En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

viernes, 20 de noviembre de 2020

En compañía de extraños – Robert Wilson

 

 



                A pesar de estar publicado en la «Serie negra» de RBA, En compañía de extraños es una novela de espionaje, género del que nada puedo decir porque, si leí algo en un pasado remoto, se ha borrado de mi memoria. Sí puedo decir que no me extraña que haya amantes de ese género donde nada es lo que parece y todo el mundo anda engañando al resto, donde quien no es un simple espía es un agente doble, de modo que cuando todo son apariencias y nadie puede fiarse de nadie, hasta los más conocidos son extraños. De ahí el título.

                La novela, interesante y de buen ritmo, con tres o cuatro emocionantes acelerones en la acción, cuenta sucesivas historias para acabar contando solo una: la de los dos personajes protagonistas, la joven y bella inglesa Andrea Aspinall y el alemán Karl Voss, siempre fiel a la memoria de su familia.

                La primera es tan solo una muchacha recién entrada en la mayoría de edad cuando, tras una somera preparación, es enviada como espía, en 1944, a Portugal. Allí, entre un inmenso lío de agentes de todos los países que intentan captar información lo mismo sobre la carrera atómica que sobre cualquier cosa que afecte a la guerra, vive quince intensos y violentos días que cambian para siempre su vida, con el telón de fondo de la dictadura portuguesa. Una de las personas a las que conoce entonces es  a Karl Voss, un alemán que ha llegado a Lisboa gracias a la habilidad con que, en beneficio propio, ha sorteado algunos problemas en el entorno más directo de Hitler y que se siente deudor de todo lo que el nazismo ha provocado en su familia: un padre, militar, caído en desgracia, y un hermano enviado al frente ruso.

                El libro tiene tres partes. La primera es la más larga, y narra esa época en Portugal.

                La siguiente da un salto temporal hasta los años sesenta, en la que los protagonistas, ya cuarentones, han debido reciclarse en función de los avatares personales y profesionales de cada uno, para acabar ejerciendo su trabajo –por unas motivaciones u otras- en plena guerra fría. Cambia el entorno: Londres y Berlín Este, capital de una República Democrática Alemana en la que empezaban a pasar cosas, como ilustra el pintoresco mecanismo usado por Erich Honecker para sustituir a Walter Ulbritch al frente del Partido Socialista Unificado de Alemania. Un entorno, el de la Alemania del Este, asfixiante y peligrosísimo por el control de la Stasi y por el papel en la sombra del poder ruso en las intrigas por el poder.

                La última parte, con los protagonistas ya ancianos, trascurre en los años 80 y primeros 90 del siglo XX, cuando la caída del muro acaba con décadas de una situación a la que han dedicado lo mejor de su vida. Es momento de hacer balance, de comprobar si realmente se ha perseguido lo importante o si se ha errado al determinar qué lo era. Es, también, el momento de que la historia culmine. Y lo hace con un final contundente y amargo que redunda en la importancia de los motivos personales.

                Intensa, interesante y, para mí, novedosa por lo que al principio he señalado. Una novela que tiene mucho en común con otras tan ajenas al espionaje como Los puentes de Madison County, en la que «solo fueron cuatro días, pero valieron por toda una vida». En esta novela fueron quince, y ninguno completo, aunque también valieron por toda una vida. Una de esas historias que hace pensar que la vida no son años, sino unos pocos momentos, unos pocos días. Quizá unas pocas horas.




lunes, 16 de noviembre de 2020

Sobre los huesos de los muertos – Olga Tokarczuk

 


 

                Olga Tokarczuk (nacida en Polonia el 29 de enero de 1962), recibió en 2019 el Premio Nobel de Literatura correspondiente a 2018.

                Lo único que he leído de su obra ha sido Sobre los huesos de los muertos, novela que sorprende más tras el Nobel, premio más asociado a la narrativa que al género negro; novela que sorprende, también, porque su maestría y elegancia en el uso del lenguaje y de ciertos recursos expresivos proclaman la pobreza de la mayoría de la novelas del género, a las que por costumbre les perdonamos la sustitución de la falta de cuidado literario por la simple corrección formal, a cambio de que nos cuenten una historia entretenida.

                Janina Duszejko, que aborrece su nombre de pila, es una ingeniera retirada que da clases de inglés en un montañoso pueblecito polaco cerca de la frontera con Chequia; aunque, más bien, es una de las escasas habitantes de un puñado de casitas que solo se pueblan en los escasos meses en los que la nieve y el hielo no lo invaden todo.

                Janina, a medida que la novela avanza, parece una vieja loca: no cesa de escribir cartas a la policía y a todo el que se pone a tiro exigiendo medidas, entre extravagantes e imposibles, vinculadas al cuidado de la naturaleza, y, en lo que parece el colmo de su obsesión, envía varias misivas avisando de la sobrenatural explicación para ciertos accidentes producidos en la zona, que han tenido como víctimas, invariablemente, a personas poco respetuosas con el medio ambiente y, en especial, con esos animales para los que la frontera entre Polonia y Chequia simplemente no existe. Los animales, según ella, se están vengando del ser humano.

                Según pasan las páginas, sin que, a diferencia de las novelas legras convencionales, el lector tenga noticia de investigación alguna oficial o extraoficial, las rarezas de la protagonista, las idas y venidas de algunos secundarios –todos preocupados por la alarmante cantidad de muertes en un entorno tan pequeño- y lo que se va mostrando de las víctimas, conducen a un desenlace inesperado casi hasta el mismo instante en que se produce.

                Una novela que entretiene con calidad literaria y que, por exposición de extremos, invita a reflexionar sobre la relación con la naturaleza y sobre la naturaleza de la culpa.




viernes, 13 de noviembre de 2020

Un amor – Sara Mesa



 

                Una novela tan buena como agobiante, en la que todo sucede en la mente de la protagonista, hasta el punto de que la narradora nos cuenta la realidad a través de los ojos del personaje, siempre con un lenguaje certero, rico y claro.

                Nat, una joven traductora, llega a un diminuto y ficticio pueblo como consecuencia (al menos en apariencia) de lo que claramente parece una derrota personal: o ha abandonado su anterior mundo, o su anterior mundo la ha abandonado a ella; con pinta de no tener un céntimo, acaba de inquilina en una vivienda horrorosa a la que solo ha encontrado un atractivo: no ha encontrado otra más barata. Su inmediato interés en tener un perro proclama su soledad, pero el chucho que le regala el casero se parece demasiado a la propia Nat: un perro esquivo, al que nadie sabe muy bien qué le ha pasado ni cómo tratar, y con problemas para relacionarse con los demás.

