En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 28 de septiembre de 2020

El caso Paternostro - Carlo F. de Filippis

 



Alfaguara me ha puesto fácil hacer una reseña a la contra aprovechando esas mentirijillas que las editoriales ponen en fajas y solapas. Ya saben ustedes a qué me refiero: el libro que mañana tengan en las manos en cualquier librería, sea cual sea, será heredero de grandísimos escritores y depositario de un sinfín de virtudes que enlazan con lo mejorcito del género, de la época o de lo que se tercie. Un libro con sabor a macedonia de éxitos y... Hombre, bien está contar las excelencias de un libro, pero la exageración y la desfachatez me repatean las tripas y se cargan toda credibilidad. Y es que la faja compara a de Filippis con Dazieri (bueno, vale, esta semejanza es acertada pero no implica un gran mérito literario, dado que ambos practican la escritura comercial, lo que provoca que compartan ciertos recursos comunes; por cierto, también comparten editorial en España, por lo que la comparación supone una hábil doble publicidad), Lemaitre (¿¿¿??? Lemaitre no se parece a de Filippis en nada, ni en la calidad de su literatura ni en los argumentos) y Camilleri (¿en qué se parecen de Filippis y Camilleri salvo en la nacionalidad?). Por último, la portada es para nota: ¿qué tiene que ver el oscuro chucho que la ocupa por completo con la historia que narra El caso Paternostro? Nada, más allá de que en la segunda o tercera página la familia del comisario ha perdido a su perro, que se ha escapado en el parque, y sus hijos se pasan la novela buscándolo. Será que a los amantes de los animalitos se nos afloja el bolsillo cuando vemos uno mirándonos fijamente desde la portada de un libro. Por último, no sé si puede achacarse a la editorial o al autor el rimbombante apellido que aparece en el título y que, lógicamente, es el del primer fiambre de la novela: El caso Paternostro es mucho más evocador que El caso García o El caso Pérez, pero el papel de Paternostro podría haberlo cumplido perfectamente cualquiera de los Pérez o García del mundo.

En fin…

La novela, segunda protagonizada por Salvatore Vivacqua, policía de Turín al mando de la brigada de investigación de homicidios (pero la primera publicada en España) parte de un asesinato con truculentas torturas añadidas: el de un pintor más o menos cotizado; los policías no dan pie con bola y el asesino vuelve a actuar; y siguen sin dar pie con bola y vuelve a actuar… Y así varias veces, al estilo de Márkaris y de tantos otros. Al final aparecen puntos en común que permiten relacionar las cosas y, a fuerza de actuar, alguna metedura de pata debe tener el angelico; y entonces, claro, lo trincan; aunque, eso sí, con mucha acción bien traída para que la emoción no se reduzca. Ya se sabe: “¡ay, que casi lo pillo!” y “¡ay, que casi me mata!”.

Como tantos otros escritores de novela negra, de Filippis ha tratado de vincular su personaje a una ciudad, lo cual siempre es garantía (comercial) de algo. Pero no puedo decir que haya conseguido hacer de Turín un personaje más de la novela. Aparte de la lluvia, el retrato de la ciudad es pobre.

El argumento, manido, cumple su función: entretener. Echo de menos más claridad en algunas cosillas (ciertos procesos mentales del protagonista que llevan a relacionar unas cosas con otras están traídos por los pelos, cuando no epifanizados milagrosamente) y tampoco me han gustado otros aspectos –como ciertos hábitos culinarios del malvado de turno- sin sentido y carentes de significación, pues su única función es horripilar al personal y crear un par de escenas impactantes que el lector pueda recordar. Especialmente exasperante es el tema de las huellas dactilares: quien lea la novela sabrá a qué me refiero, pero además de un recurso para provocar la intriga es, sobre todo, me temo, un modo facilón de que el autor no deba crear un elaborado modus operandi para su criminal. 

El modo de escribir es correcto, sin florituras, destinado a un público que busca entretenerse, el libro se lee bien, con facilidad, está bien estructurado, escrito para dejar al final de cada capítulo o partes de él un interrogante que haga seguir leyendo… Volviendo a lo del párrafo anterior, sirve para lo que está concebido: entretener.

Así que, siendo una novela muy correctamente ejecutada siguiendo en patrón de las factorías de best sellers (otros llaman a estas novelas fast food), El caso Paternosotro gustará a muchos lectores y servirá para pasar el rato al resto en esos días en que apetece más entretenerse que pensar.  


jueves, 24 de septiembre de 2020

Stoner - John Williams

 


             

              «La novela perfecta», dice la crítica en la portada de Stoner, obra publicada en 1965 e ignorada hasta no hace mucho. No sé si es tanto como perfecta, pero sí es una obra maestra, como apuntaba Enrique Vila-Matas en el artículo en El País que me recordó hace poco un amigo.

              Yo no supe de la existencia de Stoner hasta que un día la encontré por azar en una librería. Viendo algunas de las críticas de la contraportada, hechas por gente que poco tenía que ver con los habituales escritores mercenarios, la compré. Un acierto.

              Stoner lo cuenta todo narrando una vida donde aparentemente no hay nada que contar. Narrada en tercera persona, pero casi desde el interior de del profesor William Stoner, la novela cuenta la vida de un muchacho nacido en 1890 en una granja de Misuri que ayuda a sus padres hasta que, con gran esfuerzo, puede ir a la universidad. Allí cambia sus iniciales estudios agrícolas por los de literatura, con todo lo que eso supone de ruptura con el arraigo familiar; luego la primera guerra mundial le permite llegar a ser profesor en esa misma universidad, trabajo que mantendrá de por vida; además se casa, tiene una hija y de todo lo dicho derivan diversos problemas, ninguno extraordinario, familiares y laborales. Como todos.

