compañía de un troll percusionista de pedruscos y un enano que toca el cuerno; los tres, influidos por el extraño instrumento que toca Buddy, inventan el rock and roll, o algo parecido que en la novela se llama Música con Rocas Dentro.

La musiquica en cuestión es la pera, algo inaudito y desconocido hasta ese momento. Y además parece peligrosa, por antisistema, ya que arrastra multitudes enfervorecidas que son capaces de olvidar lo mismo rencillas que intereses para unirse a disfrutar delante de un escenario. Opio del pueblo en manos de unos advenedizos que hasta hace dos días eran unos pelagatos. Opio consumido con todos: desde trolls hasta los mismísimos magos de la Universidad Invisible.

Con este planteamiento huelga decir que Soul Music es una parodia de cuanto rodea a la música moderna escuchada por masas que irrumpió en la sociedad de mediados del siglo XX gracias a los avances tecnológicos, con numerosos guiños a cantantes y temas consagrados en la cultura norteamericana. Por ejemplo, los miembros del grupo tienen un éxito inexplicable hasta para ellos, se les puede subir a la cabeza, pueden acabar siendo juguetes rotos, sus seguidores lo son emocionales, no racionales, con lo que sale a relucir el fenómeno fan, singularmente encarnado en Susan, que se siente muy atraída por Buddy; también juega un papel divertidísimo y sumamente crítico un personaje recurrente: Y Va A La Ruina Escurridizo, el empresario siempre ansioso por ganar dinero fácil que se convierte en representante, promotor y todo lo que haga falta: ¡Todo sea por la pasta, incluso, o principalmente, escamoteársela a quien la genera! ¡Ah, el maravilloso mundo de los intermediarios! Por supuesto, dentro del fenómeno fan también salen los imitadores del éxito, los aspirantes, donde el grado de inutilidad es más que apreciable y solo comparable a la profundidad de sus fracasos e ilusiones rotas.

Como en la vida, las causas del éxito a menudo son también las del fracaso, igual que en la vida comer es necesario pero también podemos diñarla de un empacho. En Soul Music el éxito lo ha traído ese extraño instrumento que termina por comerse la personalidad del protagonista. Al final, parece que o uno se carga al instrumento (y al éxito) o el instrumento y el éxito se cargan a la persona. Alguien o algo tiene que cascarla, y esto sirve de enlace con Susan, que además de fan anda la mujer sacando a flote el negocio de su abuelo, aunque con sus propios criterios. Y al final…

Bueno, el final lo sabrá quien lea la novela. Baste decir que, desde el principio, y no solo por la dejación de funciones de la muerte, hay algún personaje al que no podemos llamar zombi, pero quizá si un mal muerto. O alguien incorrectamente vivo, vaya usted a saber. Cosas del Mundodisco.


lunes, 2 de diciembre de 2024

Comandante de la ciudad de Bugulmá - Jaroslav Hasek

 



    «Un tema de debate y especulación es cómo se comportó Hašek en el Ejército Rojo, sobre todo en la época en que era comisario -y comandante adjunto- de Bugulmá», dice, al biografiar a Jaroslav Hasek, ese dechado de rigor que es la Wikipedia.

    En la introducción del ejemplar de la foto, que además de la obra que le da título contiene la que ahora reseño, Monika Zgustova afirma algo menos eufemístico al decir que Hasek, que tras desertar se había incorporado al Ejército Rojo, «llegó a ser un importante jefe militar cuando en octubre de 1920, durante la ausencia del comandante del departamento político del Quinto Ejército, fue nombrado su sustituto, cosa que significaba que estaba encargado de tomar todas las decisiones políticas del ejército que controlaba la Siberia soviética entera. Las últimas investigaciones han dejado claro que en el ambiente revolucionario ordenó un elevado número de ejecuciones».