                Y en ese nuevo entorno, Nat se encuentra… con el entorno. En él unas cosas son más o menos hostiles (como el casero, un hombre avaro, prepotente e irrespetuoso), otras son amigables y otras van a su aire. Sin embargo, desde la perspectiva de Nat todas tienen algo en común: no hay manera de que alguien diga o calle algo, o haga u omita, sin que ella lo interprete de la peor forma posible. De ahí al agobio, el viaje es instantáneo. Nat es insegura, espera que sean los demás quienes la juzguen y no deja de ver juicios en todos los actos y omisiones de quienes la rodean; sin embargo, como es lógico, ellos están a otra cosa: a vivir su propia vida.

                Y, sin embargo, pese a la constante imagen de «pobrecilla», la situación de Nat tiene mucho de elección propia.

                Sobre la historia planea una duda: ¿hasta qué punto el modo de ser de la protagonista es particular del personaje y hasta cuál es fruto de los roles entre sexos? La pregunta es legítima, pues la mayoría de los secundarios son hombres y cada uno tiene un papel distinto, aunque, en conjunto, cubren un amplio abanico de conductas poco edificantes: el hombre abusón, el protector (y, por tanto, juez) y el simplemente egoísta. La interpretación que se dé sitúa la novela en planos muy distintos.

                Pero, sea cual sea la carga de denuncia que pueda atribuirse a la novela, Un amor es la historia de «autoenvenenamiento», porque según pasan las páginas es más evidente el deterioro de los pensamientos de Nat y hasta qué punto son ellos los causantes de su desazón. A fin de cuentas, nadie puede pensar por ti, y, al final, solo queda darse un buen tortazo, pues es así como a menudo se reacciona. Si es el caso de Nat, lo sabrá quien lea esta muy interesante novela.

                Una novela que pretende hacer Literatura, con mayúscula, y que en gran medida lo consigue. Una novela que cuenta mucho en pocas páginas, y que apunta alto. Es la primera obra que leo de Sara Mesa, que evidentemente es una gran escritora. No será la última.   




lunes, 9 de noviembre de 2020

Enterrad a los muertos – Louise Penny

 


 

                Como no todas las novelas protagonizadas por Armand Gamache están traducidas y no sé si todas transcurren o no en Three Pines, enterarse de por dónde va la saga puede ser complicadillo, pero si el lector sigue el orden de lectura derivado de las reseñas de este blog, que es también el de su publicación en España, saldrá con bien, al menos hasta esta novela, que solo podrán disfrutar plenamente quienes hayan leído Una revelación brutal. Leer las novelas en orden es necesario en esta ocasión.

                Enterrad a los muertos es una muy buena novela de intriga en la que se mezclan tres historias que oscilan entre lo interesante y lo apasionante.

                La primera, el inmenso desaguisado del que Gamache se siente responsable tras una fallida operación que vamos conociendo a través de los recuerdos del propio jefe del Departamento de Homicidios de la Sûreté du Québec y de los de su mano derecha, el joven inspector Jean Guy Beauvoir. La segunda, cómo las dudas que sobre sí mismo tiene ahora el protagonista le llevan a replantearse su actuación en el caso precedente, ocurrido en Three Pines. Y la tercera y mollar, que en Quebec, donde se ha refugiado en casa de su antiguo jefe para reponerse anímicamente del tozolón, Gamache acaba colaborando con la policía del lugar para desentrañar el extraño asesinato, en los sótanos de una venerable y trasnochada institución anglosajona, de un pintoresco francófono, con fama de arqueólogo loco, obsesionado con la búsqueda de la tumba de Samuel de Champlain, fundador de Quebec.


Samuel de Champlain

                En el acogedor ambiente, típico de esta saga, de frío, nieve y viento que azota las ventanas tras las que los personajes se acomodan en estupendos sillones frente a chimeneas encendidas, las tres historias se entrecruzan ofreciendo al lector una macedonia atractiva: misterios históricos; una interesante visión del enfrentamiento entre angloparlantes y francófonos, con sus odios, traumas e historia no exenta de violencia (con la siempre pendiente independencia de Quebec de fondo, por lo que al asunto Champlain toca); una historia violenta y actual, por lo que hace referencia al «desaguisado»; y, finalmente, una buena dosis de intriga no sobre hechos (como sucede en el asunto Champlain), sino sobre personas, con lo que ocurre en Three Pines. Todo con un esfuerzo evidente por trasladar el ambiente de la ciudad vieja de Quebec, con sus antiguas casas de piedra dentro de las murallas, y con más de una escena en el famoso Château Frontenac. Quebec, al borde del río San Lorenzo, que evoca una gran urbe pero que en realidad solo tiene unos 550.000 habitantes (lo que explica que en la novela tanta gente conozca a tanta gente), es una de las protagonistas de la novela, aunque las calles de su casco viejo no sean tan retorcidas, estrechas y caprichosas como Louise Penny nos cuenta.



                La lectura es amena, interesante y, por lo que deja entrever de la historia de Canadá y, en particular, de Quebec, enriquecedora, y más para un país como España, con tensiones independentistas.

                Un libro, también, que para muchos lectores será más agradable leer en otoño o invierno que en primavera o verano.



jueves, 5 de noviembre de 2020

Nos vemos allá arriba – Pierre Lemaitre

 



Los hijos del desastre, 1

               

                Magnífica novela de Pierre Lemaitre, primera de la trilogía Los hijos del desastre, que aborda el periodo de entreguerras y comienza en los últimos días de la Primera Guerra Mundial.

Con los soldados de ambos bandos ya sin ganas de pelear y esperando el armisticio, un ambicioso teniente, Henri d´Aulnay-Pradelle, urde una criminal treta para que sus hombres se lancen a la conquista de «la cota 113», inútil triunfo para el país pero importante para él; una acción que, sin él saberlo, va a condicionar de modo insólito su propio destino y el de dos de sus hombres: el gris y apocado Albert Maillard y Édouard Péricourt, el simpático y alocado artista hijo de un millonario, que acaba sufriendo una horrible desfiguración.

                Tras la tragedia, Édouard no quiere saber nada de su familia y queda, de facto, al cuidado de Maillard, quien se siente en deuda con él. Pero para que Édouard pueda salirse con la suya es necesario fingir su muerte, hecho que va a volver a condicionar la existencia de los tres. Y es que, aunque lo ignoran, todo lo que hacen provoca que su vida vaya a seguir estrechamente entrelazada. 

