Una
novela tan buena como agobiante, en la que todo sucede en la mente de la
protagonista, hasta el punto de que la narradora nos cuenta la realidad a
través de los ojos del personaje, siempre con un lenguaje certero, rico y claro.
Nat,
una joven traductora, llega a un diminuto y ficticio pueblo como consecuencia
(al menos en apariencia) de lo que claramente parece una derrota personal: o ha
abandonado su anterior mundo, o su anterior mundo la ha abandonado a ella; con
pinta de no tener un céntimo, acaba de inquilina en una vivienda horrorosa a la
que solo ha encontrado un atractivo: no ha encontrado otra más barata. Su inmediato
interés en tener un perro proclama su soledad, pero el chucho que le regala el casero
se parece demasiado a la propia Nat: un perro esquivo, al que nadie sabe muy bien qué
le ha pasado ni cómo tratar, y con problemas para relacionarse con los demás.
Y en
ese nuevo entorno, Nat se encuentra… con el entorno. En él unas cosas son más o
menos hostiles (como el casero, un hombre avaro, prepotente e irrespetuoso),
otras son amigables y otras van a su aire. Sin embargo, desde la perspectiva de
Nat todas tienen algo en común: no hay manera de que alguien diga o calle algo,
o haga u omita, sin que ella lo interprete de la peor forma posible. De ahí al
agobio, el viaje es instantáneo. Nat es insegura, espera que sean los demás
quienes la juzguen y no deja de ver juicios en todos los actos y omisiones de
quienes la rodean; sin embargo, como es lógico, ellos están a otra cosa: a
vivir su propia vida.
Y, sin
embargo, pese a la constante imagen de «pobrecilla», la situación de Nat tiene
mucho de elección propia.
Sobre
la historia planea una duda: ¿hasta qué punto el modo de ser de la protagonista
es particular del personaje y hasta cuál es fruto de los roles entre sexos? La pregunta
es legítima, pues la mayoría de los secundarios son hombres y cada uno tiene un
papel distinto, aunque, en conjunto, cubren un amplio abanico de conductas poco
edificantes: el hombre abusón, el protector (y, por tanto, juez) y el
simplemente egoísta. La interpretación que se dé sitúa la novela en planos muy
distintos.
Pero,
sea cual sea la carga de denuncia que pueda atribuirse a la novela, Un amor es
la historia de «autoenvenenamiento», porque según pasan las páginas es más
evidente el deterioro de los pensamientos de Nat y hasta qué punto son ellos
los causantes de su desazón. A fin de cuentas, nadie puede pensar por ti, y, al final, solo queda darse un buen tortazo, pues es así como a menudo se
reacciona. Si es el caso de Nat, lo sabrá quien lea esta muy interesante novela.
Una novela que pretende hacer Literatura, con mayúscula, y que en gran medida lo consigue. Una novela que cuenta mucho en pocas páginas, y que apunta alto. Es la primera obra que leo de Sara Mesa, que evidentemente es una gran escritora. No será la última.
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