    No me cabe en la cabeza que alguien pueda cometer ninguna atrocidad, pero no seré yo quien enjuicie hasta qué punto Jaroslav Hasek era o se transformó en un monstruo o se vio arrastrado por las circunstancias que le tocó vivir. Ni tengo otra información que la que acabo de mencionar ni me interesa hacerlo, dado que soy de la opinión de que la catadura moral de un autor no invalida la calidad de su obra ni su mensaje. Las incoherencias entre obra y vida van al debe de la persona, no de la obra. Y, por si faltase algo para completar el lío, la obra de Hasek es profundamente antimilitarista y, en lo esencial, posterior a los acontecimientos de Bugulmá.

    Cuento todo esto porque Hasek anduvo por Bugulmá a finales de 1920, esto es, a los treinta y siete años. 

    Como murió a cuatro meses de cumplir los cuarenta, en enero de 1923, está claro que escribió Comandante de la ciudad de Bugulmá poco después de su paso por esta localidad, que no sé cuántos habitantes tenía entonces. Ahora, 93 000. 

    Cualquier relación que tenga este conjunto de relatos que forman una historia completa con la realidad permite vislumbrar en esta momentos convulsos, donde pensar en matar para no ser matado podía ser una duda razonable e incluso inevitable; duda que mostraría, además, un modo de vida desquiciante, alienante, que transformaba en riesgo mortal mirar más allá del instante presente. Por eso, como el lapso entre esas intensas vivencias y la escritura fue tan corto, sorprende la intensidad del humor de estas páginas. No hay otra cosa más que humor, humor sin reservas en medio de muertes, huidas, encarcelamientos y constantes amenazas de fusilamiento, un humor que jamás busca la seriedad en el texto, sino en lo que cada lector extraiga de él, un humor que, conociendo la fuente de inspiración, solo puede ser obra o de un mayúsculo cínico o de un hombre tan desesperado que no se atrevía a mirar la realidad si no era a través de la deformación humorística. Probablemente por eso es también un humor violento y cruel, pero también una obra maestra.

    Este conjunto de relatos, más bien capítulos, cuenta la absurda llegada del protagonista, un Hasek que habla en primera persona, a la ciudad de Bugulmá, donde toma posesión como comandante; y luego narra sus peripecias hasta el final de su mandato, peripecias que consisten, básicamente, en revolotear en torno al puesto, ejerciéndolo o cediéndolo con el objetivo fundamental de preservar su propio pellejo. La sinrazón de todo se mezcla con los personalismos de cada cual y la sospecha de que nadie es leal a nada que no sea seguir vivo. La fidelidad a las personas dura lo que determina la conveniencia. Ni un segundo más. Como recurso humorístico, muy emparentado con el absurdo, Hasek recurre con frecuencia a los requisitos burocráticos para frenar las vías de hecho que, precisamente, son tales por prescindir de ellos. Vamos, que no puede usted fusilarme con ese rifle porque no es el arma reglamentaria, así que váyase usted por donde ha venido, so incumplidor, ¡que debería darle vergüenza fusilar de esta manera!

    La otra fuente de humor es el contraste entre el trato voluntariosamente cortés, educado, amable, casi exquisito, como si no pasara nada, que los personajes se empeñan en usar entre ellos, y las animaladas que a través de él se cuentan, traman, excusan y proponen.

    La historia tiene algo de cuento del ratón y el gato entre el propio Hasek y un mando militar que cuando no está intentado deponerlo y fusilarlo está cantando loas a su amistad. Ambos saben de su incompatibilidad y nefastas intenciones pero, sin embargo, ambos actúan como si ese comportamiento fuera natural, aunque, eso sí, el personaje Hasek es siempre piadoso y no se dedica a ir apiolando a nadie. Antes al contrario: hurta de la muerte a un buen número de personas.

    Que cada cual saque sus conclusiones sobre lo que esto último puede significar a la luz de las acusaciones que he señalado al principio, pero, en cualquier caso, Comandante de la ciudad de Bugulmá es, como la obra maestra de Hasek, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, un brillante alegato antimilitarista, pues ni una sola de las decisiones, todas caprichosas y absurdas, que toman en esta breve novela quienes detentan el poder de facto se sustentan en el interés del pueblo, y todas, en cambio, hasta las más violentas y salvajes, lo hacen en beneficio de quienes las toman. 


lunes, 25 de noviembre de 2024

Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley – Jaroslav Hasek

 


Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley es un intemporal conjunto de relatos satíricos y paródicos, que, a modo de capítulos, fueron escritos a partir de la experiencia del autor, quien a los 28 años, en 1911, fundó, con intención caricaturesca y de denuncia, el Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, del cual fue candidato.