            Pradelle, ascendido a capitán y tras un ventajoso matrimonio, ha decidido recuperar el viejo esplendor de su apellido, para lo que necesita hacerse rico de modo rápido. ¿Y qué más eficaz y accesible manera que a través de la corrupción? Sus tejemanejes en el tratamiento del entierro de los caídos por la patria –basado en hechos reales- no tienen nada que envidiar a los más groseros casos de corrupción conocidos, y en algún punto recuerdan al triste caso, mucho más actual, de la repatriación de los cadáveres del accidente del «Yak-42». Entre tanto, Édouard y Albert están en la ruina caracolera, hasta que el primero idea una delirante estafa (esta sí, fruto de la mente del autor) que juega con los mismos valores que utiliza Pradelle, aunque mientras que éste no tiene excusa moral, ¿quién puede decirle a Édouard que él no es una de las víctimas de la guerra, y no menor?

                La novela, que comienza lenta, va cogiendo ritmo según pasan las páginas; va de menos a más, siendo todo tan bien explicado que la trama, compleja, parece simple. En el recorrido, tan importante como las andanzas de los protagonistas es el paisaje: la Francia de la posguerra, la contradicción entre quienes quieren olvidar y mirar al futuro y quienes no quieren que nada se olvide (un tema eterno en toda época de violencia); entre la necesidad de reconocer a los caídos y el nulo deseo de dejarse caer con ellos –si quiera sea económicamente-. Todo, además, está tratado con una eficaz y elegante pátina de humor que hace que hasta los personajes más deleznables lleguen a inspirar cierto cariño. Y es que, además, en esta historia de caraduras (unos por devoción y otros por obligación) navegando entre gente decente, no hay espacio para personajes irreales: la fuerza de la acción es su verosimilitud; lo que no consigue el ingenio de unos lo consigue la desidia de otros, o la comodidad de todos, lo cual no impide que los errores se paguen.

                Un libro bueno de lectura aún más agradable, y con una dedicatoria sensacional cuya explicación podéis ver en esta secuencia de fotos título-dedicatoria-agradecimiento que hace ya días puse en Instagram.





lunes, 2 de noviembre de 2020

Las barbas del profeta - Eduardo Mendoza

 


 

                Hace ya años, publiqué en este mismo blog un artículo sobre la relación entre el humor y la solemnidad. Lo menciono porque este divertimento de Eduardo Mendoza tiene mucho que ver con ella. O con su ausencia.

                La Historia Sagrada (una selección de historias bíblicas realizada por vaya usted a saber quién) que estudió Mendoza en su niñez estaba plagada de imágenes poderosas, en especial procedentes del Antiguo Testamento. Muchas aluden a «mitos fundacionales», y todas, sin duda, influyeron de forma notable en la conformación de la fantasía y mitos de varias generaciones y, singularmente, en la imaginación de un chaval que acabó siendo escritor. En Las barbas del profeta, Mendoza hace un desenfadado recorrido por algunas de aquellas historias, ofreciéndonos una perspectiva a un tiempo culta y divertida. El efecto cómico lo consigue de un modo muy sencillo: despojando a las historias de la solemnidad de que las rodea la religión, para reducirlas a lo que de verdad impacta en la mente de un niño, y hallando, ahora, las inconsecuencias, incongruencias y excentricidades que a los mitos se les perdonan cuando se los tiene como a tales (a fin de cuentas, lo inexplicable forma parte de su ser), pero que, cuando son vistos despojados de significaciones sobrenaturales, devienen en historias chocantes, hilarantes y a veces absurdas. Mendoza, también, da respuesta (o más bien opinión) desde la lógica de un adulto descreído a muchas de las preguntas que cualquier niño se hacía al leer según qué cosas: ¿Cuarenta años deambulando por el desierto? ¡Pues qué mareo, qué paciencia con Moisés, qué poco sentido de la orientación y cuántas vueltas tuvieron que dar los pobres! ¡Razones hay para que Moisés no sea el patrón de los guías turísticos! Y el arca de Noé. ¿Qué me dicen ustedes del arca de Noé? Una pedazo de barca con una caseta encima, y a navegar, que para eso Dios le dio a Noé hasta las medidas. ¿Y también metieron parejas de insectos? ¿Y de dinosaurios? ¿Y cómo dio Noé de comer a tanto bicho durante tanto tiempo? ¿Cómo no se devoraron los unos a los otros? Y Jacob… ¡Vaya currículum! Y Dios… ¡Vaya por Dios! ¡Vaya genio! ¡Qué cosas le pide a Abraham! ¡Qué cabreos se pilla que lo mismo arrasa el planeta con un diluvio que se carga a Sodoma (y a Gomorra, por afinidad)!  Aunque también es cierto que otras veces echa pelillos a la mar. Y todo eso por no hablar de tipos, como Sansón (que, por cierto, fue un poco bruto), cuyo papel en el Biblia y su relación con la religión sigue siendo un tanto misterioso. Adán y Eva, Caín y Abel, Abraham e Isaac, Noé, la torre de Babel, Moisés, José, David y Goliath, Salomón... Muchas de sus figuras y avatares forman parte de nuestro acervo cultural, habiéndose infiltrado, incluso, en el lenguaje.

                Lógicamente, el humor que deriva de este peculiar análisis permite a Mendoza hacer toda una serie de comentarios, también muy divertidos, acerca de los motivos por los que tal o cual cosa ha destacado en el ámbito religioso o, por el contrario, ha sido ocultado o sorteado con melindrosas interpretaciones. También alude a los vacíos y rellenos que permiten pasar de la Historia Sagrada a la Biblia y viceversa, pues siendo la primera una selección de la segunda, contiene omisiones, pero también añadidos a los que Mendoza busca explicación a través de sus impresiones.

                No es un libro que vaya a contarse entre lo mejor de Eduardo Mendoza, pero sí son dos centenares de páginas muy bien escritas, claras, divertidas, que aportan conocimiento y enseñan, recuerdan y hacen reflexionar del mejor modo posible: entreteniendo. Las barbas del profeta es un mero divertimento sin ninguna finalidad ensayística, pero es el resultado de un juego, del entretenimiento intelectual de uno de los mejores escritores españoles. Solo por eso merece la pena.

                Eso sí: seguro que a alguien le ofende.





viernes, 30 de octubre de 2020

Quién es fascista - Emilio Gentile

 


 

              Emilio Gentile es uno de los mayores expertos en la historia del fascismo italiano, de modo que no voy a cometer la osadía de juzgar este ensayo, redactado como una suerte de conversación entre el autor y un oponente ficticio que replica a sus argumentos seguramente con las razones que Gentile se ha encontrado en numerosos foros a lo largo de su vida.

              Gentile intenta responder a la pregunta de si hoy existe el fascismo y de si es posible su resurrección, al hilo de tantos políticos como están surgiendo con un amor por la democracia perfectamente descriptible y del uso casi indiscriminado del término.

