En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Las barbas del profeta - Eduardo Mendoza

 


 

                Hace ya años, publiqué en este mismo blog un artículo sobre la relación entre el humor y la solemnidad. Lo menciono porque este divertimento de Eduardo Mendoza tiene mucho que ver con ella. O con su ausencia.

                La Historia Sagrada (una selección de historias bíblicas realizada por vaya usted a saber quién) que estudió Mendoza en su niñez estaba plagada de imágenes poderosas, en especial procedentes del Antiguo Testamento. Muchas aluden a «mitos fundacionales», y todas, sin duda, influyeron de forma notable en la conformación de la fantasía y mitos de varias generaciones y, singularmente, en la imaginación de un chaval que acabó siendo escritor. En Las barbas del profeta, Mendoza hace un desenfadado recorrido por algunas de aquellas historias, ofreciéndonos una perspectiva a un tiempo culta y divertida. El efecto cómico lo consigue de un modo muy sencillo: despojando a las historias de la solemnidad de que las rodea la religión, para reducirlas a lo que de verdad impacta en la mente de un niño, y hallando, ahora, las inconsecuencias, incongruencias y excentricidades que a los mitos se les perdonan cuando se los tiene como a tales (a fin de cuentas, lo inexplicable forma parte de su ser), pero que, cuando son vistos despojados de significaciones sobrenaturales, devienen en historias chocantes, hilarantes y a veces absurdas. Mendoza, también, da respuesta (o más bien opinión) desde la lógica de un adulto descreído a muchas de las preguntas que cualquier niño se hacía al leer según qué cosas: ¿Cuarenta años deambulando por el desierto? ¡Pues qué mareo, qué paciencia con Moisés, qué poco sentido de la orientación y cuántas vueltas tuvieron que dar los pobres! ¡Razones hay para que Moisés no sea el patrón de los guías turísticos! Y el arca de Noé. ¿Qué me dicen ustedes del arca de Noé? Una pedazo de barca con una caseta encima, y a navegar, que para eso Dios le dio a Noé hasta las medidas. ¿Y también metieron parejas de insectos? ¿Y de dinosaurios? ¿Y cómo dio Noé de comer a tanto bicho durante tanto tiempo? ¿Cómo no se devoraron los unos a los otros? Y Jacob… ¡Vaya currículum! Y Dios… ¡Vaya por Dios! ¡Vaya genio! ¡Qué cosas le pide a Abraham! ¡Qué cabreos se pilla que lo mismo arrasa el planeta con un diluvio que se carga a Sodoma (y a Gomorra, por afinidad)!  Aunque también es cierto que otras veces echa pelillos a la mar. Y todo eso por no hablar de tipos, como Sansón (que, por cierto, fue un poco bruto), cuyo papel en el Biblia y su relación con la religión sigue siendo un tanto misterioso. Adán y Eva, Caín y Abel, Abraham e Isaac, Noé, la torre de Babel, Moisés, José, David y Goliath, Salomón... Muchas de sus figuras y avatares forman parte de nuestro acervo cultural, habiéndose infiltrado, incluso, en el lenguaje.

                Lógicamente, el humor que deriva de este peculiar análisis permite a Mendoza hacer toda una serie de comentarios, también muy divertidos, acerca de los motivos por los que tal o cual cosa ha destacado en el ámbito religioso o, por el contrario, ha sido ocultado o sorteado con melindrosas interpretaciones. También alude a los vacíos y rellenos que permiten pasar de la Historia Sagrada a la Biblia y viceversa, pues siendo la primera una selección de la segunda, contiene omisiones, pero también añadidos a los que Mendoza busca explicación a través de sus impresiones.

                No es un libro que vaya a contarse entre lo mejor de Eduardo Mendoza, pero sí son dos centenares de páginas muy bien escritas, claras, divertidas, que aportan conocimiento y enseñan, recuerdan y hacen reflexionar del mejor modo posible: entreteniendo. Las barbas del profeta es un mero divertimento sin ninguna finalidad ensayística, pero es el resultado de un juego, del entretenimiento intelectual de uno de los mejores escritores españoles. Solo por eso merece la pena.

                Eso sí: seguro que a alguien le ofende.





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