              Stoner es un canto al modo en que la vida conforma cada existencia en función de las oportunidades de cada cual, de sus miedos, su conformismo, sus errores, su pereza… de lo que busca y de aquello de lo que se refugia. Y al final la vida ha pasado y uno se pregunta si la ha aprovechado. Pero la novela es mucho más: es el modo en que los problemas del día a día, despreciables para el tercero, son el pequeño drama cotidiano de quien los sufre, es también la muestra de que cada cual puede ser fiel a una filosofía de vida (en este caso la honradez y el esfuerzo), y también un ejemplo de que la fidelidad a los propios principios debe medirse por la adecuación del comportamiento personal a ellos y no por dónde nos conduzcan en la sociedad; Stoner, un profesor profesional y entregado, nunca llega a ser reconocido como eminencia, sin que eso suponga para él una frustración capaz de alterar su carácter. Tampoco llega a frustrarlo su escasa sociabilidad, pese al elevado coste personal y afectivo que para él supone. Stoner es, en última instancia, un libro que nos dice que al final siempre seremos víctimas… de nosotros mismos, pero que inevitablemente también somos nuestros propios jueces y en nuestra mano está ser imparciales y, después, consecuentes con el diagnóstico. Quizá esta sea la clave de la pacífica vida de Stoner: el modo en que acepta las sentencias sobre sí mismo, el modo en que admite sus debilidades y sus limitaciones y consecuencias. Las admite… o se deja llevar por ellas. Quizá de ahí el poso de tristeza que algunos advierten en toda la novela, como si la gris existencia de su protagonista más se debiera a la fatalidad que a sus propias y libres decisiones. ¿Es triste no ambicionar más? Puede ser, pero más triste es ser un cretino.

Más allá de lo que inspira el anónimo paso por el mundo de cualquier persona, Stoner es una novela fantástica por su proporcionalidad: pocas obras pueden encontrarse con una estructura tan armónica, compacta y proporcionada. La sensación de solidez es inmensa, a lo que ayuda un ritmo constante y una adecuación de los tiempos sin igual.

Una obra que enriquece, que no precisa de acción ni de héroes, porque pretende demostrar que lo único verdaderamente heroico es vivir.

Esta maravilla la rescató, para los lectores españoles, una pequeña editorial tinerfeña: Baile del Sol



lunes, 21 de septiembre de 2020

El conde de Montecristo – Alejandro Dumas

 



            Deseaba leer esta novela, un clásico del folletín y la aventura, desde hacía años, pero sus 1450 páginas me habían intimidado reiteradamente. Un error, porque El conde de Montecristo resulta tan amena, entretenida, ágil y sencilla que se lee con tremenda rapidez.

            El argumento es tan conocido que casi apura recordarlo: Edmundo Dantés, joven marinero recién regresado Marsella y a punto de ser ascendido a capitán del mercante en el que navega, va a casarse con su novia, Mercedes. El día de la boda es víctima de una acusación falsa que, sin darle tiempo a comprender lo que sucede, lo sepulta catorce años en un calabozo subterráneo del castillo de If. Durante el encierro consigue contactar con otro prisionero, un anciano al que todos tienen por loco pero que a Dantés le procura una maravillosa formación y el secreto de un tesoro. Dantés logra escapar y, transformado personal, intelectual y económicamente se convierte en lo opuesto a lo que fue: en un excéntrico millonario rodeado de lujos exóticos y servidores de máxima eficacia que recorre Europa (en realidad, Italia y Francia) derrochando y haciendo gala de una generosidad que más parece prodigalidad; sin embargo, todo forma parte de su elaboradísimo e intrincado plan de venganza, porque si algo quiere Edmundo Dantés, reconvertido en el conde de Montecristo, es ayudar a quienes le ayudaron pero, sobre todo, hundir a quienes le hundieron. Como la mayor parte de ellos han devenido tipos importantes e influyentes, casi toda de la novela discurre entre las idas y venidas de unos y otros por las casas «de buen tono» de París –tras una larga incursión en Roma y alguna más corta en la isla de Montecristo- mostrando al lector cómo el conde va tejiendo poco a poco, a base de osadía y casualidades, la red en la que espera atrapar a quienes no saben que es su enemigo.

              Pero que el móvil de la novela sea la venganza no significa que el protagonista sea mezquino: Dumas se cuidó de adornarlo de la cualidad del agradecimiento para que más que vengativo pareciera justiciero, y de situar a Dantés, al final de la novela, ante la posibilidad de llevar al límite su venganza o de recapacitar sobre su utilidad y, sobre todo, sobre en quién se transforma quien se venga. Hasta qué punto llega la venganza de Dantes depende del personaje a nos atengamos, porque Dumas los utiliza, en función de su papel en la denuncia falsa original, para provocar el crescendo de la acción.

              La fabulosa intriga permite enfrentar dos mundos paralelos e incompatibles: el que dejó atrás el marinero Edmundo Dantés, basado en el amor a los suyos y al trabajo bien hecho, y el de la «alta sociedad» y adyacentes, que solo piensa en el dinero y en la posición social, lo cual justifica triquiñuelas, engaños, falsedades… produciéndose toda clase de mezclas extrañas con una única raíz común: el dinero. Hasta tal punto es así que ni siquiera los únicos personajes que pueden darse cuenta llegan a pensar explícitamente que la venganza de Montecristo podía haber desembocado, entre otras muchas desdichas, en un matrimonio incestuoso, sorpresa de la que –un desmayo aparte- solo se maravilla el lector.

              El marco histórico es doble. Por una parte, la Francia inmediatamente posterior a Napoleón, en la que ser bonapartista o estar a favor de la restauración monárquica puede separar la vida de la muerte aunque luego, pocos años después, quién haya estado en cada bando sea irrelevante. Por otra parte, tienen cierta influencia ciertas costumbres italianas. Y, junto a todo ellos, numerosas referencias a mundos entonces más o menos exóticos que no había que buscar fuera de Europa.

              Sin embargo, más que contar un argumento tan conocido o de ensalzar una novela que figura entre las más importantes de la historia de la literatura, la poca o mucha utilidad de esta reseña posiblemente se limita a hacer una reflexión sobre cuánto se puede disfrutar leyendo clásicos y sobre la negativa influencia de toda la parte del mundo literario que nos aparta de ellos: la tiranía de lo inmediato, de las últimas novedades colmadas de elogios mercenarios  pero que nacen y mueren en cuestión de meses, nos separan a menudo de autores magníficos cuyas obras, como en su tiempo, siguen siendo transgresoras; lecturas de las que son deudoras los millones de novelas que se han escrito con posterioridad.

