Lo que menos esperaba encontrar en
este libro, tercera entrega del comisario Adamsberg, publicado en 2001 y en
España en 2003, es encontrar un tema tan de actualidad como una pandemia.
Bueno, más o menos, porque lo que hay tras la misteriosa aparición de un
singular número cuatro en varias puertas de pisos en París y en los mensajes
que un antiguo marinero, reconvertido en pregonero, va soltando por encargo a
diario, parece tener que ver con la voluntad de alguien de provocar una nueva
epidemia de peste.
La novela se desarrolla en el
entorno del lugar donde opera el peculiar pregonero: una pequeña plaza
en un barrio de París donde se gana la vida clamando a los cuatro vientos anuncios que van desde la venta de lechugas hasta declaraciones de amor. Hasta él llegan extraños
mensajes que preludian muertes siempre que uno sepa leer entre líneas, y el
hombre los suelta sin tener ni idea de lo que está diciendo. Luego, los muertos
van apareciendo. Aparte del birlibirloquismo por el cual la policía puede
llegar a enlazar los crípticos mensajes del pregonero con los crímenes, la idea es parte del recurso
fácil, tantas veces usado por los autores de novela negra, de utilizar
criminales que anuncian sus andanzas para meter el miedo en el cuerpo al
personal, para escarnecer a la policía o porque son así de chulos, que de todo
hay, de modo que la novela se plantea como una lucha entre retador y retado, un combate mental.
Fred Vargas va cambiando la
narración desde las peripecias de Adamsberg (que, como siempre, consisten en
observar y poco más) hasta las de los malos malísimos, que solo durante unas
páginas permanecen ignorados aunque luego la autora juegue con el lector
limitándose a mantenerlos en el anonimato (otro recurso fácil: vemos a alguien
hacer las pificas pero no se nos dice quién es). La novela es un tranquilo
discurrir que tiene mucho de contemplativo, incluyendo algún que otro fiambre
por el camino. Lo que Fred Vargas deja ver en relación a los culpables, parece
confirmarse con tanta antelación que a medida que se lee cabe imaginar un giro
final inesperado, y así es: el desenlace, por lo inesperado, será festejado por
aquellos lectores que gusten de las sorpresas finales; es este caso, además,
las piruetas no resultan demasiado forzadas.
Una novela negra entretenida y
casi casi «de salón».
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