              La respuesta depende de la definición que se haga de «fascismo», y a hacerla dedica Gentile la mayor parte de la obra, pues una cosa fue el «fascismo histórico», o inicial, y otra su evolución, que en numerosos casos llevó a planteamientos abiertamente opuestos a los iniciales. ¿Cuáles de esos planteamientos contradictorios son los que deben tenerse presentes para definir al fascismo? Y una vez decidido esto, ¿cómo llamar a los planteamientos excluidos de la definición pero alumbrados por las mismas personas que antes defendieron lo opuesto? A esta segunda pregunta no responde Gentile.

              Gentile se limita, que no es poco, a delimitar el concepto de fascismo y a analizar si en la actualidad hay conductas políticas que encajan esa definición. La respuesta es, a su juicio, que no, lo que abre la puerta al análisis de otra circunstancia en la que no entra: ¿cómo definimos entonces esas conductas presentas a las que mucha gente llama ahora «fascismo»? También cabe preguntarse si el fascismo al que actualmente se alude aunque sea incorrectamente es o no heredero de aquellas conductas que, no encajando en el concepto que pule Gentile, sí fueron puestas en práctica por los originariamente fascistas, y a través de las cuales se separaron del fascismo histórico.

              Que lo que muchos llaman en la actualidad «fascismo» no se corresponda con el «fascismo histórico» sirve para aclarar ideas, lo cual siempre es muy útil, pero no resulta tranquilizador, pues son infinitas las formas que el ser humano ha ideado para para acabar con el discrepante. Qué principios enarbola el que me rompe la cabeza puede no ser tan importante como que, simplemente, me ha roto la cabeza, pero esa cuestión excede el ensayo de Gentile, con lo cual, en última instancia, el lector llega a una conclusión: los movimientos totalitarios que están tomando forma y poder en buena parte del mundo seguramente no pueden llamarse «fascistas», pero eso no los hace inofensivos. Qué características tienen, qué peligros implican y qué causas los originan no lo explica este ensayo. 


lunes, 26 de octubre de 2020

Los frutos de la pasión – Daniel Pennac

 


            

            Una de las novelas más cortas y sencillas de la serie de Benjamín Malaussène y, también, de las más agradables de leer posiblemente porque su mayor brevedad permite que las cosas se líen menos.

            Thérèse, la hermana vidente de Benjamín, a la que tan unida está, anuncia por sorpresa que va a casarse, y no con cualquiera sino con un tipo de nombre y cargo tan rimbombante como Marie-Colbert de Roberval, consejero refrendario de primera clase del Tribunal de Cuentas y, además, conde. Casi nada.

            A Benjamín al proyecto le hace tanta gracia como un tiro en el estómago, e intenta sabotear el enlace argumentando que el citado caballero seguramente pretende utilizar en sus negocios y en vida política las dotes visionarias de Thérère. Sin embargo ella lo considera imposible pues, afirma, perderá el don tan pronto como pierda la virginidad.

            Benjamín, además de hurgar en el pasado de los Roberval, teme que el asunto termine como todos los problemas que le afectan: primero, con alguna catástrofe en la que todo lo señale a él como culpable (por algo trabajó como chivo expiatorio); y, segundo, con el nacimiento de un nuevo bebé que unir a la tribu Malaussène.

            Y, efectivamente, como es marca de la casa, la hecatombe sucede: hay algún muertecillo que otro, aunque en esta ocasión Malaussène se libra, muy a su pesar, de ser el sospechoso, lo cual no significa que las sospechas no lo inquieten. Qué ha pasado en realidad lo sabrá quien lea la novela, que no es cuestión de destriparla en esta reseña, pero sí de destacar una vez más las dotes de Daniel Pennac para hacer humor no solo con las absurdas situaciones que viven sus personajes, sino también con el lenguaje, que utiliza de un modo magistral en boca de un protagonista que, además, utiliza con gracia grandilocuencia e hipérbole unas veces para impactar al lector y otras para reírse de sí mismo.

            En resumen: a pesar de lo complicado que recordar quién es quién en la tribu, una buena novela. ¿Qué otra cosa voy a decir si aquí estoy y es la quinta entrega de la serie?



miércoles, 21 de octubre de 2020

Fin de temporada – Ignacio Martínez de Pisón

 



              ¿Cuál es el valor de la verdad? ¿Y sus efectos? ¿Dependen del momento en que la verdad aflora? ¿O del momento en que se calla? ¿Qué verdades son las más importantes? ¿Las familiares?

              1977. Juan y Rosa, extremeños de Plasencia que aún no llegan a los veinte años, cruzan la frontera a Portugal para que ella pueda abortar. Pero sufren un accidente. Juan muere. Posteriormente, Rosa da a luz. La encontramos años más tarde, terminando el siglo XX al frente de un pobre camping en Tarragona, cerca de las centrales nucleares. En él vive con un hijo, Iván, que lo ignora todo sobre su pasado y que, por su edad, ya adolescente, comienza a buscar su propio camino en la vida.

              Iván echa de menos al padre que no conoció, sin saber que si su padre hubiera vivido él no hubiera nacido. Ignora casi todo sobre él y sobre el resto de sus familiares, ignora mucho incluso sobre su propia madre. Rosa, por su parte, se ha refugiado en Iván y en el recuerdo de un corto amor que, en su brevedad, tuvo la perfección de lo que no ha tenido tiempo de estropearse. Junto a ellos comienza a vivir Mabel, una mujer que se ha visto obligada a rehacer su vida. A la vez, Iván se enamora de una muchacha francesa, Céline, que vive en Toulouse. El conjunto de estas relaciones se ve condicionado por la huida del pasado en su día emprendida por Rosa y contagiada a su hijo a través de su carácter posesivo y, también, por la oscuridad que impuso sobre lo acontecido años atrás. Pero es imposible escapar del pasado porque somos fruto de él, y antes o después hay que retornar a él para comprendernos a nosotros mismos y tomar decisiones con criterio.

              Aunque a veces también el criterio o la falta de él está condicionado por cómo nos afectó el pasado.

              Fin de temporada, escrita con la clara y lúcida prosa de Ignacio Martínez de Pisón, bucea en situaciones y sentimientos profundos sin apenas esfuerzo, denotando la claridad de ideas, el dominio sobre lo que se quiere escribir y la maestría para hacerlo.  Martínez de Pisón domina el arte de narrar las relaciones familiares convulsas, que no por ser familiares dejan de irradiar sus efectos al resto de relaciones de sus personajes: amistad, amor, interés… El pasado vuelve siempre, dice Martínez de Pisón en una entrevista; y así es, porque somos su fruto, aunque cierto es que unos lo digieren mejor que otros.