              Una novela fantástica, entretenidísima, y que invita a reflexionar sobre pulsiones eternas: la injusticia, el sentido o sinsentido de la venganza, el amor, lo que dura el amor, la relación entre amor y amor propio, o la desgraciada relación del ser humano con el dinero.



lunes, 7 de septiembre de 2020

Conversación sobre Tiresias – Andrea Camilleri





                De los escritores famosos se aprovecha todo, hasta el punto de que opúsculos como este, que hace no tanto solo se hubiera publicado en una recopilación junto a otros veinte o treinta , ahora merece el «honor» de ver la luz con edición propia (y mejorable) a cargo de Altamarea.

                Tiresias, según la mitología, recibió la ceguera como castigo de los dioses por meterse donde no debía (que si ver a Atenea en cueros, que si intervenir en una pelotera entre Hera y Zeus…), y como los dioses tienen sus cosillas, igual que le atizaron la condena de no poder ver lo que había ante sus narices le dieron el don de poder ver el futuro.

                Y Camilleri, que al final de sus días se quedó ciego y debió dictar sus últimas obras, se pone en el pellejo de Tiresias para contarnos, en primera persona y no sin cierto humor algo socarrón, su deambular por los siglos, haciendo un repaso de la figura del adivino griego y de los distintos modos en que, de un modo u otro, su mito se ha presentado en la literatura a lo largo del tiempo; los motivos que han dado lugar a cada uso son objeto de chanza por Tiresias-Camilleri, lo que sirve de excusa para la conversación. Un librito entretenido y enriquecedor.

                Carlos García Gual firma el epílogo que ocupa ocho páginas, por cuarenta y seis del opúsculo.



                

lunes, 31 de agosto de 2020

El Rey - Sandrone Dazieri





(Colomba Caselli y Dante Torre, y 3)



                Final de la trilogía protagonizada por Colomba Caselli y Dante Torre, y menos mal, porque aunque El Rey se lee rápido y bien y es entretenido, el caso de fondo que sirve de enlace entre las tres novelas (No está solo, El Ángel y El Rey) se le ha ido un poco de las manos a Sandrone Dazieri, como a esos guionistas (Dazieri lo es) a los que exprimir el éxito les lleva a retorcer las historias en un constante «más difícil todavía» a cada instante hasta acabar desvirtuando el espíritu original de la historia. Es lo sucede con El Rey, donde el «factor sorpresa» que dio buenos réditos en No está solo e implicó un final abierto clara y desdichadamente comercial en El Ángel, está llevado al límite.

                ¿Y quién es ese rey? Obviamente, el nuevo malo malísimo que algo tiene que ver con la figura del Padre, que se arrastra desde la primera de las novelas.

                Dazieri juega mucho en esta ocasión con los sentimientos del lector (al que presupone fiel, pues para eso ha llegado a la tercera entrega), y quizá por eso se esfuerza menos en dar verosimilitud a lo irreal, confiando en que las desventuras de los protagonistas oculten esa dejadez provocando la angustia del lector; craso error, porque el lector ya sabe que de los protagonistas no se puede prescindir, así que, soponcios, los justos.

                Colomba, tras el desaguisado del final de El Ángel, está recluida en un pueblecito de montaña, curando sus tripas heridas y su espíritu maltrecho. Lógicamente, tiene clavada la espina de la desaparición de Dante. Pero, antes de reaparecer el mencionado personaje-espantajo de mente tan brillante como extravagante, aparece por ahí perdido un joven autista. Y junto a él, un crimen. Y junto al crimen, las fuerzas del orden locales. A partir de aquí, todo el mundo creado por Dazieri en esta trilogía comienza a converger en el pueblecito, sin que llegue a quedar del todo claro un motivo distinto a las «exigencias del guión». Desde ese refugio Colomba va y viene donde haga falta, hasta conseguir su objetivo (de un modo y en unas circunstancias mejorables) y, a partir de él, ambos se ven arrastrados por los hechos -algunos de ellos verdaderamente exagerados- hasta dar por zanjado por fin, o al menos eso se supone, el asunto del Padre. Menos mal (para Colomba), que en esta ocasión Dazieri le concede un recurso poco usado en la novela negra: ser la protegida de esos servicios secretos tan ajenos a las normas como puede suponerse.

                Un final, más que un colofón, que, si la trilogía da de sí comercialmente lo suficiente, no es descartable que lo sea solamente «del caso del Padre», lo cual permitiría cumplir lo de la trilogía y resucitar, en nuevos casos, a la pareja de investigadores. Sin son fieles a los orígenes, merecerá la pena. Si lo son a esta última entrega...



lunes, 24 de agosto de 2020

Lluvia fina – Luis Landero





                Novela de inmensa calidad, escrita con lenguaje sobriamente elegante y eficaz, que nos traslada una doble historia: la de las disputas familiares entre tres hermanos (dos mujeres y un hombre) y su madre, y la de Aurora, la esposa del hombre y confidente de toda su familia política merced a su capacidad de escucha.

                Dos historias que son una, porque los egoísmos de quienes solo quieren explicarse y hacerse comprender como modo de justificar su vida y su actitud se desarrollan a costa de quien soporta sus peroratas sin que nadie le pregunte por su vida.

                Dos historias que son una porque ambas tienen algo en común: la desagradable sorpresa de que, antes o después, hasta los más cercanos nos acaben pareciendo completos desconocidos en cuya cabeza nunca hemos sido capaces de entrar (o nunca nos han dejado hacerlo), y la no menos inquietante sensación de que, en realidad, ni siquiera nadie llega a conocerse a sí mismo en ningún momento de su vida.

                A esa desazón ayuda no poco la confusión entre memoria, fantasía, deseos, temores, etc., confusión que nos hace reescribir el pasado otorgando importancia, cada uno, a hechos, grandes o pequeños a los que la memoria y la reelaboración van dotando de significados solo visibles y comprensibles para quienes los elaboran; cada cual rehace la historia y conforme pasan los años aumenta la distancia entre las historias de aquellos que compartieron una misma realidad. Un fenómeno que se produce poco a poco, pero sin descanso, hasta acabar calando. Como la lluvia fina.

