Emilio
Gentile es uno de los mayores expertos en la historia del fascismo italiano, de
modo que no voy a cometer la osadía de juzgar este ensayo, redactado como una
suerte de conversación entre el autor y un oponente ficticio que replica a sus
argumentos seguramente con las razones que Gentile se ha encontrado en numerosos
foros a lo largo de su vida.
Gentile
intenta responder a la pregunta de si hoy existe el fascismo y de si es posible
su resurrección, al hilo de tantos políticos como están surgiendo con un amor
por la democracia perfectamente descriptible y del uso casi indiscriminado del
término.
La
respuesta depende de la definición que se haga de «fascismo», y a hacerla
dedica Gentile la mayor parte de la obra, pues una cosa fue el «fascismo
histórico», o inicial, y otra su evolución, que en numerosos casos llevó a
planteamientos abiertamente opuestos a los iniciales. ¿Cuáles de esos
planteamientos contradictorios son los que deben tenerse presentes para definir
al fascismo? Y una vez decidido esto, ¿cómo llamar a los planteamientos
excluidos de la definición pero alumbrados por las mismas personas que antes
defendieron lo opuesto? A esta segunda pregunta no responde Gentile.
Gentile
se limita, que no es poco, a delimitar el concepto de fascismo y a analizar si en
la actualidad hay conductas políticas que encajan esa definición. La respuesta
es, a su juicio, que no, lo que abre la puerta al análisis de otra
circunstancia en la que no entra: ¿cómo definimos entonces esas conductas
presentas a las que mucha gente llama ahora «fascismo»? También cabe preguntarse si el fascismo al que actualmente se alude aunque sea incorrectamente es o no heredero de aquellas conductas que, no encajando en el concepto que pule Gentile, sí fueron puestas en práctica por los originariamente fascistas, y a través de las cuales se separaron del fascismo histórico.
Que lo que muchos llaman en la actualidad «fascismo» no se corresponda con el «fascismo histórico» sirve para aclarar ideas, lo cual siempre es muy útil, pero no resulta tranquilizador, pues son infinitas las formas que el ser humano ha ideado para para acabar con el discrepante. Qué principios enarbola el que me rompe la cabeza puede no ser tan importante como que, simplemente, me ha roto la cabeza, pero esa cuestión excede el ensayo de Gentile, con lo cual, en última instancia, el lector llega a una conclusión: los movimientos totalitarios que están tomando forma y poder en buena parte del mundo seguramente no pueden llamarse «fascistas», pero eso no los hace inofensivos. Qué características tienen, qué peligros implican y qué causas los originan no lo explica este ensayo.
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