El presente volumen no recoge todos los relatos que formaron la obra que da cuenta del nacimiento, desarrollo y fin de tan ilustre proyecto político, ejem, sino una selección hecha por Monika Zgustova, que afirma haber eliminado los repetitivos. Me lo creo, porque todos comparten tono, finalidad y planteamiento. En ellos se relatan las correrías del fundador y de alguno de los escasísimos acólitos, sus relaciones con otros partidos y las labores de proselitismo realizadas. ¿Y dónde está la caricatura y aquello que hace esta obra intemporal? En que no hay político ni militante ni simpatizante, comenzando por el propio narrador, que no esté dispuesto a doblegar su ideología y aspiraciones en pro del «ande yo caliente».

Sí es cierto, no obstante, que las referencias al partido nacionalsocialista, que en entre 1911 y 1923, cuando falleció el autor, podían resultar divertidas (en algún momento entre esas fecha se escribió esta obra), tienen ahora un aura completamente distinta, que provoca cierta conmoción: ¿Cómo aquello, tan igual a todo porque todos estaban pendientes del «ande yo caliente», acabó como acabó?

Lo mejor del libro es la brillantez con que escribe y caricaturiza Hasek. Su dominio del lenguaje y la expresión es apabullante; su lucidez, extrema; y su concisión y elegancia, dentro de lo gamberro, enormes. Eso le permite disparar contra todo lo que se mueve y abatirlo con una eficacia escalofriante. Podrá discutirse si su humor es cínico o cruel, pero no que pese a lo descarnado, pues no ahorra realidades, tiene una pátina festiva tan intensa que no se sabe muy bien qué era lo más importante para su autor, si criticar o hacer sonreír. Yo me inclino porque intentó, y consiguió, hacer una sola cosa de esas dos. No es nada sencillo.

El volumen incluye otra obra breve, otra recopilación de relatos titulada Comandante de la ciudad Bugulmá, que comparte tono pero no temática, y que reseñaré más adelante.


viernes, 24 de noviembre de 2023

Andanzas de los Reyes Magos

 


El próximo jueves 30 de noviembre, a las 19:30, los Reyes Magos llegarán a Teruel, a la Librería Senda (Perruca), después de haber pasado por Huesca hace poco, y antes de recalar en Zaragoza el 15 de diciembre, a las 18:00, en la Librería Central, donde completarán el periplo de las tres capitales aragonesas con una sesión de firmas.

Pero, vivas donde vivas, que los Reyes Magos vayan a tu casa es tan fácil como comprar la novela encargándola en cualquier librería. También está en ebook, en Amazon.

          Así los Reyes te regalarán un muy buen rato de lectura y, según dicen ya de numerosos lectores, bastantes risas.

          Seguiré informando del resto del periplo.





domingo, 22 de octubre de 2023

¡Ay, madre! - La detención de los Reyes Magos

 



¡Ay, madre! Nueve años después de la publicación de mi última novela vuelvo a las librerías. Esta vez con La detención de los Reyes Magos. De nuevo de la mano de Mira Editores.

Ignoraba si me había retirado o no. Y sigo igual, porque no me atrevo a decir si volveré a escribir y a publicar. Nada me ata a hacerlo.

Pero no es momento de hablar de mí, sino de lo que podéis encontrar en esta novela en todo diferente a las anteriores, con las que sí comparte la importancia del humor.

En La detención de los Reyes Magos podréis contemplar –cuales dioses desde el Olimpo- cómo se teje el azar humano. Quizá incluso lleguéis a preguntaros sin existe algo distinto a él; o si llamamos «destino» a la imposibilidad de controlar nada.