                Con motivo del octogésimo cumpleaños de la madre, una viuda de temperamento seco y austero, su hijo Gabriel –al que sus hermanas consideran el preferido de la madre- tiene la idea de reunir a toda la familia para celebrar la ocasión y solventar rencillas. Sonia, la hermana mayor, no está muy entusiasmada con la idea: no quiere ver en la misma mesa a Horacio, su exmarido, que ha seguido teniendo contacto con la familia, y a Roberto, su nueva pareja; Andrea, la siguiente hermana, tiene tantos reproches como palabras para cada uno de sus hermanos y para su propia madre, debido al modo en que ha sublimado numerosos episodios de su niñez y pubertad; Gabriel trata de nadar entre las dos aguas de si fiesta sí o fiesta o no, y Aurora, su esposa y confidente de todos, soporta estoicamente el aluvión de dimes y diretes mientras reflexiona sobre su propia existencia y, del mismo modo en que comprueba que cada uno de los demás ve las mismas cosas a su propia manera, se pregunta hasta qué punto está ella distorsionando la visión de su propia existencia y la de su marido, que parece haber evolucionado a ser un completo desconocido posiblemente porque a los veinte o treinta años las personas intentamos parecernos a lo que queremos ser, y conforme pasan los años acabamos siendo bastante diferentes y debemos asumir la diferencia, cosa complicada porque a veces ni siquiera llegamos a darnos cuenta de que nunca hemos llegado a ser quienes creíamos ser.

          Y así, a medida que los recuerdos interpretados de una manera por cada uno van saliendo a la luz, afloran también los elementos más secretos y sórdidos que son, muchas veces, los que explican los puntos de inflexión entre las distintas versiones.

          Una gran novela, tras la cual no es preciso leer, pero ahí esta...


Antes de la lluvia – Luis Landero

                «Antes de la lluvia»es un opúsculo que se regalaba con Lluvia fina, una amabilidad para el lector a iniciativa de la editorial, según nos cuesta Luis Landero junto a la declaración, lógica, de que no se le ocurre qué decir sobre Lluvia fina porque si el autor debe complementar la obra dando explicaciones, mala obra es. De modo que Antes de la lluvia se limita a ser conjunto más o menos desordenado de anécdotas y lúcidas reflexiones que poco tienen que ver con la novela a la que acompañan, pero que no está de más leer.


lunes, 17 de agosto de 2020

Belleza roja – Arantza Portabales




                Me ha sorprendido que Belleza roja no sea una novela más conocida. Comparada con la media de lo que leo, es demasiado buena para que pase inadvertida, mérito fundado en un doble motivo: una trama interesante, meticulosamente organizada y trazada, y un amplio número de personajes de vigorosa verosimilitud pese a lo atípico de alguno de ellos.

                Cada personaje es, además, una novela dentro de la novela. A medida que las páginas pasan el lector se va topando con los secretos de cada uno de ellos, vinculados a errores, pasiones y traumas que siguen latiendo bajo la apariencia de la normalidad. Ni uno se libra de tener su propia historia: los sospechosos del crimen, los policías que lo investigan… hasta el psiquiatra que trata a una de las sospechosas.

                Santiago de Compostela. En un magnífico chalet en una pequeña urbanización de lujo aparece muerta una adolescente en un «escenario» del que mejor no digo nada para no restar interés al futuro lector. Como ocurre en algunas novelas clásicas de intriga, el elenco de sospechosos, debido al momento en que el crimen se produce, es limitado y todos se conocen entre sí. La investigación va descubriendo los secretos de cada cual y cierto tejido de relaciones ocultas, de modo que ni está claro el móvil ni, por tanto, los candidatos a criminales. Un poco a lo Agatha Christie, pero en un entorno moderno y dibujado con maestría para desdibujar (con éxito) la asfixia del «modelo cerrado».

                Parte de ese efecto se logra trenzando con la historia principal las de los personajes que llegan al asunto desde fuera: los policías y el psiquiatra; otra parte se logra escapando del presente al pasado de todos los personajes y aún más allá. También la panoplia de posibles móviles despierta la curiosidad del lector. Unamos la vinculación entre el crimen y el arte y tenemos una novela original y tan verosímil por el modo en que aborda la psicología de los personajes que hasta, a pesar de lo insólito del modus operandi, parece realista.

                Una gran novela escrita en capítulos breves, de no más de cuatro, cinco o seis páginas, y la que se alternan el relato en tercera persona con las reflexiones, en primera, de una de las sospechosas. Una novela que me alegra mucho haber leído.

               
                

lunes, 10 de agosto de 2020

Aventuras de un cadáver - Robert Louis Stevenson





Casi cuarenta churumbeles ven como sus padres invierten una considerable cantidad de dinero en una tontina. Para quien lo ignore, el juego consiste en que toda esa pasta y sus rendimientos acumulados se la llevará quien sobreviva a los demás. Algo así como «¿apostamos a ver quién vive más?».

Una manera como cualquier otra de incentivar que el personal se cuide y, a la vez, de otorgar a cada uno cierto poco saludable interés en la suerte del resto. Esto último, claro, cuando los jugadores no alcanzan una edad tan provecta que ya les importe un pito cobrar o no la tontina, que es lo que sucede en esta novela breve y humorística de Robert Louis Stevenson publicada en 1888: los dos «finalistas» son dos hermanos tan entrados en años que, a diferencia de alguno de sus herederos, ya no están interesados en el vil metal.

¿Y quiénes son los herederos? Dos hermanos algo tontainas (y aspirantes a tontinos), sobrinos de ambos «finalistas», y el hijo de uno de estos. Mientras que este último es un abogado de prestigio, bien acomodado, bromista despendolado y al que la tontina también le importa poco, no sucede lo mismo con sus primos, que achacan al tío a cuyo cargo quedaron al quedar huérfanos haber dilapidado parte de su herencia, desaguisado que podría remediarse si este buen hombre, dueño de una empresa de negro futuro dirigida (hacia el abismo) por esos dos sobrinos, sobrevive al otro hermano vivo y cobra la tontina.