              La historia, que comienza lenta, coge ritmo de modo suave, constante, hasta terminar con una intensidad desgarradora. El realismo es absoluto, tanto por la fidelidad al modo de ser y hablar de las personas como por las descripciones y la carencia de efectismos artificiales. El único efecto buscado por el autor, y alcanzado con éxito, es el poso que deja la novela tras un final, emocionalmente complejo, al que conduce la deriva de unas vidas que han creído poder avanzar sin haber levado anclas.

              Fin de temporada es también un magnífico reflejo de la sociedad y del rápido cambio de las últimas décadas. La misma persona que en 1977, con apenas 18 años, experimenta el drama de ser madre soltera y el fundado temor a una dura condena social que la convierta en una paria, tan solo veinte años después, aún joven con solo treinta y tantos, vive en un mundo que no entiende aquellas vivencias que cambiaron y aún condicionan su vida.

              Ignacio Martínez de Pisón es un maestro del realismo y de las relaciones familiares complicadas, que, al final, marcan como ningunas otras. Uno de los mejores escritores españoles. 



sábado, 17 de octubre de 2020

El disputado voto del señor Cayo - Miguel Delibes

 

               

                Las elecciones de finales de los setenta en España tuvieron características únicas, tanto por su significación como hasta por el modo en que los partidos inundaron las calles de carteles y folletos que se acumulaban por las aceras. En ese entorno comienza la novela: en el «cuartel general» de un partido progresista en una pequeña capital castellana, andan a la caza y captura del voto, para lo que pretender visitar todos los pueblos para hablar con los lugareños y «vender el producto». Pocas son las localidades que les restan por visitar y, entre ellas, unas pocas en un extremo de la provincia, ya entre montañas. Para allá se van una tarde el candidato a diputado –Víctor, un hombre pausado y sensato-, un joven y entusiasta colaborador, y una guapa mujer: la joven y resuelta esposa (o todavía esposa, porque el matrimonio es ya solo una apariencia) de un candidato a senador que ha apostado por la publicidad «a la americana».

                Los tres personajes emprenden viaje, pero no pasan del primer pueblo. Allí se quedan, a iniciativa de Víctor, encandilado con el señor Cayo, el único morador del pueblo –de los tres que hay- al que han encontrado; posteriormente aparece su esposa muda, y el tercer vecino, con el que Cayo anda enfrentado, no llega a ser más que una borrosa presencia. Cayo es un octogenario que sobrevive en soledad, haciendo lo que los seres humanos han hecho durante siglos para vivir: conocer el entorno para encontrar y aprovechar lo que se necesita, y trabajar para obtenerlo. Contando cómo vive y contando la historia del pueblo, Cayo, sin darse cuenta, da una lección magistral de historia y, también, y en cierto modo, de justicia. El choque entre las «ofertas» de la política y de los políticos con la sincera y simple exposición del señor Cayo de cuáles son las necesidades humanas y de qué poco basta para satisfacerlas, es tan brutal que de los tres visitantes dos pronto sienten un profundo desdén basado en el sentimiento de superioridad que tantas veces genera la ignorancia, pero el tercero, Víctor, el candidato a diputado, queda maravillado, prendado de la lección moral del anciano, y sumido en una crisis en la que se pregunta si ellos, los que se presentan ante los demás como salvadores, no son en realidad los principales candidatos a ser salvados.

                El principio se me ha hecho raro, como si Delibes narrando en un entorno urbano tuviera algo de pez fuera del agua. Quizá sean impresiones mías, pero los dos fragmentos «urbanos» de la novela (el inicial y el final) me han parecido algo encorsetados frente a la maravilla de la parte rural, cuya riqueza de vocabulario y naturalidad es superlativa), puro Delibes

                El disputado voto del señor Cayo no es una novela para echar la vista atrás hacia una situación histórica única, sino que invita, en cualquier momento, a una profunda reflexión acerca de la sociedad moderna, de la inutilidad de consagrar la existencia a unos valores que tienen mucho más de mercantiles que de humanos, y de las razones para reencontrarnos con nosotros mismos en el mundo del que realmente hemos salido y al que, nos guste o no, no podemos arruinar sin arruinarnos moralmente, porque ese mundo es el que contiene la esencia del ser humano. El ser humano, renunciando a la naturaleza, se ha situado extramuros de sí mismo.


lunes, 12 de octubre de 2020

Aviso de muerte – Sophie Hénaff

 


 

              Segundo caso de Anne Capestan, la comisaria francesa al frente de una brigada-desastre creada para dar destino a todos los bichos raros de la policía parisina y dejarlos allí, quietecitos, sin trabajar, no sea que rompan algo. O a alguien. Y, ya de paso, sus superiores les endilgan todos los expedientes llenos de telarañas con los que nadie sabe qué hacer, para tener así junto y bien almacenado todo lo inservible.

              La novela comienza con el asesinato de un policía jubilado: Serge Rufus. Si la brigada de los torpes tiene parcial y renacuaja participación en la investigación es solo porque el finado fue suegro de Anne, y los «polis listos» suponen que ella, si participa, podrá aportar información rápida y fideligna. Pero, en realidad, Anne sabe poco de Rufus, y posiblemente lo que ignora no sea bueno saberlo; además, ¿para qué quiere averiguar si su exsuegro tuvo enemigos o trapos sucios? ¿Para qué quiere escarbar en su pasado a la búsqueda de expedientes problemáticos cuando su asesinato le ha dado la ocasión de volver a verse con su ex, Paul, por quien no ha dejado nunca de sentir afecto entre otras cosas porque la separación fue un poco…? Bueno, pues eso, que se separaron porque todos se habían puesto nerviosos.

              Por otra parte, y en otro lugar, un asesino «avisa» de sus asesinatos a quienes van a ser sus víctimas (hace poco comenté otra novela de Fred Vargas donde este planteamiento, no original, también se da) lo cual ofrece al lector desde el inicio un reto o combate casi intelectual entre protagonistas y criminal. Típica también es la posterior sucesión de crímenes que repiten el patrón incial (ni sé las novelas que he comentado que usan y abusan de ese truco) lo que permite ir acumulando pistas para, entre pitos y flautas, acabar pillando al malo. Pero la originalidad y el mérito de Sophie Hénaff, lo que verdaderamente hace que merezca la pena leerla, no es el fondo de la historia, sino su éxito en algo dificilísimo: la mezcla de comedia y novela negra.

              A ello ayudan no poco la caterva de personajes extraños que pueblan la brigada, así como su evanescente situación en el organigrama policial y el singular carácter de Anna Capestan, a la vez voluntariosa, permisiva, dejada, calculadora, impaciente y, desde las más buenas intenciones, capaz de perder los nervios y cargarse a alguien.

