Las
elecciones de finales de los setenta en España tuvieron características únicas,
tanto por su significación como hasta por el modo en que los partidos inundaron
las calles de carteles y folletos que se acumulaban por las aceras. En ese
entorno comienza la novela: en el «cuartel general» de un partido progresista
en una pequeña capital castellana, andan a la caza y captura del voto, para lo
que pretender visitar todos los pueblos para hablar con los lugareños y «vender
el producto». Pocas son las localidades que les restan por visitar y, entre
ellas, unas pocas en un extremo de la provincia, ya entre montañas. Para allá
se van una tarde el candidato a diputado –Víctor, un hombre pausado y sensato-,
un joven y entusiasta colaborador, y una guapa mujer: la joven y resuelta
esposa (o todavía esposa, porque el matrimonio es ya solo una apariencia) de un
candidato a senador que ha apostado por la publicidad «a la americana».
Los
tres personajes emprenden viaje, pero no pasan del primer pueblo. Allí se
quedan, a iniciativa de Víctor, encandilado con el señor Cayo, el único morador
del pueblo –de los tres que hay- al que han encontrado; posteriormente aparece
su esposa muda, y el tercer vecino, con el que Cayo anda enfrentado, no llega a
ser más que una borrosa presencia. Cayo es un octogenario que sobrevive en
soledad, haciendo lo que los seres humanos han hecho durante siglos para vivir:
conocer el entorno para encontrar y aprovechar lo que se necesita, y trabajar
para obtenerlo. Contando cómo vive y contando la historia del pueblo, Cayo, sin
darse cuenta, da una lección magistral de historia y, también, y en cierto
modo, de justicia. El choque entre las «ofertas» de la política y de los
políticos con la sincera y simple exposición del señor Cayo de cuáles son las
necesidades humanas y de qué poco basta para satisfacerlas, es tan brutal que
de los tres visitantes dos pronto sienten un profundo desdén basado en el
sentimiento de superioridad que tantas veces genera la ignorancia, pero el
tercero, Víctor, el candidato a diputado, queda maravillado, prendado de la
lección moral del anciano, y sumido en una crisis en la que se pregunta si
ellos, los que se presentan ante los demás como salvadores, no son en realidad
los principales candidatos a ser salvados.
El
principio se me ha hecho raro, como si Delibes narrando en un entorno urbano
tuviera algo de pez fuera del agua. Quizá sean impresiones mías, pero los dos
fragmentos «urbanos» de la novela (el inicial y el final) me han parecido algo
encorsetados frente a la maravilla de la parte rural, cuya riqueza de
vocabulario y naturalidad es superlativa), puro Delibes
El
disputado voto del señor Cayo no es una novela para echar la vista atrás hacia
una situación histórica única, sino que invita, en cualquier momento, a una profunda
reflexión acerca de la sociedad moderna, de la inutilidad de consagrar la
existencia a unos valores que tienen mucho más de mercantiles que de humanos, y
de las razones para reencontrarnos con nosotros mismos en el mundo del que
realmente hemos salido y al que, nos guste o no, no podemos arruinar sin
arruinarnos moralmente, porque ese mundo es el que contiene la esencia del ser
humano. El ser humano, renunciando a la naturaleza, se ha situado extramuros de
sí mismo.
Un eterno pendiente... A ver si lo leo pronto porque me gusta lo que cuentas. ¡Feliz fin de semana!
ResponderEliminarEs muy interesante. Léelo, y me dirás si te lo parece. ;-)
ResponderEliminarTambién me lo apunto Miguel. Si hay un libro, aparte del tuyo, con el que me he reído y he pasado un rato divertido ha sido con el camino. un abrazo
ResponderEliminarSeguro que te gustará!!
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