O, dicho de otro modo, a ojos de los dos hermanos –sobre todo del más lanzado de ellos- tanto interés tiene su primo en ocultar la muerte de su padre como ellos en ocultar la del tío bajo cuya tutela quedaron. El primero que se muera, pierde. Salvo que su cadáver no aparezca. Y como uno de los ancianos no aparece ni vivo ni muerto no es cuestión de que aparezca el otro cuando sus sobrinos lo dan por muerto. Es aquí cuando realmente comienzan las aventuras del cadáver al que alude el título, porque un cadáver cuya aparición implica la pérdida de un dineral, es un cadáver muy inconveniente. O muy conveniente, según quién mire.

Stevenson construye un enredo en el que las triquiñuelas de unos se complican con hechos imprevistos provocando resultados cómicos, cercanos al humor negro, apoyándose en un elenco de secundarios que le permiten sortear las limitaciones derivadas de la simpleza de algunos de los protagonistas; entre estos secundarios, «la chica de la película»¸ el vecino que queda prendado de ella y, también, un buen señor y mal «artista» que pasaba por allí y se ve sorprendido con cierto regalito non sancto cuando esperaba otro tampoco mucho más decente. Una historia, como muchas veces ocurre en el enredo, en la que las casualidades juegan un papel importante y jocoso. Una comedia cercana a la novela juvenil, pero divertida a cualquier edad, muy clara pese a lo complejo de algunas de las cuestiones mercantiles que se apuntan, y que, a pesar de parecer un mero divertimento poco o nada ambicioso en lo literario, muestra la variedad de registros de autor que forma parte de la historia de la Literatura.

Una breve, interesante y sorprendente novela de humor.


miércoles, 5 de agosto de 2020

A propósito de nada – Woody Allen





              Con razón se habla muy bien de este libro, una autobiografía que se lee como una novela escrita en primera persona, y en la que encontramos muchos puntos de interés: cómo se forma un genio, anécdotas y opiniones sobre muchos de los grandes del Hollywood clásico y de Broadway -con los que Allen coincidió en sus primeros años, cuando ellos ya estaban consagrados-, algunas curiosidades sobre películas míticas -Annie Hall, Manhattan y algunas otras-, la inmensa suerte de poder trabajar con personas brillantes en sus profesiones, un balance vital hecho cuando corresponde (Allen ha escrito esta obra con 84 años) y, además, es de interés leer esta obra en un momento en el que sigue en debate (en absurdo debate) si Allen es un genio al que hay que boicotear porque es culpable (estupidez superlativa, porque si no distinguimos a las personas de su obra, para perder lo que de bueno puedan darnos -buen suicidio cultural- debiéramos cerrar todos los museos, librerías, bibliotecas, filmotecas, cines y televisiones) o es un inocente a quien ha arruinado la existencia una mezcla de manipulación mediática y fundamentalismo; como digo, un debate absurdo: si se considerara que el mérito de una obra es independiente de la conducta de su autor ningún debate habría: las obras quedarían a disposición del público y las peripecias de los autores a disposición de su conciencia o de los jueces, ¿o es que alguien va a renunciar a ir al Prado hasta comprobar la intachable existencia de todos los pintores allí expuestos? Sobre este tema, y por lo que a Allen respecta, las cosas parecen estar más claras de lo que las tiene la opinión pública, según indica Allen con profusión de fuentes y transcripciones. Y, lo mejor de todo, esta obra está escrita con permanente buen humor fundado en cierto nivel de autocrítica y autodistanciamiento: si de alguien se ríe Woddy Allen es de sí mismo. Y lo hace, en gran medida, relativizando.

              Su humor, sin embargo, casi se desvanece cuando narra sus problemas con Mia Farrow –con la que nunca llegó a convivir bajo el mismo techo- tras enamorarse de la hija adoptiva y veinteañera de ésta (que, contrariamente a lo que muchos creen, nunca fue hija adoptiva de Allen). Es en el tono serio y riguroso de esas páginas donde se advierte cómo los peores fracasos cinematográficos han sido para él una minucia comparados con el impacto de este asunto. Estos episodios son, además, los más documentados con enorme diferencia (posiblemente para prevenir eventuales demandas no ha dicho nada que no pueda probar) y son también, en el fondo, el grito de un hombre que se siente inocente y linchado y al que, como nadie da voz por miedo a «contaminarse» (o sea, por miedo a las represalias de los más fundamentalistas), hasta el punto de que sus películas –su modo de hablar y de expresarse- han dejado de distribuirse en Estados Unidos y pocos quieren trabajar con él, no ha tenido más remedio que escribir una autobiografía para que en algún sitio conste su versión, a pesar de lo cual tampoco para este libro ha sido fácil ver la luz.

              De hecho, esta autobiografía es pura contradicción con el modo en que Allen ha defendido su intimidad durante años. Cabe preguntarse si hubiera sido escrita de no haber sufrido las consecuencias de estos follones.

              A propósito de nada es una historia más o menos cronológica, con un ordenadísimo caos, en la solo que encontraríamos, escalón a escalón, la vida previsible de un humorista devenido en guionista, actor y, sobre todo, director de cine. Pero esta obra, por culpa del dichoso lío de los últimos años, es en realidad una obra sobre la justicia, la injusticia, sobre el naufragio del éxito aparentemente consolidado. A propósito de nada es la historia de cómo alcanzar el éxito personal a base de trabajo y fidelidad a los propios principios, de cómo a veces eso permite lograr el reconocimiento universal (por más inexplicable que resulte para el propio afectado) y de cómo, al final de la vida, todo puede venirse abajo por cuestiones por completo ajenas a ese trabajo y que, para colmo, ni siquiera precisan ser verdad. No es necesario tomar partido por Allen para sacar la conclusión de que ninguna verdad oscura es necesaria para hundir a alguien: en tiempos de redes sociales y medios de masa, basta el ruido, basta un señuelo para que jauría te triture.