Cuando sobre una maraña de acciones, causas y efectos se hace luz por escrito, hablamos de novelas corales, porque la voz de la historia no es la de uno o dos protagonistas, sino la del coro de personajes que se condicionan entre sí sin saberlo ni pretenderlo e incluso sin conocerse; y la letra del cantar no cuenta una historia individual, sino colectiva. Cuando además se producen situaciones chocantes que encajan entre sí avanzando hacia lo insólito, hablamos de enredo. Si además la mayoría de los actos causantes de dichas y desdichas tienen su origen en las debilidades humanas y el autor es comprensivo con ellas, el lector tiende a contagiarse: siente hacia los personajes el mismo cariño; es indulgente con los torpes, solidario con sus damnificados, se emociona con las alegrías, se entristece con las penas, se desazona con la amargura, se alivia con los desenlaces, festeja la suerte de los buenos y más cerca está de propinar una colleja a los ruines que de desearles mal alguno.

Bueno… ¿Qué quiero decir? Cuando publicas un libro son legión los que valoran su éxito o fracaso en función de las ventas. No sorprende en una sociedad mercantilizada. Y cuando publicas deseas, por supuesto, vender todo lo posible; por el reconocimiento que implica para tu novela, y para corresponder al editor que ha puesto en ella trabajo, dinero y esperanza; y hasta por vanidad. De hecho, escribo estas líneas para dar a conocer esta novela y que llegue a cuantos más lectores, mejor. Pero la definición de éxito es mucho más sencilla cuando uno escribe sin otro motivo que el deseo de hacerlo: sientes el éxito cuando, parafraseando a Woody Allen, lo que has conseguido hacer es casi igual a lo que querías hacer.

Con esta definición, que es también la mía porque es la del sentido común, llevo teniendo éxito con La detención de los Reyes Magos desde que la di por concluida hace ya años. Y el lector tendrá éxito si en sus páginas encuentra lo que espera o incluso algo mejor. 

         De modo que, potencial lector que lees estas palabras, la historia de La detención de los Reyes Magos responde a lo que he dicho hace tres párrafos. De ti depende ir a buscarla.

Si así lo haces, gracias por la confianza. Ojalá esta novela escrita por el placer de escribirla satisfaga tus expectativas y estos Reyes Magos te traigan primero una grata lectura y tras ella un buen recuerdo.


jueves, 14 de septiembre de 2023

Lores y damas – Terry Pratchett

 



Creo que fue en Brujas de viaje donde Magrat Ajostiernos, la joven bruja más cercana a la medicina que a la magia, acabó a las puertas de ser feliz y comer perdiz junto a Verence, un bufón devenido rey.

Lores y damas cuenta cómo intentaron ser felices y comer perdices. En concreto, la acción se produce en los días previos a la boda, la cual, como todo enlace real, debe ser un bodorrio por todo lo alto incluso en un país tan diminuto como el que sirve de escenario a la novela.

Este planteamiento bastaría a un autor como Pratchett para parodiar las novelas románticas, pero Pratchett complicó aún más la cosa con la presencia de elfos irresponsablemente traídos desde su dimensión por otra joven bruja con ínfulas de ser la única (un personaje clave, pero prácticamente abandonado por el autor), lo que fuerza la intervención de las otras dos brujas ya conocidas por los asiduos del Mundodisco: Yaya Ceravieja y Tata Ogg, cuyos jabalinescos encantos hacen tilín en algunas personas (o seres parecidos): el mismísimo archicanciller de la Universidad Invisible y un enano, infatigable don Juan con más entusiasmo que resultados. Todo lo cual refuerza los elementos a disposición de la parodia romántica.

Ocurre, sin embargo, que parte de esta parodia (creo que no muy bien hilada) necesariamente se disuelve en la lucha por librar de los elfos al renacuajo reino, la cual, además, se complica por la división entre las brujas y los soponcios que se llevan. Un modo de apelar al corazoncito del lector ya encariñado con ellas.

El resultado es divertido, pero un poco confuso. Esta novela, a mi juicio, está un pelín por debajo de otras de la saga, y estoy convencido de que al bodorrio real se le podía haber sacado bastante más jugo como elemento nuclear del argumento que como marco de la acción.