              La idea de Hènaff de crear una brigada con semejante elenco es una magnífica jugada literaria: le ofrece inmensos recursos para salir airosa de cualquier aprieto creando situaciones estrafalarias y, también, le permite captar el interés del lector provocando el fracaso de unos «héroes» que no lo serían si no fracasaran constantemente. Además, ¿cómo no va a solidarizarse el lector con ellos cuando todos los desprecian y ningunean?

              Una magnífica y poco frecuente mezcla de comedia y novela negra que merece la pena tener en cuenta.

              Leed a Sophie Hénaff.


jueves, 8 de octubre de 2020

El día del perro - Caroline Lamarche

 


             

              Un perro abandonado cruza una autopista con riesgo de ser atropellado y de provocar un accidente. Varias personas lo ven y hasta se detienen para intentar hacer algo. Un camionero, un sacerdote, una madre y su hija… Hasta seis personajes. El libro consiste en la versión de cada uno de ellos o, más bien, en las reflexiones que les inspira a cada uno un mismo hecho, reflexiones dispares pues lo que en verdad las hace surgir no es el pobre perro, sino el pasado de cada uno, lo cual viene a demostrar eso de que no vemos más que aquello que nos interesa.

              Aunque cada capítulo intenta adaptarse al modo de ser y de expresarse de quien lo protagoniza, el conjunto es algo desvaído porque, aparte de la mucha o poca sorpresa que cause al lector cada una de las reflexiones, su propia heterogeneidad contribuye a esquivar los más concretos intereses del lector, que necesariamente se ha de identificar más con una historia que con otras, lo que provoca oscilaciones en el interés y la atención.

              ¿Un libro de relatos? Más bien sí, pese al hilo conductor común. Interesante. 


lunes, 5 de octubre de 2020

Muerte en mar abierto – Andrea Camilleri

 



(Serie Montalbano, 28)

 

              A fecha de hoy, ya están comentados en este blog todos los libros protagonizados por el comisario de Vigàta, Salvo Montalbano, publicados en España. En su lectura he seguido siempre el orden cronológico de publicación, excepto en este libro con ocho relatos, uno de los cuales –una investigación exitosa por la sagacidad de Montalbano para hacer preguntas- da título al volumen. La razón para saltarme el orden en esta ocasión es que en las novelas conviene mantenerlo debido a que las relaciones de Montalbano con Livia y el resto de personajes evolucionan; en cambio, estos relatos resulta complicado situarlos en el tiempo de Montalbano, porque aunque la contraportada advierte de que tratan del «joven Montalbano» en realidad solo una alusión al atentado de Juan Pablo II permite situarlos en el tiempo, amén de que el protagonista está algo menos gruñón con la edad, que no se mencionan los móviles y que todavía no ha cerrado la trattoria donde iba en las primeras novelas.

              Los relatos, puro Camilleri: rápidos, agilísimos, completísimos dentro de su brevedad, siempre con algo que contar y, en este caso, con especial dedicación a la mafia (en ocasiones porque actúa y en otras porque parece haber actuado). Todo coloreado con el costumbrismo siciliano y el tono siempre levemente humorístico de Camilleri, tan bien trabajado que se funde y confunde con el espíritu del comisario hasta dotarlo de esta manera de su personalidad.

              Siempre me llama la atención con qué pocos trazos consigue Camilleri contar, de forma sencilla, tramas complejas. Este libro es una buena muestra: cada uno de los ocho relatos es una pequeña novela donde no falta nada.

              Una estupenda lectura para desengrasar la mente.


jueves, 1 de octubre de 2020

Huye rápido, vete lejos - Fred Vargas

 



              Lo que menos esperaba encontrar en este libro, tercera entrega del comisario Adamsberg, publicado en 2001 y en España en 2003, es encontrar un tema tan de actualidad como una pandemia. Bueno, más o menos, porque lo que hay tras la misteriosa aparición de un singular número cuatro en varias puertas de pisos en París y en los mensajes que un antiguo marinero, reconvertido en pregonero, va soltando por encargo a diario, parece tener que ver con la voluntad de alguien de provocar una nueva epidemia de peste.

              La novela se desarrolla en el entorno del lugar donde opera el peculiar pregonero: una pequeña plaza en un barrio de París donde se gana la vida clamando a los cuatro vientos anuncios que van desde la venta de lechugas hasta declaraciones de amor. Hasta él llegan extraños mensajes que preludian muertes siempre que uno sepa leer entre líneas, y el hombre los suelta sin tener ni idea de lo que está diciendo. Luego, los muertos van apareciendo. Aparte del birlibirloquismo por el cual la policía puede llegar a enlazar los crípticos mensajes del pregonero con los crímenes, la idea es parte del recurso fácil, tantas veces usado por los autores de novela negra, de utilizar criminales que anuncian sus andanzas para meter el miedo en el cuerpo al personal, para escarnecer a la policía o porque son así de chulos, que de todo hay, de modo que la novela se plantea como una lucha entre retador y retado, un combate mental.

              Fred Vargas va cambiando la narración desde las peripecias de Adamsberg (que, como siempre, consisten en observar y poco más) hasta las de los malos malísimos, que solo durante unas páginas permanecen ignorados aunque luego la autora juegue con el lector limitándose a mantenerlos en el anonimato (otro recurso fácil: vemos a alguien hacer las pificas pero no se nos dice quién es). La novela es un tranquilo discurrir que tiene mucho de contemplativo, incluyendo algún que otro fiambre por el camino. Lo que Fred Vargas deja ver en relación a los culpables, parece confirmarse con tanta antelación que a medida que se lee cabe imaginar un giro final inesperado, y así es: el desenlace, por lo inesperado, será festejado por aquellos lectores que gusten de las sorpresas finales; es este caso, además, las piruetas no resultan demasiado forzadas.