              Las muestras de ingenio son constantes, aunque en mi caso siempre me cuesta un poco situarme en el humor de Allen, mucho más propenso a comparaciones absurdas o insólitas –que desorientan entre su ya confuso navegar entre la seriedad y la ironía- que a juegos de palabras y de ideas. Sin embargo, lo que más me ha interesado, y lo que creo que tiene más valor, es la constante defensa de su postura ante la creación artística, la defensa del arte por el arte sin plegarse a exigencias mercantiles, la defensa del goce de crear sin someterlo al ansia de reconocimiento.  Muchas veces he pensado en ese tema, al ver escritores que pierden el oremus por publicar hasta su lista de la compra, escritores dispuestos a escribir lo que haga falta y como sea con tal de vender o de poder considerarse famosos, mientras que otros podemos no menear algo del cajón en toda la vida porque el objetivo era, simplemente, disfrutar creándolo. Me interesa mucho esa postura ante el arte, porque la contraria solo da lo que el público quiere y, por tanto, difícilmente aporta nada novedoso o de interés.

              Al hilo de lo anterior el libro ofrece una gran ocasión para reflexionar sobre el sentido del éxito y, también, sobre significado de dormirse o no en los laureles. Queda claro, al menos a mi juicio, que Allen es un artista en el sentido más noble de la palabra; al menos, de espíritu; de habilidad, según deduzco de sus palabras, no tanto. Sin duda, esta defensa del «arte» frente a la «industria», de lo personal frente a lo clonado, de la intuición frente a la estadística, es lo mejor del libro.

              Relacionado con lo anterior, está el desorganizado modo de rodar de Allen: bajos presupuestos, poca repetición, bastante improvisación… pero todo, paradójicamente, siendo fiel a la idea original. Como en varias ocasiones dice, el éxito o el fracaso de una película no se mide ni por la taquilla ni por las críticas de los expertos, sino por lo cerca o no que se sitúa el resultado final de lo que el director veía en su cabeza. El criterio es válido para todas las artes. También resulta interesante, para los ignorantes como yo, husmear en las tripas de cómo se hace una película, en la importancia de unas cosas y otras, de la selección de actores, del montaje, de la iluminación, de la música, de mil cosas.

              Pese a que toda autobiografía tiende a ser complaciente con los propios pecadillos, Allen no escatima críticas a sus obras –y tampoco a algunas personas, aunque en general a los terceros priman los elogios-; reconoce sus fracasos y, en especial, el de no haber logrado hacer una película que fuera la película. Tampoco justifica sus manías, fobias y comportamientos, simplemente expone sus actos dando por supuesto su derecho a ser como es mientras no haga daño a nadie (sacrificar ese modo de ser en favor de alguien, pocas veces admite haberlo hecho). Que no es una obra autocomplaciente queda claro cuando el lector siente que Allen no ha sido un angelito, sino alguien que en general ha tenido como guía de comportamiento sus propios objetivos y apetencias individuales, y, como límite, sus fobias, manías y costumbres, a las que incluso ha sometido el modo de rodar. Al leer A propósito de nada queda claro todo lo que Woody Allen ha hecho en esta vida, pero no tanto lo que ha sacrificado por terceros, posiblemente porque no haya habido mucho. Allen ha vivido su vida, y al contárnosla haciendo balance nos ha dicho que nos hablaba A propósito de nada.

              Aunque, en mi opinión, dado lo descorazonador que tiene que ser no poder exhibir tus películas en tu país, que casi nadie quiera trabajar contigo o publicar tus libros, el «nada» bien puede interpretarse como «el silencio que me ha sido impuesto». Una nada que es bastante más que nada.



lunes, 3 de agosto de 2020

Un asesino en tu sombra - Ana Lena Rivera




           Un amigo me dejó este libro diciéndome que la profesión de la protagonista me interesaría, pues algo sabía yo del tema. En realidad no me interesó tanto, porque la investigadora financiera que Gracia San Sebastián dice ser, es, en realidad, una simple detective privada.

          Por culpa de esa advertencia no leí como debía el comienzo del libro: evalué demasiado el realismo (unas veces jurídico, otras práctico) de determinadas actuaciones de la protagonista (qué información podía tener, cuál no; qué podía hacer según con quién, qué no; qué debía hacer para comprobar una de las cosillas que investiga, qué no...) y por este motivo esas primera páginas más que una lectura fue una suerte de examen ajeno a la literatura. Mal hecho por mi parte. Pero lo cierto es que el interés de la novela se impuso y conforme avanzaron las páginas me olvidé de todo lo anterior y me centré en la historia, o en las historias, pues son tres: la del caso o casito que investiga para la Seguridad Social, la del caso o casazo en la que se envuelta sin pensar (la muerte, en las vías del tren, de la esposa de un artificiero de la Guardia Civil), y la historia que es también la vida de la protagonista.

          Las tres historias avanzan a la vez, y sobre si las dos primeras -aparentemente independientes- acaban convergiendo o no, como suele ser habitual en muchas novelas, no voy a decir nada para no chafar las sorpresas a nadie, pero sí diré que mientras en la primera lo fundamental se ve venir con demasiada antelación y la explicación final es mejorable, la segunda, el meollo del libro, está bien llevada y logra el objetivo de atraer sin altibajos al lector. De marco, la historia personal de la protagonista permite una suerte de mezcla de géneros entre la novela negra y policíaca y algo que no sé definir, pero que se sitúa en un punto intermedio entre el costumbrismo y el romance: me refiero a las peripecias matrimoniales, laborales, amorosas y de amistad que se suceden de un modo natural y realista (con alguna escasa excepción), con personajes y situaciones bastante humanos pero no estereotipados, y todo en un entorno, la ciudad de Oviedo, que por ser bastante conocido para muchos lectores y, además, pequeño y acogedor, produce en el lector una agradable sensación de cercanía.

          Ni siquiera en los episodios de la novela que transcurren en el extranjero se pierde ese efecto, toda vez que la protagonista nos los describe con ojos de turista, o cuando menos de extraña en esos lugares, por lo que el lector no deja de sentirse en su pellejo.

          Los capítulos son breves, lo que agiliza la lectura, y utiliza un recursos que ayuda a cuadrar fácilmente la historia: la mayoría está narrada en primera persona por la protagonista, pero se intercalan brevísimos capítulos en los que un narrador omnisciente va resituando la acción, lo que permite a la autora dosificar el nivel de intriga permitiendo saber al lector, con mucha más antelación que a la protagonista, a qué se enfrenta ésta. El lector es así a la vez confidente de Gracia San Sebastián y espectador de su suerte.

