Hace ya
años, publiqué en este mismo blog un artículo sobre la relación entre el humor y la solemnidad. Lo menciono porque este divertimento de Eduardo Mendoza tiene
mucho que ver con ella. O con su ausencia.
La
Historia Sagrada (una selección de historias bíblicas realizada por vaya usted
a saber quién) que estudió Mendoza en su niñez estaba plagada de imágenes
poderosas, en especial procedentes del Antiguo Testamento. Muchas aluden a
«mitos fundacionales», y todas, sin duda, influyeron de forma notable en la conformación
de la fantasía y mitos de varias generaciones y, singularmente, en la imaginación
de un chaval que acabó siendo escritor. En Las barbas del profeta, Mendoza hace
un desenfadado recorrido por algunas de aquellas historias, ofreciéndonos una perspectiva
a un tiempo culta y divertida. El efecto cómico lo consigue de un modo muy sencillo:
despojando a las historias de la solemnidad de que las rodea la religión, para
reducirlas a lo que de verdad impacta en la mente de un niño, y hallando,
ahora, las inconsecuencias, incongruencias y excentricidades que a los mitos se
les perdonan cuando se los tiene como a tales (a fin de cuentas, lo
inexplicable forma parte de su ser), pero que, cuando son vistos despojados de
significaciones sobrenaturales, devienen en historias chocantes, hilarantes y a
veces absurdas. Mendoza, también, da respuesta (o más bien opinión) desde la
lógica de un adulto descreído a muchas de las preguntas que cualquier niño se
hacía al leer según qué cosas: ¿Cuarenta años deambulando por el desierto?
¡Pues qué mareo, qué paciencia con Moisés, qué poco sentido de la orientación
y cuántas vueltas tuvieron que dar los pobres! ¡Razones hay para que Moisés no sea el patrón de los guías turísticos! Y el arca de Noé. ¿Qué me dicen
ustedes del arca de Noé? Una pedazo de barca con una caseta encima, y a navegar, que para eso Dios le dio a Noé hasta las medidas. ¿Y también metieron parejas de insectos? ¿Y de
dinosaurios? ¿Y cómo dio Noé de comer a tanto bicho durante tanto tiempo? ¿Cómo no se devoraron los
unos a los otros? Y Jacob… ¡Vaya currículum! Y Dios… ¡Vaya por Dios! ¡Vaya genio!
¡Qué cosas le pide a Abraham! ¡Qué cabreos se pilla que lo mismo arrasa el
planeta con un diluvio que se carga a Sodoma (y a Gomorra, por afinidad)! Aunque también es cierto que otras veces echa pelillos a la mar. Y todo eso por no hablar de tipos, como
Sansón (que, por cierto, fue un poco bruto), cuyo papel en el Biblia y su
relación con la religión sigue siendo un tanto misterioso. Adán y Eva, Caín y Abel, Abraham e Isaac, Noé, la torre de Babel, Moisés, José, David y Goliath, Salomón... Muchas de sus figuras y avatares forman parte de nuestro acervo cultural, habiéndose infiltrado, incluso, en el lenguaje.
Lógicamente,
el humor que deriva de este peculiar análisis permite a Mendoza hacer toda una
serie de comentarios, también muy divertidos, acerca de los motivos por los que
tal o cual cosa ha destacado en el ámbito religioso o, por el contrario, ha
sido ocultado o sorteado con melindrosas interpretaciones. También alude a los
vacíos y rellenos que permiten pasar de la Historia Sagrada a la Biblia y viceversa,
pues siendo la primera una selección de la segunda, contiene omisiones, pero
también añadidos a los que Mendoza busca explicación a través de sus impresiones.
No es
un libro que vaya a contarse entre lo mejor de Eduardo Mendoza, pero sí son dos
centenares de páginas muy bien escritas, claras, divertidas, que aportan conocimiento
y enseñan, recuerdan y hacen reflexionar del mejor modo posible: entreteniendo.
Las barbas del profeta es un mero divertimento sin ninguna finalidad ensayística,
pero es el resultado de un juego, del entretenimiento intelectual de uno de los
mejores escritores españoles. Solo por eso merece la pena.
Eso sí:
seguro que a alguien le ofende.
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