Segundo
caso de Anne Capestan, la comisaria francesa al frente de una brigada-desastre
creada para dar destino a todos los bichos raros de la policía parisina y
dejarlos allí, quietecitos, sin trabajar, no sea que rompan algo. O a alguien.
Y, ya de paso, sus superiores les endilgan todos los expedientes llenos de telarañas con
los que nadie sabe qué hacer, para tener así junto y bien almacenado todo lo
inservible.
La novela
comienza con el asesinato de un policía jubilado: Serge Rufus. Si la brigada de
los torpes tiene parcial y renacuaja participación en la investigación es solo
porque el finado fue suegro de Anne, y los «polis listos» suponen que ella, si
participa, podrá aportar información rápida y fideligna. Pero, en realidad, Anne
sabe poco de Rufus, y posiblemente lo que ignora no sea bueno saberlo; además,
¿para qué quiere averiguar si su exsuegro tuvo enemigos o trapos sucios? ¿Para
qué quiere escarbar en su pasado a la búsqueda de expedientes problemáticos
cuando su asesinato le ha dado la ocasión de volver a verse con su ex, Paul, por quien
no ha dejado nunca de sentir afecto entre otras cosas porque la separación fue
un poco…? Bueno, pues eso, que se separaron porque todos se habían puesto
nerviosos.
Por otra
parte, y en otro lugar, un asesino «avisa» de sus asesinatos a quienes van a ser sus víctimas (hace poco comenté
otra novela de Fred Vargas donde este planteamiento, no original, también se da) lo
cual ofrece al lector desde el inicio un reto o combate casi intelectual entre protagonistas
y criminal. Típica también es la posterior sucesión de crímenes que repiten
el patrón incial (ni sé las novelas que he comentado que usan y abusan de ese truco)
lo que permite ir acumulando pistas para, entre pitos y flautas, acabar
pillando al malo. Pero la originalidad y el mérito de Sophie Hénaff, lo que
verdaderamente hace que merezca la pena leerla, no es el fondo de la historia,
sino su éxito en algo dificilísimo: la mezcla de comedia y novela negra.
A ello
ayudan no poco la caterva de personajes extraños que pueblan la brigada, así
como su evanescente situación en el organigrama policial y el singular carácter
de Anna Capestan, a la vez voluntariosa, permisiva, dejada, calculadora, impaciente
y, desde las más buenas intenciones, capaz de perder los nervios y cargarse a
alguien.
La idea
de Hènaff de crear una brigada con semejante elenco es una magnífica jugada
literaria: le ofrece inmensos recursos para salir airosa de cualquier aprieto creando
situaciones estrafalarias y, también, le permite captar el interés del lector provocando
el fracaso de unos «héroes» que no lo serían si no fracasaran constantemente. Además,
¿cómo no va a solidarizarse el lector con ellos cuando todos los desprecian y ningunean?
Una
magnífica y poco frecuente mezcla de comedia y novela negra que merece la pena
tener en cuenta.
Leed a
Sophie Hénaff.
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