          El balance es positivo. La prueba, que quiero leer el primer libro de la saga, Lo que callan los muertos, que fue premio Torrente Ballester de novela.



miércoles, 29 de julio de 2020

El día que se perdió el amor - Javier Castillo





                El día que se perdió la paciencia fue el día en que comencé a leer esta novela. ¿Por qué lo hice, si sobre su predecesora dije que era entretenida pero sin un nivel mínimamente digno de calidad?

                Pues porque el amigo que me prestó la cordura me trajo luego el amor. No muy animado por la experiencia de perder la cordura, fui aplazando la lectura del amor pensando que antes o después devolvería el libro sin leer, pero ocurrió que me picó la curiosidad. Un buen día, de improviso, me dio por averiguar la evolución de un autoeditado devenido al sistema: ¿sería su primera novela en él más cuidada y trabajada que la anterior, inicialmente autoeditada con todo lo que eso implica? ¿Se notaría en algo el cambio o, simplemente, la editorial se limitaría a fusilar lo que quiera que el autor le hubiera entregado? ¿Aprovecharía el autor la ocasión para dar lo mejor de sí, mejorar e ir más allá de su primera novela o se conformaría con hacer más de lo mismo?

                El día que se perdió el amor se perdió también la paciencia, la moral y la esperanza en que el éxito de ventas sea utilizado por alguien para mejorar algo que no sea su cuenta corriente. El libro es un lamentable calco del primero: del título a los personajes y hasta la historia, un refrito que solo sirve para aclarar el confuso final de la primera novela (El día que se perdió la cordura). Y como uno ya sabe por dónde van a ir los tiros, los deja ir tan pancho.

                Evidentemente escrita para quien ha leído antes la primera entrega, el autor usa con cierta habilidad recursos poco meritorios para provocar que el lector siga leyendo, recursos facilones, propios del mundo audiovisual, como terminar sus cortos capítulos con el horroroso susto de Fulatina cuando, jugándose quién sabe qué horribles consecuencias por estar de extranjis en tal o cual delicado lugar, la puerta se abre de sopetón, con gran ruido, dejando tenebroso y enfurecido paso a… A quien el lector sabrá cuando haya leído un par de capítulos más. Me dio la impresión de que la primera novela usaba mejor estos recursos simples pero siempre efectivos, y que ahora más parecen solo simples.

                El argumento gira en torno a un rebaño de locatis, eficaces como unos robocops cualquiera, que apiolan al personal femenino no sin antes anunciarlo con notitas firmadas con dibujitos; y como igual nadie se entera, echan mano de una peculiar repartidora para dar a conocer los papelitos, pero los papelitos nada más, que tampoco hay que pasarse de dar pistas. Los locatis –una secta muy misteriosa y muy peligrosa y muy misteriosa otra vez, pero muy pero que muy misteriosa- se la tienen jurada a una de las protagonistas de la primera novela, sufrida dama cuyas cuitas causaron horrendos soponcios a su empalagoso amado y dramáticas consecuencias a su asendereado papá, amén de la chifladura de su mamá y de la «deslocalización» de la renacuaja de la familia, devenida ahora diablesa en busca de la luz… o no. La historia, evidentemente increíble –lo cual no es un pecado literario-, carece de toda verosimilitud –lo cual sí lo es, y mortal- como consecuencia de unos personajes sobreactuados que, posiblemente por falta de recursos expresivos, se pasan la novela apretando el culo y jurando en plan Scarlett O´Hara de saldo contra su particular plaga bíblica. Especialmente exasperantes y ridículos son los pobrísimos superlativos del Romeo; podría pensarse que el autor quiso crear un personaje aborrecible de simple, cursi y pasteloso, un agonías que ve el Apocalipsis a cada paso y sublima el dolor solo para seguir sublimando el dolor; un inmenso tonto que confía en la fuerza de su amor para que los balazos que le entren por la sien no le impidan rescatar a su amada media hora más tarde; podría pensarse eso, digo, pero la lectura demuestra que no, que es que la cosa no da para más.

                Y esta reseña, tampoco.

                Inexplicablemente, el mercado, sí. Incluso la historia va para serie televisiva.

                Pero bueno, dicen, y es cierto, que como las editoriales viven de la cantidad, libros como este, que se venden hasta al gato, son los que permiten acometer proyectos de más provecho intelectual para el lector. Ojalá así sea.



lunes, 27 de julio de 2020

Yann Andréa Steiner – Marguerite Duras


 


                Pese a la extraordinaria calidad de su literatura, Marguerite Duras y yo estamos reñidos. No porque no me guste cuanto he leído de su obra, sino porque aproximarte a lo que pretende comunicar exige ciertos ejercicios previos de acercamiento para saber qué vas a encontrar y cómo lo debes afrontar; posiblemente se disfruta más en una segunda lectura que en la primera.

                Dice la sinopsis que el libro contiene tres historias: el reencuentro de una autora vieja con un autor joven, la relación entre un huérfano de seis años y su monitora en un campamento de verano que se transforma en una especie de relación de amor aplazada, y la historia de una muchacha que, en una estación, espera un tren a Auschwitz.

                Tres historias que el libro ni siquiera delimita, de modo que el lector –si no anda avisado por la sinopsis- pasa de una a otra sin saber si sigue en un plano distinto de la historia anterior o en una historia nueva. Aunque también es cierto que la autora juega a tender puentes entre todas ellas de modo que al final cabe plantearse si realmente estamos hablando de tres historias o de una sola en la que vemos diferentes momentos de la vida de unas mismas personas (confusión que en algún momento parece consolidarse y en otros desmentirse).



lunes, 20 de julio de 2020

Donde los escorpiones - Lorenzo Silva




        A quienes hemos leído todas las novelas anteriores de Bevilacqua y Chamorro, Donde los escorpiones tiene que parecernos, necesariamente, una obra de tránsito, porque ni puede ser un final ni un principio en la peripecia vital de ambos personajes. ¿El motivo? Lo ajeno del caso y del entorno a su trabajo cotidiano.

