A pesar
de estar publicado en la «Serie negra» de RBA, En compañía de extraños es una
novela de espionaje, género del que nada puedo decir porque, si leí algo en un
pasado remoto, se ha borrado de mi memoria. Sí puedo decir que no me extraña
que haya amantes de ese género donde nada es lo que parece y todo el mundo anda
engañando al resto, donde quien no es un simple espía es un agente doble, de modo que
cuando todo son apariencias y nadie puede fiarse de nadie, hasta los más
conocidos son extraños. De ahí el título.
La
novela, interesante y de buen ritmo, con tres o cuatro emocionantes acelerones
en la acción, cuenta sucesivas historias para acabar contando solo una: la de
los dos personajes protagonistas, la joven y bella inglesa Andrea Aspinall y el
alemán Karl Voss, siempre fiel a la memoria de su familia.
La
primera es tan solo una muchacha recién entrada en la mayoría de edad cuando,
tras una somera preparación, es enviada como espía, en 1944, a Portugal. Allí,
entre un inmenso lío de agentes de todos los países que intentan captar
información lo mismo sobre la carrera atómica que sobre cualquier cosa que
afecte a la guerra, vive quince intensos y violentos días que cambian para
siempre su vida, con el telón de fondo de la dictadura portuguesa. Una de las
personas a las que conoce entonces es a Karl
Voss, un alemán que ha llegado a Lisboa gracias a la habilidad con que, en
beneficio propio, ha sorteado algunos problemas en el entorno más directo de
Hitler y que se siente deudor de todo lo que el nazismo ha provocado en su
familia: un padre, militar, caído en desgracia, y un hermano enviado al frente
ruso.
El
libro tiene tres partes. La primera es la más larga, y narra esa época en
Portugal.
La
siguiente da un salto temporal hasta los años sesenta, en la que los
protagonistas, ya cuarentones, han debido reciclarse en función de los avatares
personales y profesionales de cada uno, para acabar ejerciendo su trabajo –por
unas motivaciones u otras- en plena guerra fría. Cambia el entorno: Londres y
Berlín Este, capital de una República Democrática Alemana en la que empezaban a
pasar cosas, como ilustra el pintoresco mecanismo usado por Erich Honecker para
sustituir a Walter Ulbritch al frente del Partido Socialista Unificado de
Alemania. Un entorno, el de la Alemania del Este, asfixiante y peligrosísimo por
el control de la Stasi y por el papel en la sombra del poder ruso en las
intrigas por el poder.
La
última parte, con los protagonistas ya ancianos, trascurre en los años 80 y
primeros 90 del siglo XX, cuando la caída del muro acaba con décadas de una
situación a la que han dedicado lo mejor de su vida. Es momento de hacer
balance, de comprobar si realmente se ha perseguido lo importante o si se ha
errado al determinar qué lo era. Es, también, el momento de que la historia
culmine. Y lo hace con un final contundente y amargo que redunda en la
importancia de los motivos personales.
Intensa,
interesante y, para mí, novedosa por lo que al principio he señalado. Una
novela que tiene mucho en común con otras tan ajenas al espionaje como Los
puentes de Madison County, en la que «solo fueron cuatro días, pero valieron
por toda una vida». En esta novela fueron quince, y ninguno completo, aunque
también valieron por toda una vida. Una de esas historias que hace pensar que
la vida no son años, sino unos pocos momentos, unos pocos días. Quizá unas
pocas horas.
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