Una novela más de la saga, a cierta distancia de las mejores.


jueves, 15 de junio de 2023

lunes, 12 de diciembre de 2022

El segador – Terry Pratchett

 


 

              No creo ni remotamente probable que Las intermitencias de la muerte (2005), de José Saramago, se inspirara en El Segador (1991), pero, aparte de que ambas reservan un papel al humor en sus páginas (si bien con una concepción y desarrollo muy distintos), las dos comparten como argumento una idea: ¿qué ocurre si la muerte deja de existir?

              La idea no es original, porque está en la esencia del ser humano, pero da mucho juego.

              Saramago comenzó aplicando la lógica a esa situación ilógica y acabó, a mi juicio, perdió un poco el rumbo, pues comenzó con algo cercano a la tragedia para acabar en algo parecido a la comedia. De Pratchett, por el contrario, sabemos que desde la primera a la última letra aspira a crear una obra humorística; lo consigue incluso, de forma mucho más ingeniosa que Saramago.

              La Muerte es, desde la publicación de Mort, uno de los personajes más logrados de Pratchett. La Muerte, para la que no existe ni el tiempo, ni los sentimientos, ni las emociones, ni la bondad, ni la maldad, ni la justicia, pero que, debido a su trato siempre correcto, educado y prudente, no hay diálogo en el que intervenga que no resulte tronchante.

              Que la Muerte deje de actuar no deja de ser algo así como «la muerte de la Muerte». Y por ahí andan los tiros, porque lo que recibe la Muerte es la noticia de que le ha sido adjudicado, como a cualquier bicho viviente, un «biómetro», esos relojitos de arena que en los mundos de Pratchett determinan el lapso temporal de cada existencia. Las consecuencias son dos: la Muerte deja de actuar, porque tiene otras cosas que hacer, y, además, se humaniza.

              La humanización lleva al protagonista a acabar trabajando en la granja de una viuda algo tacaña. Lo que mejor se le da a la Muerte, obviamente, es segar. ¡Anda que no maneja bien la guadaña! El entorno y las características del personaje originan no pocas escenas divertidas. El nuevo destino de la Muerte permite al autor hacer numerosas reflexiones (siempre divertidas, pero no superficiales) sobre el sentido de la vida y el por qué, sabiendo que nuestro tiempos es limitado, hacemos las cosas que hacemos. Y, por otra parte, para desarrollar el conjunto de la historia Pratchett circunscribe la ausencia de muerte a dos situaciones concretas (a diferencia de esa otra novela de Saramago). La primera, la «no muerte» de alguien concreto: Windle Poons, un mago que acaba de «no fallecer» a la edad de 130 años; sobre este personaje Pratchett aplica la lógica (del Mundodisco) a lo ilógico del planteamiento, como posteriormente haría Saramago, pero mientras que este basó su novela en extender esa idea a todo lo vivo, Pratchett voluntariamente se olvida del efecto de la ausencia de muerte -salvo en el caso de Windle Poons-, se olvida de los «no fallecidos» en el resto del mundo salvo (y esa es la segunda situación) para crear una distorsión en el devenir del Mundodisco debida no a la falta de muerte sino al «exceso de vida» cuyas originales consecuencias verá quien lea la historia.

              Una novela buena, ágil, entretenida, y que permite a los lectores reencontrarse con la Muerte. Quién iba a decir que algo así haría ilusión, ¿eh?



jueves, 24 de noviembre de 2022

Un marido de ida y vuelta - Enrique Jardiel Poncela

 

«Lo que le ocurrió a Pepe después de muerto» era el título original de esta obra de teatro, pero la prudencia aconsejó cambiarlo porque su estreno en Madrid se produjo en el otoño de 1939, con muchos muertos recientes y muchos otros que seguían muriendo en las ejecuciones que siguieron a la Guerra Civil, muertos, unos y otros, a los que les ocurrían muchas cosas y ninguna buena: desde la ignominia programada hasta la desaparición de sus restos. 