              Una novela negra entretenida y casi casi «de salón».


lunes, 28 de septiembre de 2020

El caso Paternostro - Carlo F. de Filippis

 



Alfaguara me ha puesto fácil hacer una reseña a la contra aprovechando esas mentirijillas que las editoriales ponen en fajas y solapas. Ya saben ustedes a qué me refiero: el libro que mañana tengan en las manos en cualquier librería, sea cual sea, será heredero de grandísimos escritores y depositario de un sinfín de virtudes que enlazan con lo mejorcito del género, de la época o de lo que se tercie. Un libro con sabor a macedonia de éxitos y... Hombre, bien está contar las excelencias de un libro, pero la exageración y la desfachatez me repatean las tripas y se cargan toda credibilidad. Y es que la faja compara a de Filippis con Dazieri (bueno, vale, esta semejanza es acertada pero no implica un gran mérito literario, dado que ambos practican la escritura comercial, lo que provoca que compartan ciertos recursos comunes; por cierto, también comparten editorial en España, por lo que la comparación supone una hábil doble publicidad), Lemaitre (¿¿¿??? Lemaitre no se parece a de Filippis en nada, ni en la calidad de su literatura ni en los argumentos) y Camilleri (¿en qué se parecen de Filippis y Camilleri salvo en la nacionalidad?). Por último, la portada es para nota: ¿qué tiene que ver el oscuro chucho que la ocupa por completo con la historia que narra El caso Paternostro? Nada, más allá de que en la segunda o tercera página la familia del comisario ha perdido a su perro, que se ha escapado en el parque, y sus hijos se pasan la novela buscándolo. Será que a los amantes de los animalitos se nos afloja el bolsillo cuando vemos uno mirándonos fijamente desde la portada de un libro. Por último, no sé si puede achacarse a la editorial o al autor el rimbombante apellido que aparece en el título y que, lógicamente, es el del primer fiambre de la novela: El caso Paternostro es mucho más evocador que El caso García o El caso Pérez, pero el papel de Paternostro podría haberlo cumplido perfectamente cualquiera de los Pérez o García del mundo.

En fin…

La novela, segunda protagonizada por Salvatore Vivacqua, policía de Turín al mando de la brigada de investigación de homicidios (pero la primera publicada en España) parte de un asesinato con truculentas torturas añadidas: el de un pintor más o menos cotizado; los policías no dan pie con bola y el asesino vuelve a actuar; y siguen sin dar pie con bola y vuelve a actuar… Y así varias veces, al estilo de Márkaris y de tantos otros. Al final aparecen puntos en común que permiten relacionar las cosas y, a fuerza de actuar, alguna metedura de pata debe tener el angelico; y entonces, claro, lo trincan; aunque, eso sí, con mucha acción bien traída para que la emoción no se reduzca. Ya se sabe: “¡ay, que casi lo pillo!” y “¡ay, que casi me mata!”.

Como tantos otros escritores de novela negra, de Filippis ha tratado de vincular su personaje a una ciudad, lo cual siempre es garantía (comercial) de algo. Pero no puedo decir que haya conseguido hacer de Turín un personaje más de la novela. Aparte de la lluvia, el retrato de la ciudad es pobre.

El argumento, manido, cumple su función: entretener. Echo de menos más claridad en algunas cosillas (ciertos procesos mentales del protagonista que llevan a relacionar unas cosas con otras están traídos por los pelos, cuando no epifanizados milagrosamente) y tampoco me han gustado otros aspectos –como ciertos hábitos culinarios del malvado de turno- sin sentido y carentes de significación, pues su única función es horripilar al personal y crear un par de escenas impactantes que el lector pueda recordar. Especialmente exasperante es el tema de las huellas dactilares: quien lea la novela sabrá a qué me refiero, pero además de un recurso para provocar la intriga es, sobre todo, me temo, un modo facilón de que el autor no deba crear un elaborado modus operandi para su criminal. 

El modo de escribir es correcto, sin florituras, destinado a un público que busca entretenerse, el libro se lee bien, con facilidad, está bien estructurado, escrito para dejar al final de cada capítulo o partes de él un interrogante que haga seguir leyendo… Volviendo a lo del párrafo anterior, sirve para lo que está concebido: entretener.

Así que, siendo una novela muy correctamente ejecutada siguiendo en patrón de las factorías de best sellers (otros llaman a estas novelas fast food), El caso Paternosotro gustará a muchos lectores y servirá para pasar el rato al resto en esos días en que apetece más entretenerse que pensar.  


jueves, 24 de septiembre de 2020

Stoner - John Williams

 


             

              «La novela perfecta», dice la crítica en la portada de Stoner, obra publicada en 1965 e ignorada hasta no hace mucho. No sé si es tanto como perfecta, pero sí es una obra maestra, como apuntaba Enrique Vila-Matas en el artículo en El País que me recordó hace poco un amigo.

              Yo no supe de la existencia de Stoner hasta que un día la encontré por azar en una librería. Viendo algunas de las críticas de la contraportada, hechas por gente que poco tenía que ver con los habituales escritores mercenarios, la compré. Un acierto.

              Stoner lo cuenta todo narrando una vida donde aparentemente no hay nada que contar. Narrada en tercera persona, pero casi desde el interior de del profesor William Stoner, la novela cuenta la vida de un muchacho nacido en 1890 en una granja de Misuri que ayuda a sus padres hasta que, con gran esfuerzo, puede ir a la universidad. Allí cambia sus iniciales estudios agrícolas por los de literatura, con todo lo que eso supone de ruptura con el arraigo familiar; luego la primera guerra mundial le permite llegar a ser profesor en esa misma universidad, trabajo que mantendrá de por vida; además se casa, tiene una hija y de todo lo dicho derivan diversos problemas, ninguno extraordinario, familiares y laborales. Como todos.

              Stoner es un canto al modo en que la vida conforma cada existencia en función de las oportunidades de cada cual, de sus miedos, su conformismo, sus errores, su pereza… de lo que busca y de aquello de lo que se refugia. Y al final la vida ha pasado y uno se pregunta si la ha aprovechado. Pero la novela es mucho más: es el modo en que los problemas del día a día, despreciables para el tercero, son el pequeño drama cotidiano de quien los sufre, es también la muestra de que cada cual puede ser fiel a una filosofía de vida (en este caso la honradez y el esfuerzo), y también un ejemplo de que la fidelidad a los propios principios debe medirse por la adecuación del comportamiento personal a ellos y no por dónde nos conduzcan en la sociedad; Stoner, un profesor profesional y entregado, nunca llega a ser reconocido como eminencia, sin que eso suponga para él una frustración capaz de alterar su carácter. Tampoco llega a frustrarlo su escasa sociabilidad, pese al elevado coste personal y afectivo que para él supone. Stoner es, en última instancia, un libro que nos dice que al final siempre seremos víctimas… de nosotros mismos, pero que inevitablemente también somos nuestros propios jueces y en nuestra mano está ser imparciales y, después, consecuentes con el diagnóstico. Quizá esta sea la clave de la pacífica vida de Stoner: el modo en que acepta las sentencias sobre sí mismo, el modo en que admite sus debilidades y sus limitaciones y consecuencias. Las admite… o se deja llevar por ellas. Quizá de ahí el poso de tristeza que algunos advierten en toda la novela, como si la gris existencia de su protagonista más se debiera a la fatalidad que a sus propias y libres decisiones. ¿Es triste no ambicionar más? Puede ser, pero más triste es ser un cretino.