        Un militar español ha aparecido muerto en la base en Afganistán que las tropas españolas comparten con otros países. La Guardia Civil hace allí funciones de policía militar y también de policía judicial, y allá que mandan a Rubén y Virginia.

        Las posibilidades de investigación son limitadas por el estatus de quienes no son españoles y por las dificultades burocráticas y prácticas que la distancia del caso imponen. El entorno también implica una limitación añadida: todos, incluidos los protagonistas, están más o menos confinados en el recinto de una base que es un oasis de pequeñas comodidades en un territorio de clima extremo y recursos pobrísimos. También el lector queda confinado en la base, pues Silva sabe transmitir la incómoda mezcla de las sensaciones de encierro y seguridad frente al acuciante peligro de la libertad de movimientos. Sin embargo, hasta llegar a este escenario una parte significativa de la novela la constituyen los preliminares en España, y esta parte quizá se hace un poco larga porque es tan evidente para el lector dónde va a transcurrir el meollo que es difícil transmitir la impresión de que algo relevante puede suceder antes de emprender el viaje.

        Además de una novela policial, Donde los escorpiones es sobre todo una interesante mezcla entre el relato de un viaje peculiar y el testimonio de unas condiciones de vida –las de las bases militares multinacionales- que muy poco tienen que ver con lo cotidiano. Unamos a eso un entorno militar que quizá sorprenda, desconcierte o distancie –a saber- a los lectores poco familiarizados con el gremio y la suma de tanto alejamiento es la sensación, que ya he señalado al principio, de que esta novela es algo aparte en la serie.

        Pero la ruptura con los casos y el entorno nacional y social tradicionales no es un punto en contra de la novela, sino su principal virtud. El atractivo de Donde los escorpiones es, precisamente, lo que tiene de testimonio de un trabajo, el del ejército español fuera de nuestras fronteras, poco conocido y reconocido. Una novela que, solo por eso, enriquece más que otras de la serie que, por su trama, quizá puedan resultar más entretenidas y hasta divertidas.

        Lo que no cambian son los protagonistas: siguen su lenta, resignada y algo gruñona evolución hacia la vejez. Como Lorenzo Silva optó desde el comienzo porque Bevilacqua y Chamorro se definieran por sus valores e ideas, sus diálogos, reflexiones y admoniciones no sorprenderán a ningún lector habitual, lo cual me hace pensar en esos otros personajes, como Salvo Montalbano, que, con un carácter más impulsivo que reflexivo acaba definiéndose por sus acciones, lo cual facilita al autor provocar acción y golpes de efecto, aunque también aboca a un tipo de planteamiento de la novela que no es el elegido por Lorenzo Silva, quien, a diferencia del ejemplo que he citado, cuida el realismo de las investigaciones en cuanto a los pasos a dar y al orden en que se dan. Bevilacqua y Chamorro solo suelen salirse del protocolo al final, y solo por exigencias del guion.




lunes, 13 de julio de 2020

La utilidad de lo inútil – Nuccio Ordine





                A lo largo de la historia, y nuestros tiempos no son precisamente una excepción, se ha primado el saber práctico, entendiendo por tal el que nos procura un beneficio inmediato -o al menos previsible- en términos económicos o de comodidad. Expresión actual de esa tendencia es la progresiva postergación de los estudios humanísticos o el modo en que ciertas expresiones artísticas -cuya apreciación exige un esfuerzo- sucumben ante el entretenimiento facilón.

                La utilidad de lo inútil es un breve ensayo, muy documentado, en el que apoyándose en las palabras y vida de un buen número de escritores y pensadores se defiende la utilidad del saber por el saber, del conocimiento por el conocimiento, como una práctica no solo genuinamente humana sino exclusivamente humana o, incluso, definitoria de lo humano. Una práctica, también, de la que acaban derivando, aunque no sean buscados, innumerables saberes prácticos. Es imposible leer sus páginas sin acabar con la emocionante sensación de que la vida solo tiene sentido -o, mejor dicho, solo tiene más sentido que la de un macaco- cuando dedicamos nuestros mejores esfuerzos al saber que no nos hace más ricos sino que nos hace mejores, a satisfacer la curiosidad desinteresada, a admirar la belleza. Solo comprendiéndolo podremos advertir lo cerca que estamos de poder dar sentido a nuestra existencia y de lo erróneo de nuestros desaforados esfuerzos para tener mucho más de lo necesario y para aparentar. La utilidad de lo inútil aboca a pensar en la la diferencia entre el tener o el parecer y el ser; la mayoría de los estudios y los trabajos que buscamos y hacemos están orientados, erróneamente, hacia ese utilitarismo del que solo salen tripas llenas, sofás calientes y la frustración de acumular bienes o experiencias sin evolucionar. Frente a la clarividencia de descubrir la utilidad de lo inútil actúan fuerzas descomunales, alimentadas por mayúsculos egoísmos que a su vez se aprovechan de los egoísmos más torpes, comodones o con más escrúpulos, fuerzas que promueven algo tan inútil -para todo lo que no sea su bolsillo o posición- como lo útil, sabedores de que con un anzuelo adecuado hay muchas personas decididas a entregar el tiempo de su vida a cambio de ser uno de los más ricos del cementerio de su ciudad, de su pueblo, de su vecindario o, simplemente, de su pequeño entorno social.

                Poco más de ciento cincuenta páginas donde podréis encontrar un modo de vivir que de un modo u otro a lo largo de los siglos han defendido personalidades como Keynes, Victor Hugo, Shakespeare, García Márquez, Dante, Petrarca, Tomás Moro, Robert Louis Stevenson, Marx, Aristóteles, Kant, Ovidio, Montaigne, Leopardi, Baudelaire, García Lorca, Cervantes, Dickens, Heidegger, Ionesco, Zhuang-Zi, Italo Calvino, Cioran, Einstein, Tocqueville, Herzen, Bataille, Euclides, Arquímedes, Poincaré, Séneca, Diderot, Rilke… y un breve y lúcido ensayo final de Abraham Flexner.