Un marido de ida y vuelta se cuenta entre las obras de Jardiel que él mismo calificó como «sin corazón» y que encumbró –modestia aparte- como perfectas por haber seguido exclusivamente el dictado de su apetencia al estar ya consagrado y no tener que hacer méritos ante el público dándole lo que el público estaba acostumbrado a recibir del teatro español de la época.

          La obra cuenta la historia de Pepe, que, vaya por Dios, se muere mientras preparan una fiesta de disfraces y, por eso, se muere vestido de torero. La consecuencia es que con tan distinguido atuendo se ve obligado a deambular por ahí su fantasma.

          Pero Pepe, en vida, había pedido a su amigo Paco que, en el caso de que Pepe dejara viuda a Leticia, Paco no se casara con ella. 

          Con la idiosincrasia propia de los personajes femeninos de Jardiel, ¿qué quiso hacer Leticia en cuanto quedó viuda y se enteró de esa petición? Pues casarse con Paco, porque nada hay tan atractivo como lo prohibido.

          Las cosas no son fáciles, sin embargo. Primero, porque Leticia a quien quería era a Pepe y si lo sustituye por Paco es por haber tenido Pepe el mal gusto de haberse muerto. Y, segundo, porque Pepe, devenido en fantasma, sigue enamorado de Leticia. ¿Y el pobre Paco? Lo sabrá quien lea (o, mejor, vea, la obra).

          La profusión de situaciones equívocas, absurdas, disparatas y el uso de hilos argumentales que juegan con el doble sentido de las palabras da a la obra una agilidad tremenda y un interés sostenido. Además, Jardiel logra suscitar una permanente expectación, porque cuando los fantasmas aparecen en escena las reglas de la lógica quedan abolidas y el público ya no sabe qué puede esperar a cada frase.

          Una obra divertida, brillante, con la que si el espectador quiere puede reflexionar sobre el concepto de lealtad, que, para Jardiel, a menudo parece mucho más importante que el amor, sentimiento este último al que sometió a no pocas chanzas y sátiras.


martes, 20 de septiembre de 2022

Angelina o el honor de un brigadier (un drama en 1880) – Enrique Jardiel Poncela

 



Esta obra forma parte de un volumen publicado por Austral que incluye también otra obra, Un marido de ida y vuelta, ambas caracterizadas, como se avisa en la introducción, por figurar entre las mejores obras del autor, quien las consideró entre sus «obras sin corazón» y afirmó haberlas escrito sin someterse a los dictados del público, al poderse beneficiar ya de un estatus que le permitía escribir como le diera la gana. Y Jardiel, que fue muchas cosas, pero no modesto, no dudó en regalar los mejores elogios a ambas obras.

Escrita en verso octosílabo, que produce sensación de agilidad y gracia, Angelina o el honor de un brigadier puede ser considerada como una parodia de la figura de don Juan. Y, como tal, no deja en muy buen lugar a casi nadie, y menos a don Juan, un tipo que en defensa de su honor no atina ni a matar ni a suicidarse.  

El argumento es conocido: Angelina es la voluble hija del brigadier don Marcial. Se va a casar con el anodino y empalagoso Roberto, pero Germán –de deporte, cazador de damas- se prenda de ella y ambos se dan a la fuga, tras lo que se sabe que Germán, antes, también había seducido a la madre de Angelina y esposa de don Marcial, el cual, como puede suponerse, cuando se descubre el pastel queda tan contento como cualquiera en su lugar.

Los juegos de palabras afilados por la rima, los equívocos, la frivolidad de unos y el papanatismo de otros , transforman desde el comienzo el drama en comedia, hasta el punto de que no habrá espectador que no mantenga una sonrisa incluso en los momentos más luctuosos. Al mismo tiempo, los sentimientos excelsos propios del romanticismo y de los finales felices del teatro que combatió Jardiel, como el amor, quedan reducidos casi a la condición de capricho. Algo similar pasa con el honor, bastante flexible pese al momento en que se sitúa la obra (1880). Ahora bien, salir del enredo por cauces «normales» sin que el humor desembocara en un desenlace humorísticamente fallido que dejara mal sabor de boca, podía ser tan complicado que Jardiel buscó y encontró una «fantasmal» solución final con ambos pies fuera de la realidad, pero ingeniosa y efectiva.