Más allá de lo que inspira el anónimo paso por el mundo de cualquier persona, Stoner es una novela fantástica por su proporcionalidad: pocas obras pueden encontrarse con una estructura tan armónica, compacta y proporcionada. La sensación de solidez es inmensa, a lo que ayuda un ritmo constante y una adecuación de los tiempos sin igual.

Una obra que enriquece, que no precisa de acción ni de héroes, porque pretende demostrar que lo único verdaderamente heroico es vivir.

Esta maravilla la rescató, para los lectores españoles, una pequeña editorial tinerfeña: Baile del Sol



lunes, 21 de septiembre de 2020

El conde de Montecristo – Alejandro Dumas

 



            Deseaba leer esta novela, un clásico del folletín y la aventura, desde hacía años, pero sus 1450 páginas me habían intimidado reiteradamente. Un error, porque El conde de Montecristo resulta tan amena, entretenida, ágil y sencilla que se lee con tremenda rapidez.

            El argumento es tan conocido que casi apura recordarlo: Edmundo Dantés, joven marinero recién regresado Marsella y a punto de ser ascendido a capitán del mercante en el que navega, va a casarse con su novia, Mercedes. El día de la boda es víctima de una acusación falsa que, sin darle tiempo a comprender lo que sucede, lo sepulta catorce años en un calabozo subterráneo del castillo de If. Durante el encierro consigue contactar con otro prisionero, un anciano al que todos tienen por loco pero que a Dantés le procura una maravillosa formación y el secreto de un tesoro. Dantés logra escapar y, transformado personal, intelectual y económicamente se convierte en lo opuesto a lo que fue: en un excéntrico millonario rodeado de lujos exóticos y servidores de máxima eficacia que recorre Europa (en realidad, Italia y Francia) derrochando y haciendo gala de una generosidad que más parece prodigalidad; sin embargo, todo forma parte de su elaboradísimo e intrincado plan de venganza, porque si algo quiere Edmundo Dantés, reconvertido en el conde de Montecristo, es ayudar a quienes le ayudaron pero, sobre todo, hundir a quienes le hundieron. Como la mayor parte de ellos han devenido tipos importantes e influyentes, casi toda de la novela discurre entre las idas y venidas de unos y otros por las casas «de buen tono» de París –tras una larga incursión en Roma y alguna más corta en la isla de Montecristo- mostrando al lector cómo el conde va tejiendo poco a poco, a base de osadía y casualidades, la red en la que espera atrapar a quienes no saben que es su enemigo.

              Pero que el móvil de la novela sea la venganza no significa que el protagonista sea mezquino: Dumas se cuidó de adornarlo de la cualidad del agradecimiento para que más que vengativo pareciera justiciero, y de situar a Dantés, al final de la novela, ante la posibilidad de llevar al límite su venganza o de recapacitar sobre su utilidad y, sobre todo, sobre en quién se transforma quien se venga. Hasta qué punto llega la venganza de Dantes depende del personaje a nos atengamos, porque Dumas los utiliza, en función de su papel en la denuncia falsa original, para provocar el crescendo de la acción.

              La fabulosa intriga permite enfrentar dos mundos paralelos e incompatibles: el que dejó atrás el marinero Edmundo Dantés, basado en el amor a los suyos y al trabajo bien hecho, y el de la «alta sociedad» y adyacentes, que solo piensa en el dinero y en la posición social, lo cual justifica triquiñuelas, engaños, falsedades… produciéndose toda clase de mezclas extrañas con una única raíz común: el dinero. Hasta tal punto es así que ni siquiera los únicos personajes que pueden darse cuenta llegan a pensar explícitamente que la venganza de Montecristo podía haber desembocado, entre otras muchas desdichas, en un matrimonio incestuoso, sorpresa de la que –un desmayo aparte- solo se maravilla el lector.

              El marco histórico es doble. Por una parte, la Francia inmediatamente posterior a Napoleón, en la que ser bonapartista o estar a favor de la restauración monárquica puede separar la vida de la muerte aunque luego, pocos años después, quién haya estado en cada bando sea irrelevante. Por otra parte, tienen cierta influencia ciertas costumbres italianas. Y, junto a todo ellos, numerosas referencias a mundos entonces más o menos exóticos que no había que buscar fuera de Europa.

              Sin embargo, más que contar un argumento tan conocido o de ensalzar una novela que figura entre las más importantes de la historia de la literatura, la poca o mucha utilidad de esta reseña posiblemente se limita a hacer una reflexión sobre cuánto se puede disfrutar leyendo clásicos y sobre la negativa influencia de toda la parte del mundo literario que nos aparta de ellos: la tiranía de lo inmediato, de las últimas novedades colmadas de elogios mercenarios  pero que nacen y mueren en cuestión de meses, nos separan a menudo de autores magníficos cuyas obras, como en su tiempo, siguen siendo transgresoras; lecturas de las que son deudoras los millones de novelas que se han escrito con posterioridad.

              Una novela fantástica, entretenidísima, y que invita a reflexionar sobre pulsiones eternas: la injusticia, el sentido o sinsentido de la venganza, el amor, lo que dura el amor, la relación entre amor y amor propio, o la desgraciada relación del ser humano con el dinero.



lunes, 7 de septiembre de 2020

Conversación sobre Tiresias – Andrea Camilleri





                De los escritores famosos se aprovecha todo, hasta el punto de que opúsculos como este, que hace no tanto solo se hubiera publicado en una recopilación junto a otros veinte o treinta , ahora merece el «honor» de ver la luz con edición propia (y mejorable) a cargo de Altamarea.

                Tiresias, según la mitología, recibió la ceguera como castigo de los dioses por meterse donde no debía (que si ver a Atenea en cueros, que si intervenir en una pelotera entre Hera y Zeus…), y como los dioses tienen sus cosillas, igual que le atizaron la condena de no poder ver lo que había ante sus narices le dieron el don de poder ver el futuro.

                Y Camilleri, que al final de sus días se quedó ciego y debió dictar sus últimas obras, se pone en el pellejo de Tiresias para contarnos, en primera persona y no sin cierto humor algo socarrón, su deambular por los siglos, haciendo un repaso de la figura del adivino griego y de los distintos modos en que, de un modo u otro, su mito se ha presentado en la literatura a lo largo del tiempo; los motivos que han dado lugar a cada uso son objeto de chanza por Tiresias-Camilleri, lo que sirve de excusa para la conversación. Un librito entretenido y enriquecedor.

                Carlos García Gual firma el epílogo que ocupa ocho páginas, por cuarenta y seis del opúsculo.