Una obra para leer despacio y habiendo digerido bien la introducción, porque el teatro más que leerlo hay que imaginarlo o, mejor aún, verlo en una sala.




viernes, 22 de julio de 2022

Los juegos de Mastropiero – Carlos Núñez Cortés

 


Les Luthiers han sido mucho más que músicos y humoristas. Las inquietudes de casi todos sus miembros les han llevado a explorar terrenos alejados de la mezcla de humor y música –con sus peculiares instrumentos- que hace ya décadas les dio una fama que perdura más allá de la muerte de dos de los luthiers más queridos por el público: Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock (dos de los cuatro miembros iniciales del grupo en 1967, junto al fundador, prematuramente fallecido en 1973, Gerardo Masana, y el todavía en activo Jorge Maronna). Carlos Núñez Cortés es un «casi fundador», porque se incorporó al grupo en 1969, y es un ejemplo perfecto de las inquietudes que he señalado: excelente cómico, compositor y músico, y ya podéis ver que también escritor y/o analista, porque en este libro examina el humor de Les Luthiers recorriendo el uso o no por el grupo de diversos recursos humorísticos. En sus páginas deja ver una capacidad intelectual impresionante, una capacidad entregada al arte de gozar del intelecto, y que le llevó a usar un seudónimo en Internet para alentar juegos –algunos endiablados, por la mezcla de habilidad y de «erudición luthierana» que exigían- entre los más fervientes seguidores del grupo.

El libro parece largo, pero se lee pronto por su agilidad y, también, porque como la erudición de la mayoría de los lectores no da para resolver todos los acertijos y juegos que plantea, lo más cómodo es irse al largo apéndice final a mirar la solución, que suele ser divertida.

Pero, como dijo el dermatólogo, vayamos al grano: el humor de Les Luthiers, como se advierte en las primeras páginas, ha resistido el paso del tiempo porque no está vinculado a actualidad alguna, política o social, sino al uso del lenguaje, que es algo intemporal. Cualquiera que haya visto actuar al grupo (quien no lo haya hecho, puede conformarse con Youtube) sabe de su habilidad para jugar con el doble sentido de las palabras, con los equívocos, con los signos de puntuación y, cuando la herramienta humorística son las frases hechas o la deriva normal de las conversaciones, con las expectativas del público. Muchos de los mejores momentos del grupo aparecen en este libro clasificados y explicados por uno de sus más destacados miembros, al tiempo que, de pasada, deja caer algunas cosillas que reflejan el modo de trabajar de Les Luthiers y cómo eran las relaciones entre ellos.


Tuve ocasión de verlos en directo hace ya bastantes años, en un espectáculo para recordar siempre por cómo nos reímos una y otra vez las cerca de mil personas que debíamos de llenar el recinto; y los vi en directo, por última vez, en marzo de 2020, unos días antes del «cierre pandemial», cuando pude comprobar que la marca Les Luthiers ha tenido tanto éxito que nuevos integrantes han ido sustituyendo a los antiguos que han causado baja debido a la muerte o la edad. De los fundadores solo queda Jorge Maronna y el «casi fundador» Carlos López Puccio (incorporado al grupo en 1971). Este modo de sobrevivir no me acaba de gustar , porque parte de la esencia de Les Luthies estaba en la idiosincrasia de cada uno de sus miembros y en el modo en que construían los espectáculos, todo ello consolidado por décadas de trabajo y amistad; los nuevos lo hacen muy bien, son magníficos, pero, qué remedio, se limitan a interpretar los números antiguos. Son intérpretes. Pero los Luthiers originarios eran a un tiempo intérpretes y creadores de los números y de sí mismos. 

        En resumen: un libro para disfrutar despacito de Les Luthiers y, también, para que disfrute cualquiera que vea en el idioma una oportunidad para el humor.